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martes, agosto 05, 2008

Gabriel Fuster: NEMESIS



NEMESIS

La vida es una suma de destrucciones.
De acuerdo con varias religiones orientales, el karma sería una retribución cósmica o una ley invisible de causa y efecto inmensurable que se deriva de los actos de los seres vivientes. El sustantivo sánscrito karman significa acción, donde toda buena y mala intención, toda bella cosecha y envidia del subsuelo se superpone al mítico Triptolemo y la celeste unidad de las sucesivas reencarnaciones queda condicionada por los actos realizados en vidas anteriores, pero Marco Tulio El Garramuño Aguilera no cree en tal cosa llamada “recompensa divina”. No señor, el universo no es benigno ni maligno. El universo simplemente existe y las mágicas ondas de existencia se hallan ocupadas por mantener el orden, a pesar que las cortes y tribunales en la tierra abominan la boca que se pronuncia por el entusiasmo del linchamiento. Hago esta advertencia porque la forma es lo primero que toca a las muchedumbres y sus conciencias insinuantes. Cuando era joven, el grupo Radiohead tocaba una canción titulada “Policía del karma”. Aunque la canción advierte al pusilánime sobre la asamblea de las pálidas indolencias, Marco Tulio El Garramuño Aguilera es un fuerte creyente de la filosofía de que uno debe joder antes de que te jodan.
Marco Tulio El Garramuño Aguilera ha diseñado y construido un nuevo baño para Germán Lastra B., un hombre jubilado del pulso acelerado del mundo y transformado en mago, es decir, en músico compositor con sesenta años y la ingenua creencia de vivir con su cheque de pensión. Marco Tulio ha incumplido las cláusulas originales del contrato, ha escatimado el pago del adelanto por material de baja calidad, por ejemplo, consideró la instalación de cañería con PVC de origen chino en lugar de tubería de cobre, o al menos galvanizada. Igualmente ha substituido el azulejo por papel tapiz y dando oportunidad a los abultamientos de aire durante la aplicación y, por si fuera poco, la mano de obra adolece de honestidad, responsabilidad y puntualidad con el empleo de sombras desesperadas del charco de cuijes. Finalmente el contratista entrega a su dueño un baño que hace preferir las letrinas de un gulag. Ese fue el primer error.
Marco Tulio El Garramuño Aguilera concibe al hombre como arbitrio de perpetuas parias, luego un rápido repaso a la factura surge un cargo extraordinario de trece mil pesos sobre la percepción instantánea y evanescente del presupuesto inicial. Ese fue el segundo error.
Germán Lastra B. hace una llamada de emergencia a Marco Tulio ante la primera gotera. El tono de su voz es calmado y hasta apenado, como si las preocupaciones fueran más íntimas que domésticas. Germán es un hombre educado. Él solicita al contratista que regresen al punto de partida y resuelvan diferencias. Marco Tulio ríe abiertamente y clava la siguiente frase con la tachuela del sarcasmo diciendo “que su trabajo es de calidad y está terminado y que le ponga como quiera”. Ese fue el tercer error.
Una sociedad que reconcilie las dos direcciones antagónicas de la causa civil le da la razón a Marco Tulio El Garramuño Aguilera, pues el modelo romano es un antecedente valioso en el perfeccionamiento de la pesada del cobre y la balanza y la presencia del librepiens y de los cinco testigos. Legalmente, Marco Tulio estaba a salvo. Ninguna demanda o denuncia prosperaría en su contra. Más, en el plano ético, el asunto era una voluntad interrumpida del obligado que contestaba spondeo, pero ni siquiera las noches de insomnio rondarían su cama por ello. En resumen, Germán se quedaba con un baño inservible con bidé, lavabo de pie e inodoro siempre en ebullición y cuya albañilería asoma terribles erupciones. En la hora de evacuación, el inquilino se da a la tarea de armar su propio microscopio con los rollos de cartón del papel higiénico para localizar las fugas de agua de la silicona En vano, intenta cortar las llaves de paso.
