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martes, julio 10, 2007

KC Baker Fields: Otro cuento



LA DAMA CON UN GRAN CORAZON DE PIRITA

Existen otros mundos, pero se hallan ubicados en éste.
Rodeados de espejos, los ojos se miran antes de disiparse. Hay un punto alucinante donde se tiende hacia ti un grito. Los espacios caminan hacia nosotros, cambian de lugar. Un laberinto de reflejos, en este juego de apariciones y desapariciones que jugamos en el salón de los espejos. Trampa de las repeticiones. Cada uno habla como le fue en la feria.
-Adivina lo que veo en ti –el caballero propone con un susurro.

(Los ojos dicen sésamo y la puerta se abre y el tiempo se vuelve un corredor sin fin. Tus ojos son la refutación de un cartel en la pared. Las masas acabaron con la ópera real y el antiguo circo romano. La feria llegó con sus recursos baratos, sus loterías y premios. Nos tratábamos de usted, pero ahora la tuteo dentro del agolpamiento, del hervidero, del remolino humano y los vendedores de globos y besos. Los cubos blancos de un poblado rodean la carpa y, a su vez, el paraje público se halla dividido de forma rectangular, como las celdas de un convento, las jaulas de un zoológico. Adentro, ante dos filas de graderías, pululan bizarras criaturas que, sin embargo, parecen vagamente familiares. ¿Nos ven o los vemos? Yo encuentro la salida de emergencia en tus ojos. Hoy no existe una feria que se considere respetable y nos brinde un mediodía plagado de animales en cautiverio o las maravillas del mundo de segunda mano. Es un feo negocio. Los juegos mecánicos substituyeron al circo de los fenómenos. Rápido, rápido cuélate debajo de la lona. Uno o dos cómplices, para echar un ojo a lo más espeluznante, lo más increíble, lo más pasmoso. Vean a Claudia, la mujer peluda, condenada a recitar a Rilke, por haber sostenido amoríos con un sombrero. Conozcan al faquir, actuando al lado de Lupina, la bailarina de goma. Sorpréndanse de Hefesto, con una garganta de asbesto y un estómago de metal. El tipo puede comer fuego, masticar clavos, beber agua pesada con popote. O encuentre a Memo, el niño pez, con una cola de bagre por pies por haber desobedecido a sus amados y queridos y sacrificados padres. Aquí miren a la cosa sin nombre, el ser que una madre no quiso dar a luz, producto del ataque de un elefante en el cuarto mes de embarazo. Bestia de pesadilla y morbosidad médica. El animal que sabe decir no y así inventa otra deformidad y dice sí, el hombre elefante. Además, el hombre de dos cabezas, la doble jamona y el clown duplicado. Véanlos por usted mismo. Admisión: Cinco pesos. Pero de un paso adelante, pase al interior. Si el desfile de monstruos no es suficiente, mire nuestra atracción principal: Penniley, la dama con el gran corazón de pirita).

-Definitivamente, eres la misma imagen de lujo –revela finalmente.
Hay un tono de orgasmo en el comentario.
Penniley vuelve las espaldas al espejo en el cuarto. Mira al hombre que acaba en el látigo y regresa a la cama, teniendo sexo ferozmente, mientras en su mente huye a un mundo aparte. El mismo sueño despierto en aras de un hombre constante. Un hombre de quién nunca desearía separase. Ávido de luz, este diamante del cuerpo responde al trato de buenas manos que la cortejan como todos.
El carnaval de los sentidos cesa, la conciencia se cambia de ropas y dice:
-Estoy cansada de las salas de Versalles. Me voy a otro lado.
¿A dónde será esta vez? Madrid, Cote d’Azur, Marrakesh, Chipre se consumen bajos sus pies. Sodoma y Gomorra idolatradas por su tacto. Las uñas, muy tranquilas, rasguñan la piel para abrir una nueva historia: viajes, ensueños, ciudades, gente, voces distintas, sabores ignotos. Esta historia se torna aburrida.
-No te sientas rechazado, mon cherie. Existen otros como tú, compitiendo por llegar más alto. Los insignificantes les queda el anonimato para redimirse. Súmate al club
El suspiro de Leviatán pasa por la tierra. El tipo resultó incapaz de mirar de mirar por debajo de la belleza, del músculo tonificado, el corazón que ella posee. Ese día deja París y sus jardines. Penniley pasa el bilé por sus labios y decide que esta vez será Nepal, el mismo Everest.
El martes es un buen día para morir en la cúspide, pero es menester elegir entre las dos rutas principales para el ascenso. La más fácil y más frecuentada es la cara sudoeste. Fue la ruta utilizada por Hillary y Tenzing en 1953. Ello, sin embargo, fue una elección dictada más política que técnica, ya que la frontera china fue cerrada a los extranjeros en 1949. Los alpinistas prefieren los desafíos físicos y mentales que impone la otra cara de la dama. Hombres que no temen pisar su falda.
-Te lo digo en serio, Penny. –comenta el sherpa -El delegado sigue dispuesto a darte lo que tu corazón pida.
-El delegado está equivocado –responde ella.
Los sherpas son la gente de las montañas en Nepal. Sin embargo, debido a la importancia que tuvieron como guías y ayudantes en las expediciones en el Himalaya, la palabra Sherpa se amplió a cualquier guía y ayudante en el turismo de escalada. En tibetano Shar significa Este; pa es un sufijo que significa "gente", formándose así, Sharpa o sherpa. A la mujer sherpa se le llama "sherpani".

