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martes, marzo 20, 2007

Ignacio García: Lowry, poesía y alcohol


Un día de septiembre de 1996, a las dos en punto de la tarde, dos o tres amigos y el que esto escribe entrábamos con unos cuantos pesos en las bolsas a La Casandra, una cantina de mala muerte que hoy aún funciona bajo la regencia de una de las Chatitas Gordas que tuvieron por un tiempo el dominio de la cantina que Arturo Talavera dejó hecha una piquera.

La idea, según nosotros, era comentar un libro y (a manera de terapia fingida) examinar si era verdad que “chupábamos” mucho o era natural la cantidad desmedida de alcohol que nos metíamos al cuerpo. Para esto, llevaba yo en las manos un poemario ya terminado, titulado Memorias de un Lupus. Para no hacer largo el cuento: ni comentamos el libro, ni nos adentramos en minucias del alcohol que bebíamos; pero eso sí, salimos a las 2 de la mañana, sin reloj, sin un astrolabio hermosísimo y sin mi portafolios tipo “ejecutivo”: todo bajo la modalidad de “sirve y mañana te pagamos, y te dejamos todo esto como garantía”.

El caso es que cuando recuperé mi “ejecutivo” ya no estaba ni el libro que se iba a analizar, ni mis Memorias de un Lupus y varias plumas que, me aseguraron las meseras, había yo regalado entre ellas. Mis lagunas mentales impidieron hacer cualquier reclamo y aquello quedó en la pérdida más infame…sobre todo mis Memorias

El libro que íbamos a “examinar” era Bajo el Volcán (1938) del escritor inglés Malcolm Lowry, una belleza de oda al alcohol escrita casi en su totalidad en Cuernavaca, México, y de la que (después pude enterarme) Lowry perdió varias veces los manuscritos que pergeñaba sentado a la mesa de la cantina; el escritor pretendía una trilogía en la que este primer volumen representaba una suerte de Infierno de Dante.

Objetividad lírica, miseria alcohólica y ninguna razón válida para sufrir, todo esto es lo que Lowry nos deja en esta joya del alcoholismo destructor. Bajo el Volcán es un espejo no sólo con azogue por la parte trasera, sino de un único reflejo donde (misteriosamente) puede verse cualquiera que vuela para alcohólico y termina como lo hizo el propio Lowry: ahogado en un afán de suicidio lentamente obsesivo ─y que nadie va a entender si no es sujeto del dominio de ese líquido letal. Si como dice William Blake (citado literalmente en ese libro por Lowry) hay un camino que nos lleva al infierno, Lowry lo recorrió sin saber si ya venía de allá o salía de él, para después recorrerlo otras cien o más veces.

Maldito entre los malditos, a su constante afán por la autodestrucción hay que sumar una increíble mala suerte que jalona su biografía a las desgracias tan grotescas como las distintas pérdidas de sus manuscritos –el de la novela inédita En lastre hacia el Mar Blanco, la cual ardió durante un incendio de su casa en 1944; Bajo el volcán hubo de ser re-escrita varias veces por una pérdida aquí, otra allá…siempre en piqueras y cantinas; y para ponerle punto final, su muerte por asfixia etílica, acaecida, mientras el más grande de los escritores alcohólicos dormía, el 27 de junio de 1957. Si esa ruta descrita por Blake existe, no hay duda de que Malcolm Lowry decidió obedecerla hasta el fin.

Las malas lenguas decían que Lowry era así de borrachote debido a su atracción por el mar: agua de sal hace aguardiente. Cierto, el escritor tenía esa pasión por lo marino. En 1927 se embarca en un carguero que salió de Liverpool con rumbo al Extremo Oriente. Fruto de aquella singladura, que tras cruzar el Canal de Suez le llevaría a Shanghai, Hong Kong, Yokohama, Singapur y Vladivostock, nacería Ultramarina, su primera novela publicada en 1933; una narración que ya muestra huellas de los asuntos que Lowry quiere abordar: un muchacho que quiere demostrarse a sí mismo que es un hombre entre otros hombres; además de la búsqueda del más alto ideal humano en la degradación, los extraños lazos que unen a la gracia con la culpa y la representación mediante símbolos de la realidad más alucinante.

Si bien el Infierno lowryano en Bajo el Volcán se sucede casi toda de cantina en cantina (de la barra del hotel Casino de la Selva a la cantinucha de El Farolito), no es ahí en donde el escritor da fe de su adicción (repulsión y pedido de auxilio) hacia un demonio que le esclaviza al grado de arrebatarle por instantes su inteligencia. La novela apenas si resume las últimas horas de un ex -cónsul inglés (alter ego de Lowry), en lucha contra los fantasmas que pueblan su cerebro debido al alcohol. No va a ser, pues, allí donde el escritor describa los verdaderos horrores de la ingesta alcohólica, sino en un puñado de poemas descarnados, ciertos, y hasta cierto punto de vista, absurdos por la terrible conciencia con que son escritos.

