Una de las pocas fotografías de Paul Verlaine que se conservan nos los muestra, ya en sus últimos años, en el café Voltaire de París. En dicha imagen, al buen observador no le es difícil distinguir una cosa: el maestro parece estar borracho, narcotizado tal vez... Ebrio de una u otra manera, en cualquier caso. De ello podemos concluir que la disipación acabó finalmente por vencer a la rectitud. Entre una y otra osciló constantemente la existencia del antiguo parnasiano.
Sin embargo, si no fuera por que el París decimonónico –el gran París– acogió a plumas como la de Baudelaire, Lautréamont y Rimbaud, entre otras muchos igualmente geniales, bien podríamos afirmar, con algunas de las notas biográficas a él referidas, que Verlaine, junto con Víctor Hugo, es el mayor poeta lírico francés del siglo XIX. No hay nada en sus primeros años que anuncie su futura inclinación por la autodestrucción. Nacido en Metz, el 30 de marzo de 1844, su padre es un militar perteneciente a una antigua familia belga y su madre –de soltera Elisa Dehée– es hija de unos acaudalados terratenientes. Todos ellos observantes de las buenas costumbres, no hay en los familiares del pequeño Paul ninguno que se haya dado a los excesos.
De ahí que sus biógrafos más reaccionarios atribuyan su repentina e insospechada inclinación por el malditismo a una incipiente fealdad. «Como predestinado por los demonios de la lujuria, fue adquiriendo una fealdad singular, que, acentuada en el curso de los años y a través de las intemperancias, le dio, finalmente, una fisonomía de fauno huraño e insensato» (Amelia Bruzzi dixit).
Desdoblamientos Fuera como fuese
Desde que su familia se traslada a París (1851), el pequeño Paul es un lector asiduo de poesía romántica –sintiendo una predilección especial por Víctor Hugo– placer que compagina con su actividad académica. Sus primeros versos datan de 1858, sólo cuenta 14 años. Paralelamente a sus lecturas, su personalidad va mostrando ciertos desdoblamientos que le llevan de las efusiones sentimentales, que le son más frecuentes, a la irascibilidad y el delirio, no menos habituales. De esos inquietantes cambios de carácter saben bien los poetas parnasianos, a quienes Verlaine comienza a frecuentar a partir de 1860. En aquel tiempo, ya se ha confesado un rendido admirador de Baudelaire. Sus primeras publicaciones en revistas parnasianas no le proporcionan el dinero suficiente para el sustento, con lo que se ve obligado a emplearse como escribiente en el ayuntamiento de París. Eso sí, el municipio no le hace olvidar sus verdaderas inquietudes. "Poemas saturninos" (1866), su primer libro, trata sobre la fatalidad a la que, según el poeta, están condenados sin redención posible cuantos nacen, como él, bajo el signo de Saturno. Cuatro años después, la homosexualidad y las noches de bohemia del escritor, hacen que su madre le case con Mathilde Mauté de Fleurville, a la que dedicará "La buena canción" (1870), su obra menos lograda. Anteriormente, ha publicado "Fiestas galantes" (1869), versos que, en opinión de Carlos Pujol, vienen a evocar la pintura de Watteau. Un tiro a Rimbaud No obstante su matrimonio, el gran amor de Paul Verlaine será otro poeta: el joven Jean Arthur Rimbaud, quien llega a París en los días de la Comuna dispuesto a «morir con el pueblo». Las ordinarieces y la mala comida de los pobres, que en palabras del mismo Rimbaud le agredieran tanto, no han irritado todavía al autor de "Una temporada en el infierno" (1873). Abandonando a su esposa, Verlaine marchará tras Rimbaud a Bélgica e Inglaterra. Cuando Arthur quiere romper la relación que les une, Verlaine le descerraja un tiro que le lleva a la cárcel. Cumplida su condena, Paul Verlaine, como consecuencia de la crisis existencial que ha sufrido en prisión –la que también le ha inspirado sus "Romanzas sin palabras" (1874)–, durante algún tiempo, da clases de literatura en distintos países. Tras romper con un nuevo amante –L. Létinois– vuelve a darse a la bebida y demás excesos. Apenas regresado a París publica "Cordura" (1881), pero es "Romanzas sin palabras" el texto que le ha procurado la fama. Convertido en abanderado del decadentismo y en algo así como el patriarca –junto a Rimbaud– del simbolismo, declara respecto a este último: «¿El simbolismo? No sé qué será... Tal vez una palabra alemana (...) Lo que sí que sé bien es que cuando sufro, cuando gozo o cuando lloro no se trata de símbolos». En otra ocasión escribe: «¡Ay de mí! Disipé mi vida (...) Si debiera emitir un juicio sobre mí mismo, me llamaría el don Quijote del Parnaso». "Los poetas malditos", conjunto de artículos y ensayos sobre la poesía de la disipación y el exceso, aparece en 1881. El mismo se incluye entre los autores estudiados bajo el seudónimo de Pauvre Lelian. También da noticia de Rimbaud, a quien, por supuesto, no ha olvidado. Tras publicar con regularidad durante los siguientes años, en los que va del hospital al Barrio Latino, Paul Verlaine muere en París en 1896. Goza de cierta holgura económica y su fama va en aumento.
ARTE POÉTICA
La música ante todo preferimos,
por eso mismo el verso imparisílabo
que es más vago y soluble y que no tiene
ningún peso ni pose que lo tiente.
Y no olvides tampoco el elegir
palabras que se presten al equívoco:
quedémonos con una canción gris,
que junta lo más claro a lo indeciso.
[...] ¡Lo que buscamos siempre es el matiz,
solo el matiz y nada de color!
Sólo el matiz hermana sin herir
sueño con sueño, flauta y bronco son.
[...] ¡Retuércele el pescuezo a la elocuencia!
Y no estará de más, con mano dura,
poner coto a la rima: si la sueltas
nadie sabe hasta donde nos empuja.
[...] ¡La música ante todo, siempre música!
sea tu verso ese algo volandero
que sentimos huir de un alma en busca
de distintos amores y otros cielos.
Sea tu verso anuncio de ventura
en el crispado viento matutino
perfumado de menta y tomillo...
Y lo demás es ya literatura.
Id, pues, vagabundos, sin tregua
por eso mismo el verso imparisílabo
que es más vago y soluble y que no tiene
ningún peso ni pose que lo tiente.
Y no olvides tampoco el elegir
palabras que se presten al equívoco:
quedémonos con una canción gris,
que junta lo más claro a lo indeciso.
[...] ¡Lo que buscamos siempre es el matiz,
solo el matiz y nada de color!
Sólo el matiz hermana sin herir
sueño con sueño, flauta y bronco son.
[...] ¡Retuércele el pescuezo a la elocuencia!
Y no estará de más, con mano dura,
poner coto a la rima: si la sueltas
nadie sabe hasta donde nos empuja.
[...] ¡La música ante todo, siempre música!
sea tu verso ese algo volandero
que sentimos huir de un alma en busca
de distintos amores y otros cielos.
Sea tu verso anuncio de ventura
en el crispado viento matutino
perfumado de menta y tomillo...
Y lo demás es ya literatura.
Id, pues, vagabundos, sin tregua
Id, pues, vagabundos, sin tregua,
errad, funestos y malditosa lo largo de los abismos y las playas
bajo el ojo cerrado de los paraísos. (...)
Y nosotros que la derrota nos ha hecho, ay, sobrevivir,
los pies magullados, los ojos turbios, la cabeza pesada,
sangrantes, flojos, deshonrados, cansados,
vamos, penosamente ahogando un lamento sordo.
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