A veces la pluma se niega. No avanza. O se ocupa en cuestionas en escribir cosas como SI VES QUE EL TIEMPO CEDE. No hay para más, no existe (limitado que es uno) más aristas donde incursionar. La inspiración también se cansa. No sólo el movimiento de la mano de tanto buscar en el complejo tiempo, sino en la mente que descarga todo su amor y poco talento en la creación de un único cuaderno.
Sin nada más que escribir, no queda sino el recurso de ir, sentarse en alguna escollera y gozar del mar que siempre está ahí; éste si no tiene límites de presencia ni ritmo o bravura y oleaje. Si uno suele llevar consigo un poco de música, entonces el embeleso es mayor. Se puede llevar mucho de melodía y poner a tono los sentidos, el latido del corazón, la vibra de la mente y el tímpano que demanda de su diario alimento. El tiempo es calmo. El cielo de un azul erizado y potente, con rayos de sol quemantes. Pero la brisa que origina el choque del mar y del río (el altar de roca ideal para quebrantar lo lejano) hace menos denso el calor del día. Este día (imaginé) no iba yo a pasarlo al estilo Bukowski, quien en “No puedes escribir una historia de amor” dice:
-¿Qué vas a hacer esta noche? / -Iba a irme a escuchar las canciones de Rachmaminoff. -¿Quién es ese? / -Un ruso muerto. / -Mírate. Te quedas ahí sentado como un idiota. -Estoy esperando. Algunos tíos aguardan dos años. A veces la inspiración no vuelve nunca. / -Supón que no te vuelve nunca./ -Entonces me pondría mis zapatos y bajaría andando por Main Street
Por razones dignas de un azar encomiable, al buscar qué llevar para cerrar los ojos, echarme en una piedra, sentir el cariño de la brisa y escuchar algo que inspirara a esa tinta rejega y seca, encuentro a un amigo que en su Ipod, me dice, tiene algo muy pero muy hecho a mi medida…Dada la cara que me ve de aburrido, y las ganas de levantar el ánimo con un elemento especial para este espíritu que el amigo ya va conociendo en uno, busca en su aparato, de un buen número de música, que va desde lo más barato y sonsoneteado, hasta lo más celestial de ella.
Esta vez, el amigo se detiene y exclama “¡Ya está!". Entre otras, me señala Rapsodia sobre un tema de Paganini, pero lo que ahora me interesa es un álbum completo con los cuatro conciertos de Sergei Rachmaninoff. Poseo, además, la fortuna de que el intérprete de los conciertos (bajados a MP3 de un viejo álbum que mi amigo luego vendio en quince pesos) sea el mismo Sergei quien, se dice, con sus grandes manos alcanzaba hasta doce teclas del piano. La única manera de que la música de Rachmaninoff suene a Rachmaninoff es utilizar digitaciones aparentemente "imposibles" por la extensión que suponen, pero que con el estudio se van haciendo asequibles. Los saltos deben pensarse como extensiones. El miedo a saltar está sólo en la cabeza, no en los dedos. Alguien aconseja el rechazar ediciones con cruces de dedos y digitaciones especiales para manos pequeñas. Yo he tenido suerte esta vez: tengo al Sergei ruso de las manos enormes.
Cuatro fueron los conciertos para piano y orquesta que escribió el músico. El primero en Fa sostenido menor Op. 1, escrito entre 1890 y 1891, y posteriormente revisado en 1917; el segundo, en Do menor, data de 1900; el tercero, en Re menor, de 1909; y por último, el cuarto en Sol menor, terminado en 1927, cuando hacía ya varios años que el compositor residía en la Unión en forma casi permanente.
Es sin embargo el Concierto Nº 2 el que (la complejidad de los otros no es menos avasallante) me pone en éxtasis. .. Por lo menos, hace que el poco intelecto de uno, se avive y, como brasa de fuego, vaya tratando de descifrar en cada nota de este concierto las mil y un peripecias a los que nos lanza este enjambre que es la vida. El No. 2 (tantas veces escuchado en noches de aplastante belleza y los nervios hechos hielo al punto de la depresión más gélida), aminoran el tormento. Tal vez por su grado de singular brillantez en el primer gran movimiento, o el adagio sostenuto que sirve de intermedio y el allegro scherzando que cierra brillantemente. Uno no sabe. Pero puede ser que exista ese lazo lejano entre el ser de Sergei y la fuerza que tuvo para salir de la depresión que lo acogió después de su “fracaso” con el primero de los conciertos, y el conocer cómo los estados de ánimo se toman de la mano y comunican en el tiempo; cómo es que el propio Sergei se hizo de este concierto para exorcizar sus propios demonios, y ahora puede echar los míos fuera.
