Después que Francia celebró el centenario de Jorge Luis Borges (1899-1999) con la pirotecnia intelectual del caso, es ya un lugar común asociar su nombre al de María Kodama, uno de sus últimos y mejores chistes, a los espejos, a su mamá, los tigres, las bibliotecas y los laberintos. También resulta tedioso asociarlo a la Academia Sueca en un sentido inverso: siempre nominado para el Nobel de Literatura y jamás premiado. Con cierto sarcasmo Borges aseguraba que todo eso de la nominación cada año y de la no premiación, formaba parte de una vieja tradición escandinava.
Borges en vida cruzó el laberinto de la fama y el reconocimiento mundial. El escritor peruano Mario Vargas Llosa postula en un artículo de prensa, hace poco publicado, que los franceses se apropiaron del ciego escritor y luego lo relanzaron al mundo. En Latinoamérica se comenzó a leer a Borges gracias a ese boom desatado con furor por algunos intelectuales franceses.
Borges fue siempre un escritor incómodo. No era un vanguardista, mucho menos un escritor comprometido. Más bien poseía una cosmología libresca bastante amplia y con todo ese grandioso arsenal de buenas lecturas fue escribiendo su obra. Se le reprochaba al parecer que estuvo más preocupado en leer la vida que vivirla o como escribe Claudio Magris: “La obra de Borges, que no se cansa de enumerar los mutantes objetos y las innumerables formas de la realidad, es un conmovedor catálogo del mundo, un intento de adueñarse de la huidiza multiplicidad de la vida reencerrándola en la concisa precisión de una definición de enciclopedia”.
A pesar de su educación almidonada de señorito, con enciclopedia británica incorporada, hizo gala de un sentido de humor despiadado, contra sí mismo y contra todo lo demás. Su humor lo sacaba de ese acartonamiento académico y de cátedra intelectual en el que se veía envuelto muy a su pesar, al parecer Borges fue un hombre en extremo tímido. El humor con que se tomaba todos los vaivenes intelectuales lo volvía más terrenal.
No se equivoca Vargas Llosa cuando escribe: “nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente vanguardista que se divertía soltando impertinencias”. Sus alocuciones verbales son en verdad memorables. Sobre César Luis Menoti comentó que era un hombre muy inteligente, lo único malo es que siempre estaba hablando de fútbol. En otra oportunidad estaba Borges firmando libros y un joven se le acercó y le dijo: “maestro usted es inmortal”. Borges: “No hay necesidad de ser tan pesimista”. En otra ocasión el escritor argentino iba a dictar una conferencia en Francia y los organizadores querían que la ofreciera en francés. Borges comentó: “Se dice que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita de escritores. En cambio como el castellano es una lengua plena en imperfecciones necesita de vez en cuando la aparición de un Góngora, un Quevedo o un Cervantes”. En otra circunstancia un periodista le dijo que era uno de los escritores más importante de este siglo. Borges le dijo: “No sea crea, es que este siglo ha sido bastante mediocre en cuanto a escritores se refiere”.
Uno leyó a Borges por azar. En mis días de estudiante me gustaba la literatura fantástica para pasar el rato. Un libro con el título de “Ficciones” era una tentación ideal. Me leí el libro de un tirón. Borges escribía de manera normal, pero había algo en profundo en los temas tratados en sus cuentos y en sus ensayos. Más que un narrador de historias era un narrador de incertidumbres. Más que ensayista académico era un alquimista de lo erudito. Con respecto a su estilo el mismo escribió: “El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la ventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas...” Muchos de los escritos de Borges se apegan a estas sencillas premisas, no obstante los temas, tratados siempre desde una óptica erudita, y abarcando todas sus variables intelectuales, atrapan al lector.
Borges nos descubrió desde otra perspectiva a Groussac, despertó nuestro interés por una obra tenida como inferior como es Bouvar y Pecuchet, avivó nuestra curiosidad por el relato policial, por Chesterton, Coleridge, Hawtorne, las literaturas nórdicas, los clásicos griegos, el tiempo, los espejos, los libros y el laberinto.
