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lunes, agosto 25, 2008

Jaime G. Velázquez: Philip Roth




Uno quisiera que los buenos novelistas siguieran escribiendo toda la vida. Pero hay algo que no se ha tomado en cuenta. Escribir, la tensión de escribir, es algo que requiere juventud, porque incluye la ambición de alcanzar la gloria literaria. El reto es muy grande al principio, porque hay que leer todo lo que se pueda (no hay guías infalibles de lectura para uso de individuos que están buscándose a sí mismos como creadores), si no, ¿cómo lograr la biblioteca perfecta?
Cuando Philip Roth, en su más reciente novela, Exit Ghost, elabora para un personaje una lista de los buenos y los malos escritores, ubica a Stein, Richard Wright, Toni Morrison y otros, en el lado de los que no es necesario leer, pero hay que señalar que Roth usó parte de su tiempo leyéndolos y que partes de ellos lo acompañan. La biblioteca de cada autor es el motor de su obra, con todo lo que más adelante tirará a la calle.
En esa biblioteca, Roth ubica a periodistas, académicos, biógrafos: todo el equipo que mantiene, fija y echa a perder el museo literario. A través de uno de los personajes de Exit Ghost, Amy Bellete, recurre a la figura de Stalin para proclamar la prohibición de muchas actividades que hacen vivir el mundo literario para dejar sólo libros:
“Dejaría a los lectores a solas con los libros, para abordarlos como les pareciese por sí mismos.”
Lo cual es revivir la prehistoria, cuando no había un sistema de apoyo a la escritura literaria. Entonces busqué en Internet qué había sobre Roth y encontré fotos muy posadas de él, donde se nota que disfruta de su fama, que le ha procurado lectores y, como dije, el equipo de apoyo publicitario y demás. Hay allí también un artículo que aplaude una película, Elegy, dirigida por Isabel Coixet, donde una joven (Penélope Cruz) se enamora de un viejo escritor (Ben Kingsley). ¿Alguien vio Venus, con un ancianísimo Peter O’Toole?
¡La novela Elegy en cine, el cementerio más eficaz de la literatura!, donde los éxitos se suceden con tal rapidez que uno reconoce que ninguna película valdrá la pena para el recuento anual. O que a los tres años no vamos a recordar ni el título de las películas que hayamos podido ver.
Los estudios literarios en Estados Unidos son un gran negocio, como todo lo que tocan estos descendientes de Midas. La literatura da para viajes de investigación y tesis, para clases y conferencias, para libros y revistas. Los editores publican con gusto biografías, volúmenes de cartas, álbumes de fotos y, cuando pueden, hacen subastas de objetos personales, que terminarán en museos grandes y chicos.
Y Roth quisiera que eso se acabara. Está mal. En todos lados hay gente abusiva, pero también hay gente honesta. Por lo pronto, de su personaje Richard Kliman opina que es una persona superficial y que finge ser intelectual y reverenciar las letras.
Retomo a Amy Bellette: “Prohibiría la enseñanza de la literatura en las escuelas, los institutos, los colegios mayores y las universidades de todo el país. Declararía ilegales los grupos de lectura y los foros sobre libros en Internet, y sometería a control policial las librerías para asegurarme de que ningún empleado hablara jamás con un cliente sobre un libro y de que los clientes no osaran hablar entre ellos.”
Como complemento de estas curiosas declaraciones, diría yo que se trata de un extremo al que llega con facilidad el individualismo norteamericano. Nathan Zuckerman, el personaje novelista de Exit Ghost, es uno más de los que creen que la felicidad está en volverse ermitaño, con tal de no volverse masa en uno de los países más masificados del mundo actual, quizás más que China. ¿No lo hemos notado en los productos de Hollywood? ¿Cuántas películas y programas de televisión de adolescentes hemos visto en el momento “culminante”, el baile de graduación de la high school? ¿Irá o no la muchacha al baile de graduación, quién será su pareja, se acostará con alguien esa noche?
En esta novela, el problema con Roth es que aparece como cansado de escribir. Ha perdido brillantez y hasta sus críticas de Bush parecen desganadas, como su enamoramiento de la joven Jamie Logan, una texana que quiere zafarse de su cultura, como lo hizo, de otra manera, Janis Joplin, también texana. ¿Alguien recuerda lo divertida que estaba Janis al regresar a su pueblo natal y ver a sus ex compañeras bien portadas, aburridas, simples, comunes y corrientes? Aunque ellas sigan vivas, Janis vivió más.
Creo que ese encuentro no da para una novela. Da para llorar por el viejo Zuckerman, protagonista en un guión de cine de tercera.
Y yo, me siento bien, después de años de leer descubro un libro así, que nadie compraría si no tuviera la firma de Roth, marca registrada, como tomarse la Coca Cola número un millón de nuestra vida, reacios a buscar otra bebida.
Las cirugías de Michael Jackson son irreversibles. Roth no debe seguir escribiendo con tanta prisa. En cuanto a la memoria, empieza a deteriorarse desde los cincuenta, nada más que quienes andamos por esas edades no lo reconoceremos en público. Y la novela es sobre todo memoria, que Roth ha perdido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ah! yo ví esa peli de Venus...riquísima. Peter O'toole recita, declama, dice de memoria el soneto XVIII de Shakespeare cuando a quien llama Venus (la sobrinanieta de su amigo) se baña en la tina (hay una versión cantada por David Gilmour del poema). Viejísimo, seduce a la niña, eso es juventud.
Un saludo Jaime, Juan