SINOPSIS
Un análisis crítico de la industria musical contemporánea
Quizá uno de los críticos más importantes del medio cultural mexicano sea Víctor Roura, quien en el renglón musical se ha especializado en las últimas tres décadas a acercarnos esa cultura desde una perspectiva crítica, de intelectualidad malhumorada pero casi siempre deliciosa.
Más conocido por ser el histórico editor del suplemento cultural del periódico El Financiero, lo cierto también es que en su biografía es posible encontrarlo como responsable de un conjunto de publicaciones periódicas que en el terreno de la crítica música se han caracterizado por representar en sus respectivos momentos, una suerte de ágora pública para reflexionar sobre la industria musical, caracterizada por una pobreza intelectual para debatir sobre la particular industria roquera. Es ante ausencias como estas, que desde los setenta a la fecha, en revistas como México canta allá por los 70 a Las horas extras, en los albores del periodo de consolidación de las políticas neoliberales encabezada por Carlos Salinas de Gortari, Víctor Roura ha sido un empecinado promotor del consumo de la buena música y en especial del rock; algo que igual ha sido una constante en sus entregas periódicas en el suplemento que encabeza, así como en el último libro de su autoría, Los profetas caídos. Pop, industria musical y manipulación de masas[1], en donde realiza una suerte de diagnóstico de la evolución que ha sufrido la música contemporánea.
Centrado en los comienzos de lo que pudieran ser los antecedentes de la música moderna (entiéndase toda aquella música creada por la cultura negra que terminó por alimentar lo que hasta ahora escuchamos y consumimos), a partir de coyunturas políticas, culturales e industriales, va observando el encantamiento y decantamiento de la música que en sus orígenes contribuyó a alcanzar estadios de liberación y hoy no queda más que un triste recuerdo de la otrora contracultura.
Una de las cualidades del libro que termina por agradecerse, es el ejercicio de síntesis que realiza, encontrando en ciertos momentos, pasajes anecdóticos e históricos, personajes, situaciones que le sirven de enclaves para detenerse un instante y construir argumentos desde la elocuencia y el conocimiento de causa que le dan los años en éste ámbito. De la aparición de los primeros bluesistas (como intitula el primer capítulo), poco a poco va abordando la historia de la música, aprovechando la revisión de conceptos como el de juventud, rebeldía, ideología, entre otros, y desde los cuales se posibilitaba un tipo de energía vital capaz de proponer un giro cultural y una visibilidad que en algún tiempo sirvió para cuestionar al statu quo; hasta alcanzar los umbrales de un tiempo que -poco a poco- fue dejando en el camino y desdibujando aquellas buenas (o malas) intenciones que llegaron a caracterizar a tan significativa propuesta musical que pronto pasó de ser un himno de rebeldía a un signo de los tiempos de entonces.
El libro integrado por breves capítulos, bien puede dividirse en una serie de periodos cronológicos determinados por eventos que caracterizan o van estableciéndose como un punto de referencia en la consolidación de la cultural roquera: su masificación, su tránsito a la producción industrial que llevó a su resignificación como industria cultural; la experiencia del Festival de Woodstock en 1969, su versión mexicana con el mítico Avándaro, hasta la domesticación del producto por parte de MTV; el advenimiento de los premios y, para el caso mexicano, la ingerencia de la empresa Televisa, en el uso, abuso y reformulación de un concepto que llevó a su desgaste y al hartazgo tal, que la palabra “rebelde”, pasó a convertirse en una franquicia como expresión de la domesticación de todo lo que rodea a la industria musical nacional.
Si bien es cierto la perspectiva es crítica y con una lucidez propia de quien se las sabe “de todas, todas” en el terreno del análisis cultural, igual el lector puede encontrar tesis o hipótesis con las cuales trazar su raya al enfrentarse a un discurso permeado por una visión intelectual del fenómeno musical contemporáneo, donde algunas ponderaciones pudieran ser recomendable o, en todo caso, contemplar matices propios de una policromía cultural (y todo aquello que signifique la diversidad y la diferencia en los gustos, no tanto por lo emotivo sino también por los accesos que los distintos grupos sociales tienen a las ofertas culturales y en especial a las musicales), tanto como los procesos de mediación que intervienen en el reconocimiento, la aceptación, la apropiación y la resignificación del menú de posibilidades que ofrecen las tales ofertas musicales, que por momentos quedan sujetas a la descalificación en s gratuitas y descontextualizada.