Quienes creyeron, o creen todavía, que Borges sólo fue un ciego escritor rodeado de libros por todas partes se equivocan. Una buena cantidad de textos escritos por Borges, tienen el soporte de sus profusas lecturas, pero al mismo tiempo su experiencia cotidiana le sirvió de acicate para escribirlos.
Sin contar, como se dijo antes, su humor peculiar que era como un ácido que corroía toda la seriedad aplastante y escolástica, que ridiculizaba a toda esa jerga intelectual y política que buscaba parecer de avanzada. Un humor que erosionaba todo esos pedestales bibliográficos que se levantaban en pos de estudiar su obra, para ubicarla en un sitial cultural inalcanzable.
En una que otra conferencia proporcionó muchas claves sobre su obra poética y cuentística. Con respecto a su poesía Borges acotó: “Parece presuntuoso que yo hable de mi poesía, pero al cabo de los años he llegado a comprender que la belleza no es un hecho extraordinario, que la belleza es común; y que todo hombre puede alcanzarla…”.
Borges publicó su primer libro de poemas: “Fervor Buenos aires”, en 1932. Su padre no quiso leer los originales convencido de que su hijo debía cometer sus propias equivocaciones y descubrirlas. La escritura poética llevó al joven Borges al “Ultraísmo”, movimiento poético vanguardista. Con respecto a esta etapa escribió: “podemos jugar a ser escritores antiguos o escritores futuros, pero eso son ingenuidades, somos escritores de nuestro tiempo”.
Hablando de su prosa, más específicamente a su obra narrativa, Borges revela sus vivencias intelectuales y humanas interactuando al momento de escribir. Por ejemplo su cuento “hombre de la esquina rosada” fue escrito en homenaje a Nicolás Paredes, especie de cacique de un barrio en Palermo que tenía en su haber dos muertos. Con respecto a su cuento “Funes el memorioso”, Borges escribió: “ Bueno, yo trataba de olvidarme de mí mismo para dormir, pero seguía pensando en mí mismo, acostado, pensaba minuciosamente en mi cuerpo, en los libros, en los muebles, en la habitación, en el patio, en la quinta, en las estatuas que estaban en la quinta, en la verja, en las casas vecinas, yo estaba abrumado por el universo y pensaba también en los astros. Iba más lejos, luego en la ciudad de Buenos Aires, pensaba en las ilustraciones de los libros, no podías olvidarme, y entonces imaginé ese personaje de una memoria infinita, ese personaje que es una metáfora del insomnio, Funes …”.
Con respecto al laberinto dijo: “ El laberinto es el símbolo viviente de la perplejidad y por eso lo he elegido, porque de las muchas demociones que el hombre siente, la más frecuente en mí es la perplejidad, la maravilla, el asombro…”. En lo referente a su cuento más famoso “El Aleph” escribió: “Yo había leído en los teólogos que la eternidad no es la suma del ayer, del hoy y del mañana, sino un instante, un instante infinito, (…) Bueno, yo simplemente apliqué esa idea de eternidad al espacio, inventé la historia del Aleph, le agregué detalles personales, por ejemplo, una mujer que yo quise y no me quiso nunca y que murió…”.
Lo expresado por Borges puede permitirme inferir que todo trabajo literario necesita de la experiencia vulgar y silvestre. Hay que vivir para que la lectura cobre algún sentido. En Borges la lectura lo condujo hacia la creación de textos ensamblados con frases de sutil perfección. Su vida no fue rica en experiencias, no obstante las pocas que vivió le permitieron descubrir la importancia de los sucesos personales, de los desgarrones íntimos para pergeñar una obra con cierta emotiva trascendencia.
