
Bob Dylan,
Como una piedra rodante,
aún se mantiene soplando en el viento
(si alguien tiene un título más cursi favor de sugerirlo)
Ayer hacía frío en la noche. Llegué al auditorio casi sobre la hora del concierto (8:30 p.m). Había mucha gente afuera haciendo colas para entrar. Le hablé a mi amigo Ricardo para darle una pequeña crónica de lo que estaba sucediendo en ese momento, como si estuviéramos en un programa de radio:
- Ricardo, es una noche fría, la gente viene abrigada con sus sacos, sweateres y chamarras. Pero el frío nada importa a quienes viene a ver a esta leyenda.
- Para ellos Dylan es dios.
- Quizá no sea dios, pero para muchos de ellos , con Dylan comienza su vida.
- Bueno Juanillo con esta frase lapidaria vamos a ir a un corte y regresamos contigo para que nos vayas comentando lo que ves y oyes esta noche de miércoles en el frío D.F.
El concierto comenzó un poco pasadas de las 8 30. Había muchos lugares vacíos todavía más de la parte de abajo que de la de arriba. Yo había comprado mi boleto apenas el sábado. Estuve en el costado izquierdo del primero piso fila F. La parte de debajo de la derecha se quedó casi toda vacía. Yo tenía atrás de mí un super fan que todo el tiempo estuvo palmeando las canciones y haciendo expresiones de entusiasmo. La verdad el concierto fue para escucharlo, estar atento a las letras que si ya era difícil entenderlas las letras en inglés, con la pronunciación y su voz gangosa se dificultaba más. No fue un concierto de éxitos como estamos acostumbrados muchos cuando vamos a escuchar a las bandas o solistas que hicieron época en el rock. A sus 66 años Bob Dylan no se dedica a cantar sus éxitos en Las Vegas. Presentó sobre todo el nuevo material de su disco y mostró que sin lugar a dudas hay Dylan para rato. Un rock bastante básico pero muy potente tanto en las piezas nuevas como en algunos éxitos Highway 61 y Things have changed. Estar ante una leyenda escuchándolo era como ir al viaje del inconsciente y encontrarte con todas las cosas con las que eras feliz en la infancia. Esa felicidad que nunca puedes terminar de describir. Sin mucho aspaviento, sin dirigirse al público más que para con una reverencia agradecer la ovación que le brindaba (y que desde que apareció saludo al héroe de los años sesenta. Sin lugar a dudas Dylan fue quien le dio sentido a los sesenta y propicio que no fuera sólo un viaje hedonista), primero con la guitarra interpretando Lay lady Lay y I ‘ll be you baby tonght y luego con un teclado permaneció durante dos horas recreándose así mismo. La banda que lo acompaña muy bien uniformados con unos trajes en beige, él de oscuro con un sombrerito muy dylanesco. Y sin embargo, uno podía sentir la energía que traía consigo: cinco décadas que le daban una experiencia y una serenidad casi zen. El concierto terminó con Like a rolling Stone, esa canción que en alguna ocasión declaró que no le gustaba porque había sido creada por el odio “how does it feel /to be on your own/ with no direction/ wrong/ how does it feel” (cito de memoria y lo que he entendido que dice la canción). Cuando la gente, que no abarrotaba el Auditorio Nacional, pero que permanecía de rodillas y con los brazos alzados hacia el cielo (todos nuestros ritos tienen una metáfora mística), identificó la canción (que por el arreglo se tardó en hacerlo) se puso de pie, no para bailar ni para corear la canción sino para honrar a quien le había dado adolescencia a sus vidas. Terminamos de pie y permanecimos así hasta que volvió a salir para hacer un encore. Y entonces escuchamos otro arreglo sorprendente y hasta la primera línea how many roads must a man walk down before you call him a man? supimos de qué se trataba todo esto (quiero decir no sólo la canción sino todo, la vida). Aunque la respuesta a la pregunta aún puede seguir soplando en el viento la forma de hacerlo había hecho un rizo hermoso y divertido, un blus muy juguetón, pero enérgico. Bob Dylan presentó a su banda y se marchó, no sé si para siempre, quizá sea la última vez que lo veamos en vivo, que se presenté en México. Pero el ímpetu que aún lo nutre como un inmortal, y aunque suene raro, un inmortal vivo me hace pensar que la piedra le seguirá rodando y que abandonado a la experiencia del recorrido Bob Dylan volverá por sus fueros.
Para quien lo escuchó hace más de cuarenta años, sentado en una silla mecedora y quien leyó sus letras por primera vez, nunca se hubiera imaginado que lo vería allí abajo con esa voz tan rocanrolera ése hito haciéndole adentro, volviéndolo a los años maravillosos donde bailar, moviéndose hacia atrás y hacia delante agitando una pierna como un viejo charleston sin golpear el armatoste de sonido, era la felicidad.
