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martes, septiembre 25, 2007

Lourdes Franyuti: Venciendo la soledad

Cuadro obra de la monja pintora Isabel Guerra (Madrid, 1947)

Tengo tiempo de sobra. He querido salir temprano de casa con el propósito de desayunar en la cafetería más cercana a la oficina. Escucho la melodía número tres del disco compacto. Mi preferida; ésa que me inyecta de energía matutina para cumplir con la jornada de trabajo. Doy vuelta al volante en la Sur 25 y me estaciono en batería. Con cuidado, guardo el portafolios en la cajuela del auto, tomo dos códigos reglamentarios en materia fiscal y me dirijo con paso lento a la mesa ubicada junto a la ventana que colinda con un espacio asignado para juegos infantiles.

El mesero pregunta qué deseo ordenar y contesto: Lo de siempre. Supongo que la pregunta es puro protocolo, ya que él sabe, de hecho, que el café americano y la dona espolvoreada con azúcar me acompañan por la mañanas. Abro el código en la página que señala el separador para subrayar la información que a mi juicio es pertinente destacar. Acomodo mi cabello y mi flequillo. Quiero lucir interesante, aunque a mi alrededor sólo estén ocupadas escasas cuatro mesas.

Observo detenidamente el tobogán de color rojo y el sube-y-baja. Me quedo impávida y mi mente retrocede varios años atrás. El escenario es el mismo, sólo que la decoración varía: las mesas, sillas, mantelería, el uniforme de los camareros… hasta el sube-y-baja luce diferente. Quiero entender el significado de todo esto. He ido atrás en el tiempo para darme cuenta de mi error. He vivido hundida en aquella época, para ser precisa, los años ochenta. Y no me refiero a mi vida profesional; en este ámbito he brillado más que cualquier hombre. Me sitúo en mi vida personal. Acudo todos los días a este lugar. En esta cafetería que veo ahora tan cambiada, leo mi carta que uso como separador, aquella carta que he roto y pegado luego con cinta adhesiva.

Cuántas veces rechacé su amor. Un inmenso y real amor. En esta carta él me proponía que dejara todo y lo siguiera. Me decía que una mujer tan hermosa e inteligente podría empezar de nuevo en cualquier ciudad. A cada momento me describía como única entre las demás mujeres. Recuerdo cómo me lo pidió aquí mismo, llorando, y yo no acepté. En esa época ya era reconocida en mi trabajo. Me arrepiento tanto de no haber seguido el dictado de mi corazón, que a diario vuelvo a esta hora y desayuno lo mismo que él ordenó aquel día. Decidí tomar el camino profesional. A mis cincuenta y dos años, es así cómo trato de evadir mi realidad: escuchando música, vistiéndome y peinándome al estilo particular de aquella época… Sólo así puedo vencer la profunda soledad en la que me encuentro ahora sumergida.


José Saramago: El cuento de la isla desconocida



Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado.
Sin embargo, en el caso del hombre que quería un barco, las cosas no ocurrieron así. Cuando la mujer de la limpieza le preguntó por el resquicio de la puerta, Y tú qué quieres, el hombre, en vez de pedir, como era la costumbre de todos, un título, una condecoración, o simplemente dinero, respondió. Quiero hablar con el rey, Ya sabes que el rey no puede venir, está en la puerta de los obsequios, respondió la mujer, Pues entonces ve y dile que no me iré de aquí hasta que él venga personalmente para saber lo que quiero, remató el hombre, y se tumbó todo lo largo que era en el rellano, tapándose con una manta porque hacía frío. Entrar y salir sólo pasándole por encima. Ahora, bien, esto suponía un enorme problema, si tenemos en consideración que, de acuerdo con la pragmática de las puertas, sólo se puede atender a un suplicante cada vez, de donde resulta que mientras haya alguien esperando una respuesta, ninguna otra persona podrá aproximarse para exponer sus necesidades o sus ambiciones. A primera vista, quien ganaba con este artículo del reglamento era el rey, puesto que al ser menos numerosa la gente que venía a incomodarlo con lamentos, más tiempo tenía, y más sosiego, para recibir, contemplar y guardar los obsequios. A segunda vista, sin embargo, el rey perdía, y mucho, porque las protestas públicas, al notarse que la respuesta tardaba más de lo que era justo, aumentaban gravemente el descontento social, lo que, a su vez, tenía inmediatas y negativas consecuencias en el flujo de obsequios. En el caso que estamos narrando, el resultado de la ponderación entre los beneficios y los perjuicios fue que el rey, al cabo de tres días, y en real persona, se acercó a la puerta de las peticiones, para saber lo que quería el entrometido que se había negado a encaminar el requerimiento por las pertinentes vías burocráticas. Abre la puerta, dijo el rey a la mujer de la limpieza, y ella preguntó, Toda o sólo un poco.



