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sábado, enero 06, 2007

Gabriel Fuster: Cargo


CARGO
Por Gabriel Fuster


El baobab es mi sombrero.
Helo allí: extraño título. Sí, por fin recobro la lucidez del viaje entre los sueños de magia negra.
Yo pensé esto el primer día de mi regreso de Africa.
El día que salí del museo, lo recuerdo ahora. Caminaba sin rumbo fijo, de mirada asombrosa como encontrarse en la calle con uno mismo, y entré a una tienda de regalos a mitad de la avenida de los Campos Elíseos. Allí me atiende esta linda mujer de ojos que tú no conoces pero inmutan y obligan a ponerte serio, una de esas atractivas mujeres de color como la evidencia de la gran esfinge, y supuse que seria grato hacerle platica mientras pretendo comprar algo y le comento: ‘Acabo de regresar de un viaje por Africa”.
Ella: ¿Bonito lugar? Yo: Caluroso.
De todos modos, me siento a escribirlo en la notebook y todo se resuelve en mi memoria como la alegría de aceptar la tristeza. ¿Quién podía imaginar que el lugar tuviera teléfonos siquiera? Pero hay telégrafo hasta Kinshasa y un plato satelital. Yo puedo chatear con cualquier persona del mundo, la agencia paga. Nada parecido en el resto de Africa, sólo la radio y buena suerte con ello. Mierda, el territorio de la sabana es más caluroso que el infierno. Al caso, guardo un pack de cocas frías en el pequeño refrigerador oxidado. Tomo un descanso en el porche del bungalow. Los locales lo llaman sahel. Ciertamente, el Sahel, del arábigo sahil, frontera o costa del desierto del Sahara, es la región convergente del desierto y la zona fértil del sur del continente, conocida como el Sudan, no confundirla con el país del mismo nombre, sino que la palabra árabe refiere de este modo a la tierra de los negros. Entonces llega Dios, el manco de cien manos, y me abanica el rostro de sudor absolutamente irreal. ¿Qué voy a hacer ahora? Tengo ganas de ponerme a llorar, estoy llorando. De plano, quiero reunir mis cosas, algún libro, una caja de fósforos, cigarros, un pantalón, tal vez una camisa limpia. Quiero irme. No sé a donde ni para qué, pero quiero irme. Tengo miedo. No estoy a gusto. Vine buscando el documental premiado. Pensé que el éxito era el único refugio contra los bombardeos nocturnos. Y encontré que el éxito no podía salvarse. El éxito dura sólo un instante. Es corrompido por el tiempo, no soporta la competencia, apesta con las horas. Nadie hace la pregunta. Soolaimon, mi traductor y hermano del viento, sabe que el dolor de cabeza me impide sentir la hospitalidad de su gente y se apura. Yo no soy el autor de los nombres más queridos.


Soolaimon levanta el telón: Dos negros con lanzas llegan por mí y me conducen con el rey. Yo pregunto si estoy arrestado y los hombres ríen. No, su majestad tiene un repentino apetito. Él espera en este palanquín sostenido dos metros arriba, pero decide bajarse y recorre a pie un largo trecho entre los árboles del tamaño de castillos, para detenerse a bailar en un conjunto de rocas viejas que no pueden moverse a la sombra, piedras sin jugo ya. La enorme reunión de los animales salvajes la lleva a cabo el rey, los hombres con lanzas y un viejo tocando el tambor. Los hombres del palanquín hacen una fogata en una extensa piedra blanca, más dura que las otras, caliente. Parece una madriguera de rayos. El tambor djembe produce sonidos que parecen estar en todas partes, en un aguacero elemental, mientras el rey da un discurso o recita un poema, lento y aprisa. Tu ignorancia es un disparo al aire sobre la manada que pace con milenaria saliva. Yo lo observo, pero pasado un minuto siento que se derrite el fulgor del Kilimanjaro. Yo me digo que veo cosas, que estoy enfermando de kuru. Me recuerdo de ir a la misión la próxima vez que me sienta mal. Busco la sombra del baobab.


-¿No les importa si me siento a la sombra un momento? – digo a Soolaimon – ¡Se me fríe el cerebro con este sol insoportable!
El rey detiene su kakilambe y sonríe al comentario, sus dientes puntiagudos son reales. Él dice:
-El baobab es mi sombrero
Yo supongo que se refiere a la sombra que otorga el árbol, mismo que es referido coloquialmente como el árbol que crece volteado, aceptando esta leyenda árabe que asegura que en el día de la creación el diablo lo sacó de raíz y lo volvió a plantar al revés. Al momento de sentarme, el soberano arranca con una mordida la corteza y hala las tiras, entonces me enseña a tejerlas a modo de formar un sombrero burdo con la ciencia de la tierra y el pie desnudo. Cuando el rey termina el tricornio, lo porta como una corona.
Yo deseo saber más sobre artesanía local y pregunto a Soolaimon si es de buena suerte. El hombre niega con la cabeza. No malhoi, dice. Arranca otra tira del árbol. Este malhoi. Sin saber que significa malhoi, lo acepto. No estoy en posición de discutir. El baobab es mi sombrero y Soolaimon sacude el tronco invulnerable con este hachazo de puro júbilo. Por un momento, pienso que tiene un primitivo sentido del humor, pero existen cosas peores. Los botánicos están de acuerdo que el Baobab es apto para almacenar enormes cantidades de agua dentro de sus troncos huecos. Entonces la indolente gotera del corte desborda el nivel del río Níger. Es un sentimiento de agua espesa, de agua que quiere levantarse como la alegría eterna del hipopótamo. Así se estuvo y tenía los ojos mojados como la choza diminuta que lucha contra la inundación, porque esta soledad es peor que todo, es un cargamento en el ombligo, donde una voz y un canto quedan tensos como un arco que nunca se disparará.
Yo no podré quejarme si no encontré lo que buscaba. En el s. XIX son célebres los nombres de los exploradores ingleses Livingstone, Stanley, Speke, Claperton y Grant con una siempreviva en su diario. O los franceses Marchand, Foureau, Caillé y Binger. Sin faltar Barth, alemán. Africa ya no está. De un momento a otro dejó de cantar, se quedó quieta y dura como una máscara funeraria. El vuelo dura ocho horas. No hay hora más larga que cuando no duermes, mientras los cocodrilos en fila asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo. Una turbina falla, les platico.
Hela allí: extraña pieza.
Burial mask, probably Bakuba, Belgian Congo, wood and metal, 13” high. AFRICA
Ella: ¿Desea una nota de regalo? Yo: Oui, la amanuense a cargo.
Africa se escribe con negritas

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