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miércoles, junio 11, 2008

Juan Carlos Gómez: La belleza del colibrí





A Gombrowicz no le sentaban bien ni el folklore ni las leyendas indígenas, pero tenía dos amigos que lo aburrían bastante cuando hablaban de estos temas. Uno de esos amigos era Canal Feijoo, ese escritor argentino que se había gastado los codos estudiando toda clase de leyendas y que había participado en una multitud de excavaciones buscando los arcanos del folklore.
El otro amigo era Odyniec, un polaco millonario que durante un tiempo le dio dinero a Gombrowicz para le beca de Flor de Quilombo: –Es culpa tuya si ahora debo soportar la últimas teorías del príncipe sobre la antropología de las tribus indígenas, le tengo alergia a esas conversaciones, me aburren muchísimo.
En cuanta oportunidad se presentaba aparecía la aversión que Gombrowicz le tenía al folklore: –¿Qué música escucha usted, Quilombo?; –Beethoven, Bach, Mozart...; –A ver, cuarto movimiento de la sexta sinfonía; –¿De quién?; –¿De quién va ser?, no va a ser de Dvorak, de Tchaikovsky, simples folkloristas.
Sin embargo, este desprecio por las tradiciones y las costumbres indígenas se le puso a prueba mientras navegaba por el río Pilcomayo rumbo a Asunción.
"Estábamos sentados en cubierta, los ojos fijos en la frondosidad de la orilla que desfilaba lentamente delante de nosotros, cuando de repente llegó volando un colibrí y se quedó suspendido temblando en el aire también trémulo después del tórrido día..., era casi invisible en el torbellino que creaba a su alrededor al batir sus pequeñas alas con tanta rapidez que casi era pura vibración"
En el momento en que Canal Feijoo se pronuncia contra ese pajarito irritante cuya belleza no le sirve de nada porque no se deja ver, la dueña de la embarcación toma la palabra para contar la leyenda del colibrí.
Y aquí viene lo curioso, en ningún otro pasaje de sus escritos Gombrowicz se detiene a recapitular leyendas indígenas, pero en este único caso la recapitula completa, en todos sus detalles. Vamos a ver entonces cómo es esta leyenda y qué puede tener de interesante para que Gombrowicz la haya distinguido tanto.
Painemilla y Painefilu, es decir, oro azul y víbora azul, eran dos jóvenes y bellas hermanas que vivían en las proximidades del lago Paimún.
Un poderoso jefe Inca se enamoró perdidamente de Painemilla con quien se casó y vivió feliz en un hermoso palacio de piedra. Cuando Painemilla quedó embarazada, el jefe Inca convocó a los sacerdotes para escuchar sus profecías. Le vaticinaron que serían mellizos, que serían muy bellos, que un hilo de oro adornaría sus cabellos desde el mismo momento de su nacimiento, pero que algo horrible se interpondría en la felicidad de la pareja.
Antes del nacimiento el gran jefe tuvo que marcharse al norte para sostener un guerra larga y cruenta, entonces le pidió a su cuñada Painefilu que acompañara a Painemilla y la ayudara. Al ver a su hermana tan feliz, tan enamorada y tan mimada por su nueva familia, una envidia muy intensa le tomó el corazón. Cuando nacieron sus sobrinos, los vio tan lindos, tan sanos y tan alegres que la víbora azul enloqueció.
Encerró a los mellizos en un cofre y lo tiró a las aguas del lago, le dijo a la hermana que sus hijos no eran seres humanos sino perros mientras le entregaba un par de cachorros, luego se sumió en un profundo y oscuro silencio, se llenó de miedo y empezó a temblar.
Painemilla no hacía otra cosa que llorar, cuando llegó su esposo y vio los perros que tenía por hijos, la encerró en una cueva oscura, la desolación se apoderó de la pareja.
Pero los mellizos no murieron, fueron hallados por un viejo mapuche que los sacó del agua y los cuidó. Al cabo de unos años el jefe Inca terriblemente entristecido, paseando a orillas del lago, vio a un par de niños jugando, ambos tenían un hilo de oro es sus cabellos.

Recordó la profecía, supo que eran sus hijos, los abrazó, los llevó a su hermosa casa de piedra, y reconstruyó con Painemilla la felicidad perdida.
Pero debía castigar a Painefilu por su traición. El gran jefe Inca tomó entre sus manos una piedra mágica y la elevó al cielo: –Ayúdame señor a hacer justicia. Que todo tu calor traspase esta piedra y que en ella se ejecute el castigo a Painemilla.
La piedra se volvió transparente, se cargó de luz y de fuego, un rayo verde salió de la piedra y buscó a Painefilu. Donde ella estaba solo quedaron cenizas... cenizas y un pequeño trocito de su corazón del que nació el colibrí que, según las tradiciones mapuches, presagia la muerte, vive inquieto y triste, como Painefilu, no se posa en ramas ni toca el follaje, tiembla de miedo como si esperase el castigo.
No puede morir de una muerte natural porque ha sido concebido por un corazón traidor, el colibrí lo sabe, por eso vive con un miedo permanente, y a pesar de su magnífica belleza, se siente apestado, evita la proximidad de todo y se eleva temblando siempre en el aire.
Su angustia lo hace temblar, y vibra tanto que sus hermosos colores se tornan invisibles; la belleza del colibrí solo se puede admirar después de muerto. El colibrí trae mala suerte, le augura a las personas no sólo el día de su muerte, sino el tipo de muerte que tendrán. Si llegara a tomar con su pico un cabello caído, el que lo perdió morirá ahorcado.
La belleza del colibrí, apestada por un crimen horrendo, tiene mucho que ver con las concepciones de Gombrowicz
"En la obra de Genet, nos encontramos con una belleza ruinosa, una belleza sucia, inferior y perseguida (...) Hay otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une la belleza a la fealdad. Ha mostrado, como si dijéramos, el reverso de la medalla, ha encontrado una potente unión entre el aspecto positivo de la belleza y su aspecto negro (...)"

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