Germán Lastra B. solicita la reparación nuevamente.
Durante treinta intentos estériles, Marta Liza, la esposa de Marco Tulio El Garramuño Aguilera, que a menudo fungía como secretaría, precisamente las veces que el matrimonio se trataba de ahorrar las cuotas del Seguro Social sobre el sueldo de Gina Montez como la albina señorita jirafa, toma el recado y lo estira hasta el punto de su bella mentira.
El caballero insiste en su súplica, aunque tenga la atención de una voz no esperada.
La mujer mastica chicle, se revisa las uñas. Ella ha escuchado el mismo lamento muchas veces. Casada con Marco Tulio por once años, ha aprendido que no cabe la soledad del hombre ni el canto de los amigos, sino apenas esta provocación a las avispas y a la colmena que rezonga sin fin.
-Mire, señor Lastre, ¿Qué quiere que yo haga? Ya le pase su recado y no me responde nada, porque así es desde que lo conozco. Además yo tengo que hacer comida y lavar ropa. Él se comunicará con usted, tarde o temprano.
-Usted es su esposa. Debe saber que me robó.
-Escuche, señor como se llame, no tengo por qué escuchar esto. Voy a colgarle
-Señora, quiero decirle que soy un jansenista, o sea, una persona que cree en la predestinación y sostiene que el hombre, aunque depravado, no puede resistir la gracia de Dios y…
Una mitad desvela y otra mitad deja caer el auricular en su lugar sin permitirle terminar el argumento, mascando chicle y volteando los ojos al cielo. Nuevamente, Marta Liza ni siquiera se molesta de guardar el recado a su esposo.
Y ese fue el peor error de todos.

Los electrones danzan. Los espíritus se cristalizan. Puesto en las palabras del poeta Gabriel Fuster, recordamos: Ningún copo de nieve se hace responsable en la avalancha. El mapa es trazado en un campo dominado por lo macro, que por calca artificial termina pisando sin ver a todo lo que no está en su escala. El bien genera bien, el mal agobia al mal. Así como se caza a los pájaros con flechas hechas de sus propias plumas. Marco Tulio conduce su rojo quemado Mustang 1966 convertible totalmente reconstruido a la gasolinera. Frente a la bomba de gasolina Premium, deja que los últimos acordes de Radiohead suenen en su estéreo antes de apagar el motor. Cuando el despachador se acerca a la portezuela, Marco Tulio El Garramuño Aguilera se levanta las gafas obscuras y le pasa las llaves del tanque.
-Lleno, por favor
-Lo siento, pero no le puedo vender gasolina.
-¿Por qué no? ¿Se les acabó?
-En lo absoluto, la pipa nos acaba de surtir combustible.
-No importa, llénalo con Magna
-No puedo venderle de ninguna gasolina
-¿Qué carajos, pues? ¿No están en servicio?
-Sí, señor, pero estamos del lado de Germán Lastra B. en su injusticia.
Marco Tulio se queda mudo unos segundos. Supone que escuchó otra cosa y su mente lo traicionó. No lo comprende, él ha cargado gasolina en este establecimiento durante ocho años y nunca tuvo un acto de racionamiento, ni siquiera en la gran carestía del gobierno del cambio. Además, nunca hubiera creído que Germán Lastra B. fuera tan popular.
-No entiendo de qué me hablas
-Lo siento, no hay gasolina para usted
Marco Tulio baja de su auto y empuja al trabajador, que mantiene las manos dentro del overol.
-¿Qué te pasa, pinche pendejo? ¿Qué es este Germán Lastra de ti? ¿Es tu pariente? ¿El nuevo dueño del lugar, o qué chingados?
-No, señor, ni lo conozco –responde y se da la media vuelta.
-Ve, chinga tu madre y no me sirvas nada. Me voy a la siguiente estación.
