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martes, junio 12, 2007

Giampaolo Mele: Juglares




JUGLARES: MUSICA Y ARTE DE VIVIR EN LA EDAD MEDIA



Anno Domini 1274. Un humilde carro de ruedas chirriantes cruza por entre el fango de un camino vuelto barrizal. Sevilla está aún lejana y el frío llega hasta los huesos. Lleva las riendas Giraut Riquier, de profesión juglar, nacido en Narbona, en el sur de Francia. Su viaje tiene un único objeto: presentar una súplica ante el rey de Castilla y León, Alfonso x el Sabio.
Tratemos de imaginar sus pensamientos: "Mala tempora currunt. En poco se tiene al juglar, se le confunde no ya con el noble trovador, sino con el saltimbanqui y el adiestrador de monos. Hay que poner las cosas en claro. Hasta los vulgares bufones son tenidos por hábiles tañedores de vihuela y refinados declamadores de versos. La juglaría es sin embargo arte antiguo y respetado".
Dejemos por un momento a Giraut Riquier y tratemos de comprender quiénes fueron los juglares. Su función social se encontraba entre las más singulares y extravagantes de los días medievales. Comprendía a finos instrumentistas, diestros malabaristas y agudos poetas. Y también a aventureros sin oficio ni beneficio que alternaban sus exhibiciones musicales con los hurtos en plazas y tabernas. Sin embargo, por encima de todo, los juglares fueron transmisores de cultura fundamentales durante la Edad Media: difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gentes analfabetas e impregnadas de tradición oral.




Estos hombres, amantes de la música y la poesía, corrían grandes riesgos dada su errática vida, a menudo expuestos a pestes, guerras y carestía. Una de las Cantigas de Santa María del rey Alfonso x nos habla de un juglar que, envuelto en su manto de viaje, pide hospitalidad a un señor en Cataluña; llega a caballo y trae consigo una vihuela. El júbilo invade la casa, el señor lo recibe cortésmente mientras un niño se divierte montando la bestia del recién llegado. Se trataba de un “un jogar que ben cantava” y que “sen vergoña” iba “andando pelas cortes”. Mas cuando por la mañana el juglar marchó de la casa, el señor mandó sus criados a asaltarlo para robarle el caballo y las ropas. El hecho no tiene por qué sorprendernos. Hasta el célebre cantor y poeta Giraut de Bornelh fue atacado por unos salteadores enviados por el rey de Navarra mientras volvía a Francia colmado de regalos del monarca Alfonso viii de Castilla.




No resulta fácil hacerse una idea precisa sobre los juglares. Ni siquiera encontramos consenso entre los estudiosos modernos. Los Padres de la Iglesia se referían a ellos con voces de la antigüedad romana: les llamaban con desprecio mimi o histriones, gentes de baja estofa dedicados a espectáculos indecentes. A partir del año 789, en el imperio franco se prohibió que obispos y abades dejaran entrar a los juglares en sus tierras.




El término juglar deriva del latín joculator, que a su vez está relacionado con jocus (juego). El vocablo aparece en el concilio de Cartago del 436 y se difunde durante la Edad Media, designando categorías sociales y culturales con frecuencia muy distintas. La denominación de los juglares Numerosas son las palabras que en distintas lenguas se han derivado de la voz latina joculator (el que juega). En castellano tenemos juglar, jutglar; en catalán, joglar, jograr; en francés, juglor, jogleur; en inglés, juggler, jugelere; en portugués, jogral; en italiano, giollare, zoglar.




Y surgen otras denominaciones: minstrel en Inglaterra (del latín ministerialis = servidor de casa). También en Cataluña la voz ministrer prevalece sobre joglar en el siglo xiv, y en Castilla se afianza ministril.




En Alemania Gengler se transforma en Gaukler, y después en Spielman (spielen significa precisamente tocar); en flamenco tenemos Gokelaer. Los Spielleute son herederos del Skôp y el Gléoman del ámbito teutónico. Existieron también los Spelmän en Suecia, el Spillemaend en Noruega y el Speelmanni en Finlandia, e incluso el Szpielmonas en Lituania, el Spilman en la zona de Bohemia y el Smorok en Rusia.
Las definiciones de juglar son muchas y muy distintas, pues muchos y de muy distinto tipo eran los juglares, poseedores de mil oficios y de formación cultural diversa. Sintetizando casi hasta la caricatura, podemos decir que tenían la función de divertir y entretener a las gentes.