Por ejemplo, no deja de causar asombro, inquietud o en todo caso enojo, encontrar a lo largo de las 184 páginas de disertación, cierto pasajes en los que nombres como los de U2, Britney Spears, Guns and Roses, The Rolling Stone, Eminem, Jennifer López, Juanes, Ricky Martín, entre otros, sean colocados en la misma perspectiva, por el hecho de subordinarse a los encantos de la mercadotecnia y el folclor mediático que esto supone. Basta con señalar, que las famosas piedras rodantes fue la primera agrupación de tal calibre, que aceptó un patrocinio para una de sus tantas giras, pues durante 1981 aceptaron que Jovan, la famosa fábrica de perfumes, les financiara algunas presentaciones. Y ni qué decir de la aceptación de estos artistas y muchos otros para intervenir en eventos masivos donde lo que importa en congregar a sus públicos sin que medien estándares en la calidad de quienes participan en tales festivales. De allí que cada ocasión que se organiza un evento masivo donde el rock pudiera ser el espíritu, no queda más que precisamente en intención, al ver que sobre el mismo escenario pueden participar Paulina Rubio junto a Robie William, Shakira al lado de gente como Eric Clapton, a Maná junto a alguien de la familia Osmond.
En fin, que el libro Los profetas caídos… en un breve texto que coloca las cosas en el terreno de los desencantos; digamos que termina por descabezar a prácticamente todo cantante o “cantanta” que con un simple desliz haya sucumbido al canto de la sirena mercenaria que representa la industria musical contemporánea. Por ello no perdona el tras pies de Bob Dylan cuando cantó ante el papa, de Bono y su entrevista con el presidente Bush; todo ello –asegura- por el hecho de vivir en un tiempo de elasticidad roquera y cultural que penetra en todos los terrenos del quehacer musical, tanto que deja entrever la posibilidad que quienes han sido privilegiados por un cierto misticismo hasta alcanzar a pisar lo mitológico o descansan en el imaginario del martirologio cultural tras su muerte, si hoy vivieran, lo más seguro es que ya hubieran sucumbido.
No obstante y aun con este reconocimiento, queda la impresión de estar cercanos a un tufillo en donde todo lo viejo pareciera ha sido mejor; de que todo lo que huela a independencia siempre será el camino de la luz dignificadora, y esto es algo que -particularmente quien escribe-, por supuesto que no comparte; aunque como premisa el mismo Roura lo establezca, pues asegura que -, “el rock al final de cuentas dejó de ser, hace mucho tiempo, un instrumento contra las resignaciones sociales para pasar a ser, como todos los otros géneros de la música, un arma de particulares satisfacciones pecuniarias…” ; pues después de todo, como ha dicho el responsable de la revista La Mosca en la Pared, Hugo García Michel, “el rock es, ha sido siempre… un amigable artificio volátil y pasajero.
Finalmente, lo que también resulta es rescatable en la exposición que realiza Víctor Roura, es acudir -en ciertos momentos- a autores venidos de disciplinas sociales para tratar de colocar algunas cuñas conceptuales o metafóricas y fortalecer con ellas sus apreciaciones; aun cuando al final, lo más importante sea el regodeo que atraviesa todo el texto; pues más allá de la razón y el sustento discursivo que se revela a los largo de la obra, lo disfrutable y gozoso, es cuando el estómago permite atar la emoción a la tripa, independientemente del oficio para construir un discurso con tintes sociológicos, que de suyo tiene el mentado libro.
[1] Los profetas caídos. Pop, industria musical y manipulación de masas, Lectorum, México, 2007, pp. 186.