Desgraciadamente, en las siguientes seis estaciones tampoco recibió el servicio. Entonces el auto se detuvo por falta de nafta y Marco Tulio El Garramuño Aguilera tuvo que empujar la unidad hasta estacionarla contra las vertebras enormes de los Andes. No por completo. Maldiciendo entre dientes, coloca la marcha en neutral y junta el culto de Hércules al culto de la fuerza del viento para empujar un camión, mientras la mano derecha dirige el volante. Ubicado en el estacionamiento de Wal*Mart, ya empuja y empuja con todas sus fuerzas y una sílaba larga con imitación de segunda arpa se impone a espaldas suyas. Marco Tulio oye el desagradable sonido de tela que se rasga. Su pantalón Dockers talla W34L32 se había roto por la costura posterior, asomando los calzones. Entonces surge un bostezo de fuego, ¿Ahora qué putas madres me carga? No era una pregunta, sino una imprecación. Así, sudorosa, hinchada, suficientemente audible por encima de los toques de claxon. El frenético ejército en marcha de los automóviles en busca del primer semáforo del mundo y rebasándolo en el boulevard Ávila Camacho. Un Datsun azul aminora la velocidad y pasa demasiado cerca de sus pies que su espejo lateral provoca imágenes distorsionadas del Sísifo. Al mismo tiempo, una mujer gorda baja su ventanilla y pronuncia su coro de amenazas, de airadas protestas, de sordas explosiones de monóxido de carbono. Marco Tulio sólo alcanza a escuchar: “Por Germán”. Finalmente, Marco Tulio gira en sí y rastrea las barras de fuerza de señal con el teléfono celular y maldice. Tambores remotos, insistentes, al atardecer, aceleran su ritmo, anticipan la eternidad del hombre abandonado, con el teléfono móvil abierto en pico como un pájaro hambriento. Sin muestra de pudor, inhala bríos y repite la operación de propulsión con el cuerpo en medio del tránsito.

Un punto de inflexión es aquel –para la geometría- en el que una curva cambia su sentido. El lugar preciso en el que una traza que viene, por ejemplo, curvándose a la izquierda, pasa a doblar a la derecha, se saluda con la tangente y se despide para siempre. Así, en las normalmente rutinarias circunstancias de una vida, suelen aparecerle las alternativas: Un muchacho crea dos universos paralelos cuando recoge una piedra en el camino y su elección conduce a la fundación de la utopía ejemplar desde el momento que levanta un guijarro con propiedades magnéticas y lo motiva a convertirse en científico. Una mujer que vive serenamente su matrimonio con un esposo celoso, recibe la sorpresiva visita de la vendedora de Avon que descalabra todo en el castillo sitiado. Marco Tulio El Garramuño Aguilera camina seis kilómetros para llegar a su oficina, considerando el auxilio vial de Ama, la Asociación Mexicana Automovilística, S.A de C. V., con cobertura a nivel nacional, las 24 horas del día y los 365 días del año para asistencia de grúa y asesoría jurídica sin costo, pero unos brazos más poderosos que la confusión general le provocan los martillazos con que el desquite está labrando la corona de hierro para su cabeza de rey. ¡Maldito Germán Lastra B., innominado mil veces!, cavila.
Al llegar a su destino, descubre con sorpresa que no hay nadie en la oficina. Ni clientes ni personal. De hecho, el cancel de cristales se halla abierto como franca invitación a los ladrones. El aire acondicionado escapa. Gina Montez, la recepcionista, no estaba en su escritorio cotidiano de seriedad gastada en los cigarros, los maestros de obra y palabra a su profunda libido tampoco. Ni siquiera, Marta Liza, su amada esposa, que a menudo fungía como secretaría, precisamente las veces que el matrimonio se trataba de ahorrar las cuotas del Seguro Social sobre el sueldo de su empleada. Sin embargo, ella le dejo una nota: “Pensaste que nunca me iría, ¿eh, inútil? Para el momento que leas esta carta, ya habré estado en el banco y vaciado toda tu cuenta. No trates de encontrarme, no te lo recomiendo, me fugué con un exconvicto por asesinato. Adiós, puto”. Cualquier fontanero vulgar sabe que los codos son los lugares de la cañería donde más se acumula la inmundicia. Son puntos de acumulación de materia dramática, de momentos transicionales, de famélicos dioses que piden agua. Marco Tulio no sabe si reír o llorar, pero si hace todo lo que tiene que hacer, más todo lo que quiere hacer, más todo lo que debería, sin olvidar todo lo que hace que no debiera, más todo lo que hace que no quiere hacer, si lo consigue, habrá disfrutado tan poco de lo que quiere hacer y haciendo lo que no quiere, que dejará de merecer la pena hacer todo lo que tiene que hacer, para poder disfrutar después con lo que hace. La migraña lo invade y toma asiento con su pantalón roto.