El oficio de juglar

El juglar es un ser múltiple: es un músico, un poeta, un actor, un saltimbanqui; es una especie de intendente de placeres que vive en las cortes de reyes y príncipes; es un vagabundo errante que monta espectáculos en las aldeas; es el vihuelista que por los caminos va cantando gestas a los peregrinos; es el charlatán que entretiene a las gentes en la encrucijada; es el autor y el protagonista de las chanzas que se cuentan los días de fiesta a la salida de la iglesia; es el maestro que hace que los jóvenes salten y bailen; es el tamborero, el trompero y el gaitero que marca el paso en las procesiones; es el narrador, el cantor que anima festines, bodas y vigilias; es el jinete que da volteretas sobre el caballo; el acróbata que baila parándose de manos, el que juega con cuchillos, el que atraviesa los círculos a la carrera, el que escupe fuego, el que se retuerce como un contorsionista; es el que canta o hace el mimo; el bufón que hace muecas y suelta necedades; todo esto es el juglar, y algo más.”



(De Les jongleurs en France au Moyen Age, de Edmond Faral, p. 1. )



En el siglo xiv, el rey Jaime ii de Mallorca en sus Leges Palatinæ define a los juglares como aquéllos que tienen por oficio alegrar a la gente: illorum officium tribuit lætitiam. En Francia era conocida su capacidad de divertir a quienes les escuchaban: trop bien genz solacier. Los propios juglares se atribuían nombres jocosos, como Alegret en Provenza, Alegre y Saborejo en la península Ibérica o Graciosa y Preciosa entre las mujeres. A menudo tomaban el nombre de los instrumentos en que eran expertos (pues lo normal es que supieran tocar más de uno), encontramos, así, a un Cítola en la corte del Rey Sabio y a un Cornamusa (alias de Ramón Martí) en Lérida hacia 1357. No faltaban los nombres burlescos (ystriones sibi nomina jocosa imponunt) como Malanotte y Maldicorpo en Italia.




El hábito de trabajo, por llamarlo de algún modo, de aquellos artistas desheredados solía ser llamativo y de vistosos colores. Los ministriles (instrumentistas herederos de la antigua tradición juglaresca) de la corte de Juan i de Aragón (1387-1396) vestían librea de paño blanco con un distintivo de plata. Los cinco juglares de Carlos el Noble de Navarra (1387-1425) vestían de paño verde de Bristol. En fin, los ministriles que amenizaron en Jaén las bodas del condestable Miguel Lucas (1461) vestían ropas de terciopelo azul.




Juan i, no por nada conocido como el Músico, además de el Cazador, fue uno de los grandes mecenas del Medievo, hospedando en su prestigiosa corte a centenares de juglares, ministriles y cantores de polifonía. Desde niño tuvo a su servicio a la juglaresa Caterina y poseía una cornamusa ornamentada con blasones reales. Instrumentistas y juglares acudían a la corte aragonesa procedentes de las principales naciones de Europa: Francia, Italia, Inglaterra, Escocia, Portugal, Bohemia. Estos músicos se reunían para compartir conocimientos, sobre todo por Cuaresma, época en que no podían ejercer su oficio (al igual que las prostitutas). El intercambio de experiencias era intensísimo. Escribe Juan el Músico al marqués de Villena que “nuestros instrumentistas han enseñado por orden nuestra seis nuevas canciones a los vuestros. Y cuando nuestros instrumentistas, que acuden ahora a las escuelas, vuelvan, enviadnos a los vuestros con el fin de que enseñen otras tantas a los nuestros”.

Las definiciones de juglar son muchas y muy distintas, pues muchos y de muy distinto tipo eran los juglares, poseedores de mil oficios y de formación cultural diversa. Sintetizando casi hasta la caricatura, podemos decir que tenían la función de divertir y entretener a las gentes.