El rey dudó durante un instante, verdaderamente no le gustaba mucho exponerse a los aires de la calle, pero después reflexionó que parecería mal, aparte de ser indigno de su majestad, hablar con un súbdito a través de una rendija, como si le tuviese miedo, sobre todo asistiendo al coloquio la mujer de la limpieza, que luego iría por ahí diciendo Dios sabe qué, De par en par, ordenó. El hombre que quería un barco se levantó del suelo cuando comenzó a oír los ruidos de los cerrojos, enrolló la manta y se puso a esperar. Estas señales de que finalmente alguien atendería y que por tanto el lugar pronto quedaría desocupado, hicieron aproximarse a la puerta a unos cuantos aspirantes a la liberalidad del trono que andaban por allí, prontos para asaltar el puesto apenas quedase vacío. La inopinada aparición del rey (nunca una tal cosa había sucedido desde que usaba corona en la cabeza) causó una sorpresa desmedida, no sólo a los dichos candidatos, sino también entre la vecindad que, atraída por el alborozo repentino, se asomó a las ventanas de las casas, en el otro lado de la calle. La única persona que no se sorprendió fue el hombre que vino a pedir un barco. Calculaba él, y acertó en la previsión, que el rey, aunque tardase tres días, acabaría sintiendo la curiosidad de ver la cara de quien, nada más y nada menos, con notable atrevimiento, lo había mandado llamar. Dividido entre la curiosidad irreprimible y el desagrado de ver tantas personas juntas, el rey, con el peor de los modos, preguntó tres preguntas seguidas, Tú qué quieres, Por qué no dijiste lo que querías, Te crees que no tengo nada más que hacer, pero el hombre sólo respondió a la primera pregunta, Dame un barco, dijo. El asombro dejó al rey hasta tal punto desconcertado que la mujer de la limpieza se vio obligada a acercarle una silla de enea, la misma en que ella se sentaba cuando necesitaba trabajar con el hilo y la aguja, pues, además de la limpieza, tenía también la responsabilidad de algunas tareas menores de costura en el palacio, como zurcir las medias de los pajes. Mal sentado, porque la silla de enea era mucho más baja que el trono, el rey buscaba la mejor manera de acomodar las piernas, ora encogiéndolas, ora extendiéndolas para los lados, mientras el hombre que quería un barco esperaba con paciencia la pregunta que seguiría, Y tú para qué quieres un barco, si puede saberse, fue lo que el rey preguntó cuando finalmente se dio por instalado con sufrible comodidad en la silla de la mujer de la limpieza, Para buscar la isla desconocida, respondió el hombre. Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas, Están todas en los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida, A quién has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora más serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quién eres para que yo te lo dé, Y tú quién eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos nada eres, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas, También me interesan las desconocidas, cuando dejan de serlo, Tal vez ésta no se deje conocer, Entonces no te doy el barco, Darás. Al oír esta palabra, pronunciada con tranquila firmeza, los aspirantes a la puerta de las peticiones, en quienes, minuto tras minuto, desde el principio de la conversación iba creciendo la impaciencia, más por librarse de él que por simpatía solidaria, resolvieron intervenir en favor del hombre que quería el barco, comenzando a gritar. Dale el barco, dale el barco. El rey abrió la boca para decirle a la mujer de la limpieza que llamara a la guardia del palacio para que estableciera inmediatamente el orden público e impusiera disciplina, pero, en ese momento, las vecinas que asistían a la escena desde las ventanas se unieron al coro con entusiasmo, gritando como los otros, Dale el barco, dale el barco. Ante tan ineludible manifestación de voluntad popular y preocupado con lo que, mientras tanto, habría perdido en la puerta de los obsequios, el rey levantó la mano derecha imponiendo silencio y dijo, Voy a darte un barco, pero la tripulación tendrás que conseguirla tú, mis marineros me son precisos para las islas conocidas. Los gritos de aplauso del público no dejaron que se percibiese el agradecimiento del hombre que vino a pedir un barco, por el movimiento de los labios tanto podría haber dicho Gracias, mi señor, como Ya me las arreglaré, pero lo que nítidamente se oyó fue lo que a continuación dijo el rey, Vas al muelle, preguntas por el capitán del puerto, le dices que te mando yo, y él que te dé el barco, llevas mi tarjeta. El hombre que iba a recibir un barco leyó la tarjeta de visita, donde decía Rey debajo del nombre del rey, y eran éstas las palabras que él había escrito sobre el hombro de la mujer de la limpieza, Entrega al portador un barco, no es necesario que sea grande, pero que navegue bien y sea seguro, no quiero tener remordimientos en la conciencia si las cosas ocurren mal. Cuando el hombre levantó la cabeza, se supone que esta vez iría a agradecer la dádiva, el rey ya se había retirado, sólo estaba la mujer de la limpieza mirándolo con cara de circunstancias. El hombre bajó del peldaño de la puerta, señal de que los otros candidatos podían avanzar por fin, superfluo será explicar que la confusión fue indescriptible, todos queriendo llegar al sitio en primer lugar, pero con tan mala suerte que la puerta ya estaba cerrada otra vez. La aldaba de bronce volvió a llamar a la mujer de la limpieza, pero la mujer de la limpieza no está, dio la vuelta y salió con el cubo y la escoba por otra puerta, la de las decisiones, que apenas es usada, pero cuando lo es, lo es. Ahora sí, ahora se comprende el porqué de la cara de circunstancias con que la mujer de la limpieza estuvo mirando, ya que, en ese preciso momento, había tomado la decisión de seguir al hombre así que él se dirigiera al puerto para hacerse cargo del barco. Pensó que ya bastaba de una vida de limpiar y lavar palacios, que había llegado la hora de mudar de oficio, que lavar y limpiar barcos era su vocación verdadera, al menos en el mar el agua no le faltaría. No imagina el hombre que, sin haber comenzado a reclutar la tripulación, ya lleva detrás a la futura responsable de los baldeos y otras limpiezas, también es de este modo como el destino acostumbra a comportarse con nosotros, ya está pisándonos los talones, ya extendió la mano para tocarnos en el hombro, y nosotros todavía vamos murmurando, Se acabó, no hay nada más que ver, todo es igual.
Andando, andando, el hombre llegó al puerto, fue al muelle, preguntó por el capitán, y mientras venía, se puso a adivinar cuál sería, de entre los barcos que allí estaban, el que iría a ser suyo, grande ya sabía que no, la tarjeta de visita del rey era muy clara en este punto, por consiguiente quedaban descartados los paquebotes, los cargueros y los navíos de guerra, tampoco podría ser tan pequeño que aguantase mal las fuerzas del viento y los rigores del mar, en este punto también había sido categórico el rey, que navegue bien y sea seguro, fueron éstas sus formales palabras, excluyendo así explícitamente los botes, las falúas y las chalupas, que siendo buenos navegantes, y seguros, cada uno conforme a su condición, no nacieron para surcar los océanos, que es donde se encuentran las islas desconocidas. Un poco apartada de allí, escondida detrás de unos bidones, la mujer de la limpieza pasó los ojos por los barcos atracados, Para mi gusto, aquél, pensó, aunque su opinión no contaba, ni siquiera había sido contratada, vamos a oír antes lo que dirá el capitán del puerto. El capitán vino, leyó la tarjeta, miró al hombre de arriba abajo y le hizo la pregunta que al rey no se le había ocurrido, Sabes navegar, tienes carnet de navegación, a lo que el hombre respondió, Aprenderé en el mar. El capitán dijo, No te lo aconsejaría, capitán soy yo, y no me atrevo con cualquier barco, Dame entonces uno con el que pueda atreverme, no, uno de ésos no, dame un barco que yo respete y que pueda respetarme a mí, Ese lenguaje es de marinero, pero tú no eres marinero, Si tengo el lenguaje, es como si lo fuese. El capitán volvió a leer la tarjeta del rey, después preguntó, Puedes decirme para qué quieres el barco, Para ir en busca de la isla desconocida, Ya no hay islas desconocidas, Lo mismo me dijo el rey, Lo que él sabe de islas lo aprendió conmigo, Es extraño que tú, siendo hombre de mar, me digas eso, que ya no hay islas desconocidas, hombre de tierra soy yo, y no ignoro que todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas, Pero tú, si bien entiendo, vas a la búsqueda de una donde nadie haya desembarcado nunca, Lo sabré cuando llegue, Si llegas, Sí, a veces se naufraga en el camino, pero si tal me ocurre, deberás escribir en los anales del puerto que el punto adonde llegué fue ése, Quieres decir que llegar, se llega siempre, No serías quien eres si no lo supieses ya. El capitán del puerto dijo, Voy a darte la embarcación que te conviene. Cuál, Es un barco con mucha experiencia, todavía del tiempo en que toda la gente andaba buscando islas desconocidas, Cuál, Creo que incluso encontró algunas, Cuál, Aquél. Así que la mujer de la limpieza percibió para dónde apuntaba el capitán, salió corriendo de detrás de los bidones y gritó, Es mi barco, es mi barco, hay que perdonarle la insólita reivindicación de propiedad, a todo título abusiva, el barco era aquel que le había gustado, simplemente. Parece una carabela, dijo el hombre, Más o menos, concordó el capitán, en su origen era una carabela, después pasó por arreglos y adaptaciones que la modificaron un poco, Pero continúa siendo una carabela, Sí, en el conjunto conserva el antiguo aire, Y tiene mástiles y velas, Cuando se va en busca de islas desconocidas, es lo más recomendable. La mujer de la limpieza no se contuvo, Para mí no quiero otro, Quién eres tú, preguntó el hombre, No te acuerdas de mí, No tengo idea, Soy la mujer de la limpieza, Qué limpieza, La del palacio del rey, La que abría la puerta de las peticiones, No había otra, Y por qué no estás en el palacio del rey, limpiando y abriendo puertas, Porque las puertas que yo quería ya fueron abiertas y porque de hoy en adelante sólo limpiaré barcos, Entonces estás decidida a ir conmigo en busca de la isla desconocida, Salí del palacio por la puerta de las decisiones, Siendo así, ve para la carabela, mira cómo está aquello, después del tiempo pasado debe precisar de un buen lavado, y ten cuidado con las gaviotas, que no son de fiar, No quieres venir conmigo a conocer tu barco por dentro, Dijiste que era tuyo, Disculpa, fue sólo porque me gustó, Gustar es probablemente la mejor manera de tener, tener debe de ser la peor manera de gustar. El capitán del puerto interrumpió la conversación, Tengo que entregar las llaves al dueño del barco, a uno o a otro, resuélvanlo, a mí tanto me da, Los barcos tienen llave, preguntó el hombre, Para entrar, no, pero allí están las bodegas y los pañoles, y el camarote del comandante con el diario de a bordo, Ella que se encargue de todo, yo voy a reclutar la tripulación, dijo el hombre, y se apartó.
La mujer de la limpieza fue a la oficina del capitán para recoger las llaves, después entró en el barco, dos cosas le valieron, la escoba del palacio y el aviso contra las gaviotas, todavía no había acabado de atravesar la pasarela que unía la amurada al atracadero y ya las malvadas se precipitaban sobre ella gritando, furiosas, con las fauces abiertas, como si la fueran a devorar allí mismo. No sabían con quién se enfrentaban. La mujer de la limpieza posó el cubo, se guardó las llaves en el seno, plantó bien los pies en la pasarela y, remolineando la escoba como si fuese un espadón de los buenos tiempos, consiguió poner en desbandada a la cuadrilla asesina. Sólo cuando entró en el barco comprendió la ira de las gaviotas, había nidos por todas partes, muchos de ellos abandonados, otros todavía con huevos, y unos pocos con gaviotillas de pico abierto, a la espera de comida, Pues sí, pero será mejor que se muden de aquí, un barco que va en busca de la isla desconocida no puede tener este aspecto, como si fuera un gallinero, dijo. Tiró al agua los nidos vacíos, los otros los dejó, luego veremos. Después se remangó las mangas y se puso a lavar la cubierta. Cuando acabó la dura tarea, abrió el pañol de las velas y procedió a un examen minucioso del estado de las costuras, tanto tiempo sin ir al mar y sin haber soportado los estirones saludables del viento. Las velas son los músculos del barco, basta ver cómo se hinchan cuando se esfuerzan, pero, y eso mismo les sucede a los músculos, si no se les da uso regularmente, se aflojan, se ablandan, pierden nervio. Y las costuras son los nervios de las velas, pensó la mujer de la limpieza, contenta por aprender tan de prisa el arte de la marinería. Encontró deshilachadas algunas bastillas, pero se conformó con señalarlas, dado que para este trabajo no le servían la aguja y el hilo con que zurcía las medias de los pajes antiguamente, o sea, ayer. En cuanto a los otros pañoles, enseguida vio que estaban vacíos. Que el de la pólvora estuviese desabastecido, salvo un polvillo negro en el fondo, que al principio le parecieron cagaditas de ratón, no le importó nada, de hecho no está escrito en ninguna ley, por lo menos hasta donde la sabiduría de una mujer de la limpieza es capaz de alcanzar, que ir por una isla desconocida tenga que ser forzosamente una empresa de guerra. Ya le enfadó, y mucho, la falta absoluta de municiones de boca en el pañol respectivo, no por ella, que estaba de sobra acostumbrada al mal rancho del palacio, sino por el hombre al que dieron este barco, no tarda que el sol se ponga, y él aparecerá por ahí clamando que tiene hambre, que es el dicho de todos los hombres apenas entran en casa, como si sólo ellos tuviesen estómago y sufriesen de la necesidad de llenarlo, Y si trae marineros para la tripulación, que son unos ogros comiendo, entonces no sé cómo nos vamos a gobernar, dijo la mujer de la limpieza.