- Ricardo eso es todo por hoy, vemos a la gente saliendo y arremolinándose frente a los puestos para llevarse un souvenir de esta experiencia única. Yo por mi parte me abro paso y consigo comprarme una camisola blanca con la imagen de la silueta del rostro y la leyenda Bob Dylan, México – 2008. Ya la verás, jajaja
aún se mantiene soplando en el viento
(si alguien tiene un título más cursi favor de sugerirlo)
Ayer hacía frío en la noche. Llegué al auditorio casi sobre la hora del concierto (8:30 p.m). Había mucha gente afuera haciendo colas para entrar. Le hablé a mi amigo Ricardo para darle una pequeña crónica de lo que estaba sucediendo en ese momento, como si estuviéramos en un programa de radio:
- Ricardo, es una noche fría, la gente viene abrigada con sus sacos, sweateres y chamarras. Pero el frío nada importa a quienes viene a ver a esta leyenda.
- Para ellos Dylan es dios.
- Quizá no sea dios, pero para muchos de ellos , con Dylan comienza su vida.
- Bueno Juanillo con esta frase lapidaria vamos a ir a un corte y regresamos contigo para que nos vayas comentando lo que ves y oyes esta noche de miércoles en el frío D.F.
El concierto comenzó un poco pasadas de las 8 30. Había muchos lugares vacíos todavía más de la parte de abajo que de la de arriba. Yo había comprado mi boleto apenas el sábado. Estuve en el costado izquierdo del primero piso fila F. La parte de debajo de la derecha se quedó casi toda vacía. Yo tenía atrás de mí un super fan que todo el tiempo estuvo palmeando las canciones y haciendo expresiones de entusiasmo. La verdad el concierto fue para escucharlo, estar atento a las letras que si ya era difícil entenderlas las letras en inglés, con la pronunciación y su voz gangosa se dificultaba más. No fue un concierto de éxitos como estamos acostumbrados muchos cuando vamos a escuchar a las bandas o solistas que hicieron época en el rock. A sus 66 años Bob Dylan no se dedica a cantar sus éxitos en Las Vegas. Presentó sobre todo el nuevo material de su disco y mostró que sin lugar a dudas hay Dylan para rato. Un rock bastante básico pero muy potente tanto en las piezas nuevas como en algunos éxitos Highway 61 y Things have changed. Estar ante una leyenda escuchándolo era como ir al viaje del inconsciente y encontrarte con todas las cosas con las que eras feliz en la infancia. Esa felicidad que nunca puedes terminar de describir. Sin mucho aspaviento, sin dirigirse al público más que para con una reverencia agradecer la ovación que le brindaba (y que desde que apareció saludo al héroe de los años sesenta. Sin lugar a dudas Dylan fue quien le dio sentido a los sesenta y propicio que no fuera sólo un viaje hedonista), primero con la guitarra interpretando Lay lady Lay y I ‘ll be you baby tonght y luego con un teclado permaneció durante dos horas recreándose así mismo. La banda que lo acompaña muy bien uniformados con unos trajes en beige, él de oscuro con un sombrerito muy dylanesco. Y sin embargo, uno podía sentir la energía que traía consigo: cinco décadas que le daban una experiencia y una serenidad casi zen. El concierto terminó con Like a rolling Stone, esa canción que en alguna ocasión declaró que no le gustaba porque había sido creada por el odio “how does it feel /to be on your own/ with no direction/ wrong/ how does it feel” (cito de memoria y lo que he entendido que dice la canción). Cuando la gente, que no abarrotaba el Auditorio Nacional, pero que permanecía de rodillas y con los brazos alzados hacia el cielo (todos nuestros ritos tienen una metáfora mística), identificó la canción (que por el arreglo se tardó en hacerlo) se puso de pie, no para bailar ni para corear la canción sino para honrar a quien le había dado adolescencia a sus vidas. Terminamos de pie y permanecimos así hasta que volvió a salir para hacer un encore. Y entonces escuchamos otro arreglo sorprendente y hasta la primera línea how many roads must a man walk down before you call him a man? supimos de qué se trataba todo esto (quiero decir no sólo la canción sino todo, la vida). Aunque la respuesta a la pregunta aún puede seguir soplando en el viento la forma de hacerlo había hecho un rizo hermoso y divertido, un blus muy juguetón, pero enérgico. Bob Dylan presentó a su banda y se marchó, no sé si para siempre, quizá sea la última vez que lo veamos en vivo, que se presenté en México. Pero el ímpetu que aún lo nutre como un inmortal, y aunque suene raro, un inmortal vivo me hace pensar que la piedra le seguirá rodando y que abandonado a la experiencia del recorrido Bob Dylan volverá por sus fueros.
Para quien lo escuchó hace más de cuarenta años, sentado en una silla mecedora y quien leyó sus letras por primera vez, nunca se hubiera imaginado que lo vería allí abajo con esa voz tan rocanrolera ése hito haciéndole adentro, volviéndolo a los años maravillosos donde bailar, moviéndose hacia atrás y hacia delante agitando una pierna como un viejo charleston sin golpear el armatoste de sonido, era la felicidad.
- Ricardo eso es todo por hoy, vemos a la gente saliendo y arremolinándose frente a los puestos para llevarse un souvenir de esta experiencia única. Yo por mi parte me abro paso y consigo comprarme una camisola blanca con la imagen de la silueta del rostro y la leyenda Bob Dylan, México – 2008. Ya la verás, jajaja