En la corte del rey músico podía encontrarse cualquiera de los instrumentos musicales del momento, tanto los que pertenecían a los grupos de sonoridad aguda y expansiva, como la bombarda, la trompa, la chirimía, el añafil, la flauta o varias clases de tambores, como los que pertenecían a familias instrumentales de sonoridad suave, sobretodo de cuerda, como el arpa, la viola, la guitarra, el laúd o el salterio. En las Ordenanzas de Corte de 1344 del padre del rey Juan, Pedro iv el Ceremonioso, están previstos cuatro juglares: dos que toquen la trompa, uno el tímpano y otro, el clarín. En ocasiones, acompañaban a la guerra a su señor; es el caso del juglar Pino de Nello, que viajó a Cerdeña con las tropas aragonesas que marcharon a conquistar la isla. Juglares y trovadores La tradición juglaresca condicionó en gran manera la obra literaria y musical de los trovadores, surgida en el sur de Francia en lengua de oc, e influyó también la notable tradición en lengua de oíl de los troveros. Se han contado 2.542 textos y 264 melodías de trovadores; dentro de esta producción –y sobre todo en lo que tocante a la ejecución– el papel de los juglares fue crucial. En las Vidas de los trovadores se constata que alrededor de un tercio de ellos eran juglares y que al menos siete eran mujeres. Hasta los nobles caballeros se dedicaban a cantar versos como los “histriones”: el mismo Guillermo ix, duque de Aquitania, fallecido el año 1126 y tenido por padre de la corriente trovadoresca, imitaba a los juglares, acudía de incógnito a las posadas y escribía y cantaba versos.




Ciertamente, el trovador gozaba de una condición social más elevada que la del juglar, mas a pesar de ello los rasgos distintivos entre juglares y trovadores son a menudo borrosos. El juglar gascón Marcabrú consideraba su oficio a la altura del de los trovadores, a la vez que algunos de éstos, como el noble Arnaut Daniel, no tenían inconveniente en equipararse a los juglares.
Mas volvamos ahora con nuestro Giraut Riquier de Narbona, con quien hemos empezado este viaje por el arte juglaresco. Lo hemos dejado encaminándose a la corte de Alfonso el Sabio, a quien dirigió en 1274 la célebre Suplicatió al rey de Castela per le nom dels juglars, en la que reivindica una dignidad profesional específica para quienes ejercen su oficio y lamenta que se llame juglar al que se dedica a hacer acrobacias con monos, al que juega con marionetas o al que toca de cualquier manera un instrumento entre el populacho para después gastarse la ganancia en vino.

Según Riquier, la juglaría es algo muy distinto. Fue inventada por gentes cultas para difundir la alegría y el honor. Más tarde aparecieron los trovadores, para dar ánimo a los caballeros en nobles empresas. Sin embargo, después la juglaría decayó. Para Riquier puede llamarse juglares sólo a los hábiles instrumentistas que se dedican cabalmente al arte del entretenimiento. El soberano no hace esperar su respuesta; en 1275 está fechada su Declaratió del sénher rey N’Amfos de Castela, en la que se afirma que, mientras que en Provenza el nombre de juglar se aplica a diversas personas, en Castilla cada clase tiene un nombre: a los instrumentistas se les llama juglares; a los imitadores, remedadores; a los trovadores, segrieres. Esos individuos sin oficio ni honor que se exhiben en calles y tabernas son llamados cazurros. Tampoco forma parte de la categoría de los juglares quien se hace pasar por loco en la corte contando chascarrillos obscenos, pues a éstos en Italia se les llama bufones. Hay, pues, que distinguir entre juglar y trovador, y no son dignos de llamarse juglares quienes juegan con monos y pájaros en las plazas.
Pese a todo, juglares y trovadores se confundían. Estos hombres, siempre errantes, eran el vehículo principal de la poesía medieval en las distintas lenguas europeas (provenzal, francés, castellano, gallego, catalán, italiano, inglés, alemán). En realidad, los trovadores, encomendaban a los juglares la divulgación de sus composiciones. El propio rey Alfonso el Sabio o literatos como el Arcipreste de Hita o Villasandino encargaban a los juglares que dieran máxima difusión a sus poemas. A menudo se envía al juglar a transmitir elogios o críticas feroces, y por esta razón muchos de ellos podían correr serio peligro, incluso de su propia vida.