Señoras y señores: mi vida no podría haber sido de otra manera. Mala suerte es esta de bailar en un solo pie sobre el alambre de la luz. Yo alumbro esta esquina los miércoles hasta que dice el doctor que todo esto es mal de los nervios, luego seamos escépticos en el nombre del átomo. Dos preguntas aún, amigos míos, antes de terminar. ¿Quién diablos turba el silencio? ¿Habrá de acabar esta locura?
Ahora se abren telegramas que llegan a los quicios a hacerse hojarasca.
El primer sobre contiene un aviso de Banco Santander-Serfín que lamenta informarle que su solicitud de tarjeta de crédito ha sido rechazada por omisión de referencias comerciales. El segundo sobre contiene la renuncia del licenciado José Antonio Durand para representar sus intereses por los tres momentos circulares del Habeas Corpus y en la misma lo invita a postular su propia defensa en la siguiente audiencia del artículo 21 a celebrarse el día de hoy en punto de las 2 de la tarde. Marco Tulio El Garramuño Aguilera voltea al reloj de la pared que marca las 2 de la tarde. ¿O acaso se había detenido misteriosamente? El tercer sobre contiene un aviso de Scotiabank-Inverlat notificándole que su esposa retiró todo el dinero de su cuenta de ahorros y no soñó que lo hizo, puesto que su firma estaba autorizada. El cuarto sobre lo remite Laboratorios Deschamps y contiene los resultados de su examen: seropositivo. El quinto sobre contiene un requerimiento del SAT, por donde sale y entra una multa de trescientos mil pesos más recargos y los intereses moratorios sobre los últimos cinco años con descaradas retenciones del IVA y que únicamente buscan el primer doblez en una esquina de la forma FMP-1 para permitirse practicar una auditoría a sus libros contables, si es posible al principio de la era de bronce.
El resto no se molesta en abrirlos. No le interesa saber si se trata de su propia esquela en el sexto telegrama, o si un chantajista lo alerta que la directiva 61 del TPIY, o Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, de la Haya, lo ha reconocido como Radovan El Garrapato Karadžić, un psiquiatra con varios alias que ostentó el cargo de Presidente de la República Srpska y personalmente responsable de la limpieza étnica de bosnios y croatas tras el colapso de la Yugoslavia, cuando la caída del viejo comunismo y la compleja combinación de factores económicos y religiosos a la muerte de Josip Broz Tito, provocaron la independencia de Eslovenia, Bosnia, Herzegovina, Croacia, Serbia, Macedonia y Montenegro. Adicionalmente al retrato del monstruo recordado, se le acusa a nivel de comando de iniciar el sitio de Sarajevo, llevado a cabo por las fuerzas serbias de la autoproclamada República Srpska delante del pentáculo del Ejército Popular Yugoslavo, pero ya sin misterio, y de ordenar la masacre de Srebrenica, una zona declarada previamente “segura” por las Naciones Unidas, vencedora de los aforismos de la paz. No, no le preocupa el inicio de la cacería humana en la coincidencia de los peinados semejantes. O que el Servicio Sismológico Nacional de la UNAM se complace en informarle que el epicentro de un terremoto de 8.5 grados se ubica precisamente en las coordenadas de su oficina y que se espera que en los próximos minutos su negocio se hunda en un profundo abismo hasta el centro de la tierra, pero antes ponga especial atención al telegrama numero 12, donde se halla el aviso que le hace Aseguradora Monterrey respecto de la cancelación de su póliza de daños.