No merecía la pena preocuparse tanto. El sol acababa de sumirse en el océano cuando el hombre que tenía un barco surgió en el extremo del muelle. Traía un bulto en la mano, pero venía solo y cabizbajo. La mujer de la limpieza fue a esperarlo a la pasarela, antes de que abriera la boca para enterarse de cómo había transcurrido el resto del día, él dijo, Estate tranquila, traigo comida para los dos, Y los marineros, preguntó ella, Como puedes ver, no vino ninguno, Pero los dejaste apalabrados, al menos, volvió a preguntar ella, Me dijeron que ya no hay islas desconocidas, y que, incluso habiéndolas, no iban a dejar el sosiego de sus lares y la buena vida de los barcos de línea para meterse en aventuras oceánicas, a la búsqueda de un imposible, como si todavía estuviéramos en el tiempo del mar tenebroso, Y tú qué les respondiste, Que el mar es siempre tenebroso, Y no les hablaste de la isla desconocida, Cómo podría hablarles de una isla desconocida, si no la conozco, Pero tienes la certeza de que existe, Tanta como de que el mar es tenebroso, En este momento, visto desde aquí, con las aguas color de jade y el cielo como un incendio, de tenebroso no le encuentro nada, Es una ilusión tuya, también las islas a veces parece que fluctúan sobre las aguas y no es verdad, Qué piensas hacer, si te falta una tripulación, Todavía no lo sé, Podríamos quedarnos a vivir aquí, yo me ofrecería para lavar los barcos que vienen al muelle, y tú, Y yo, Tendrás un oficio, una profesión, como ahora se dice, Tengo, tuve, tendré si fuera preciso, pero quiero encontrar la isla desconocida, quiero saber quién soy yo cuando esté en ella, No lo sabes, Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual. El incendio del cielo iba languideciendo, el agua de repente adquirió un color morado, ahora ni la mujer de la limpieza dudaría que el mar es de verdad tenebroso, por lo menos a ciertas horas.
Dijo el hombre, Dejemos las filosofías para el filósofo del rey, que para eso le pagan, ahora vamos a comer, pero la mujer no estuvo de acuerdo, Primero tienes que ver tu barco, sólo lo conoces por fuera. Qué tal lo encontraste, Hay algunas costuras de las velas que necesitan refuerzo, Bajaste a la bodega, encontraste agua abierta, En el fondo hay alguna, mezclada con el lastre, pero eso me parece que es lo apropiado, le hace bien al barco, Cómo aprendiste esas cosas, Así, Así cómo, Como tú, cuando dijiste al capitán del puerto que aprenderías a navegar en la mar, Todavía no estamos en el mar, Pero ya estamos en el agua, Siempre tuve la idea de que para la navegación sólo hay dos maestros verdaderos, uno es el mar, el otro es el barco, Y el cielo, te olvidas del cielo, Sí, claro, el cielo, Los vientos, Las nubes, El cielo, Sí, el cielo.
En menos de un cuarto de hora habían acabado la vuelta por el barco, una carabela, incluso transformada, no da para grandes paseos. Es bonita, dijo el hombre, pero si no consigo tripulantes suficientes para la maniobra, tendré que ir a decirle al rey que ya no la quiero, Te desanimas a la primera contrariedad, La primera contrariedad fue esperar al rey tres días, y no desistí, Si no encuentras marineros que quieran venir, ya nos las arreglaremos los dos, Estás loca, dos personas solas no serían capaces de gobernar un barco de éstos, yo tendría que estar siempre al timón, y tú, ni vale la pena explicarlo, es una locura, Después veremos, ahora vamos a cenar. Subieron al castillo de popa, el hombre todavía protestando contra lo que llamara locura, allí la mujer de la limpieza abrió el fardel que él había traído, un pan, queso curado, de cabra, aceitunas, una botella de vino. La luna ya estaba a medio palmo sobre el mar, las sombras de la verga y del mástil grande vinieron a tumbarse a sus pies. Es realmente bonita nuestra carabela, dijo la mujer, y enmendó enseguida, La tuya, tu carabela, Supongo que no será mía por mucho tiempo, Navegues o no navegues con ella, la carabela es tuya, te la dio el rey, Se la pedí para buscar una isla desconocida, Pero estas cosas no se hacen de un momento para otro, necesitan su tiempo, ya mi abuelo decía que quien va al mar se avía en tierra, y eso que él no era marinero, Sin marineros no podremos navegar, Eso ya lo has dicho, Y hay que abastecer el barco de las mil cosas necesarias para un viaje como éste, que no se sabe adónde nos llevará, Evidentemente, y después tendremos que esperar a que sea la estación apropiada, y salir con marea buena, y que venga gente al puerto a desearnos buen viaje, Te estás riendo de mí, Nunca me reiría de quien me hizo salir por la puerta de las decisiones, Discúlpame, Y no volveré a pasar por ella, suceda lo que suceda. La luz de la luna iluminaba la cara de la mujer de la limpieza, Es bonita, realmente es bonita, pensó el hombre, y esta vez no se refería a la carabela. La mujer, ésa, no pensó nada, lo habría pensado todo durante aquellos tres días, cuando entreabría de vez en cuando la puerta para ver si aquél aún continuaba fuera, a la espera. No sobró ni una miga de pan o de queso, ni una gota de vino, los huesos de las aceitunas fueron a parar al agua, el suelo está tan limpio como quedó cuando la mujer de la limpieza le pasó el último paño. La sirena de un paquebote que se hacía a la mar soltó un ronquido potente, como debieron de ser los del leviatán, y la mujer dijo, Cuando sea nuestra vez, haremos menos ruido. A pesar de que estaban en el interior del muelle, el agua se onduló un poco al paso del paquebote, y el hombre dijo, Pero nos balancearemos mucho más. Se rieron los dos, después se callaron, pasado un rato uno de ellos opinó que lo mejor sería irse a dormir. No es que yo tenga mucho sueño, y el otro concordó, Ni yo, después se callaron otra vez, la luna subió y continuó subiendo, a cierta altura la mujer dijo, Hay literas abajo, y el hombre dijo, Sí, y entonces fue cuando se levantaron y descendieron a la cubierta, ahí la mujer dijo, Hasta mañana, yo voy para este lado, y el hombre respondió, Y yo para éste, hasta mañana, no dijeron babor o estribor, probablemente porque todavía están practicando en las artes. La mujer volvió atrás, Me había olvidado, se sacó del bolsillo dos cabos de velas, Los encontré cuando limpiaba, pero no tengo cerillas, Yo tengo, dijo el hombre. Ella mantuvo las velas, una en cada mano, él encendió un fósforo, después, abrigando la llama bajo la cúpula de los dedos curvados la llevó con todo el cuidado a los viejos pabilos, la luz prendió, creció lentamente como la de la luna, bañó la cara de la mujer de la limpieza, no sería necesario decir que él pensó, Es bonita, pero lo que ella pensó, sí, Se ve que sólo tiene ojos para la isla desconocida, he aquí cómo se equivocan las personas interpretando miradas, sobre todo al principio. Ella le entregó una vela, dijo, Hasta mañana, duerme bien, él quiso decir lo mismo, de otra manera, Que tengas sueños felices, fue la frase que le salió, dentro de nada, cuando esté abajo, acostado en su litera, se le ocurrirán otras frases, más espiritosas, sobre todo más insinuantes, como se espera que sean las de un hombre cuando está a solas con una mujer. Se preguntaba si ella dormiría, si habría tardado en entrar en el sueño, después imaginó que andaba buscándola y no la encontraba en ningún sitio, que estaban perdidos los dos en un barco enorme, el sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas y ellas están juntas, las reúne, y casi no se ven una a otra, la mujer duerme a pocos metros y él no sabe cómo alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor.
Le había deseado buenos sueños, pero fue él quien se pasó toda la noche soñando. Soñó que su carabela navegaba por alta mar, con las tres velas triangulares gloriosamente hinchadas, abriendo camino sobre las olas, mientras él manejaba la rueda del timón y la tripulación descansaba a la sombra. No entendía cómo estaban allí los marineros que en el puerto y en la ciudad se habían negado a embarcar con él para buscar la isla desconocida, probablemente se arrepintieron de la grosera ironía con que lo trataron. Veía animales esparcidos por la cubierta, patos, conejos, gallinas, lo habitual de la crianza doméstica, comiscando los granos de millo o royendo las hojas de col que un marinero les echaba, no se acordaba de cuándo los habían traído para el barco, fuese como fuese, era natural que estuviesen allí, imaginemos que la isla desconocida es, como tantas veces lo fue en el pasado, una isla desierta, lo mejor será jugar sobre seguro, todos sabemos que abrir la puerta de la conejera y agarrar un conejo por las orejas siempre es más fácil que perseguirlo por montes y valles. Del fondo de la bodega sube ahora un relincho de caballos, de mugidos de bueyes, de rebuznos de asnos, las voces de los nobles animales necesarios para el trabajo pesado, y cómo llegaron ellos, cómo pueden caber en una carabela donde la tripulación humana apenas tiene lugar, de súbito el viento dio una cabriola, la vela mayor se movió y ondeó, detrás estaba lo que antes no se veía, un grupo de mujeres que incluso sin contarlas se adivinaba que eran tantas cuantos los marineros, se ocupan de sus cosas de mujeres, todavía no ha llegado el tiempo de ocuparse de otras, está claro que esto sólo puede ser un sueño, en la vida real nunca se ha viajado así. El hombre del timón buscó con los ojos a la mujer de la limpieza y no la vio. Tal vez esté en la litera de estribor, descansando de la limpieza de la cubierta, pensó, pero fue un pensar fingido, porque bien sabe, aunque tampoco sepa cómo lo sabe, que ella a última hora no quiso venir, que saltó para el embarcadero, diciendo desde allí, Adiós, adiós, ya que sólo tienes ojos para la isla desconocida, me voy, y no era verdad, ahora mismo andan los ojos de él pretendiéndola y no la encuentran. En este momento se cubrió el cielo y comenzó a llover y, habiendo llovido, principiaron a brotar innumerables plantas de las filas de sacos de tierra alineados a lo largo de la amurada, no están allí porque se sospeche que no haya tierra bastante en la isla desconocida, sino porque así se ganará tiempo, el día que lleguemos sólo tendremos que trasplantar los árboles frutales, sembrar los granos de las pequeñas cosechas que van madurando aquí, adornar los jardines con las flores que abrirán de estos capullos. El hombre del timón pregunta a los marineros que descansan en cubierta si avistan alguna isla desconocida, y ellos responden que no ven ni de unas ni de otras, pero que están pensando desembarcar en la primera tierra habitada que aparezca, siempre que haya un puerto donde fondear, una taberna donde beber y una cama donde folgar, que aquí no se puede, con toda esta gente junta. Y la isla desconocida, preguntó el hombre del timón, La isla desconocida es cosa inexistente, no pasa de una idea de tu cabeza, los geógrafos del rey fueron a ver en los mapas y declararon que islas por conocer es cosa que se acabó hace mucho tiempo, Debieron haberse quedado en la ciudad, en lugar de venir a entorpecerme la navegación, Andábamos buscando un lugar mejor para vivir y decidimos aprovechar tu viaje, No son marineros, Nunca lo fuimos, Solo no seré capaz de gobernar el barco, Haber pensado en eso antes de pedírselo al rey, el mar no enseña a navegar. Entonces el hombre del timón vio tierra a lo lejos y quiso pasar adelante, hacer cuenta de que ella era el reflejo de otra tierra, una imagen que hubiese venido del otro lado del mundo por el espacio, pero los hombres que nunca habían sido marineros protestaron, dijeron que era allí mismo donde querían desembarcar, Esta es una isla del mapa, gritaron, te mataremos si no nos llevas. Entonces, por sí misma, la carabela viró la proa en dirección a tierra, entró en el puerto y se encostó a la muralla del embarcadero, Pueden irse, dijo el hombre del timón, acto seguido salieron en orden, primero las mujeres, después los hombres, pero no se fueron solos, se llevaron con ellos los patos, los conejos y las gallinas, se llevaron los bueyes, los asnos y los caballos, y hasta las gaviotas, una tras otra, levantaron el vuelo y se fueron del barco, transportando en el pico a sus gaviotillas, proeza que no habían acometido nunca, pero siempre hay una primera vez. El hombre del timón contempló la desbandada en silencio, no hizo nada para retener a quienes lo abandonaban, al menos le habían dejado los árboles, los trigos y las flores, con las trepadoras que se enrollaban a los mástiles y pendían de la amurada como festones. Debido al atropello de la salida se habían roto y derramado los sacos de tierra, de modo que la cubierta era como un campo labrado y sembrado, sólo falta que caiga un poco más de lluvia para que sea un buen año agrícola. Desde que el viaje a la isla desconocida comenzó, no se ha visto comer al hombre del timón, debe de ser porque está soñando, apenas soñando, y si en el sueño les apeteciese un trozo de pan o una manzana, sería un puro invento, nada más. Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y vaya encaminando la carabela a su destino. Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse cómo, comenzaron a cantar pájaros, estarían escondidos por ahí y pronto decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y es la hora de la siega. Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había segado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma

lunes, septiembre 24, 2007

KC Baker Fields: Nota en la puerta, desafinada




La puerta no tiene seguro. Si tuviera fuerza, abriría la ventana.
Aviso clavado al ventrículo izquierdo: Señora, al salir tenga la amabilidad de cerrar la herida. Es cierto, a Sinforiano no le importan mucho la casa donde él nació. La mesa sin sillas se halla tan sucia, que pienso dos veces el dejar las llaves en la cocina. Hay un sitio con migajas de sueños, pero aquí quedan latas arrugadas de todo tipo de bebida y colillas de cigarros. En el único plato dispuesto, alguna especie de vómito que con el barómetro que se eleva lentamente y el tiempo consiguió cristalizarse en una costra marrón. Cuentas atrasadas y correo sin destinatario preciso. A veces me pregunto donde ha quedado el sur. Si acaso alguien sabe, insinuará que la tristeza de un gato es lo mejor de la creación. Sin embargo, escuchas canturrear a la criada por el patio. Al entrar en mí esta tonada, mi organismo produjo anticuerpos.
El ritmo del mar emana de la cumbia. Sinforiano convierte el soplo elemental a su corneta en buque naval. Toca las notas de Reveille. Gracioso. Ciertamente, alrededor de una persona que escribe música, siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del compositor, la de toda risa con tu cárcel y tu llave rota. Pilas de ropa sucia junto a su cama. Trato de adivinar el olor que me molesta y culpo a los zapatos bajo las flores de un adjetivo cualquiera. Vivir con Sinforiano es como la preferencia a tener mascotas. Uno nunca puede ocultar el olor.
El escenario del baño no es mejor. El rastro de Sinforiano por todos lados, indicio último de una dicha falsa: toallas sobre agua estancada, el tubo del Colgate sin tapa, el cepillo de dientes en su célebre dulce goteo. Esto me recuerda no volver a aceptar un beso suyo. En el momento de apuro, me obligo a levantar la tapa del retrete con el pie como lo hago en los sanitarios de las gasolineras, la diferencia es que estos últimos están más limpios. No hay la cantidad de pelo que aquí se halla. El malestar es tan patético como ver cambiar palmeras por pozos petroleros.
-Siento llegar tarde, hermano – inicio la conversación al momento que tengo la cara gorda de Sinforiano frente a mí. Aunque ciertamente lo que hubiera preferido decir es: “Hermano, ¿Podrías cubrirte esos calzones, a menos que quieras que te los quite en este instante y te meta esa corneta en el culo?”
-Ya nada sé de ti, aunque tampoco ignoro nada, hermano –responde.
-¿Estás componiendo música?
-Necesito cigarros para continuar, ¿Podrías ir a comprarme unos?
Claro que sí. Los profesores en la escuela nos distinguieron siempre uno del otro, aún antes de convertirse en celebridad musical. Él era uno de esos chicos que cruza el patio sin prisas, esperando lo alcancen las chicas recién nacidas. El negro Sinforiano. El tercer trombón en la banda escolar y quizás la posición más importante después del abanderado en la escolta de los alumnos. Sinforiano es todo el hermano que podría tener. El mejor amigo para contar chistes, ir a la playa y vernos pasear sin camisa, pero ahora él está gordo y calvo, con los músculos pectorales necesitados de un brassiere. Sinforiano supone que todavía impresiona con su tatuaje de león rampante en el hombro, no advierte que el león se ha comido todos los caminos.
Por ejemplo, el chiste que le consiguió ser despedido de la llantera Fuster, fue el del león que copula con una cebra en medio de la sabana. Este felino que jala las crines del animal sometido, da cuenta que la señora león viene bajando de la montaña para atraparlo in frangati. Pensando rápidamente, el león se inclina y le susurra a la cebra en la oreja: “¡Rápido, actúa como si te estuviera cazando!”
-Acoso sexual, ¿Puedes creerlo, hermano? Era un simple chiste…
-Caray, diez años de un trabajo estable y la prima de antigüedad se fueron al cuerno, pero si te hace sentir mejor, es un buen chiste.
-La hija del dueño tenía muy buena nalga, pero verla inclinarse a calibrar las llantas con las altas zapatillas de tacón, era más que erótico.
El sentido común te convierte en risa delatora. Sin embargo, el permiso para interrumpir la veda a los cazadores, te impide reír con el chiste del pianista haciendo un intermedio en el centro nocturno. Una chica despampanante se acerca con su copa y le dice: “Vi tu actuación en medio de la orquesta y quiero decirte que eres el mejor músico que haya conocido. Tengo ganas de llevarte a mi casa para darte el más apasionado, el más pervertido, el más prolongado sexo de tu vida”. El pianista contesta: “¿Se refiere al primer show o al segundo?”.
Sinforiano retoma el segundo show.
Un productor lo mira actuar en Las Brisas del Mar, un viernes por la noche. Decide llevarlo a RCA Víctor de México.
-Hermano, esto es un golpe de suerte –él baja la corneta, estrechando mi mano –He aquí alguien que nos va hacer ganar mucho dinero con ritmo de tam-tam…
Sinforiano decide empezar un disco. Nadie cree que consiga una canción antes del primer mes, así que cuelgan de su cuello un calendario grande. Sinforiano explica su idea, las notas solas de un Blues para permitirme especular ¿Cuándo va a durar el sueño? ¿Cómo me zafo de esta locura compartida? Cosas por el estilo.
-¿Qué hay para mí?
-No chingues, eres el hermano que juega canicas con el secreto de mi vida, y ¿supones que no voy a darte un porcentaje o una iguala?
Inmediatamente hice mis matemáticas mentales. Veamos, dos veces dos, entres dos, por dos entre un millón de copias…¡Madre mía, cuánto dinero! Cualquiera con esa cantidad hasta se compra la luna. Ahora que se hubo discutido seriamente el abrir y cerrar de la caja registradora, viene el análisis schenkeriano: Las canciones.
-¿Y las canciones?
-Te diré algo, en palabras de Stravinsky: el buen compositor no toma prestado, roba.
Lo apunto con el dedo índice y guiño el ojo. Saludo a la concurrencia con mi vaso extendido y repito mi brindis como estribillo.
-¡Miles Davis, pinche fagot, dale paso a mi pariente! ¡Salud, hermano!

No vi motivos para una boleta de prenda al momento, excepto por el reclamo que él tenía mi futuro financiero en su gordas manos con seis dedos. Es toda la acusmacia que podría soportar a corto plazo.
Al final de la primera semana, se escribe la primera canción. La canción coincide con la nueva fijación de Sinforiano por desarmar el instrumento pieza por pieza y mirarlo descompuesto: boquilla, pabellón, tubería, pistones, moléculas de aire. Yo pude haber cambiado la trompeta por una harmónica, pero él rompió el juguete contra la pared, gritando algo acerca de los trovadores del siglo XII.
Durante la segunda semana, empecé a morderme las uñas. Este es un mal hábito que supuse había dejado atrás en la escuela. Mi mano izquierda se convirtió en un muñón. Esto empezó luego del anuncio público a las tres de la mañana con las notas de retirada militar, desde la azotea, que no estaba inspirado. Como si no lo supiéramos.
Durante la tercera semana, yo cuestioné a Sinforiano sobre la verdadera relación entre él y la hija de su jefe. Él hace a un lado el tapón de la sordina.
-Su cabeza tiene más aire caliente que su trasero – me contesta.,
-¿No tienes trabajo pendiente que hacer? –le indico, como un conquistador español le daba indicaciones a los indígenas en los plantíos de tabaco.
-¿Sabes qué, hermano? Chinga tu madre.
Lo miro en silencio. Por una ocasión me doy cuenta que existe amor.
A la cuarta semana, por arte de magia, las doce canciones estaban terminadas. Para entonces, Sinforiano parecía la versión diabólica de Louis Armstrong. Tirado en el sillón, me explica.
-No tengo ganas de componer más canciones, es muy agotador. Cuando me toco aquí me duele. Y aquí también. Y aquí…y aquí. ¿Qué me pasa, hermano?
-Lo que tienes es el dedo roto.
-Rayos, me será difícil alcanzar un Sí bemol.
-Yo conozco un montón de remedios herbales y técnicas de masaje. Nomas avísame
En el día del juicio final, a las siete de la mañana, yo tenía todas las partituras perfectamente engargoladas y notariadas. A las once de la mañana, hacíamos antesala en las oficinas de RCA Víctor, después de un corto vuelo comercial a ciudad de México. Doce y treinta minutos, regresábamos en el mismo auto alquilado al aeropuerto. Yo pretendí estar aturdido como Sinforiano. Sinforiano toma un largo sorbo de aire de la ventanilla abierta y entona las notas de Taps, mientras yo conduzco al volante.
-Tenía al mundo agarrado por los huevos… - llora en una pausa.
Quise ampliar el comentario: “Cuando tengas al mundo por los huevos…no se te ocurra exprimirlos”, pero no dije nada. Al contrario, abrí el lado de su puerta con el coche andando y lo empuje de una patada.

