Que maravilla es el saberse testigo de un hecho que marca un a partir de ahora en la vida milenaria de nuestro astro. Estas hormiguitas que bajo una voz que no se percibe actúan, responden, producen y renacen. Estas partículas vivientes de las que formamos parte tienen una esperanza. Calculadores, mercantilistas, interesados en el agiotismo sin vergüenza, cavan un cráter impúdico que colorea caretas que pronto se desconfigurarán.
Felicidades, hemos recibido un aquí hemos estado siempre de una gran nación.
No solo fue el gran espectáculo tetra-anual esperado. Este fue científicamente diseñado y ha cimbrado la conciencia de miles de millones. La madre de todas las culturas nos zarandeó al recordarnos las bases y el esplendor de la inteligencia humana y que nos elevó hasta las alturas del pensamiento que animan a la especie a tener una esperanza tangible de nuestro futuro terrenal.
Ese dechado de virtudes que nos estrujó para bien de nuestra conciencia, inyectó el suero que aniquila la desesperanza y nos animó a salir del limbo que nos ahoga como pensantes. La solemnidad y la belleza de todo el espectáculo anunció con fanfarrias imperiales una nueva era. Los niños resurgieron como la gran esperanza de nuestro vapuleado mundo. La historia contada durante el espectáculo nos mostró una directriz que valora sentimiento, sensibilidad y la explosión creativa del ser humano.
Una belleza y una lección que no debemos olvidar nunca. Las máquinas están al servicio de la inteligencia. La masa humana puede ser un gran panal. ¿Eso es bueno?
Aún está en chino que nuestra latina sociedad tome conciencia de las aportaciones que culturas milenarias nos ofrecen para sobrevivir. Ojalá y pronto se den las condiciones para poder asimilar. Que se difundan.
La inauguración de los Juegos Olímpicos en Pekín nos dejó envueltos en una seda no sedante, una textura vaporosa que nos anima a subir la vista para buscar la esperanzadora señal.
No solo fue el gran espectáculo tetra-anual esperado. Este fue científicamente diseñado y ha cimbrado la conciencia de miles de millones. La madre de todas las culturas nos zarandeó al recordarnos las bases y el esplendor de la inteligencia humana y que nos elevó hasta las alturas del pensamiento que animan a la especie a tener una esperanza tangible de nuestro futuro terrenal.
Ese dechado de virtudes que nos estrujó para bien de nuestra conciencia, inyectó el suero que aniquila la desesperanza y nos animó a salir del limbo que nos ahoga como pensantes. La solemnidad y la belleza de todo el espectáculo anunció con fanfarrias imperiales una nueva era. Los niños resurgieron como la gran esperanza de nuestro vapuleado mundo. La historia contada durante el espectáculo nos mostró una directriz que valora sentimiento, sensibilidad y la explosión creativa del ser humano.
Una belleza y una lección que no debemos olvidar nunca. Las máquinas están al servicio de la inteligencia. La masa humana puede ser un gran panal. ¿Eso es bueno?
Aún está en chino que nuestra latina sociedad tome conciencia de las aportaciones que culturas milenarias nos ofrecen para sobrevivir. Ojalá y pronto se den las condiciones para poder asimilar. Que se difundan.
La inauguración de los Juegos Olímpicos en Pekín nos dejó envueltos en una seda no sedante, una textura vaporosa que nos anima a subir la vista para buscar la esperanzadora señal.
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