El hombre abatido empuja la sobreabundancia de correo dentro del primer cajón.
El minutero es un reflejo de lujo. El reloj en la pared definitivamente estaba detenido.
El calor aumenta. La electricidad sufre adelgazamiento, persiguiendo a la chispa saltante, desde que el aire acondicionado entra en corto circuito.
El teléfono comienza ajeno al final del juego. Por supuesto, al levantar el auricular, la comunicación estaba muerta.
Tales cosas no suelen acaecer sin permiso en el dominio decorado y en el de extramuros. Marco Tulio El Garramuño Aguilera permanece sentado en la obscuridad, discurriendo pensamientos mortales en contra del jijodeputa German Lastra B., como su oblicuo aguafiestas.
La primera sacudida del movimiento oscilatorio gana la bisagra de sus rodillas en dos direcciones. El techo descendente, las paredes de cristal, los diplomas enmarcados caen encima de las sucesivas coronas de hierro durante su agotamiento y el sismo se traga por completo toda segura caída en el desfiladero.

Ignorante de la confluencia en la resonancia de emociones, Germán Lastra B. se esconde en su casa. El recuerdo de las manos atadas mata a nadie y le dedica un minuto de silencio. La guitarra descansa a un lado de su silla. Él ha tocado algunos acordes por la mañana, buscando distraerse, jugando que tiene un concierto y se emociona con los aplausos del público, pero el cuarto de baño está inundado y el nombre del responsable vuelve a interrumpir la inspiración y las tripas se le encogen.
Los electrones tañen. Igual las emociones.
Uno puede sentirlo: En las vendettas, o peleas de sangre, llevadas a cabo a lo largo de un tiempo por familias o grupos exclusivos; En el asesinato vengativo, o katakiuchi, que mantenía el honor del clan en el Japón feudal; En la pena capital, en uso y desuso en muchos gobiernos, que contiene el derecho moral de ajustar cuentas en nombre de la sociedad; En la ley del talión, que reclamaba ojo por ojo y diente por diente, mencionada con claridad en el libro Éxodo 21: 24, del Viejo Testamento, y en el desafío de los duelos, muy extendido y capturado en reproducciones de la pintura flamenca, que igual tratan de limitar el daño permitido en las ejecuciones por propia mano.
Los detractores interpretan este haz de energía ecuménica, diciendo: No tengas miedo de tus enemigos, pues ellos solamente pueden quitarte la vida, más no tu alma. No tengas miedo de tus amigos, pues ellos solamente pueden traicionar tu confianza, más no tus secretos. Mejor teme la indiferencia que en la otra ronda mayor permite a los asesinos y traidores caminar impunemente por la tierra. Así, seis billones de gentes tañan a los asesinos y traidores en el planeta igual que Germán Lastra B. arrinconados en su miseria, la guitarra olvidada, el dolor que no cede y la impotencia devorando sus entrañas. El tañido silencioso
El teléfono timbra.
Germán Lastra B. no se mueve de su lugar. El teléfono timbra cerca de su alerta que gusta de quitarse la capa con una reverencia, pero su cabeza escucha constantemente el reloj del pasillo haciendo tic tac. El despertador de su cuarto. Van a destiempo. Pasan las horas y sus sonidos nunca se mezclan. El teléfono timbra nuevamente. Pasa una mosca, se cuela en su bostezo. La luz va desapareciendo por el suelo, como agua derramada que después de un día de sed, vuelve a la botella. Y sigue allí sentado, sin ganas de moverse. Dolido, tumbado y sordo. El teléfono timbra más veces de lo que es posible ignorar.
-¿Bueno?
-¿Señor Lastra, es usted?
-Sí, él habla. ¿Con quién tengo el gusto?