Sinforiano rebotó cuatro veces en el pavimento, terminando desmayado con una seria contusión en la cabeza. Al mismo tiempo, la mentada corneta se contonea como un animal herido a otros cuatro rebotes de distancia. No me pregunten por qué no le pasé el auto encima. No tengo explicación. Quizás quisieran repetirle la pregunta a BMG Music Publishing Ltd. Cortesía de RCA Records.
Mientras desviaba mi ruta hacia el hospital de La Raza, le explico a Sinforiano que se desmayó a mitad de un concierto de Jazz en Bellas Artes. Aunque en su amnesia me lo creyó, lo cierto es que nunca volvió a mirarme con la misma confianza después.
Al menos no volvió a tocar Tijuana Taxi otra vez.

jueves, septiembre 20, 2007

Ignacio García: Isla o Sirena, de Mary Carmen Gerardo



Conocí a Mary Carmen Gerardo en los talleres literarios de Casa Salvador Díaz Mirón, entonces bajo comodato del Ayuntamiento al IVEC. El Departamento de Literatura estaba entonces a cargo de Jaime G. Velázquez. A éste se le ocurrió un día poner un anuncio en el periódico que decía: “Si quieres aprender a escribir...ven”. El local de la Casa se atiborró de todo tipo de personas: desde secretarias hasta abogados y gente peor. Claro, hubo, como Mary Carmen, personas que tenían bien claro de qué se trataba el asunto de “aprender a escribir”.

El caso es que por el azar contruido por Jaime, de pronto me vi convertido en el “coordinador” del taller de poesía, en tanto él atendía el de ensayo y otros oficios no menores y García Niño se apoltronó como guía de quienes deseaban escribir narrativa.

Recuerdo vivamente a Mary Carmen en los inicios del taller, por una pregunta que me hizo al salir de una de las sesiones. Pregunto: “Oye ¿has leído a Carlos Baudelaire?” ... ¿Quién? –me contesté a mí mismo. Comprendí que la editorial Porrúa con su afán de españolizar los nombres de escritores extranjeros, era parte del inventario literario de esta poeta. Nos reímos mucho por la respuesta que le ofrecí, si bien ya no recuerdo en qué tono fue.
Fue gracias a ello que vinieron al taller gente de la talla de Arthur Rimbaud, Novalis, Alvaro Mutis, Gerard de Nerval, José Carlos Becerra, Octavio Paz, Paul Valèry, Charles Bukowski, Ezra Pound, T.S. Eliot y muchos más que hoy se me pierden en la memoria.

Cada sábado aparecía Mary Carmen con un cuaderno bajo el brazo (pluma jamás llevaba). La intención de ella fue siempre escribir mejor cada día. Y no se daba tregua. Escribía, uno revisaba sus escritos, los demás opinaban y ella no se daba por vencida así la crítica le fuera contraria. De forma tozuda, imaginativa y casi delirante, Mary Carmen traía consigo cada sábado lo escrito...Cada día mejor; cada vez con más hechura sus poemas, sin dejar atrás su insistencia en hacer de la palabra no sólo un pasatiempos, sino un verdadero oficio.


En aquellos tiempos los Ezras organizamos, no sé si el tercer o cuarto Encuentro de Escritores del Puerto (las neuronas todavía ebrias por el alcohol de aquellos días, no me permiten recordar bien) . El caso es que para tal evento, la poeta preparó su primer libro de poemas; hecho de forma muy pero muy sencilla, pero con todo el amor que ella le puso en cada línea, además de las ilustraciones salidas del lápiz genial de Carlos Villarreal. El libro se titula Vía sin vuelta, y uno de sus poemas ya avizora (ella prevé como buena vidente) lo que será el papel que jugará en el mundo de las letras; dice: “Bajo la palabra / la sed de mis principios / se esconde / Insegura del futuro / busca la corriente / espera el nacimiento” ... Entonces, hé aquí Isla o Sirena: (1), la corriente buscada, el nacimiento convertido en realidad y madurez a toda prueba.

Hay que subrayar que éste, su último libro, llega después de una larga espera, con un perfil de gran factura, pero también lleno de una gran dosis de humildad, paciencia y constancia. En estos poemas se nota la tarea de iniciar y reiniciar: una paciencia no para ver quién la publica por publicar sólo por hacerlo; sino el sentarse a medir, a sentir, a transformar, no sólo para ella sino principalmente para el lector, cada una de las líneas que conforman el libro. El fruto de todas estas virtudes cernidas por el tiempo, dan como resultado el que Isla o Sirena pegue con el martillo amoroso de una voz bien calibrada. Como estos versos salidos de ese corazón ya bien armado para, sin alertar a nadie, sí hacerlo sucumbir de asombro.

Llego ante el mar
a presenciar la palabra
Beso tus labios
cuando lo amado

es solitaria espuma
El agua borra su profundidad
transforma la figura
presencia
..............despojo
ceguera
delata la ausencia
consume el dolor
Un muro de viento

detiene las olas
Las ondulaciones vegetan
son cuerpo
despedida donde existo todavía

Dividido en varias secciones (que no denotan otra cosa sino un trabajo prolongado y –otra vez—una paciencia a toda prueba) Isla o Sirena zumba en algunas de sus partes, y lo hace metiéndose en nosotros, invadiendo el lugar nuestro, pues ¿a quién puede ser ajena esta situación que plantea la poeta, así nomás al despoblado?

Toda la noche
he cavilado con el cadáver desnudo
que llevas siempre a cuestas
He recordado mi obra
porque la forjé
con sudor y barro

Me doy cuenta cómo las palomas
no se acercan a mí en el zócalo
y cómo la bandera no me produce emoción

El final cuenta que puedo seguir bebiendo
junto a la columna donde beben los hombres


La añoranza cabe en uno sólo de los sentidos. Ver a Mary Carmen Gerardo publicada en una editorial universitaria, me hace invertir el sentido del gozo y sentirme orgulloso de los ayeres: significa que en una poeta como ella, el tiempo no camina en vano, no deja de arrojar vientos y estrellas para alimentar la pluma de quien así lo exige, y termina por decirnos (como abriendo la posibilidad de más añoranza y más tiempo):

Basta con bajar los ojos
para pensar en el abismo azul
en la hiedra escondida en el aroma
en la sombra de una palmera
Basta con imaginar puertas
para tocar el vacío con temblor
para saber que el mar no me necesita

Efectivamente, Mary Carmen, basta con eso: imaginar. Dice Pascal que esa imaginación nos agranda tanto el tiempo presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad...

La eternidad: ell tiempo que nos lleva para escribir otro libro.

(1) Mary Carmen Gerardo, Isla o Sirena, Centro Universitario Hispano Mexicano, 2007

Breve entrevista a Mary Carmen Gerardo



Con motivo de la presentación de su libro Isla o Sirena, alumnos del Centro Universitario Hispano Mexicano, realizaron la siguiente entrevista a la autora Mary Carmen Gerardo.(1)

¿Cómo tituló el libro?
Isla o Sirena.

¿En qué se inspiró para escribir el libro?
Bueno, el libro es una serie de vivencias, tanto mías, como de otras mujeres. Y me inspiro mas que nada en la identidad, en la búsqueda del Yo, y como mencionó el Mtro. Jorge, en esta búsqueda del Yo, uno puede ser una Isla o una Sirena, puede uno vagar o puede uno quedarse.

¿Recolectó testimonios de otras mujeres?
No. Uno como escritor se va alimentando de lo que te dicen los demás, y eso se une a tu propia experiencia, y finalmente salen los poemas cuando uno dice “Me voy a sentar a escribir”.

Se inspiró en alguien en especial?
En ocasiones me pudo haber inspirado alguien a quien yo quisiera, el hombre que en ese momento estaba conmigo, mis hijas, o la vivencia de alguna amiga.

¿Cuánto tiempo le llevó hacer este libro?
Tardó mas o menos un año el trabajo de edición.

¿Cuántos libros lleva publicados?
Este es el tercero.

¿Cómo se llaman los anteriores?
“Vía sin vuelta” (1990) y “Reunión de poetas” (1998).

¿Los poemas tienen algún tema en especial?
El tema en especial es el amor y la mujer, puede parecer redundante, pero el ser humano, sin importar el género, siempre esta buscando el ser querido, el ser aceptado y el aceptar.


(1) 12 de septiembre de 2007. Entrevista realizada por
García Ortiz Luz Paola, Priego Vera Vanesa,
Aguilar Pérez Sabrina y Claudio Pérez Yamirla

Ivonne Moreno Uscanga: Alegoría Negra




Atardeceres soporíferos de verano
grandes abanicos, hacen agitar
artesanías de paja y listones
entonan al unísono de tambores
canciones a Eleggúa

clamores vienen, clamores van...

Negro de trópico, negro de mar
toma tus penas, vuelve a bailar
los tributos a la vida
se pagan en pregonar
sudores, ritos y danzas
cuyo atuendo de dolor, es largo carnaval

clamores vienen, clamores van

Negro de larga historia, a caminá...
mueve tus miembros hechos para bailar
celebra constante el destino
en tierra de cañaveral
desatinos de sexo y disturbio
percusiones de soledad

clamores vienen, clamores van

Verónica Gutiérrez: Las siete ya van a dar...