Un análisis crítico de la industria musical contemporánea
Quizá uno de los críticos más importantes del medio cultural mexicano sea Víctor Roura, quien en el renglón musical se ha especializado en las últimas tres décadas a acercarnos esa cultura desde una perspectiva crítica, de intelectualidad malhumorada pero casi siempre deliciosa.
Más conocido por ser el histórico editor del suplemento cultural del periódico El Financiero, lo cierto también es que en su biografía es posible encontrarlo como responsable de un conjunto de publicaciones periódicas que en el terreno de la crítica música se han caracterizado por representar en sus respectivos momentos, una suerte de ágora pública para reflexionar sobre la industria musical, caracterizada por una pobreza intelectual para debatir sobre la particular industria roquera. Es ante ausencias como estas, que desde los setenta a la fecha, en revistas como México canta allá por los 70 a Las horas extras, en los albores del periodo de consolidación de las políticas neoliberales encabezada por Carlos Salinas de Gortari, Víctor Roura ha sido un empecinado promotor del consumo de la buena música y en especial del rock; algo que igual ha sido una constante en sus entregas periódicas en el suplemento que encabeza, así como en el último libro de su autoría, Los profetas caídos. Pop, industria musical y manipulación de masas[1], en donde realiza una suerte de diagnóstico de la evolución que ha sufrido la música contemporánea.
Centrado en los comienzos de lo que pudieran ser los antecedentes de la música moderna (entiéndase toda aquella música creada por la cultura negra que terminó por alimentar lo que hasta ahora escuchamos y consumimos), a partir de coyunturas políticas, culturales e industriales, va observando el encantamiento y decantamiento de la música que en sus orígenes contribuyó a alcanzar estadios de liberación y hoy no queda más que un triste recuerdo de la otrora contracultura.
Una de las cualidades del libro que termina por agradecerse, es el ejercicio de síntesis que realiza, encontrando en ciertos momentos, pasajes anecdóticos e históricos, personajes, situaciones que le sirven de enclaves para detenerse un instante y construir argumentos desde la elocuencia y el conocimiento de causa que le dan los años en éste ámbito. De la aparición de los primeros bluesistas (como intitula el primer capítulo), poco a poco va abordando la historia de la música, aprovechando la revisión de conceptos como el de juventud, rebeldía, ideología, entre otros, y desde los cuales se posibilitaba un tipo de energía vital capaz de proponer un giro cultural y una visibilidad que en algún tiempo sirvió para cuestionar al statu quo; hasta alcanzar los umbrales de un tiempo que -poco a poco- fue dejando en el camino y desdibujando aquellas buenas (o malas) intenciones que llegaron a caracterizar a tan significativa propuesta musical que pronto pasó de ser un himno de rebeldía a un signo de los tiempos de entonces.
El libro integrado por breves capítulos, bien puede dividirse en una serie de periodos cronológicos determinados por eventos que caracterizan o van estableciéndose como un punto de referencia en la consolidación de la cultural roquera: su masificación, su tránsito a la producción industrial que llevó a su resignificación como industria cultural; la experiencia del Festival de Woodstock en 1969, su versión mexicana con el mítico Avándaro, hasta la domesticación del producto por parte de MTV; el advenimiento de los premios y, para el caso mexicano, la ingerencia de la empresa Televisa, en el uso, abuso y reformulación de un concepto que llevó a su desgaste y al hartazgo tal, que la palabra “rebelde”, pasó a convertirse en una franquicia como expresión de la domesticación de todo lo que rodea a la industria musical nacional.
Si bien es cierto la perspectiva es crítica y con una lucidez propia de quien se las sabe “de todas, todas” en el terreno del análisis cultural, igual el lector puede encontrar tesis o hipótesis con las cuales trazar su raya al enfrentarse a un discurso permeado por una visión intelectual del fenómeno musical contemporáneo, donde algunas ponderaciones pudieran ser recomendable o, en todo caso, contemplar matices propios de una policromía cultural (y todo aquello que signifique la diversidad y la diferencia en los gustos, no tanto por lo emotivo sino también por los accesos que los distintos grupos sociales tienen a las ofertas culturales y en especial a las musicales), tanto como los procesos de mediación que intervienen en el reconocimiento, la aceptación, la apropiación y la resignificación del menú de posibilidades que ofrecen las tales ofertas musicales, que por momentos quedan sujetas a la descalificación en s gratuitas y descontextualizada.
Por ejemplo, no deja de causar asombro, inquietud o en todo caso enojo, encontrar a lo largo de las 184 páginas de disertación, cierto pasajes en los que nombres como los de U2, Britney Spears, Guns and Roses, The Rolling Stone, Eminem, Jennifer López, Juanes, Ricky Martín, entre otros, sean colocados en la misma perspectiva, por el hecho de subordinarse a los encantos de la mercadotecnia y el folclor mediático que esto supone. Basta con señalar, que las famosas piedras rodantes fue la primera agrupación de tal calibre, que aceptó un patrocinio para una de sus tantas giras, pues durante 1981 aceptaron que Jovan, la famosa fábrica de perfumes, les financiara algunas presentaciones. Y ni qué decir de la aceptación de estos artistas y muchos otros para intervenir en eventos masivos donde lo que importa en congregar a sus públicos sin que medien estándares en la calidad de quienes participan en tales festivales. De allí que cada ocasión que se organiza un evento masivo donde el rock pudiera ser el espíritu, no queda más que precisamente en intención, al ver que sobre el mismo escenario pueden participar Paulina Rubio junto a Robie William, Shakira al lado de gente como Eric Clapton, a Maná junto a alguien de la familia Osmond.
En fin, que el libro Los profetas caídos… en un breve texto que coloca las cosas en el terreno de los desencantos; digamos que termina por descabezar a prácticamente todo cantante o “cantanta” que con un simple desliz haya sucumbido al canto de la sirena mercenaria que representa la industria musical contemporánea. Por ello no perdona el tras pies de Bob Dylan cuando cantó ante el papa, de Bono y su entrevista con el presidente Bush; todo ello –asegura- por el hecho de vivir en un tiempo de elasticidad roquera y cultural que penetra en todos los terrenos del quehacer musical, tanto que deja entrever la posibilidad que quienes han sido privilegiados por un cierto misticismo hasta alcanzar a pisar lo mitológico o descansan en el imaginario del martirologio cultural tras su muerte, si hoy vivieran, lo más seguro es que ya hubieran sucumbido.
No obstante y aun con este reconocimiento, queda la impresión de estar cercanos a un tufillo en donde todo lo viejo pareciera ha sido mejor; de que todo lo que huela a independencia siempre será el camino de la luz dignificadora, y esto es algo que -particularmente quien escribe-, por supuesto que no comparte; aunque como premisa el mismo Roura lo establezca, pues asegura que -, “el rock al final de cuentas dejó de ser, hace mucho tiempo, un instrumento contra las resignaciones sociales para pasar a ser, como todos los otros géneros de la música, un arma de particulares satisfacciones pecuniarias…” ; pues después de todo, como ha dicho el responsable de la revista La Mosca en la Pared, Hugo García Michel, “el rock es, ha sido siempre… un amigable artificio volátil y pasajero.
Finalmente, lo que también resulta es rescatable en la exposición que realiza Víctor Roura, es acudir -en ciertos momentos- a autores venidos de disciplinas sociales para tratar de colocar algunas cuñas conceptuales o metafóricas y fortalecer con ellas sus apreciaciones; aun cuando al final, lo más importante sea el regodeo que atraviesa todo el texto; pues más allá de la razón y el sustento discursivo que se revela a los largo de la obra, lo disfrutable y gozoso, es cuando el estómago permite atar la emoción a la tripa, independientemente del oficio para construir un discurso con tintes sociológicos, que de suyo tiene el mentado libro.
[1] Los profetas caídos. Pop, industria musical y manipulación de masas, Lectorum, México, 2007, pp. 186.
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