-Luz del Alba Velasco. No he tenido noticias suyas, respecto a mi guitarra, ¿Ya la afinó? La necesitaré la próxima semana para tocar Malagueña de Ernesto Lecuona, ¿lo recuerda?
Germán Lastra B. lo había olvidado.
-Mil perdones, señora mía. No está usted para saberlo, ni yo para contarlo, pero surgió un problema el momento que se ocurrió renovar mi baño, pues, mire usted, el contratista ha incumplido las cláusulas originales del contrato, ha escatimado el pago del adelanto por material de baja calidad, por ejemplo, consideró la instalación de cañería con PVC de origen chino en lugar de tubería de cobre, o al menos galvanizada. Igualmente ha substituido el azulejo por papel tapiz y dando oportunidad a los abultamientos de aire durante la aplicación y, por si fuera poco, la factura incluye un cargo exagerado de trece mil pesos sobre el presupuesto inicial. Los días siguientes, quise ser diestro natural y consolar mis derechos, pero la Procuraduría Federal del Consumidor se mantiene de brazos cruzados.
La mujer escucha la excusa de manera estoica.
-Lamento su tragedia, pero no quiero convertirme en otro eslabón en su cadena de injusticias. Yo tengo un lema: Si el mundo te da la espalda, agárralo del culo. Vamos a hacer algo, cambie las cuerdas de nylon por alambre y paso a recoger mi guitarra mañana.
Germán Lastra B. no toma a ofensa el comentario. Él lo entiende perfectamente: La mujer había dicho algo que el protocolo hubiera calificado déplacé, pero obviamente ella estaba molesta y quería fijar su postura tan firme como lo requiere ser sentida mediante una bofetada con guante blanco
-La tendré arreglada hoy mismo, señora Velasco. Se lo prometo.
-Gracias
La mujer cuelga.
Ignorante de la confluencia en la resonancia de seis billones de gentes, Germán Lastra B. se esconde en una siesta, con la cabeza entre sus manos, mientras dos electrones chocan.

Es necesario también que esta batalla se cuente en este libro. Ocho días después, Marco Tulio El Garramuño Aguilera se recarga contra una pared del callejón de Cuatro Ciénagas, donde ni siquiera las prostitutas vuelven a rondar el silencio de la madrugada, para comer en escaleras de cartón y alejado de los perros que tiran de las cáscaras de la papa donde cuelga el bote de basura. El almuerzo se descompone de manzana alambicada en hormigas, pero advierte que se ha perdido un delicioso ciempiés y arroja el pedazo de fruta podrida e incomible al fondo de esa atmósfera ruin y minúscula. Marco Tulio El Garramuño Aguilera pesa 15 kilos menos. Su barba es de una semana sin rasurar y las ropas están sucias y convertidas a harapos. Camina descalzo porque los zapatos le fueron robados durante la noche de sueño en el parque, mientras su corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas, detectando los crímenes en contra los que se duermen. Los ojos los tiene rojos y ha desarrollado una tos seca, que se agudiza ante el pretexto de no poder respirar bajo el agua. Las cicatrices de su corona de espinas lucen infectadas. Si pudiera ponerle una resignación al destino, le pondría la suya, de una vez que me dijo: Corta por las coyunturas siempre.
Desde el tercer día, Marco Tulio trató de ponerse en contacto con Germán, suplicarle que detuviera la pesadilla de esa vigilia. Que con gusto le arreglaría su baño. No, que le levantaría una casa nueva, una mansión, un palacio, lo que fuera. Que le reembolsaría a los trece mil pesos con dinero o felaciones, pero por favor, pusiera un alto. Alto.