Borges que siempre pregonó que la fama era sólo una forma de olvido, parece haberse equivocado. Hoy el escritor argentino, convertido en producto imprescindible de la cultura y en el patrimonio más rentable de la Fundación que lleva su nombre, transita por el laberinto de los homenajes, los simposios y las tertulias póstumas. Nada mal para un hombre que dijo sin falsa modestia, “creo que no he escrito más que borradores, realmente he hecho eso...".
Borges en vida cruzó el laberinto de la fama y el reconocimiento mundial. El escritor peruano Mario Vargas Llosa postula en un artículo de prensa, hace poco publicado, que los franceses se apropiaron del ciego escritor y luego lo relanzaron al mundo. En Latinoamérica se comenzó a leer a Borges gracias a ese boom desatado con furor por algunos intelectuales franceses.
Borges fue siempre un escritor incómodo. No era un vanguardista, mucho menos un escritor comprometido. Más bien poseía una cosmología libresca bastante amplia y con todo ese grandioso arsenal de buenas lecturas fue escribiendo su obra. Se le reprochaba al parecer que estuvo más preocupado en leer la vida que vivirla o como escribe Claudio Magris: “La obra de Borges, que no se cansa de enumerar los mutantes objetos y las innumerables formas de la realidad, es un conmovedor catálogo del mundo, un intento de adueñarse de la huidiza multiplicidad de la vida reencerrándola en la concisa precisión de una definición de enciclopedia”.
A pesar de su educación almidonada de señorito, con enciclopedia británica incorporada, hizo gala de un sentido de humor despiadado, contra sí mismo y contra todo lo demás. Su humor lo sacaba de ese acartonamiento académico y de cátedra intelectual en el que se veía envuelto muy a su pesar, al parecer Borges fue un hombre en extremo tímido. El humor con que se tomaba todos los vaivenes intelectuales lo volvía más terrenal.
No se equivoca Vargas Llosa cuando escribe: “nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente vanguardista que se divertía soltando impertinencias”. Sus alocuciones verbales son en verdad memorables. Sobre César Luis Menoti comentó que era un hombre muy inteligente, lo único malo es que siempre estaba hablando de fútbol. En otra oportunidad estaba Borges firmando libros y un joven se le acercó y le dijo: “maestro usted es inmortal”. Borges: “No hay necesidad de ser tan pesimista”. En otra ocasión el escritor argentino iba a dictar una conferencia en Francia y los organizadores querían que la ofreciera en francés. Borges comentó: “Se dice que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita de escritores. En cambio como el castellano es una lengua plena en imperfecciones necesita de vez en cuando la aparición de un Góngora, un Quevedo o un Cervantes”. En otra circunstancia un periodista le dijo que era uno de los escritores más importante de este siglo. Borges le dijo: “No sea crea, es que este siglo ha sido bastante mediocre en cuanto a escritores se refiere”.
Uno leyó a Borges por azar. En mis días de estudiante me gustaba la literatura fantástica para pasar el rato. Un libro con el título de “Ficciones” era una tentación ideal. Me leí el libro de un tirón. Borges escribía de manera normal, pero había algo en profundo en los temas tratados en sus cuentos y en sus ensayos. Más que un narrador de historias era un narrador de incertidumbres. Más que ensayista académico era un alquimista de lo erudito. Con respecto a su estilo el mismo escribió: “El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la ventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas...” Muchos de los escritos de Borges se apegan a estas sencillas premisas, no obstante los temas, tratados siempre desde una óptica erudita, y abarcando todas sus variables intelectuales, atrapan al lector.
Borges nos descubrió desde otra perspectiva a Groussac, despertó nuestro interés por una obra tenida como inferior como es Bouvar y Pecuchet, avivó nuestra curiosidad por el relato policial, por Chesterton, Coleridge, Hawtorne, las literaturas nórdicas, los clásicos griegos, el tiempo, los espejos, los libros y el laberinto.
