Keisy Baker Field
EL LIBRO EN BLANCO
La bestia se sienta al teléfono. La bella nunca regresa sus llamadas.
En el jardín, un cuervo grazna como una mujer que se quema las manos. La bestia lee novelas de Corin Tellado, cuentos de hadas y algo de poesía entre tarjetas Hallmark, pues en cuanto respira una flor ya tiende a la obesidad. En esas historias ella siempre vuelve.
La bestia sabe que puede oír los discos más tristes esta noche. Por ejemplo, oír el canto que reniega otra vez del final feliz:
“Mira mi soledad,
mira mi soledad que no me sienta nada bien.
Ay, ay querida”. La garra pasa la caricia a la cara del álbum. Y no advierte que sentimentalmente comete un acto de violencia. Ay , ay, ay la bella se piensa segura tras una puerta con tablas claveteadas.
Duro pesar, nos enamoramos todo el tiempo de la persona equivocada. Mi dedo cuenta 144 retoños en un palo de bugambilia que brinca la gruesa de una barda de doce por doce ladrillos: las flores caídas instauran los aplastados de Heliogabalus. Te veré en mis sueños esta noche, especialmente si ceno en exceso. La otra noche soñé que me comía un malvavisco y al despertar la almohada ya no estaba allí. El libro de estudio es un libro en negro y la gravedad me abandona. Ella piensa que soy Jesús.
Yo pienso que es inalcanzable.
Este libro pintado, sugerido, analizado, inventado, construido y vivido sobre ella, rodeado de espinos, donde la espada del amor abre un camino. Al borde de nuestra hora, entro al palacio y paso de largo a los guardias muertos. Entro al dormitorio real, los aposentos en silencio y beso al espejo. El beso es un círculo de condensación. El fantasma de una boca. El vidrio se trastorna en agua, hielo abolido que cae sobre mí. No puedo nadar, me ahogo bajo el vaivén de las olas.
La belleza me resucita
Te llamo Love.
XICO
Y éste es el regalo que ella le dio.
Desde el corredor de sus pasos en mareo que acaban por salir al patio de arcilla del mundo, ella precisó la sorpresa que siempre puede ocurrir: un lote baldío de nube y sol entrando por la frente de una mañana cítrica. Un patio trasero visto reducido a través del cóncavo hecho con dos manos y una lente superpuesta de nuevo testamento, que su alarde cortó y pulió con circunstancia secreta.
Las paredes en su vida estaban cuarteadas por todos los años de casuales encuentros y frágiles consentimientos. La autoestima cavada hasta los cimientos por el recio paleo de los hombres. Los adoquines de su vergüenza estaban limosos por las muchas lluvias del manoseo y en la gran herida debieron de quedar anegadas las mentiras a evaporarse la siguiente vez que pudiera mirarlas el colosal ojo del sol. Los escalones de sus sueños se apoyaban contra montones de basura. El portón de su pasado era sombrío y debía cerrarse despacio si quería dejarse bien cerrado, pues una corriente de aire acomete la garganta cada vez que uno debe decir algo que lo reprende a sí mismo.
Pero ella había rescatado el residuo de su orgullo, el paraíso al final del zaguán, el jardín secreto donde se ha levantado, se ha vuelto a caer y de nuevo levantar el santuario de su persona.
Ella procuró ese invernadero durante los años de maltrato, clausurándolo con la doble llave de brazos cruzados en su postura de control. Ahora lo ha conseguido del modo que la quería: ying y yang, luego cada flor y piedra y sueño es una contribución al todo. Toda embelesada, deja apoyada la mejilla contra el interruptor de la luz.
Y ella fue al mercado con el cuadro que aquí ves.
Y ella ofertó el lienzo en el sitio más transitado de la plaza.
Y ella esperó por él para llegar a adquirirlo, porque de entre todas las exóticas viandas y tesoros en ese mercado, el amor era el más singular de los artículos.
Ella espera todavía. Lleva un buen rato.
He aquí cinco pesos. El boleto del camión y el costo de una orquídea. Fíjate de tomar el marcado con tache, palo, luna y queso. Buena suerte.
