Ocho son los textos que componen Algo me dice tu silencio*, primer libro de Lucía Deblock y ganador del premio “Sergio Galindo” para publicación de obra”. Pero todo esto, aunque digno de tomarse en cuenta, resulta anecdótico. Lo importante es destacar el ingreso de la autora al mundillo literario, con un volumen fincado en el pulido y vigoroso manejo del lenguaje y la acabada factura de los textos. Lucía Deblock se aproxima al cuento con la seguridad que deriva de sus lecturas y el conocimiento de un universo narrativo cuyas complejidades le resultan propias por naturaleza.
Si bien en seis de los ocho textos aparecen mujeres como protagonista, no por ello estamos ante un libro de “género” o feminista. Por el contrario, el particular y hasta (me atrevería a decir) original tratamiento de la nómina de personajes, ataja todo intento de encajonarlo bajo tales etiquetas. Las protagonistas no aparecen en las páginas del volumen para exigir reivindicaciones ni sociales ni sentimentales o para reseñar fracasos o gratificaciones; sino para asumir su condición femenina en un mundo signado, ahora sí, por la presencia del hombre, ya sea en su papel de esposo, jefe, amante, rival o complemento.
El ser mujer, parece decirnos la autora, no implica más derechos ni amerita menos obligaciones; sino únicamente la certidumbre de una responsabilidad, conciencia y sensibilidad distinta a la del hombre. No obstante, los cuentos no encuadran situaciones o conflictos que pretendan generalizar el sentir femenino, ni mucho menos constituirse en representantes de tal condición, como muchos estudios de género insisten en ventilar, sobre todo, cuando se trata de libros escritos por mujeres. Lo peculiar de estos textos es la certeza de que estamos ante individualidades específicas, frente a la emoción con que una mujer en particular, enfrenta elude o resuelve, su especial circunstancia. Y este libro, frente a una tendencia que obliga a frivolizar las historias protagonizadas por mujeres en beneficio de la banalización y las ventas, aunque a costa de la calidad literaria, representa un alivio frente a la enfermedad de los lugares comunes.
Los cuentos de Algo me dice tu silencio, tienen que ver con situaciones emocionales, más que con situaciones emocionantes, dicho esto en el sentido de que los textos no buscan el final sorpresa, ni se fundamentan en el remate desconcertante. Por el contrario, los personajes crean y luego transitan una expectativa que se cumple a cabalidad con la aceptación de las consecuencias de los actos cometidos y hasta premeditados. Luego de deambular por los vericuetos de la ternura, la violencia y sus estadios intermedios, aparece siempre la convicción de que nadie, ni siquiera la circunstancia, es más culpable que uno mismo. Todos somos la consecuencia de nuestros actos pasados o presentes y sólo la propensión al autoengaño aconseja ponerle otro nombre al responsable.
Pese a ello, el territorio donde se desenvuelven los personajes, está siempre transitado por figuras emblemáticas, ausentes o presentes, que determinan la conducta y psicología de todos ellos. De entre estas figuras, destaco la presencia masculina, eje de las historias y provocadora del deseo, la violencia y el desacato; pero no menos importante, y hasta enfatizada por quedar desvanecida en la coreografía general, resalta, precisamente porque subyace, la figura materna y su trágica secuela: la orfandad funcional. A partir de estos personajes, rabiosamente presentes unos y ausentes otros, se desprenden los asuntos que contribuyen a dotar al libro de su vigorosa unidad temática: la infancia distante, el abandono por muerte o distanciamiento, la soledad asumida en y desde el silencio, el atisbo del amor, y la memoria o el olvido, esa vía siempre transitada en ambos sentidos, como frágil puente para la recuperación dolorosa o nostálgica.