En enero de 1895 Sergei Rachmaninoff, aplastado por lo que él consideró un fracaso la ejecuición de su primer cincierto, entró en un estado depresivo severo. La depresión se las gastó con él casi cinco años. Nada de música, inspiración clausurada: era más la potencia del sistema nervioso que la belladona y el opio. Esto duró hasta 1900, cuando desesperado para volver, y el ánimo ya un poco más elevado, y el coraje puesto en el punto exacto de quien es creador; y además ayudado por un psicoterapeuta para su recuperación, especializado en el tratamiento de hipnosis, el Dr. Nikolai Dahl; que Sergei recobró su fuerza creativa y compuso su trabajo más paciente quizás, el Concierto del Piano Nº 2 en Do menor Op. 18, el cual dedicó al mismo Dr. Dahl quien también tocó la viola en el estreno del concierto. Misma que ahora escucho adosado y esculpido en esta piedra marina en forma de golondrina: sin moverme, sin abrir los ojos: solamente acompañado de esta somnolencia vespertina con la música de Rachamaninoff y el recuerdo y pasión lejana de Ana Alesi.
En ese estado de cercanía, se siente el leve rozar de herbiscos tibios, lirios que pertenecen al río, que hoy, a esta hora, ha hechho las paces con el mar, y uno a otro ceden el paso y mezclan lo salobre con el fulgor a madera de las montañas. No se crea. Temo, en la cercanía de la interpretación magistral que escucho, hallarme con ese hombre descrito por Mateos Moreno: ”Imagínese usted que se encuentra, por una calle oscura y solitaria en mitad de la noche, a un hombre muy alto, con una amplia complexión física, el pelo muy corto, nudillos grandes y separados (que denotan personalidad agresiva según Conan Doyle), unas manos enormes, con los rasgos de la cara muy marcados, labios anchos y con expresión hierática, con cara de "pocos amigos", vestido elegantemente. Si este hombre se le acerca en esas circunstancias, como mínimo sentiría temor. En ese momento le pregunta: ¿Qué hora es, por favor? Entonces usted se calmaría bastante, y observaría en el rostro de Rachmaninoff una leve sonrisa, casi como la de la "Mona lisa". A veces, las apariencias engañan. Muchos pianistas necesitan mover mucho su cuerpo para conferir lirismo a sus interpretaciones. Sin embargo otros son como rocas delante de un piano, y a pesar de ello consiguen interpretaciones mucho más profundas y más líricas que los anteriores. Este es el caso de Rachmaninoff”.
Ese es el músico que ahora me atrae. Escuchar su movimiento de manos sobre el piano me aleja y lleva muy donde yo deseo; allí donde depresión y hastío suelen vaciarse en pos de un hombre que hizo lo mismo que ahora yo trato de hacer co mi pluma: una música que parece llena de contrastes, casi aparentando superficialidad; pero todo lo contrario, lo que en realidad demuestra es honestidad y naturalidad, evidencia ser una música primaria y que nace del corazón.
En tanto va de frente con su concierto, y a lo lejos un buque de, precisamente, la hoz y el martillo, espera entrar a descarga; se da uno cuenta que la música no es convencional, y hace trabajar el cerebro de uno. Y es que la dificultad de clasificación de la música de Rachmaninoff dentro de un periodo es totalmente lógica al ser su música tan personal, tan nacida del corazón, que no necesita la utilización de nuevos recursos ni persigue una originalidad en el lenguaje. Aunque podemos decir que su música es típicamente rusa, él siempre argumentaba que nunca se proponía hacer música rusa, sino que su música es así porque él es así. Sergei solía decir (y de ahí mi necesidad de escucharlo): "Oigo la música en mi cabeza. Cuando la música para, yo paro de escribir".
Y mi deseo es ese: entremezclar esa música, moldearla con el yo de Sergei y hallar que de ese punto dos cosas se funden en la personalidad de cada uno, que nazcan visiones positivas y fructificantes, para así entender mejor al genio, y entenderme mejor a mí. Alguien ha dicho y lo hago mío. Levantado ya, después de que agua, sol, sal, espuma, liquen y recuerdos lejanos que evocan para quien ha sido hecho el cuaderno del Tiempo, regreso a casa con esa sensación de que Rachmaninoff estaba hecho de acero y oro. Acero en sus brazos, oro en su corazón. No puedo pensar nunca en esta existencia majestuosa sin lágrimas en mis ojos, pues no sólo lo admiro como artista supremo, sino como ser humano. Sergei es alguien que enseña; como esta tarde me ha mostrado que las palabras de Cioran, esas que inician sus Breviarios: Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. La historia no es más que un desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable, apenas si tienen cabida en esta suerte de reposo marino, de buques de barcos y el choque del agua de la pequeña red contra la superficie del agua.
No hay otro mundo, no hay otros improbables: es sólo este instante en el que, junto con la música, uno entrega todo lo acabado por su pluma a quien le pertenece. Y no hay nada que impida a éste sujeto absorto, recordar aquellas palabras que rezan: donde mueren las palabras, nace la música.
2 comentarios:
La música dice más que mil palabras...
Poeta, Usted lo ha dicho: El poema, el libro, el texto, la escritura en sí ya existe, está en nosotros encontrarla para embellecerla aún más.
Que el tiempo ceda... para vencer "el imposible, el absurdo"; para dar rienda suelta a la pluma, esa pluma fina y ligera que trace la palabra que aún no se escribe.
Sigo leyendo mi libro con gran cuidado...
Me remito a las mismas sensaciones, pero en este mi territorio personal de las pinturas y las brochas.......o pinceles, o manos o el instrumento que se preste....siempre pasa.
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