LAS SIETE YA VAN A DAR EN CASA DE STEPHEN KING

El miedo se presenta en diversas formas y tamaños. El miedo tiene la carga de una gran alma elemental como el fuego y, al mismo tiempo, despiadada. El miedo data del día de la intrincada desobediencia de Adán y Eva, aunque la acción supo poblar una única noche, de sombras largas y conducta errática en el manejo de los sueños. El miedo es anónimo, pero no faltan los miedosos que le atribuyen un nombre falso ante el rechazo de una mujer hermosa, el número de su teléfono ocupado, de modo que para calmar la ansiedad, el ocio incita a escribir una neo-ópera donde se sustituye a la orquesta por dos horas de marcado con línea ocupada y un tenor sollozando en alemán. Muchas veces, el miedo se parece al compañero de trabajo con su camisa de manga corta, su maletín, su cubículo de trabajo con horario corrido, su automóvil con el importante logotipo pintado al lado, callado, de camino a casa, contando las monedas que trae en el bolsillo para pagar una caja de Corn Flakes en la línea de caja de Wal-Mart y que solo necesita una palabra equivocada para conseguirse un rifle de alto calibre y regresar al supermercado a contradecir al manager y tomar rehenes de los clientes. La campaña rancia del infierno. Vuelven las miradas torvas, el mal aliento y la caspa. La torpe cuadratura anómala, la brutalización de tu inocencia por un adulto amoral. El miedo recobra todos los instantes de nuestra vida y los combina a placer, con sus dedos fríos y la soberbia del ladrón, pues a su fatalidad consagramos su abracadabra en los cuencos del hambre en Somalia, en los retenes militares en Gaza, en las prisiones de Lima, en las viudas de Sarajevo, en las ratas de Tailandia, en los niños callejeros de Brasilia, en el color de la piel en los Estados Unidos, en el asiento de cualquier vuelo comercial en Nueva York, en la jeringa de un seropositivo en el Bronx. O simplemente, mirándolo de frente con el bañista de las playas en las vacaciones del verano. El miedo se halla alrededor nuestro, es un olor y la gente lo percibe, al igual que las bestias. Contagia. Los psicólogos aconsejan que no hay más miedo que temer que al miedo mismo. Sí, claro. El único problema es que a partir del momento que supones haber racionalizado tus temores, que supones hallarte seguro, entonces llega un susto nuevo. ¿Cómo cual? Bueno, las siete ya van a dar en casa de Stephen King. Las siete van a sonar y es cuento que no tiene fin, porque sus hijos desafían a la suerte y de ninguna manera se toman su leche. Papá King anticipa que el miedo, como la leche, se corta sólo, al punto de la siete.
-Damián, ¿Cuánto tiempo tenemos de conocernos?
-Desde que nací
-Seis años, hijo. En todo este tiempo, ¿Te he mentido alguna vez? ¿Te he dicho algo que te perjudicara?
-No, papá
-Entonces, escucha atento a mi historia
Damián asiente con la cabeza lentamente.
-¿Puedo cerrar los ojos si me da miedo?

La zona muerta. Richard Bachman, después de una discusión bizantina sobre la ruta de las hormigas con el trabajador de control de plagas que una vez al mes llega a fumigar el garaje y el exterior de su casa en la sección conservadora de Ruxton, en Baltimore, el buen Richard Bachman se robó un bote de Malatión de la camioneta del fumigador, mientras el tipo subía al torreón de los jorobados. A primera hora de la mañana siguiente, el obstinado Richard Bachman salió con el poderoso veneno, siguiendo la ruta del repartidor de leche, para servir una cucharada del insecticida en cada botella de leche repartida frente a la puerta de las setenta casas del vecindario. Dentro de las seis horas siguientes al gesto impulsivo de Richard Bachman, doscientos hombres, mujeres y niños morían entre convulsiones y dolores terribles. En el jardín, Richard Bachman saluda con la manguera el final de la lucha. Ay, ay, ahí va la hormiga con su paraguas y recogiéndose las enaguas, porque el chorrito la salpicó y sus chapitas le despintó.

El resplandor. Richard Bachman, advertido que su tía Carrie fue diagnosticada como paciente terminal en el Holy Cross Hospital de Chicago, el buen Richard Bachman ayuda a su madre Misery a empacar el portmanteau con el equivalente de cuatro maletas de ropas, la conduce al Thurgood Marshall Airport, donde la sube en un Delta Airlines para viajar en primera clase y con una sencilla, pero eficiente bomba de tiempo, construida con un Westclox Travalarm Vintage 1962 y cuatro cartuchos de dinamita, oculta en el terrible caso de dromomanía. El jet explotó en algún lugar sobre Harrisburg, Pennsylvania. Noventa y tres personas, incluyendo a mamá Misery, murieron dentro de una brillante centella a mitad del cielo y los restos de aluminio en llamas agregaron siete decesos más a la lista, luego de caer sobre un campo de entrenamiento de futbol. Richard Bachman reconoce que ha nacido de un desliz de su madre con la luna. Oh ooh, la luna ya está muy alta, parece plata con fondo azul y el gnomo de blanca barba quiere bajarla con un bambú.

Ojos de fuego. Richard Bachman paga su caja de Corn Flakes con monedas sueltas, pero no cubre el precio. Escucha al cajero decir “estúpido” a espaldas suyas, después de recoger su dinero y dejar el paquete en la banda. Regresa a su automóvil, abre la cajuela para tomar la Sturmgewerh 44, un fusil de asalto ligero que había comprado por $ 49.95 en Ebay, de un coleccionista de armas de Alexandria, Virginia. Diez minutos más tarde, Richard Bachman abre fuego contra la caja 10. Algunos cuerpos caen más contundentes que los precios, otros se alinean detrás de su carro de servicio. Antes de ser desarmado por el equipo SWAT, Richard Bachman había matado a cuarenta y cuatro personas, incluyendo a la manager ovulando ese preciso día. Richard Bachman tampoco hubiera titubeado en llenar su queja en el buzón de sugerencias. Yes, yes, el ratón vaquero tiró dos balazos, se chupó las balas y cruzó los brazos.

La mitad obscura. Cuando la primera fuerza expedicionaria desciende en el desolado planeta haciendo su órbita alrededor de una estrella de cuarta magnitud a la que dieron llamar Buick 8, los integrantes encontraron una enorme estatua de treinta y siete sculptors de alto, de un material hasta entonces desconocido y color azul, no enteramente metal ni roca, más bien cerámica, en la figura de un humano. La pieza es sensible al frotamiento electroestático, de señera opulencia vistiendo un atuendo que vagamente recordaba una toga, la cara protegida con un armazón semejante al hueso sacro y sosteniendo en el brazo izquierdo un peculiar artefacto de forma de anillo, hecho de material igualmente desconocido. El rostro de la figura era la entropía de la beatitud. Los pómulos salientes, ojos diminutos y estrábicos. Una larga boca lineal y un mentón compacto. La estatua hace eclosión de las formas curvas de alguna arquitectura abandonada al olvido. Los miembros de la fuerza expedicionaria no cesan de comentar sobre la peculiar mímesis de las partes erosionadas. Ninguno de estos vigilantes, parados bajo una hermosa luna de cobre que ilumina el cielo subacuático, pudo oír hablar de Richard Bachman, de las insólitas noticias. Tampoco ninguno era capaz de saber que esa expresión en la cara era la misma que Richard Bachman mostró en el momento que le fue leída su sentencia y condenado a la inyección letal. “Yo los amo a todos. Lo juro. Corazones en la Atlántida”. Gritó y el epicentro de rotación y traslación de su grito de amor fue la vía láctea. Un Rómulo apuesto amenaza esos días. Bah, el chiquito es un llorón que siempre sale con esta canción.

-Ay, Papá, esta leche ya expiró o tiene una dosis de Malatión. Yo así no la quiero tomar, mejor la uso para bañar.
-Primero estaba caliente, luego fría. Al final, que tenía nata…¡Puf, qué lata!
-¿Te sabes la canción?
-Claro. Algunas personas piensan que soy un monstruo, pero yo conservo el corazón de un niño…dentro de un frasco, sobre mi librero.
-Oooh, scary…
-Gulp, ¿Quién es el que anda ahí?

miércoles, septiembre 19, 2007

Poetas Malditos: el nacimiento de la leyenda



Francia asistió al nacimiento de la modernidad. Ella permitió el desarrollo de las ideas que hicieron posible un cambio en el pensamiento político y en la concepción del arte. No sólo con Francia basta, pero sí que nos ayuda a entender estos complejos cambios que se dieron en las sociedades más avanzadas de la época. En materia de ideas, desde el siglo XVII, y muy especialmente en Francia, la modernidad idolatraba a la razón. No en vano se convirtió en el símbolo, y se la personificó como la diosa en la época más confusa de la revolución francesa de 1789. Era la razón la que traía la autonomía del hombre.

Pero claro, la modernidad no sólo ha tenido vestimentas políticas. En materia artística el nacimiento de lo moderno aparece en el siglo XIX, y el poeta francés Charles Baudelaire es reconocido como su padre. Utiliza el término en 1859, ya que necesitaba expresar lo que caracterizaba en aquella época al artista moderno. Baudelaire diría en 1863 que "la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, que es la mitad del arte, cuya otra mitad es lo inmutable". Continúa escribiendo que "el escritor debe reproducir la circunstancia en todo aquello que sugiera lo eterno, pues su ocupación reclama la capacidad de destilar lo eterno de lo transitorio". De esta forma, el escritor debía tener una capacidad especial como espectador capaz de traducir la vida banal y cotidiana para trasladarla al ámbito de lo válido supra-temporalmente mediante parábolas, metáforas y otras formas de expresión.

La poética de la modernidad era la del fragmento, donde se imponía el descuartizamiento de lo real para erigir, otra realidad con los pedazos encontrados. Charles Baudelaire reaccionó contra el romanticismo imperante en su época. Él no admitía la inspiración, ni la imaginación, ni la improvisación. La poesía era para él un ejercicio, un esfuerzo con trabajo sistemático, equivalente al de un paciente artesano volcado permanentemente en pulir sus versos. Hasta entonces la poesía se había centrado en lo bello, y el poeta francés pretendía demostrar que también lo feo tenía relación con lo estético. No fue causalidad que Baudelaire tradujera al poeta norteamericano Poe.