Uno (el que esto escribe) conoce la forma en que, sentado a una mesa de cantina, se puede alternar la escritura de una novela, con pedazos de poesía (o al revés ─y no precisamente novelas sino también escritos técnicos o científicos). Eso hacía Lowry. Escribía, alternando uno y otro género con el fin de transparentar su desgracia a través de la poesía. Es aquí donde uno halla los rasgos característicos de esta enfermedad que todo lo destruye: negación, proyección, racionalización y ese engaño sutil de la mente que le dicta a uno que “todo marcha bien”; si bien, en lo más profundo de una voluntad enferma y de una conciencia maltrecha, el alcohólico percibe ese mundo oscuro y trata de alejarse de él: infortunadamente, sin lograrlo por él mismo. En un poema titulado Abridor de ojos, Lowry dice:

Cuán semejante a un hombre, es el Hombre, que se levanta tarde / Y contempla los platos sucios de la cena / Y contempla las botellas, vacías también. / Todo ello tragado durante el sordo «¿Cómo estás?» sin fin de la noche anterior / -Aunque un vaso contiene todavía un refresco espantoso- / Cuán semejante al Hombre es este hombre y su destino, / Aún borracho y tropezando entre los árboles amarillentos / Va a desayunar ron picado, sardinas y guisantes.

Lowry (como sus semejantes alcohólicos) sabe que su interior se degrada; y ese desgaste, poblado de luces puntiagudas, le producen culpa, tanto humana como divina. El escritor sabe de orar en silencio, pero el rezo de él está hecho a la medida de su esclavitud:

Dios da la bebida a esos borrachos que se despiertan al amanecer / Farfullando sobre las rodillas de Belcebú, totalmente destrozados, / Cuando una vez más espían a través de las ventanas / Acechando, el terrible puente cortado del día. (Oración del borracho)

A lo que Lowry alude en estos versos es a un estado ya crónico del alcoholismo; el sujeto se despierta por las noches con una cruda espantosa; va al enfriador y no halla cerveza alguna... ni un solo sorbo…Su única esperanza es el despunte de la mañana: las seis, las siete, la hora primera en que abra el primer estanquillo donde adquirir el bendito líquido que apague esos infiernos. A pesar del sufrimiento feroz infligido durante la noche sin la bebida, el alcohólico inicia, con el primer trago mañanero, su sin-sentido de obsesión para seguir bebiendo. Siempre se dice a él mismo: “Ésta es la última”… Cuando se da cuenta ya dieron las siete de la noche, las dos de la mañana, y como Lowry, se dirá:

Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí / en esta barra arqueada con la pintura marrón descascarada, / papegaai, mescal, hennessy, cerveza, / dos viscosas escupideras, sin compañía excepto el miedo: / miedo de la luz, de la primavera, del lamento de aves y autobuses volando a sitios lejanos, / y de los estudiantes yendo a las carreras, de chicas brincando con el aire en sus rostros, / pero sin compañía excepto el miedo, miedo de la fuente volando: y todas las flores / que conocen el sol son mis enemigos, ¿estas, muertas, horas? (Sin más compañero que el miedo)

Llega un momento de su progresión y destino, que el alcohólico lo sustituye todo; lo único que le interesa es cómo conseguir su próximo trago. No hay amor capaz de arrancarlo de esa compulsión; no existe una lágrima, un ruego, nada que lo detenga en la búsqueda de su bebida. Se le llama “irresponsable, insensible, cruel” y se le exige que “tenga voluntad”... pero su voluntad es, precisamente, lo más enfermo que él posee, y ello lo conduce a eliminarlo todo y pensar única y solamente en la forma de “estarse tranquilo” en la belleza absurda del embotamiento de los sentidos:

La única esperanza es el próximo trago. / Si te apetece puedes dar un paseo. / Sin tiempo de pararse a pensar, /La única esperanza es el próximo trago. / Inútil titubear en el límite, / Peor que inútil todo este hablar. / La única esperanza es el próximo trago. / Si te apetece, puedes dar un paseo. (Sin tiempo de pararse a pensar)

Negación: “No bebo tanto”. Proyección: “Tú eres quien me llevó a este estado”. Racionalización: “Bebo porque si no, no puedo escribir, trabajar, pensar”. Además de este engaño de la mente, viene luego ─más pronto que antes─ la consecuencia física; el metabolismo afecta al cerebro acostumbrado al alcohol, éste se deprime y, cuando se le retiran el “vital” líquido, se “desquita” con visiones que los expertos llaman delirium tremens, y que Lowry lo anota en su poesía más fácilmente:

No eres el primero que tiene el tembleque, el vértigo, el horror; que lleva chanclos / escarlata, / ni tampoco la puta invencible / perseguida por ojos como redes de pescar. Inclinándose, / duele el rostro de hierro con ojos de ágata, y despierta / el ángel de la guarda, ve el pasado / como un Partenón de posibilidades… / No eres el primero al que se coge en mentira / ni del que se dice que está muriendo. (Consuelo)

Eso es, el único consuelo que tiene como despojo quien ha perdido ya la batalla contra el alcohol, es saber que hay otros igual que él; con ellos se reunirá para, a lo “escuadrón de la muerte”, irse yendo sin darse cuenta: pensando que todavía es capaz de no ser agarrado a palos por el elemento etílico; creer que aún puede vencer a este Mr. Hyde mudo, feroz y oculto.

