A Maribel Luna Portela
Alguna vez escuché la frase: “Todo los cambios son buenos”. Asumiendo una actitud optimista, se puede decir que es cierto; un corte de cabello hace lucir a cualquier mujer diferente y hermosa, un ascenso laboral implica también un cambio económico favorable. Me pregunto: un cambio de casa, ¿implica mejoría? La respuesta, sin duda alguna es afirmativa. He tenido que cancelar citas en el consultorio para organizar el menaje de casa, ordenar libros, ropa y los juguetes de mis hijos. He querido desprenderme de todas las cosas que me provocan nostalgia o me hacen recordar algo desagradable. La indecisión me atormenta y ante ello, he optado por guardarlas en el ático.
Me encuentro hoy revisando fotografías, tarjetas navideñas, diplomas, recortes de periódico y me detengo al leer un encabezado: “Homenaje a Vivaldi en el Teatro Mireles”. Mi vista se nubla a causa de las lágrimas contenidas en los ojos. No quiero llorar, pero es inevitable; recordar aquel concierto me hace sollozar y fijar la mirada en el estuche negro empolvado donde guardo mi violín Stradivarius, herencia de mi abuelo. A medida que lo voy sacudiendo, mi memoria se transporta al pasado. Me sitúo en marzo 20 del año 1989, afinando el violín detrás del telón. Si bien los nervios me delataban, una mezcla de entusiasmo y alegría dominaban todo mi ser. Primavera en Mi Mayor, uno de los conciertos incluidos en Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, estaba asignado para mí dentro del Programa. Era la solista principal. En cuanto se escucharon los aplausos y el telón se abrió. Una gran emoción recorrió mi alma y comencé a tocar como si el famoso y pelirrojo compositor italiano hubiera destinado tal partitura exclusivamente para mí. Al terminar, mi embeleso se transformó en mareo, hasta que caí al suelo desvanecida. A partir de ese momento, la recomendación del médico fue concisa: dejar de tocar.
Seguí su consejo al pie de la letra. Me dediqué en cuerpo y alma a la endodoncia pediátrica, sin descuidar a mi familia… Ahora que ya han pasado diecinueve años, me llama la atención el final de la nota del periódico que afirma textual: “Dato curioso: La violinista Luna Portela cae desmayada en el preciso instante en que el solsticio de invierno cambia a equinoccio de primavera siendo las 19:36 horas”. Siento un inmenso deseo de tocar alguna pieza de Vivaldi y mis manos no se detienen. Froto la cinta del arco con la colofina y empiezo a tocar mi Stradivarius. No estoy nerviosa, ni mareada; el hecho de escuchar el sonido característico del violín me transforma el semblante. Indiscutiblemente, los cambios son buenos. Esta mudanza ha traído como consecuencia, más que un cambio, el reencuentro conmigo misma: dejarme llevar por el éxtasis de mi propia sensibilidad para tocar el violín.
2 comentarios:
Una vez mas, una historia corta que no queria que terminara. Muy buena como todas...ya espero la que sigue.
Felicidades Lourdes!!!
Felicidades Lourdes.
Sabes perfecto despertar emociones con pocas palabras...
Heredaste ese don... Usalo todo lo que puedas
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