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lunes, junio 11, 2007

Peniley Ramírez: Poemas



Testamento de Magdala

La poesía fue Carilda Oliver Labra sobre mi cama
con las piernas abiertas,
fue Sylvia Plath besándome el cuello
estremeciéndose cuando le toqué las manos tristes,
y Sabines cuando tiró mi virginidad por la ventana.

La poesía fue Ignacio que me salvó de amarme tantas veces,
fue Pizarnik en mi cuarto lleno de papeles
si me despertaba con el ruido de su máquina de escribir,
y Gelman que me llenó el cuerpo de preguntas.

La poesía fue Ezra Pound y dijo: eres invisible,
fue Benedetti que hizo de mi vientre una bahía linda y generosa,
y Huidobro hecho pájaro en vuelo contra el viento del polo Sur,

La poesía fue Roberto Díaz Muñoz y construyó con mis venas
una carretera
fue Yeats acostado sobre la arena de Inisfree
y Kerouac llorando en mi regazo la desesperanza del mundo.

Pero también fue mi madre los sábados en la cocina
o los viernes en Estambul,
mi padre tocando la guitarra con sus dedos pequeños
o saltando de un trampolín de diez metros,
mis hermanos abrazándome cada mañana
como si ya fuera a morirme,
mi abuela que inventaba poemas con ojos cerrados
y pintó París sin haberla visto nunca,
mis tías que me enseñaron a hablarle a las estrellas,
mi prima que creció y nunca más me miró los ojos,
Pulido que me vistió de piel y sexo,
Viviana cuando reunía paisajes en un sorbo de luz
con su cámara de fotos,
fuiste tú que me enseñaste la magia
de convertir electricidad en música
y me dejaste acurrucar en el hueco a tu costado,
y quedar para siempre en la foto familiar.



El poeta


El poeta sale de su cada y regresa al mismo sitio,
es una gota de tinta sobre una hoja de árbol seca.
El poeta deshilacha su corazón
para tejer palabras sin idioma ni sustancia.

No se civiliza, no arde cuando cruza una calle
sino cuando abraza una viejecita
o una mujer temblando de ganas de luchar.
El poeta no tiene sexo ni edad.

Podría estudiar las letras con un telescopio,
acomodar palabras como puente entre las estrellas,
prefiere desnudar con risas a los académicos
y a los obreros de las fábricas,
que siempre creen saber cuál es su lugar en la vida.

El poeta busca el borde exacto de un amanecer
para esconderse, cuando la luna tuerce su costado.
Pinta flores con las uñas en las ventanas de las cárceles
y camina sin mirar los fantasmas que le soplan versos.

El poeta es un auténtico nubarrón.
Nunca supo del amor, porque era otro fantasma,
cuando vino la guerra estaba ocupado con sus pompas de jabón
cuando vino la caricia corrió a escribirla,
cuando las hormigas le dijeron sus secretos
el poeta yacía, drogado de Historia.

Mientras pasaban los siglos y ardían las mujeres,
el poeta zurcía pacientemente los ojos de la noche,
acompañaba a los precoces y a los lentos,
sorprendía a los decentes con trozos de humanidad.

Y el día cuando el paso al vacío quedó saldado de trámites,
el poeta supo que ciertos poemas no merecen ser escritos,
descubrió que no tenía forma ni color,
no tenía sexo ni edad,
era nubarrón y gota de tinta,
no pudo morir, puesto que la muerte no dolía.

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