La extracción social de esta categoría multiforme era, es fácil imaginarlo, muy variada. Podía pasarse de la condición de clérigo a la de juglar y viceversa. Peire Rogier de Alvernia, docto canónigo de Clermont, se hizo juglar hacia 1160, aunque murió como benedictino en el monasterio de Grandmont. Los clérigos tenían un buen conocimiento del arte de los juglares, como en el caso del Arcipreste de Hita, el cual “sabía los instrumentos e todas juglerías”.



Juglaresas






Las juglaresas constituían una categoría igualmente variopinta. En la península Ibérica las había cristianas, judías y musulmanas, igual que ocurría entre los hombres. Un tipo especial de juglaresa era la soldadera, es decir, “la que vive de la soldada diaria”. El Concilio de Toledo de 1324 execra las soldaderas y alude a su gracia para la danza y el canto. Su papel no puede reducirse al de simples meretrices, aun cuando sus ocupaciones pudieran llegar a ámbitos más íntimos.



A las soldaderas se las representa en las miniaturas medievales cantando o bailando, normalmente junto a un juglar. Es seguro que las Cantigas de Santa María se ejecutaban con su ayuda. Según las miniaturas del Cancioneiro da Ajuda, la soldadera tenía también parte relevante en la lírica galaicoportuguesa. De hecho, de las dieciséis miniaturas del Cancioneiro, sólo cuatro representan a juglares; las otras doce colocan a una cantante junto a un instrumentista. La soldadera aparece también en compañía de un trovador, tornado juglar tras haber perdido sus bienes a los dados; es el caso de Gaucelm Faidit (fallecido hacia 1216). En la corte, como sucedía con los juglares, se distinguía entre las soldaderas que viajaban a caballo y las más pobres, que se desplazaban a pie.




Alrededor de 1330 ya no se habla de soldaderas sino de cantaderas. El Arcipreste de Hita se refiere a ellas como mujeres que cantan al son del pandero. Encontramos asimismo una Isabel “la Cantadera” en la corte de Pedro iv el Ceremonioso, rey de Aragón durante la segunda mitad del siglo xiv. Diferentes clases de juglares Gracias a las Partidas de Alfonso x el Sabio y otras fuentes históricas tenemos noticia de la notable presencia de los juglares de gesta, los más estimados de todos. Los moralistas, de hecho, tenían por únicos juglares dignos de este nombre a los cantores de gestas de nobles y santos.




En la Crónica General de 1344 se distingue entre juglares de boca y juglares de péñola. Se llamaba de boca a los que cantaban acompañándose de instrumentos de cuerda, que no de viento. Los juglares de péñola eran quizá versificadores capaces de usar la pluma para escribir poemas o, más probablemente, juglares que tocaban la vihuela con el plectro, obtenido a partir de una pluma de oca, mientras que otros colegas suyos se acompañaban de la vihuela tocada con arco. En los romances épicos el juglar acompañaba al cantor, o a sí mismo, ejecutando una melodía con algún ornamento, al unísono o a la octava; con la vihuela se improvisaban también una especie de preludios y fórmulas instrumentales para la parte final de las estrofas cantadas.
Aquellas almas entre briosas y melancólicas se distinguían sobre todo por su especialización musical. Destacaban los violeros, considerados entre los de más prestigio por ser los que cantaban poemas épicos y religiosos. El Arcipreste de Hita distingue entre la vihuela de arco y la de péñola; había también quien tocaba la cedra (cedreros) y especialistas en cítola (cítoleros). Junto a éstos encontramos tromperos o trompeteros y tamboreros, de clase inferior, que quedaban al margen de la tradición literaria por el hecho de tocar instrumentos de viento y de percusión. Por lo común no eran solistas, sino que se unían ora a un grupo, ora a otro. Pese a todo, durante el siglo xiv los músicos de instrumentos de viento gozaron de un gran prestigio en la corte aragonesa.