Con Poe la literatura comenzó a poblarse de antihéroes, de personas que deambulaban por las calles con sus sueños rotos. Baudelaire toma de Poe el culto a la noche, el gusto por lo decadente, por la estética de lo enfermizo y lúgubre. Ambos poetas compartieron su idea del fatalismo y del sentido de irreversibilidad del destino, que son rasgos que definen también a la modernidad. Poetas que se segregaron de la sociedad, huyeron de los honores, de los puestos oficiales y adquirieron aspectos de marginados sociales, conocieron la miseria, las enfermedades y el abandono. Reaccionaron contra los poetas románticos, estos eran la voz de la sociedad, sentían y pensaban en nombre de la comunidad. A partir de Baudelaire no se tratará del poeta sufriendo por todos, sino que será el propio sufrimiento encarnado en la poesía. Con ellos comienzan a surgir un puñado de poetas que comenzaban a reunirse en los cafés junto a artistas de la bohemia. El dogmatismo del siglo XVIII y que se prolonga hasta el siglo XIX, se ve sustituido por una juventud escéptica, agnóstica , que ha perdido la fe en los programas y serán reveladores de los males del siglo.Tras Baudelaire aparece una figura trascendental para la nueva poesía moderna francesa, Verlaine. Él publicó en 1884 "Les poètes maudits" (los poetas malditos). En esa publicación hacía referencia a los rasgos de las obras de los poetas franceses Corbiére, Rimbaud y Mallarmé. Nunca supuso la trascendencia posterior que tuvo esta denominación de poetas malditos en la historia de la literatura. Con esta denominación se intentaba agrupar a todos los poetas franceses que de una forma decidida había contribuido al desarrollo de la modernidad, que se caracterizaban no sólo por lo novedoso de sus ideas y poética, sino por su forma de estar en la vida, a contracorriente de todo el flujo establecido por los academicistas del momento. O, como lo pone Rimbaud en uno de sus versos. “Aquí, con lentos ritmos, esparce su tintura / el resplandor inmenso que en el azul delira. Más fuertes que el alcohol, más vastas / que una lira, / las manchas del amor fermentan su amargura

Rimbaud: poeta maldito, poesía sublime



La obra del poeta francés Arthur Rimbaud es tan trascendente como breve: prácticamente son dos libros, "Una Temporada en el Infierno" e "Iluminaciones", los que fundamentan la fama de un autor cuya vida fue casi tan singular y cautivante como su obra poética.
Pero en Rimbaud, éste casi abarca una distancia inmensa, la diferencia entre un creador talentoso y un artista verdaderamente genial. La importancia de su obra opaca de forma definitiva cualquier anécdota biográfica por colorida que ésta sea, y su influencia es claramente perceptible en una pléyade de artistas posteriores, no sólo en la literatura, sino en otras disciplinas como la música, el teatro y la pintura.
Jean Nicholas Arthur Rimbaud nace el 20 de octubre de 1854 en Charleville, al noreste de Francia. A media semana se cumplieron 150 años de su nacimiento. Su padre, un oficial del ejército que había estado comisionado en Argelia, domina el idioma árabe a tal grado que hace una traducción al francés del Corán, misma que será estudiada por su hijo tiempo después.
La madre de Rimbaud es una mujer rígida y autoritaria, lo que influye en el espíritu rebelde del joven poeta, que escribe sus primeros textos a los 10 años. En 1869 obtiene un premio y compone su primer poema: "Les étrennes des Orphelins", que aparecerá publicado en Revue pour Tous en enero del año siguiente. En esta época conoce a Georges Izambard, un maestro idealista que lo anima a leer a Hugo y Rabelais. Es una época llena de actividad literaria, durante la cual Rimbaud escapa de su hogar en un par de ocasiones para trasladarse a París, donde comienza a publicar sus poemas en algunos diarios y revistas literarias.
No obstante, su precaria situación lo obliga a regresar a Charleville, en donde pasa el tiempo en la biblioteca local leyendo libros sobre socialismo, alquimia, esoterismo y novelas licenciosas, para gran escándalo de los bibliotecarios. Tiempo después decide enviar al poeta Paul Verlaine una carta y algunos de sus poemas, lo que le vale una invitación para trasladarse a la casa de Verlaine en París (quien estaba casado).
Poco a poco surgirá una tormentosa relación entre ambos, matizada por los excesos y extravagancias de Rimbaud. Verlaine abandona a su esposa y ambos se trasladan a Londres; el hachís y el opio ahora se suman al ajenjo que impregna la poesía escrita durante este periodo. La madre de Verlaine acusa a Rimbaud de corromper a su hijo -a pesar de que Verlaine era 10 años mayor- y de ser el causante del fin de su matrimonio. Rimbaud abandona a Verlaine un par de veces, pero acaba regresando a su lado.
Finalmente, en 1873 durante una estancia en Bruselas, ocurre una violenta disputa en la que Verlaine dispara a Rimbaud, hiriéndolo en la mano y terminando definitivamente con su relación. Como colofón de la historia, Verlaine es enviado a prisión por dos años, mientras que Rimbaud regresa a la granja de su madre en Roche, Francia, en donde terminará de escribir "Una Temporada en el Infierno" (ambos volverían a verse años después, en un fugaz encuentro en Alemania, en el que Verlaine intentó infructuosamente convertir a su antiguo compañero al catolicismo).
El público cinéfilo recordará que hace un par de años se exhibió en Monterrey la película "Eclipse Total", dirigida por Agnieszka Holland, y protagonizada por Leonardo Di Caprio como Rimbaud y David Thewliss como Verlaine. La mayoría de los críticos coincide en calificarla como una cinta mediana, aunque para los interesados en la vida del poeta francés quizá valga la pena como complemento a una buena biografía, como la de Graham Robb.
Para 1874 Rimbaud ya ha renunciado a la literatura para dedicarse a una vida de viajes y aventuras: viaja por Europa, se vuelve explorador y emprende distintas expediciones por África; es, sucesivamente, capataz, comerciante, traficante de armas y de esclavos, y otras cosas más, en un periodo que concluirá en 1891, cuando al descubrírsele un tumor en la rodilla derecha sufre la amputación de la pierna. Poco después es internado en el Hospital de la Concepción en Marsella, en donde muere el 10 de noviembre a la edad de 37 años.
La influencia de Rimbaud en generaciones de artistas posteriores ha sido decisiva y evidente, desde Dylan Thomas hasta Jim Morrison. Este influjo se debe a su vida, en buena medida, pero es especialmente su poesía visionaria y exaltada la que justifica en forma plena la persistencia de su nombre. Pues como poeta, la importancia de Rimbaud es equiparable a la de Mallarmé y muy probablemente a la de Baudelaire. Su poesía posee una vitalidad salvaje y desbordada, una originalidad inusual y, sobre todo, una riqueza que parece inagotable. Nada hace pensar que semejante caudal de alucinaciones, invocaciones y cantos pueda agotarse, aunque numerosos críticos han leído en algunos fragmentos específicos de ambos libros un adiós a la literatura escrito entre líneas.
A la hora de hablar o escribir sobre Rimbaud, es casi inevitable que en algún momento surgirá la palabra "precocidad". Se trata ciertamente de un artista precoz, pero esto no es evidente en su obra. Al contrario, el poeta Arthur Rimbaud no tuvo infancia ni adolescencia: su obra aparece desde sus inicios marcada por una sólida madurez. Un claro ejemplo de ello es el siguiente fragmento del poema "El Barco Ebrio", escrito en 1871: Vi estallar en los cielos el relámpago, el nombreque divide la tarde, las resacas airadas; el alba como pueblo de palomas borradasy acaso vi en todo esto lo que cree ver el hombre. Contemplé el sol cubierto de místicos horroresiluminar extensos sedimentos violetas; tiñendo así la huida de las olas secretascomo en el drama antiguo se movían los actores.
Sueño, en la verde noche, con la nieve incesante. En los ojos del mar lentos besos ascienden,circulan, inauditas, las savias que se prendenal despertar dorado el fósforo cantante.

El otro punto que siempre aparecerá intrínsecamente ligado al nombre de Rimbaud será el de lo reducido de su obra, pues en sólo dos libros se cifra su legado como poeta. Que la fama de un escritor se encuentre cimentada tan sólidamente en una obra literaria tan escueta no es tan extraño; autores canónicos como Juan Rulfo o J.D. Salinger también deben su fama a sólo un puñado de libros excepcionales. (Por cierto, Rimbaud, Salinger, Rulfo... el caso del escritor vuelto ágrafo es el tema de un excelente libro del autor catalán Enrique Vila-Matas titulado "Bartleby y Compañía", una obra que vale la pena leer).

Lo que sí resulta verdaderamente extraordinario es que la totalidad de esta producción literaria haya sido compuesta a una edad tan temprana: antes de cumplir los 20 años, Rimbaud ya había escrito toda su obra -la anteriormente citada "precocidad", desmentida en cada palabra, en cada línea de cada uno de sus poemas.
A una edad en que incluso muchos otros grandes artistas inician su vida creativa, produciendo tímidos esbozos que apenas permiten vislumbrar el futuro esplendor, Rimbaud ya había alcanzado una plenitud tal que agotó cualquier posibilidad de seguir avanzando en el terreno literario. Había llegado al final de su camino a la misma edad en que tantos otros apenas iniciaban el suyo.
La única alternativa posible era emprender una nueva búsqueda, una nueva aventura alejada de las letras. Abandonó la poesía porque no había nada más que valiera la pena decir.
"Es preciso ser absolutamente moderno. Ni un solo cántico: mantener el paso ganado", escribió en "Adieu", al final de "Una Temporada en el Infierno" y actuó consecuentemente, marcando profundamente a un sinnúmero de artistas que habrían de venir después.
Muchas veces sería cuestionado al respecto -sobre todo cuando Verlaine publicó "Iluminaciones" de manera "póstuma", creyéndolo muerto en algún lugar de África-, pero nunca miraría atrás. El poeta Arthur Rimbaud yacía sepultado en el olvido. Un ciclo tan breve como brillante había concluido, extinguiéndose como las estrellas más brillantes en el firmamento, que después de brillar intensa pero fugazmente finalmente se consumen y se apagan para siempre.Desde las páginas de "Una Temporada en el Infierno" e "Iluminaciones" nos asaltan el fervor, la singularidad y la sensualidad; el lector sensible se conmueve y no puede evitar pensar que tal intensidad sólo puede provenir de un loco... o de un iluminado. Es el resplandor del genio que se aventura hasta donde pocos se atreven a llegar, y que después de haber descendido a las regiones infernales asciende entonando una canción que reverbera con fuerza y claridad hasta nuestros días.