De esta unidad temática, deriva la estilística. El lenguaje obsesivo, laberíntico, plagado de enumeraciones que dan cuenta del peso del acto ritual como única forma de sobrellevar la existencia, pespuntea la mayoría de los textos. Se describen minuciosamente “las rutinas exactas, eficientes, mecánicas” (60), porque “sólo a los que practicamos la inanimada y tiesa rutina de esperar, nos gratifica la exactitud del tiempo” (25). El rito, para serlo y funcionar como tal, tiene que ser exacto y obsesivo y, tal vez, sólo un estilo igualmente exacto y obsesivo, sea el único capaz de reflejarlo en el papel.
El rito, otro de los temas centrales, posibilita la espera y recupera la infancia perdida, el amor lejano, a los “muertos de la casa”; la rutina (“ceremonia”, “protocolo”, insiste y enumera la autora), conjura o despeja el dolor por el abandono, la infancia lejana, el amor perdido. Rito y rutina: caras de la misma moneda, la que paga el paliativo para soportar la vida.
La unidad temática y la coherencia estilística, conducen la atención del lector hacia los personajes, mismos que transitan ya el limbo del abandono o están a punto de desembocar en él. Mientras tanto, los personajes giran alrededor de manías cuya fiel reconstitución deviene un rito, sin dejar por ello de parecer rutina. Las liturgias cotidianas son un mecanismo para reconstruir o convocar, a veces el olvido; pero casi siempre el recuerdo: “Se decía que el tiempo de una mujer abandonada estaba conformado por infinitas horas perdidas buscando respuestas, y minutos, tratando de integrar a la cotidianidad las sobras que quedaban de una misma” (42).
Cuentos de personaje, de circunstancia, donde los protagonistas asumen o reconocen una realidad que aunque dolorosa, les resulta soportable porque la saben compartida (“encontrar el consuelo de saber que además de mí, existe otra persona incapaz de salir libremente de su mundo”26) y porque además la reconocen como la única prueba del ser-y-estar-vivo. En suma, personajes conscientes de su responsabilidad y al mismo tiempo de su inocencia frente a los avatares del destino, atentos a la voz de sus emociones y estudiosos de la mecánica de sus sentimientos. Personajes dignos y sobre todo vivos, aun frente a la certidumbre de que, a pesar de buscar el amor, no hay salida ni en él, ni solamente por él, puesto que, “Por sí sólo, el amor no es suficiente”(62).
Algo me dice tu silencio: México, D.F.: Cuadernos del Baluarte, Instituto Veracruzano de Cultura, 2007. De venta en Educal o algomedicetusilencio@yahoo.com.mx
Si bien en seis de los ocho textos aparecen mujeres como protagonista, no por ello estamos ante un libro de “género” o feminista. Por el contrario, el particular y hasta (me atrevería a decir) original tratamiento de la nómina de personajes, ataja todo intento de encajonarlo bajo tales etiquetas. Las protagonistas no aparecen en las páginas del volumen para exigir reivindicaciones ni sociales ni sentimentales o para reseñar fracasos o gratificaciones; sino para asumir su condición femenina en un mundo signado, ahora sí, por la presencia del hombre, ya sea en su papel de esposo, jefe, amante, rival o complemento.
El ser mujer, parece decirnos la autora, no implica más derechos ni amerita menos obligaciones; sino únicamente la certidumbre de una responsabilidad, conciencia y sensibilidad distinta a la del hombre. No obstante, los cuentos no encuadran situaciones o conflictos que pretendan generalizar el sentir femenino, ni mucho menos constituirse en representantes de tal condición, como muchos estudios de género insisten en ventilar, sobre todo, cuando se trata de libros escritos por mujeres. Lo peculiar de estos textos es la certeza de que estamos ante individualidades específicas, frente a la emoción con que una mujer en particular, enfrenta elude o resuelve, su especial circunstancia. Y este libro, frente a una tendencia que obliga a frivolizar las historias protagonizadas por mujeres en beneficio de la banalización y las ventas, aunque a costa de la calidad literaria, representa un alivio frente a la enfermedad de los lugares comunes.