Pero Némesis intervino. Nunca pudo comunicarse con Germán. La primera vez, fue arrestado por la Policía Federal Preventiva que sigue de cerca a una importante red de contrabandistas y tenía las pistas de un Ford Mustang 1966 convertible totalmente reconstruido y cuyas placas no siempre coinciden con la base de datos que guarda Tránsito del Estado sobre vehículos robados, luego del reporte ciudadano respecto de un automóvil con semejantes características, abandonado en el estacionamiento de importante supercenter. Más en el último momento, los federales prefirieron vestirse de héroes logrando la captura del fugitivo Radovan El Garrapato Karadžić, ahora encubierto como un poeta llamado Gabriel Fuster, que al mismo tiempo cortejaba a una cajera de senos grandes y lenta fila, en lugar de un ladrón de poca monta, luego Marco Tulio El Garramuño Aguilera escapa. La segunda vez, fue alcanzado en un muslo por un toro de la cerrada de las fiestas de la Candelaria. La tercera vez casi logra tocar a la puerta, pero un poste electrizado, en el arco de alto voltaje golpeado por un tamborilero asustado, rueda por los árboles en los días de lluvia, cuando la lluvia pone su gusano sobre las hojas y el repentino arco iris quiere saltar la cabalgadura del gusano y no puede, jamás. Retrocede y no puede. Inmediatamente supo que no había remedio, que su devenir era inercia y estaba condenado.
Se recuesta como el buda dorado en Wat Po, esperando el fin. Pero tampoco éste sería fácil. El griterío de un nuevo poblado de seis billones de gentes tiene que caer en su embudo, penetrando una sinfonía de increíble complejidad. Las estaciones se hacen paralelas y el zodiaco comprime la cámara secreta. Libra se contenta con el escorpión cenital. Cuando Marco Tulio agoniza, Ofiuco y Cetus aparecen, obstruyen, tocan, se adelantan a la muerte, pues una ola suave de piedad se pierde en los versos comunicantes hasta el cuarto de baño con los malos olores del dolo y el engaño. La última rata arrastrada por el rabo, contorsión mostrada por el desagüe. La miseria escondida en ese cuerpo siniestro, hasta ayer el primer heterónimo y ahora pesadez de sus fragmentos que se hunden gimiendo, bajo los escobazos del desprecio. Ahora que estás muerto, por mucho que te canses, no podrás cambiarlo un ápice. El que obra mal, se le pudre la cola.

El preciso momento que Marco Tulio El Garramuño Aguilera murió, Germán, inadvertido del efecto que provocó en escalada, gira las manijas del lavabo, comprendiendo la magnitud del daño. Reparar lo irreparable es imposible. Lo conveniente es construir un nuevo cuarto en otra ala de la casa, cosa poco probable de llevar a cabo por la falta de espacio. El peso mexicano está firme y el desarrollo del país es ascendente, pero Germán Lastra B. pasa de largo con la amargura a cuestas. Era un terrible cuadro para ver.
El teléfono timbra
-¿Sí?
-¿Señor Lastra? Es Luz del Alba Velasco, nuevamente. Oiga, lo estuve esperando todo el día de ayer como acordamos. No pude participar en el recital por su irresponsabilidad. ¿Sabe qué? Tenga mi guitarra a la mano porque paso a recogerla, esté arreglada o no.
-Muy bien, señora
La realidad es que estaba tan resfriado, tan mareado como una peonza para aún ser cortés.
-Ah, pero la cosa no se va a quedar nomás así. He descubierto que usted es una persona poco confiable y perversa. Sepa que tomaré las acciones legales en su oportunidad, pero yo creo que sí existe una justicia divina, donde usted tiene que pagarlo con creces.
-Sí, sí, claro.
Cuelga debido al seco adiós al otro lado de la línea y se queda meditabundo.
Las emociones tañen. Igual los electrones.
Lo mismo que una guitarra, Germán Lastra B. repasa seis billones de cuerdas de enemistada consonancia, seis billones de cuerdas entretejidas con morbo especial para la caja plana de la felicidad y la desdicha. Y seis cuerdas plurales de nylon para la canción de la vida, desafinada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Je je je...
Saludos, Gabriel,

F.

Anónimo dijo...

Me imagino que Germán Lastra Luz del Alba Velazco y algunos otros seudónimos implicados en tu relato se deberán sentir muy halagados mmm