EL LIBRO EN BLANCO
La bestia se sienta al teléfono. La bella nunca regresa sus llamadas.
En el jardín, un cuervo grazna como una mujer que se quema las manos. La bestia lee novelas de Corin Tellado, cuentos de hadas y algo de poesía entre tarjetas Hallmark, pues en cuanto respira una flor ya tiende a la obesidad. En esas historias ella siempre vuelve.
La bestia sabe que puede oír los discos más tristes esta noche. Por ejemplo, oír el canto que reniega otra vez del final feliz:
“Mira mi soledad,
mira mi soledad que no me sienta nada bien.
Ay, ay querida”. La garra pasa la caricia a la cara del álbum. Y no advierte que sentimentalmente comete un acto de violencia. Ay , ay, ay la bella se piensa segura tras una puerta con tablas claveteadas.
Duro pesar, nos enamoramos todo el tiempo de la persona equivocada. Mi dedo cuenta 144 retoños en un palo de bugambilia que brinca la gruesa de una barda de doce por doce ladrillos: las flores caídas instauran los aplastados de Heliogabalus. Te veré en mis sueños esta noche, especialmente si ceno en exceso. La otra noche soñé que me comía un malvavisco y al despertar la almohada ya no estaba allí. El libro de estudio es un libro en negro y la gravedad me abandona. Ella piensa que soy Jesús.
Yo pienso que es inalcanzable.
Este libro pintado, sugerido, analizado, inventado, construido y vivido sobre ella, rodeado de espinos, donde la espada del amor abre un camino. Al borde de nuestra hora, entro al palacio y paso de largo a los guardias muertos. Entro al dormitorio real, los aposentos en silencio y beso al espejo. El beso es un círculo de condensación. El fantasma de una boca. El vidrio se trastorna en agua, hielo abolido que cae sobre mí. No puedo nadar, me ahogo bajo el vaivén de las olas.
La belleza me resucita
Te llamo Love.
XICO
Y éste es el regalo que ella le dio.
Desde el corredor de sus pasos en mareo que acaban por salir al patio de arcilla del mundo, ella precisó la sorpresa que siempre puede ocurrir: un lote baldío de nube y sol entrando por la frente de una mañana cítrica. Un patio trasero visto reducido a través del cóncavo hecho con dos manos y una lente superpuesta de nuevo testamento, que su alarde cortó y pulió con circunstancia secreta.
Las paredes en su vida estaban cuarteadas por todos los años de casuales encuentros y frágiles consentimientos. La autoestima cavada hasta los cimientos por el recio paleo de los hombres. Los adoquines de su vergüenza estaban limosos por las muchas lluvias del manoseo y en la gran herida debieron de quedar anegadas las mentiras a evaporarse la siguiente vez que pudiera mirarlas el colosal ojo del sol. Los escalones de sus sueños se apoyaban contra montones de basura. El portón de su pasado era sombrío y debía cerrarse despacio si quería dejarse bien cerrado, pues una corriente de aire acomete la garganta cada vez que uno debe decir algo que lo reprende a sí mismo.
Pero ella había rescatado el residuo de su orgullo, el paraíso al final del zaguán, el jardín secreto donde se ha levantado, se ha vuelto a caer y de nuevo levantar el santuario de su persona.
Ella procuró ese invernadero durante los años de maltrato, clausurándolo con la doble llave de brazos cruzados en su postura de control. Ahora lo ha conseguido del modo que la quería: ying y yang, luego cada flor y piedra y sueño es una contribución al todo. Toda embelesada, deja apoyada la mejilla contra el interruptor de la luz.
Y ella fue al mercado con el cuadro que aquí ves.
Y ella ofertó el lienzo en el sitio más transitado de la plaza.
Y ella esperó por él para llegar a adquirirlo, porque de entre todas las exóticas viandas y tesoros en ese mercado, el amor era el más singular de los artículos.
Ella espera todavía. Lleva un buen rato.
He aquí cinco pesos. El boleto del camión y el costo de una orquídea. Fíjate de tomar el marcado con tache, palo, luna y queso. Buena suerte.
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