Los cuentos de Algo me dice tu silencio, tienen que ver con situaciones emocionales, más que con situaciones emocionantes, dicho esto en el sentido de que los textos no buscan el final sorpresa, ni se fundamentan en el remate desconcertante. Por el contrario, los personajes crean y luego transitan una expectativa que se cumple a cabalidad con la aceptación de las consecuencias de los actos cometidos y hasta premeditados. Luego de deambular por los vericuetos de la ternura, la violencia y sus estadios intermedios, aparece siempre la convicción de que nadie, ni siquiera la circunstancia, es más culpable que uno mismo. Todos somos la consecuencia de nuestros actos pasados o presentes y sólo la propensión al autoengaño aconseja ponerle otro nombre al responsable.
Pese a ello, el territorio donde se desenvuelven los personajes, está siempre transitado por figuras emblemáticas, ausentes o presentes, que determinan la conducta y psicología de todos ellos. De entre estas figuras, destaco la presencia masculina, eje de las historias y provocadora del deseo, la violencia y el desacato; pero no menos importante, y hasta enfatizada por quedar desvanecida en la coreografía general, resalta, precisamente porque subyace, la figura materna y su trágica secuela: la orfandad funcional. A partir de estos personajes, rabiosamente presentes unos y ausentes otros, se desprenden los asuntos que contribuyen a dotar al libro de su vigorosa unidad temática: la infancia distante, el abandono por muerte o distanciamiento, la soledad asumida en y desde el silencio, el atisbo del amor, y la memoria o el olvido, esa vía siempre transitada en ambos sentidos, como frágil puente para la recuperación dolorosa o nostálgica.
De esta unidad temática, deriva la estilística. El lenguaje obsesivo, laberíntico, plagado de enumeraciones que dan cuenta del peso del acto ritual como única forma de sobrellevar la existencia, pespuntea la mayoría de los textos. Se describen minuciosamente “las rutinas exactas, eficientes, mecánicas” (60), porque “sólo a los que practicamos la inanimada y tiesa rutina de esperar, nos gratifica la exactitud del tiempo” (25). El rito, para serlo y funcionar como tal, tiene que ser exacto y obsesivo y, tal vez, sólo un estilo igualmente exacto y obsesivo, sea el único capaz de reflejarlo en el papel.
El rito, otro de los temas centrales, posibilita la espera y recupera la infancia perdida, el amor lejano, a los “muertos de la casa”; la rutina (“ceremonia”, “protocolo”, insiste y enumera la autora), conjura o despeja el dolor por el abandono, la infancia lejana, el amor perdido. Rito y rutina: caras de la misma moneda, la que paga el paliativo para soportar la vida.
La unidad temática y la coherencia estilística, conducen la atención del lector hacia los personajes, mismos que transitan ya el limbo del abandono o están a punto de desembocar en él. Mientras tanto, los personajes giran alrededor de manías cuya fiel reconstitución deviene un rito, sin dejar por ello de parecer rutina. Las liturgias cotidianas son un mecanismo para reconstruir o convocar, a veces el olvido; pero casi siempre el recuerdo: “Se decía que el tiempo de una mujer abandonada estaba conformado por infinitas horas perdidas buscando respuestas, y minutos, tratando de integrar a la cotidianidad las sobras que quedaban de una misma” (42).
Cuentos de personaje, de circunstancia, donde los protagonistas asumen o reconocen una realidad que aunque dolorosa, les resulta soportable porque la saben compartida (“encontrar el consuelo de saber que además de mí, existe otra persona incapaz de salir libremente de su mundo”26) y porque además la reconocen como la única prueba del ser-y-estar-vivo. En suma, personajes conscientes de su responsabilidad y al mismo tiempo de su inocencia frente a los avatares del destino, atentos a la voz de sus emociones y estudiosos de la mecánica de sus sentimientos. Personajes dignos y sobre todo vivos, aun frente a la certidumbre de que, a pesar de buscar el amor, no hay salida ni en él, ni solamente por él, puesto que, “Por sí sólo, el amor no es suficiente”(62).
Algo me dice tu silencio: México, D.F.: Cuadernos del Baluarte, Instituto Veracruzano de Cultura, 2007. De venta en Educal o algomedicetusilencio@yahoo.com.mx
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