(Tus ojos son los telescopios del mundo. Lord Shiva arroja el guante contra un tapiz dorado, arrepentido quizás de su esencia destructora. La gente sueña rosas y muere bajo el invernal sudario del desamor. El final repetido significa romper el hueso a cada intento por llegar a ti. La excursión penetra la ruta solitaria en carro de cabras mugientes. En el techo del mundo, danzo bajo el influjo de una hoguera de nacientes estrellas y contemplo las montañas que se desgajan como marchitas flores. La celebración de Vesak. O la taquicardia de tu corazón de roca)

-Esto es estúpido –advierte el delegado, arrepentido de su fantasía.
-Me encanta pasar por estúpida –responde Penniley, ajustando sus lentes de seguridad- Queda demostrado que los hombres se contagian de mi estupidez.
Inicia la discusión y sube las cotas de la montaña con la misma velocidad de las corrientes de aire. Bajo influjo femenino, cada niño tiene un hilo negro en el talón. De modo que, cuando el guía alcanzara la tienda de campaña la mañana siguiente, iba a encontrar un hombre muerto.
Penniley toma la pendiente y camina unos cuantos metros en la nieve. Unos cuantos metros son los que bastaron. Ella estaba inmediatamente perdida. Es difícil pensar con claridad sin oxigeno y la combinación de bajas temperaturas y grampones en el calzado.
Para entrar el día, se baña en otra luz sin derecho a sombra. El frío relame los pasos fatigados. Mediodía. Ella muerde sus manos para saber que saben a hambre. Se hace de soga y arnés y se arrastra, los brazos por delante, tratando de encontrar las levas en el hielo. Pero igualmente han desaparecido. Se incorpora de rodillas y despierta el nerviosismo.
La tormenta cae
Nieve, silencio cómplice.
Entonces, Penniley distingue una fractura en la capa glaciar, la abertura de una cueva. Penniley salva la avalancha y se escurre en el refugio de una era ya olvidada. Los ojos dicen sésamo y se abre una sala de estalagmitas.
La cueva no es muy profunda, pero la invade la penumbra. Por si fuera poco, tocan Los Beatles. Después de beber el agua lodosa, acurruca el oído junto al eco. El miedo es el distribuidor autorizados de pasos. En la esquina de la gruta, algo se movía insistentemente. Penny parpadea varias veces, la escarcha de los pestañas le pesa en los ojos. Ella no alcanza a distinguir las formas del animal amorfo y maloliente.
En Nepal es llamado Yeti.
El espécimen mitológico es acusado de supuestos ataques a tibetanos e incluso las víctimas exhiben moldes en escayola de sus enormes pies. Quienes avalan el mito, lo consideran un pariente lejano del orangután y descendiente del ramapithecus que habitó en esta cordillera hace millones de años. La prueba concluyente se encontraba aquí, delante del cuerpo inerme de Penniley. Ella no puede contener el asombro.
El desmesurado ser investiga la caverna, movido por el calor que despiden los cuadrúpedos. La carroña que dejaron los yaks y dzos en sal, la sangre muerta de aliento fétido. Ciego bajo el pelambre, busca a la dama anhelada. Las recias manos tocan el rostro, juegan con la cabeza cuando revisa el casco. Penniley sabe que es el final.
De pronto, la criatura empieza a silbar. Tonos profundos, armónicos. Emponzoñados de cataratas congeladas. Las páginas sobre existencias antediluvianas de los anales de Criptozoología nos hablan de un hombre huidizo de más de dos metros de altura, completamente cubierto de pelo y que tiene la capacidad de cantar con guturales voces. Ob-la-di, ob-la-da. Penniley supo que había encontrado a su hombre constante, su hombre noctámbulo, errante. El abominable hombre de las nieves. La lógica era irrefutable. Los antropólogos debían haberlo sospechado, los freaks de circo deberían haberlo tenido por cierto. Penniley había estado intuitivamente en la razón. El amor es un mundo cerrado.

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