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lunes, febrero 04, 2008

Peniley Ramírez: Calendario (330 - 326)



330

La caja iluminada en la sala de mi casa
está loca con los vientos que pululan en la zona tropical

La cotorra en el pasillo sale de la jaula
da una vuelta regresa
y se encierra para descansar un rato

Mi madrastra habla por teléfono
me besa
muestra con una sonrisa
sin vergüenza
su peinado nuevo
Mis parientes gritan desde la caja en mi tímpano
los vientos que pululan en mi zona tropical

Y yo sólo pienso en el exilio lloroso de Alejandra en París
en como definir el silencio desde sus ojos
o en el exilio transparente de Carolina en mis deseos de madre
y defino el deseo desde sus ojos

Mi madre nada sabe de todo esto
Creo que me parió un alfabeto latino en un ghetto
mi desorden es cuestión gramatical.

329

¿Cómo alejarme los eufemismos? ¿Con un manual de instrucciones para ahuyentar a la desgracia, una tienda de botánica para borrar los malos tiempos? No es muda la muerte, no es muda, Alejandra. Y sus gritos me gangrenan el oído, sus quejidos devoran mi sueño y las velas que alumbran el sendero de regreso a la cordura. Sólo son los eufemismos el ancla, el imberbe deseo de abandonarme al espaviento de las rosas de colores fulminantes, a la suciedad de la casa y el abandono de la pluma en los salarios.


328

Tengo en mi vientre una princesa
vestida de porvenir Muy poco como herencia
un par de sonrisas y recuerdos de los viajes

Y estas ganas de abrir los ojos para desaparecer todo
de ver solamente su cuerpo pálido
sonrojar con un guiño a la desgracia.


327

Escribo desde un sitio que no existe para mostrar que esta noche no soy poeta. La realidad es una jugarreta nueva que inventaron los niños, y lo sé porque tengo una, que no ha nacido y cuenta sus secretos planes.
Ya estoy harta de buscar nombres propios sin poder meterlos a un poema. No te engañes, Carlos, esta carta es sólo un pretexto lírico para tomar mi cuerpo entre las manos. No eres una pausa ni la luz de la ventana, eres el asfalto de mi casa y de mi tiempo, eres el despertar y la locura, eres todas mis letras, sus mezclas y niveles.
No calles, porque desarmarías las reglas, me hundirías en una cuenca con escombros, porque si callo, sólo tú serías culpable de mi muerte.


326

Nada me fatiga en este oficio de minúsculas. Me encanta este vacío de la casa después de un día entero de mirar por la ventana. Si no fueran las responsabilidades y la preocupación de estar haciendo nada, creo que no gozaría tanto de esta sensación de octubre, con el vacío de lunas griegas a pleno agosto.
Yo no sé nada de la evolución de mis poemas.
Yo sólo soy la copista, la artesana que ve desde fuera lo que está sucediendo con mis versos. Cuando un poema se levanta de nivel y decide emerger solemne, yo lo dejo. En realidad sólo me interesa morirme, ser lo suficientemente irónica como para que alguien me entienda.
No queda nadie para leerme. Mi marido estará de acuerdo con todo lo que le escriba, por supuesto, mientras no sea que me quiero librar de él. Y nada de eso importa sino que Alejandra, o Sylvia, si estuvieran vivas, nada les interesaría de mi cuerpo, o quizá sólo mi cuerpo. Al contrario de ellas, me miro al espejo y me gusto, pero leo y todo me parece bajo, digno de quemarse en la primera fosa común que me encuentre cuando salga. Pero no salgo, y las fosas comunes ya se extinguieron hace mucho en este país.

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