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miércoles, marzo 07, 2007

Ignacio García: ESTACIONES de Peniley Ramírez


Foto: Arturo Talavera


¿Cómo se mira una vida desde una altura de apenas 18, 19 años de edad? Sería difícil contestar a ello aun si la pregunta se hiciera en la vida madura de uno mismo. Más complicado aún resultaría el tratar de llevar por escrito nuestra respuesta, así se nos pidiera que la resumiéramos en dos o tres líneas. Para la inmensa mayoría de simples mortales resulta casi imposible desmenuzar, transcribir, la travesía de la vida en forma oral; no hablemos de la escrita.

Ya el mismo Sigmund Freud reconocía este problema, si bien ─ nada corto de mira─ adjudicó a los poetas esa capacidad de poner las cosas en su lugar y traducir para nosotros aquella cuestión de “cómo se ve la vida”. Así que, el famoso psicoanalista nos sugiere acudir a los poetas para eximirnos de tareas imposibles. La poesía, –dice Paz—es tiempo, y arde. En ese tiempo y bajo ese fuego, revela para nosotros la otra parte del mundo sin dejar de atestiguar ésta que vivimos. La poesía es el instrumento de trascendencia y herramienta a ojos abiertos.

Mucho más si se tiene el talento y sensibilidad de Peniley Ramírez (La Habana, 1987) quien apenas en su primer libro titulado ESTACIONES (Ezra Michelet Ediciones, 2007) ─y que la autora presenta este 8 de marzo a las 19:30 horas en los espacios de la Fototeca de la Ciudad─, descubre para nosotros -- a través de un pequeño retablo de imágenes-- un mundo (su universo) plagado de apuntes certeros para la comprensión de la (su) vida.

El acicate de Peniley Ramírez, parece provenir de sus tempranas lecturas de otra poeta admirable: Sylvia Plath. En un último poema titulado Límites (y escrito antes de tomar la decisión de quitarse la vida), Plath dira:

Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo; / así los pétalos de una rosa cerrada, / cuando el jardín se envara / y los olores sangran de las dulces gargantas / profundas de la flor de la noche / La luna no tiene por qué entristecerse, / mirando con fijeza desde su capucha de hueso. / Está acostumbrada a este tipo de cosas. / Sus negros crepitan y se arrastran.


Acostumbrarse a este tipo de cosas, es lo que lleva a Peniley a ser carne con su poesía; a conmovernos por la visión que emana de sus letras en donde no se puede ser juez y parte, sino sólo un pedazo de existencia que atestigua cómo la vida se desliza delante de los ojos; un respiro en donde habita de todo: las expresiones del amor y el gozo, la desesperación y la angustia, un amor en la distancia de la isla al continente, hasta este amor desgastado en el mismo continente, flotando hacia ninguna parte; sin que falte la alusión a aquellos poemas que se refieren al exilio, al extrañamiento y el abandono, los temas sociales y reflexivos.

El lector podría suponer, dada la juventud de la autora, encontrarse con versos balbucientes y apenas en vía de tomar la madurez debida. No hay tal. Cada poema de Peniley Ramírez posee esa calidad que se les exige a los visionarios: a los que se les demanda la no desaparición del mundo a través de la poesía. Y ella cumple con esa premisa en forma admirable, intuitiva, a veces letal, en ocasiones con ternura desbordada. Como cuando se deja decir:

todo me conduce a ti, / todas las letras, todos los nombres de la calle, / toda la nostalgia y el humo, / toda la noche me conduce, pero a pesar de mí el día vive, / vuelvo a dormir sobre mi cansancio, aunque no baste.


ESTACIONES se convierte así, no sólo en un espacio para de-scribir diversas experiencias de una joven vida, sino, a pie firme, en un habla que usa ya la palabra para transformarla en poesía pura, en un tiempo propio y a la vez de todos, como cuando sin límite ni ataduras algunos confiesa:
Esta noche es una dimensión nueva. / Tengo todos los sedimentos para escribir la Historia, / la fuerza necesaria para abortar el impulso. / Dios puso en mí la pluma para reinventar el tiempo...


Finalmente diré que ESTACIONES no es un poemario que haya de leerse de día, tampoco de noche; no alude tampoco a alguna temporada del año, ni está llena de caídas de hojas y frazadas invernales o cambios de temperatura. ESTACIONES se reconoce, más bien, como la migración de la sangre de una experiencia a otra, de un dolor al gozo, de una decepción a la victoria, ésa que se consigue si se insiste en la poesía: en una suerte de hilaza que va tejiendo para nuestros ojos, puntada a puntada, aquello que Freud encomendó a algunos cuantos; y que Peniley concibe como una tarea insalvable y un respiro incontenible…

Y la mañana y la tarde y el día, / Y la espera corriendo los vericuetos de mi sangre / Y mi sangre enrollada en la mañana la tarde / Y la desesperación con su llaga de misterio /Y la compostura y su justicia / Y la muerte de rodillas pide un plazo / tiempo para alargar el aullido


En una fotografía de Sylvia Plath que Peniley conserva, el pie de foto es un verso de la misma Plath que reza: La poesía es un jet de la sangre / nada puede detenerla.

El que esto escribe percibe también, en la sangre de Peniley, un cohete azul, una carga explosiva, el reventar de una Molotov: fuego que seguirá empapándonos con una cada vez mayor altura de su excelente poesía: viva e incandescente.

Peniley Ramírez, ESTACIONES, Ezra Michelet Ediciones, 2007

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo a Peniley llegar con una pregunta y ahora sigue llegando con muchas respuestas....Manolo.

Anónimo dijo...

Arturo Talavera on tás amigo, esa foto de Peniley sólo podía ser tuya aún sin tu nombre.....Manolo.