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sábado, julio 12, 2008

Rosi Murillo: Angélica y los caracoles





Angélica y los caracoles.

Aquel martes, Angélica fue al mar a buscar caracoles, de esos que se pegan en los muelles, si, los encontró, y quiso encerrarlos en una caja. Los caracoles al verse en peligro trataron de escapar, pero fue en vano: fueron confinados al pequeño cofre donde la niña guardaba sus tesoros.
Estaba tan absorta en su hallazgo, que no notó que se avecinaba una tormenta; ésta la atrapó. Ella trató de escapar pero no iba a ninguna parte; por más que corría por el muelle, volvía al mismo sitio, El muelle no terminaba, parecía que el principio y el fin eran lo mismo. El agua empezó a menguar, entonces un fuerte viento tomó su lugar zarandeándola tanto, que llegó a pensar que perdería sus tesoros a los que se había aferrado pese a tanto estrago.
Volaban por el cielo, como en una ligera brisa, unas golondrinas que habían observado toda la escena. Se acercaron lo más que pudieron a Angélica y le gritaron: ¡suelta el baúl!, La niña, ya cansada, accedió, Era casi imposible seguir asida a todos esos objetos tan importantes para ella.
Como pudo, con la poca fuerza que le quedaba arrojó el baúl, todos los elementos salieron y se precipitaron al mar, precedidos por los moluscos.
El viento soplo más fuerte, pero la fuerza se tornaba en guía como una mano dulce que la sacó del laberinto.
Y voló, voló tan alto, ayudada por el aire, que pudo alcanzar las nubes; esas nubes que forman animales, que forman ángeles, que forman castillos, que forman flores.
Cabalgó así por la pradera del cielo, platicaba con los conejos que encontraba a su paso. Un perro furioso le salió al encuentro y en seguida se apareció un castillo donde pudo resguardarse. Adentro encontró incontables figuras con las que jugó, hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida.
Fue entonces cuando el soplo nuevamente la llevó suave hasta la orilla del mar.
Desde entonces, todos los días al atardecer, Angélica regresa al muelle a esperar el viento que la lleve cada día a una historia diferente, y desde el cielo pueda observar en lo profundo del mar su hermosa caja, custodiada por un sinfín de caracoles. Angélica sonríe al ver la cantidad de buzos que visitan el arrecife para admirar los tesoros del baúl.

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