Cuando el 8 de diciembre 1980, John Lennon fue baleado y muerto por Mark Chapman a las puertas del edificio Dakota en Nueva York, ya en el ámbito literario porteño había gente que comenzaba a reunirse: Eduardo Sansores, Ignacio García, Carlos Torres, José Rafael Bravo Meza, Manuel Bertrand y otros. En ese tiempo a Ignacio García se le ocurrió convocar a una especie de homenaje en memoria del músico caído, e invitó a estos personajes a leer poemas, cuentos, ensayo o realizar algún sketch que aludiera a la obra del músico británico. Sobra decir que el evento fue todo un éxito.
Si bien Lennon no era la figura adecuada para seguir ideas en un trópico porteño, ya las ideas de John, sus discursos, canciones y otros actos clandestinos habían hecho que muchos volviéramos la mirada a él. Para entonces Lennon se había separado ya de los Beatles y obtenido su green-card norteamericana; desde allí en USA, estableció su sede de crítica al estado imperialista por antonomasia. Encabezó marchas en pro de la paz y protestó contra la guerra, además de otros performances que delataban el industrialismo gringo en deterioro de naciones miserables de América Latina y África.
En es año, asimismo, había editado ya su Double Fantasy y su rola llamada IMAGINE daba la vuelta al mundo como una opción al anhelo del hombre por vivir en un mundo mejor. Paradójicamente, este tipo de “revueltas” y manifestaciones, enfurecieron a la CIA al FBI y a los más altos rangos de la política gringa, cuyo presidente era entonces (“de fal palo, tal ladilla” Geroge Bush padre). Así es como Lennon pasó a formar parte de la “lista negra” (viejo antecedente de la hoy llamada “ley patriota”) al lado de las Panteras Negras y otros grupos disidentes.
Cuando aquella noche del 8 de diciembre Lennon fue asesinado, se acabó con una de esas molestias que daban comezón al voraz imperialismo yanqui; se creyó acabar con un grito ajeno a los estadounidenses; se difuminó la voz de un artista y un músico en toda la extensión de la palabra. La excusa, explicación, versión del asesinato del creador de Strawberry Fields Forever, fue la misma que la de Kennedy, y fue la de Luther King: algún desquiciado lo hizo: un demente: ¿entrenado por quién, por qué y para qué?. Total: carpetazo final.
Si quienes esto hicieron creen que terminaron por extinguir la voz de Lennon, se equivocan. El músico sigue vivo en la memoria de todos aquellos que recordamos (y hablamos a nuestros hijos) de la forma en que Lennon echó a la basura la fama para entregarse a una causa que “era su causa”. Hoy, el conjunto de sus letras, desde Imagine, hasta Class Work Hero, Woman e, incluso, la dedicada a su pequeño Sean, podrían resumir admirablemente aquello que ya también Benjamín Franklin dijo a sus compatriotas hace más de 100 años:
Si bien Lennon no era la figura adecuada para seguir ideas en un trópico porteño, ya las ideas de John, sus discursos, canciones y otros actos clandestinos habían hecho que muchos volviéramos la mirada a él. Para entonces Lennon se había separado ya de los Beatles y obtenido su green-card norteamericana; desde allí en USA, estableció su sede de crítica al estado imperialista por antonomasia. Encabezó marchas en pro de la paz y protestó contra la guerra, además de otros performances que delataban el industrialismo gringo en deterioro de naciones miserables de América Latina y África.
En es año, asimismo, había editado ya su Double Fantasy y su rola llamada IMAGINE daba la vuelta al mundo como una opción al anhelo del hombre por vivir en un mundo mejor. Paradójicamente, este tipo de “revueltas” y manifestaciones, enfurecieron a la CIA al FBI y a los más altos rangos de la política gringa, cuyo presidente era entonces (“de fal palo, tal ladilla” Geroge Bush padre). Así es como Lennon pasó a formar parte de la “lista negra” (viejo antecedente de la hoy llamada “ley patriota”) al lado de las Panteras Negras y otros grupos disidentes.
Cuando aquella noche del 8 de diciembre Lennon fue asesinado, se acabó con una de esas molestias que daban comezón al voraz imperialismo yanqui; se creyó acabar con un grito ajeno a los estadounidenses; se difuminó la voz de un artista y un músico en toda la extensión de la palabra. La excusa, explicación, versión del asesinato del creador de Strawberry Fields Forever, fue la misma que la de Kennedy, y fue la de Luther King: algún desquiciado lo hizo: un demente: ¿entrenado por quién, por qué y para qué?. Total: carpetazo final.
Si quienes esto hicieron creen que terminaron por extinguir la voz de Lennon, se equivocan. El músico sigue vivo en la memoria de todos aquellos que recordamos (y hablamos a nuestros hijos) de la forma en que Lennon echó a la basura la fama para entregarse a una causa que “era su causa”. Hoy, el conjunto de sus letras, desde Imagine, hasta Class Work Hero, Woman e, incluso, la dedicada a su pequeño Sean, podrían resumir admirablemente aquello que ya también Benjamín Franklin dijo a sus compatriotas hace más de 100 años:
“El día en que ustedes cedan el derecho de su seguridad en nombre de una libertad de camuflaje, ese día terminarán perdiéndolas a ambas…”
La voz de los profetas en el desierto, tiene su sentido
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