Quienes creyeron, o creen todavía, que Borges sólo fue un ciego escritor rodeado de libros por todas partes se equivocan. Una buena cantidad de textos escritos por Borges, tienen el soporte de sus profusas lecturas, pero al mismo tiempo su experiencia cotidiana le sirvió de acicate para escribirlos.
Sin contar, como se dijo antes, su humor peculiar que era como un ácido que corroía toda la seriedad aplastante y escolástica, que ridiculizaba a toda esa jerga intelectual y política que buscaba parecer de avanzada. Un humor que erosionaba todo esos pedestales bibliográficos que se levantaban en pos de estudiar su obra, para ubicarla en un sitial cultural inalcanzable.
En una que otra conferencia proporcionó muchas claves sobre su obra poética y cuentística. Con respecto a su poesía Borges acotó: “Parece presuntuoso que yo hable de mi poesía, pero al cabo de los años he llegado a comprender que la belleza no es un hecho extraordinario, que la belleza es común; y que todo hombre puede alcanzarla…”.
Borges publicó su primer libro de poemas: “Fervor Buenos aires”, en 1932. Su padre no quiso leer los originales convencido de que su hijo debía cometer sus propias equivocaciones y descubrirlas. La escritura poética llevó al joven Borges al “Ultraísmo”, movimiento poético vanguardista. Con respecto a esta etapa escribió: “podemos jugar a ser escritores antiguos o escritores futuros, pero eso son ingenuidades, somos escritores de nuestro tiempo”.
Hablando de su prosa, más específicamente a su obra narrativa, Borges revela sus vivencias intelectuales y humanas interactuando al momento de escribir. Por ejemplo su cuento “hombre de la esquina rosada” fue escrito en homenaje a Nicolás Paredes, especie de cacique de un barrio en Palermo que tenía en su haber dos muertos. Con respecto a su cuento “Funes el memorioso”, Borges escribió: “ Bueno, yo trataba de olvidarme de mí mismo para dormir, pero seguía pensando en mí mismo, acostado, pensaba minuciosamente en mi cuerpo, en los libros, en los muebles, en la habitación, en el patio, en la quinta, en las estatuas que estaban en la quinta, en la verja, en las casas vecinas, yo estaba abrumado por el universo y pensaba también en los astros. Iba más lejos, luego en la ciudad de Buenos Aires, pensaba en las ilustraciones de los libros, no podías olvidarme, y entonces imaginé ese personaje de una memoria infinita, ese personaje que es una metáfora del insomnio, Funes …”.
Con respecto al laberinto dijo: “ El laberinto es el símbolo viviente de la perplejidad y por eso lo he elegido, porque de las muchas demociones que el hombre siente, la más frecuente en mí es la perplejidad, la maravilla, el asombro…”. En lo referente a su cuento más famoso “El Aleph” escribió: “Yo había leído en los teólogos que la eternidad no es la suma del ayer, del hoy y del mañana, sino un instante, un instante infinito, (…) Bueno, yo simplemente apliqué esa idea de eternidad al espacio, inventé la historia del Aleph, le agregué detalles personales, por ejemplo, una mujer que yo quise y no me quiso nunca y que murió…”.
Lo expresado por Borges puede permitirme inferir que todo trabajo literario necesita de la experiencia vulgar y silvestre. Hay que vivir para que la lectura cobre algún sentido. En Borges la lectura lo condujo hacia la creación de textos ensamblados con frases de sutil perfección. Su vida no fue rica en experiencias, no obstante las pocas que vivió le permitieron descubrir la importancia de los sucesos personales, de los desgarrones íntimos para pergeñar una obra con cierta emotiva trascendencia.
Borges que siempre pregonó que la fama era sólo una forma de olvido, parece haberse equivocado. Hoy el escritor argentino, convertido en producto imprescindible de la cultura y en el patrimonio más rentable de la Fundación que lleva su nombre, transita por el laberinto de los homenajes, los simposios y las tertulias póstumas. Nada mal para un hombre que dijo sin falsa modestia, “creo que no he escrito más que borradores, realmente he hecho eso...".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario