La puerta no tiene seguro. Si tuviera fuerza, abriría la ventana.
Aviso clavado al ventrículo izquierdo: Señora, al salir tenga la amabilidad de cerrar la herida. Es cierto, a Sinforiano no le importan mucho la casa donde él nació. La mesa sin sillas se halla tan sucia, que pienso dos veces el dejar las llaves en la cocina. Hay un sitio con migajas de sueños, pero aquí quedan latas arrugadas de todo tipo de bebida y colillas de cigarros. En el único plato dispuesto, alguna especie de vómito que con el barómetro que se eleva lentamente y el tiempo consiguió cristalizarse en una costra marrón. Cuentas atrasadas y correo sin destinatario preciso. A veces me pregunto donde ha quedado el sur. Si acaso alguien sabe, insinuará que la tristeza de un gato es lo mejor de la creación. Sin embargo, escuchas canturrear a la criada por el patio. Al entrar en mí esta tonada, mi organismo produjo anticuerpos.
El ritmo del mar emana de la cumbia. Sinforiano convierte el soplo elemental a su corneta en buque naval. Toca las notas de Reveille. Gracioso. Ciertamente, alrededor de una persona que escribe música, siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del compositor, la de toda risa con tu cárcel y tu llave rota. Pilas de ropa sucia junto a su cama. Trato de adivinar el olor que me molesta y culpo a los zapatos bajo las flores de un adjetivo cualquiera. Vivir con Sinforiano es como la preferencia a tener mascotas. Uno nunca puede ocultar el olor.
El escenario del baño no es mejor. El rastro de Sinforiano por todos lados, indicio último de una dicha falsa: toallas sobre agua estancada, el tubo del Colgate sin tapa, el cepillo de dientes en su célebre dulce goteo. Esto me recuerda no volver a aceptar un beso suyo. En el momento de apuro, me obligo a levantar la tapa del retrete con el pie como lo hago en los sanitarios de las gasolineras, la diferencia es que estos últimos están más limpios. No hay la cantidad de pelo que aquí se halla. El malestar es tan patético como ver cambiar palmeras por pozos petroleros.
-Siento llegar tarde, hermano – inicio la conversación al momento que tengo la cara gorda de Sinforiano frente a mí. Aunque ciertamente lo que hubiera preferido decir es: “Hermano, ¿Podrías cubrirte esos calzones, a menos que quieras que te los quite en este instante y te meta esa corneta en el culo?”
-Ya nada sé de ti, aunque tampoco ignoro nada, hermano –responde.
-¿Estás componiendo música?
-Necesito cigarros para continuar, ¿Podrías ir a comprarme unos?
Claro que sí. Los profesores en la escuela nos distinguieron siempre uno del otro, aún antes de convertirse en celebridad musical. Él era uno de esos chicos que cruza el patio sin prisas, esperando lo alcancen las chicas recién nacidas. El negro Sinforiano. El tercer trombón en la banda escolar y quizás la posición más importante después del abanderado en la escolta de los alumnos. Sinforiano es todo el hermano que podría tener. El mejor amigo para contar chistes, ir a la playa y vernos pasear sin camisa, pero ahora él está gordo y calvo, con los músculos pectorales necesitados de un brassiere. Sinforiano supone que todavía impresiona con su tatuaje de león rampante en el hombro, no advierte que el león se ha comido todos los caminos.
Por ejemplo, el chiste que le consiguió ser despedido de la llantera Fuster, fue el del león que copula con una cebra en medio de la sabana. Este felino que jala las crines del animal sometido, da cuenta que la señora león viene bajando de la montaña para atraparlo in frangati. Pensando rápidamente, el león se inclina y le susurra a la cebra en la oreja: “¡Rápido, actúa como si te estuviera cazando!”
-Acoso sexual, ¿Puedes creerlo, hermano? Era un simple chiste…
-Caray, diez años de un trabajo estable y la prima de antigüedad se fueron al cuerno, pero si te hace sentir mejor, es un buen chiste.
-La hija del dueño tenía muy buena nalga, pero verla inclinarse a calibrar las llantas con las altas zapatillas de tacón, era más que erótico.
El sentido común te convierte en risa delatora. Sin embargo, el permiso para interrumpir la veda a los cazadores, te impide reír con el chiste del pianista haciendo un intermedio en el centro nocturno. Una chica despampanante se acerca con su copa y le dice: “Vi tu actuación en medio de la orquesta y quiero decirte que eres el mejor músico que haya conocido. Tengo ganas de llevarte a mi casa para darte el más apasionado, el más pervertido, el más prolongado sexo de tu vida”. El pianista contesta: “¿Se refiere al primer show o al segundo?”.
Sinforiano retoma el segundo show.
Un productor lo mira actuar en Las Brisas del Mar, un viernes por la noche. Decide llevarlo a RCA Víctor de México.
-Hermano, esto es un golpe de suerte –él baja la corneta, estrechando mi mano –He aquí alguien que nos va hacer ganar mucho dinero con ritmo de tam-tam…
Sinforiano decide empezar un disco. Nadie cree que consiga una canción antes del primer mes, así que cuelgan de su cuello un calendario grande. Sinforiano explica su idea, las notas solas de un Blues para permitirme especular ¿Cuándo va a durar el sueño? ¿Cómo me zafo de esta locura compartida? Cosas por el estilo.
-¿Qué hay para mí?
-No chingues, eres el hermano que juega canicas con el secreto de mi vida, y ¿supones que no voy a darte un porcentaje o una iguala?
Inmediatamente hice mis matemáticas mentales. Veamos, dos veces dos, entres dos, por dos entre un millón de copias…¡Madre mía, cuánto dinero! Cualquiera con esa cantidad hasta se compra la luna. Ahora que se hubo discutido seriamente el abrir y cerrar de la caja registradora, viene el análisis schenkeriano: Las canciones.
-¿Y las canciones?
-Te diré algo, en palabras de Stravinsky: el buen compositor no toma prestado, roba.
Lo apunto con el dedo índice y guiño el ojo. Saludo a la concurrencia con mi vaso extendido y repito mi brindis como estribillo.
-¡Miles Davis, pinche fagot, dale paso a mi pariente! ¡Salud, hermano!
No vi motivos para una boleta de prenda al momento, excepto por el reclamo que él tenía mi futuro financiero en su gordas manos con seis dedos. Es toda la acusmacia que podría soportar a corto plazo.
Al final de la primera semana, se escribe la primera canción. La canción coincide con la nueva fijación de Sinforiano por desarmar el instrumento pieza por pieza y mirarlo descompuesto: boquilla, pabellón, tubería, pistones, moléculas de aire. Yo pude haber cambiado la trompeta por una harmónica, pero él rompió el juguete contra la pared, gritando algo acerca de los trovadores del siglo XII.
Durante la segunda semana, empecé a morderme las uñas. Este es un mal hábito que supuse había dejado atrás en la escuela. Mi mano izquierda se convirtió en un muñón. Esto empezó luego del anuncio público a las tres de la mañana con las notas de retirada militar, desde la azotea, que no estaba inspirado. Como si no lo supiéramos.
Durante la tercera semana, yo cuestioné a Sinforiano sobre la verdadera relación entre él y la hija de su jefe. Él hace a un lado el tapón de la sordina.
-Su cabeza tiene más aire caliente que su trasero – me contesta.,
-¿No tienes trabajo pendiente que hacer? –le indico, como un conquistador español le daba indicaciones a los indígenas en los plantíos de tabaco.
-¿Sabes qué, hermano? Chinga tu madre.
Lo miro en silencio. Por una ocasión me doy cuenta que existe amor.
A la cuarta semana, por arte de magia, las doce canciones estaban terminadas. Para entonces, Sinforiano parecía la versión diabólica de Louis Armstrong. Tirado en el sillón, me explica.
-No tengo ganas de componer más canciones, es muy agotador. Cuando me toco aquí me duele. Y aquí también. Y aquí…y aquí. ¿Qué me pasa, hermano?
-Lo que tienes es el dedo roto.
-Rayos, me será difícil alcanzar un Sí bemol.
-Yo conozco un montón de remedios herbales y técnicas de masaje. Nomas avísame
En el día del juicio final, a las siete de la mañana, yo tenía todas las partituras perfectamente engargoladas y notariadas. A las once de la mañana, hacíamos antesala en las oficinas de RCA Víctor, después de un corto vuelo comercial a ciudad de México. Doce y treinta minutos, regresábamos en el mismo auto alquilado al aeropuerto. Yo pretendí estar aturdido como Sinforiano. Sinforiano toma un largo sorbo de aire de la ventanilla abierta y entona las notas de Taps, mientras yo conduzco al volante.
-Tenía al mundo agarrado por los huevos… - llora en una pausa.
Quise ampliar el comentario: “Cuando tengas al mundo por los huevos…no se te ocurra exprimirlos”, pero no dije nada. Al contrario, abrí el lado de su puerta con el coche andando y lo empuje de una patada.
Sinforiano rebotó cuatro veces en el pavimento, terminando desmayado con una seria contusión en la cabeza. Al mismo tiempo, la mentada corneta se contonea como un animal herido a otros cuatro rebotes de distancia. No me pregunten por qué no le pasé el auto encima. No tengo explicación. Quizás quisieran repetirle la pregunta a BMG Music Publishing Ltd. Cortesía de RCA Records.
Mientras desviaba mi ruta hacia el hospital de La Raza, le explico a Sinforiano que se desmayó a mitad de un concierto de Jazz en Bellas Artes. Aunque en su amnesia me lo creyó, lo cierto es que nunca volvió a mirarme con la misma confianza después.
Al menos no volvió a tocar Tijuana Taxi otra vez.
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