aparecen tardíamente; lo normal es que fueran ligadas a la danza. Johannes de Grocheo las clasificó a finales del siglo xiii. También algunos lais, formas musicales típicas de los juglares de Francia, eran instrumentales: lais de vielle, de rote, de harpe. Aunque son raros los manuscritos con música de juglares, entre ellos destacan el célebre Chansonnier du Roi, conservado en la Biblioteca Nacional de París (signatura frç. 844), y quince ejemplos de danzas italianas (stampita, saltarello, rotta) en un códice musical del British Museum (signatura Add. 29987). El ocaso de los juglares Las estancias palaciegas conformaban el espacio principal de los juglares más cultos, aunque algunos vivían en las cortes de los grandes señores, a imitación de la realeza. En el siglo xiii los juglares provenzales acompañaban al señor catalán Hugo de Mataplana o al castellano Diego López de Vizcaya. A ellos se encargaban las funciones más dispares: desde pescar truchas en los ríos a llevar mensajes amorosos. En las ciudades se recurría al arte juglaresco para animar espectáculos o exaltar las nobles excelencias de una ciudad, como sucedía en Florencia, Bolonia, Pisa, Perugia o Asís. Existían asimismo juglares con puesto de trabajo fijo, al servicio de reyes o nobles, e incluso como empleados municipales.




Recibir obsequios era común entre los juglares, pero los trovadores no los aceptaban. El italiano Sordillo da Goito, recordado por Dante Alighieri, se queja en una discusión con su rival Bremón: “llámame injustamente juglar, pues yo doy ganancia sin buscarla, mientras que él la recibe y no la dona”. La comida, junto al dinero y las ropas, eran paga común: al juglar judío Bonafós, el rey de Navarra Carlos ii le pagó en Pamplona el 8 de julio de 1365 “coatro kafices de trigo, mesura de Pomplona”.




Asimismo el juglar itinerante podía recibir acaso una montura y, si cosechaba verdadero éxito, podía incluso permitirse tener siervos. Sin embargo, la prudencia juglaresca no era el comportamiento más usual y a menudo el dinero solía despilfarrarse en tabernas, burdeles y juego. Así, el juglar Reculaire había llegado a un grado de pobreza tal que, de cruzarse con salteadores, éstos le habrían dado limosna antes que robarle, como él mismo lamenta.
Es de notar que las vidas de los santos eran materia común de canto para los juglares, pese a las continuas prohibiciones de las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, el sentido jocoso de la vida que encarnaban los juglares fue recogido en primera persona por san Francisco de Asís, que llamaba a sus hermanos “joculatores Domini” (juglares del Señor). En 1226, año de la muerte de san Francisco, Gonzalo de Berceo se definía como juglar de santo Domingo.




Cabe decir que la aventura secular de los juglares entre la alta Edad Media y el Renacimiento llega a su punto culminante entre los siglos xiii y xv. Tras el predominio de los juglares de la Provenza, seguido del de los galaicos, crecieron en importancia los de Castilla, Aragón, Francia, Italia y Alemania, herederos de una antigua tradición que supo combinarse con las nuevas experiencias.




La juglaría sufrió un proceso de aburguesamiento entre los siglos xiv y xv. Desde 1321 los juglares de París tuvieron un barrio y una capilla propios (St-Julien des Ménetriers, destruida durante la Revolución Francesa); esta Ménestrandie, en los antípodas del antiguo arte juglaresco, trataba de imponerse a los músicos cortesanos. François Couperin trazó de ellos un feroz retrato musical en Les Fastes de la Grande et Ancienne Ménestrandise, en el segundo libro de sus Pièces de clavecin, de 1717.




Unos tiempos bien distintos de los de Giraut Riquier. En 1274, indignado por la pérdida de valor del arte de los juglares, amenazados éstos por diletantes y advenedizos, buscaba con orgullo reparación por parte de un rey: los trovadores son trovadores; los domadores de monos, domadores de monos, y los juglares, juglares.

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