Un pronunciamiento importante como imagen inicial en los comienzos de una vida. Vellos púbicos como símbolo de lo desconocido y atrayente: son los caramelos del “desconocido” siempre conocido, con quien has querido tirarte un polvo desde hace tiempo; de una pija que siempre será grande, -cuando una es infante todas las pijas son enormes- y no hay mayor imaginación que aquella durante los años de algodón y el desarrollo de las partes más excitantes del cuerpo femenino. Es el centro y la oportunidad para tantos chavales “adelantados” que ocasionan dormir en los brazos del padre, sobre todo cuando él está solo.
De niña, aguardando lo nocturno, emigrando de cama e invocando el ataque de cualquier ser de extracción maligna. O simplemente, no dormir para atestiguar el levantamiento del monstruo paterno. Mi mano de niño “scout”. Caricias, placer y felicidad enredados con los sueños. De quien está dormido y de quien siempre duerme despierto. Oh, el coño de Freud y Lacan y las conchas de sus madres…
Adolescente, de algún modo ya no tienes acceso a las “travesuras” infantiles; ya no puedes inventar seres nocturnos que te atacan, ya no puedes dormir al lado de una de las primeras pijass de tu vida. Aunque fue bueno comenzar a explorar el mundo; conocer otras “latitudes” por ejemplo, otros colores, otros sabores, otras formas. Follar con el vecino, el jardinero, los primitos, el mozo de servicio, al chofer de papá, los catetos de la escuela.
Y los sueños crecieron también, no los que me indicaran qué iba a SER de “grande”; sino aquellos que me decían lo que iba a HACER -con tanta puta líbido-: entre los más hermosos puedo mencionar el recurrente: Tirada en la playa y el chofer dándome por detrás, repentinamente, una parvada de pájaros verdes vuelan sobre nosotros; él huía despavorido y yo, divertida, ordenaba a las aves traerle de vuelta. Le hacía sexo oral, él eyaculaba y yo ordenaba a las aves extraerle ojos y vísceras. Al alba la perenne humedad, siempre…
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