No sé si Lowry alguna vez quiso ayuda. O si alguien le dijo que la había. O él se empeño en seguir los senderos de Blake uno en donde los excesos son el camino a la felicidad. No lo sé. Tal vez, como lo dice Bill. W. “Su real sentimiento de inferioridad es agrandado por su sensibilidad infantil, y es ese estado de cosas lo que genera en él ese insaciable y anormal deseo de aprobación y de éxito a los ojos del mundo. Niño aún, llora por alcanzar la luna ¡Y la luna no desea ser alcanzada por él!” (El lenguaje del corazón)

Lo que sea, Lowry nos deja varios libros de poemas, entre ellos El idioma del dolor del hombre, en los que a su maestría para narrar, añade una filosofía (ya conocida por muchos otros) sobre los disturbios que causa el alcohol en el cerebro, en los nervios y las ingles; y sobre todo en esa parte que Gustav Carl Jung llamó el grado cero del espíritu humano, y que Lowry nos traduce en palabras llenas de consigna y obediencia a su propio destino como escritor dado a la bebida:


SIN EL DRAGÓN NOCTURNO


Ideas de libertad están atadas a la bebida.
Nuestro ideal de vida contiene una taberna
Donde un hombre puede sentarse y hablar o sólo pensar,
Sin ningún miedo al dragón nocturno;
O bien otra taberna donde no aparecen
Letreros de No se Fía ni de No hay crédito
Y, dejando aparte las ilimitadas cervezas,
Nos sentamos tranquilamente borrachos y locos a editar
Panfletos de un país realmente mejor donde un hombre
Puede beber un vino más delicado, ¡Ah!, no destilado
Que intoxica sutilmente sin dolor,
Tejiendo la visión de una taberna inasimilable
Donde siempre podemos beber sin pagar
Con la puerta abierta, y el viento soplando.

3 comentarios:

Tino Ventura A. dijo...

Nacho:

Como siempre, un excelente texto. Gracias por compartir con nosotros esta visión transparente del buen Malcom Lowry.

Las líneas de mi biografía, por recato, pudor o miedo, no sé, jamás me llevaron a los límites expuesto por el cónsul honorario; pero lo que pude vivir en un entorno donde el alcohol la "rifaba en serio", me permitió reconocer muchos de esos limbos que la bebida construye.

Desde esta otra forma de locura que es la sobriedad, recibe un fuerte abrazo.

Tino Ventura.

Anónimo dijo...

Estimado Nacho:
Tu texto sobre Lowry, como todo lo que escribes me dejó perturbada y a la vez con una calma serena: ese savoir faire de la escritura tuya, combinada con tu alta sensibilidad de poeta y conocedor de las tragedias y grandezas de lo cotidiano, dan como resultado textos arrolladores llenos de verdad,- sin cursilerías ni adornos de oropel,- que restan en mi menoria y se entremezclan con los recuerdos que tengo de gente a la que he amado, o que quiero profundamente y en la que reconozco la triste realidad de los seres maravillosos y sensibles con la voluntad quebrantada por el fantasma del alcohol.Hoy los amo y endiendo mejor. Lo que escribes me deja intuir que de alguna manera superaste ese bache para adentrate a calzón quitado con tu ser interior.Lo que haya sido, el resultado es extraordinario y su efecto altamente gratificante, por muchas cosas que sería largo explicar.
Queda pendiente una cita con Adela y contigo, mientras recibe un abrazo afectuoso

Judith.

Anónimo dijo...

Estimados Judith y Tino: gracias por seguir las líneas de este escritor que, ciertamente, sabe de todo ese pasaje oscuro del alcoholismo destructor; conoce de los recovecos de su pérdida y la forma sutil (como lo expreso en el texto) en que la mente misma de uno lo engaña y mantiene al filo del acero del elemento líquido. Hace unos 5 años que salí de ahí...regresé del infierno gracias a un montón de gente que, como ustedes, supieron entender mi mal: me quisieron, amaron, comprendieron y enseñaron el camino de la recuperación. Queda como saldo en mí el haber aprendido un buen de experiencia, información y deseos para compartir con otros mi antiguo estado y los síntomas y consecuencias terribles del alcohol. En una novela de título Su Nombre Hasta Ahora en http://ignacio88.tripod.com hallarán en unas 120 páginas, una suerte de biografía alcohólica y la forma en que la redención se acercó a mí.

Un abrazo grandote.

Judith: Claro, sigue en pie lo de la reunión con Adela y tú...Póngale fecha.

Ignacio