SOL Y CARNE


¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO
(Fragmento)
Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín
Donde todos los corazones se abrían, donde corrían
Todos los vinos.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. -Y
La encontré amarga.- Y la injurié.
Tomé las armas contra la justicia.
Huí. ¡Oh brujas, oh miserias, oh rencor a vosotros
Fue confiado mi tesoro!

Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda
esperanza humana. Salté sobre toda alegría, para
estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, al morir, la
Culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme
Con arena, con sangre. La desgracia fue mi dios.
Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del
crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia.
Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.

Pero, hallándome recientemente a punto de lanzar
el último gallo, se me ocurrió buscar la llave del
Antiguo festín, donde quizá recuperara el apetito.
La caridad es esa llave. -¡Esta inspiración demuestra
Que he soñado!
"Seguirás siendo hiena, etc....", exclama el
demonio que me coronó con tan amables amapolas.
"Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoismo,
y todos los pecados capitales."

Ah, demasiado harto estoy de eso: -Pero, querido
Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada!
Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se
Demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia
De facultades descriptivas o instructivas, desprendo
Estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado.

Un retrato de Charles Baudelaire



Charles Baudelaire nace en París el 9 de abril de 1821. Su padre, Joseph Francois, era un sacerdote secularizado de amplia cultura, profesor de dibujo, pintor y jefe de despacho de la Cámara de los Pares. Él fue quien le enseñó las primeras letras. Su madre, Carolina Archimbaut-Dufais, enseñó inglés a su hijo. Charles realmente fue criado por Mariette, sirvienta de la familia, a la que luego inmortalizó en el poema "A la sirvienta de gran corazón que te daba celos" de su conocido poemario "Las flores del mal". A la edad de 6 años muere su padre. A los veinte meses de enviudar, contrae matrimonio con el comandante Jacques Aupick, que posteriormente llega a ser el general comandante de París. Su nueva situación familiar produjo un importante impacto emocional en Baudelaire, ya que él lo vivió en cierta manera como un abandono, manifestando siempre aversión por su padrastro con el que nunca llegó a trabar buenas relaciones. Charles inicia sus estudios en el Colegio Real de Lyon, de cuyo ambiente no guardará buen recuerdo. En 1836 regresan a París y Charles es internado en el Colegio Louis-le-Grand. Allí comienza a leer a Sainte-Bauve, a Chenier y a Musset, entre otros. Es expulsado del colegio, pero en agosto finalmente obtiene el titulo de bachiller superior. Con 19 años, se matricula en la Facultad de Derecho, y comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y entabla sus primeras amistades con Gustave Le Vavasseur y Ernest Prarond. También conoce a Gérard de Nerval, Theodore y a Balzac. Empieza a publicar en los periódicos en colaboración y anónimamente.
Es en esta fase de su vida cuando vive de forma disipada, con continuos choques con la familia, consumiendo drogas, frecuentando prostíbulos, y llevando lo que se dio en llamar una vida bohemia. Mantuvo una extraña relación con una prostituta judía del Barrio Latino llamada Sarah, a la que denominaba Louchette por su estrabismo, y que probablemente le contagió la sífilis al poeta. Sarah aparece en el poema "Una noche que estaba junto a una horrible judía", en "Las flores del mal". No se conocen datos algunos que apunten a que Baudelaire se tratara esta afección en ningún momento, más bien al contrario parece que contagió a otras mujeres. Se ignora, a la vez, si esto es lo que le hace decir:

Parecida a las tétricas visiones que engendra la oscuridad
y que nos encadenan los ojos,
la cabeza, con la masa de su crin sombreada,
y de sus joyas preciosas,
en la mesilla de noche, como una planta acuática,
reposa, y, vacía de pensamientos,
una mirada vaga y blanca como el crepúsculo
escapa de sus ojos extraviados.

En el lecho, el tronco desnudo, sin pudor,
en el más completo abandono, muestra
el secreto esplendor y la belleza fatal
que la naturaleza le donó.

La conducta desordenada del joven mueve a sus padres a intentar distanciarle de los ambientes bohemios de París. Le envían a Burdeos para que embarque en una travesía que duraría dieciocho meses. En el viaje las relaciones del joven con la tripulación no son sencillas, y asustado el comandante del barco por el impacto psicológico que estaba sufriendo Charles, decide enviarlo de regreso a Francia.
En 1842, nuevamente en París, entabla amistad con Thèophile Gautier y Thèodor de Banville. Alcanza la mayoría de edad y percibe la herencia paterna de 75.000 francos y se independiza. Abandona el hogar familiar y se instala en un pequeño apartamento. Reanuda su vida bohemia y vuelve al ambiente de los bajos mundos. En esta época, conoce a Jeanne Duval, actriz mulata que representaba un papel secundario en un bodevil. Baudelaire la apoda la "Venus negra", y mantiene con ella una apasionada, intensa y difícil relación sentimental. Casi con toda seguridad le transmite la sífilis. Esta señora desempeña un papel fundamental en la vida del poeta, y probablemente podamos decir con seguridad que parte de sus mejores poemas son paradójicamente fruto de esta difícil relación. De su relaciòn dirà "La enfermedad y la muerte hacen cenizas de todo cuanto fuego ardió en nosotros". Dilapida la herencia y contrae numerosas deudas, por lo que su madre y su padrastro obtienen en 1844 de los tribunales que sea inhabilitado y su dinero sea administrado por su padrastro.
Charles Baudelaire colabora de forma anónima con diferentes periódicos y se dedica a la crítica artística. En esta época publica algunos ensayos, llenos de sensibilidad y penetración, bajo el título "Los Salones". Escribió sus primeros poemas a la vuelta de un viaje por el Caribe. Comienza a interesarse por el pintor impresionista Manet y por la música de Wagner, de quien fue su introductor en Francia. Descubre la obra de Edgar Alan Poe, que murió poco después y a quien no pudo conocer en persona, a pesar de considerarlo su alma gemela. Poe se le asemeja y durante diecisiete años lo traduce y da a conocer en Francia. De esta forma comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica especializada.
Durante la revolución de 1848 Baudelaire es visto en las barricadas y tratando de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro. Escribió sus poemas más reconocidos y recogidos en el libro "Las flores del mal" con sólo 23 años. El editor le impuso este título al poemario en lugar de "Los limbos", que era el original, y que finalmente se publicaron en junio de 1857.
Nada de lo que escribió con posterioridad superó literariamente a esta obra, que es la que más se recuerda del poeta francés Baudelaire. Inmediatamente a su publicación el gobierno francés acusa al poeta de ofender la moral pública y juzga sus poemas como obscenos. El poeta fue procesado, y la edición fue confiscada por mandato judicial. El editor y él son condenados a pagar sendas multas por ultraje a la moral pública y se le ordena la supresión de seis poemas del libro. Sólo algunos compañeros lo apoyaron como Gautier. Ya quedará ante el gran público identificado con la depravación y el vicio. Amargado e incomprendido, Baudelaire se aisla. En esta fase oscura y sombría de su vida obtiene la alegría a través de los escritos admirados de dos escritores que en aquella época eran desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, y que posteriormente pasaron a la historia de la literatura francesa.
Es en estos años cuando cae enfermo y pasa cortas estancias con su madre en Honfleur. En 1861 se presenta a la Academia Francesa, para de esta forma recuperar su dignidad profesional. Los académicos finalmente no lo aceptan. En 1864 viaja a Bélgica, donde trata de ganarse la vida dictando conferencias sobre arte, pero son también un fracaso. En el año 1858, cuando en junio hace un artículo proclamando su fidelidad a Victor Hugo, comienza a sentir algunas molestias en las piernas acompañadas de ahogos. En 1860 sufre una pequeña congestión cerebral. No acude a ningún médico, busca la ayuda de una hechicera. En 1865 se agrava su enfermedad, parece que ya padecía una neurosífilis, y presenta diferentes tipos de neuralgias. Poco a poco su salud se va resintiendo más, y en 1866 presenta síntomas de confusión mental, dolores gástricos y un asma pertinaz. Por primera vez lo trasladan a Bruselas a un hospital, y posteriormente a otro en París. Allí ya presenta una afasia y una hemiplejia. Su madre lo cuida y ya no se separa de él más. En esos momentos recurre al opio y a las cápsulas de éter para combatir su dolencias. Previamente a su ataque cerebral en su correspondencia incluso había expresado su deseo de recurrir al suicidio.
La enfermedad se agravó de forma muy rápida y permanece en este estado varios meses. Muere finalmente el 31 de agosto de 1867, a los 46 años de edad. Fue enterrado en el cementerio de Montparnase, junto a la tumba de su padrastro, a quién siempre odió. Póstumamente, en 1868, le publican sus "Pequeños poemas en prosa".
Baudelarie consiguió extraer con pulcritud inusual los demonios de la condición humana, fue capaz de alcanzar lo sublime con palabras certeras y exactas. Su obra es imprescindible por todo lo que supuso de revolucionaria y adelantada en su tiempo. Casi un siglo después, en 1949, la magistratura del Sena en París concedía un curioso indulto literario a "Las flores del mal". Los jueces pidieron perdón públicamente por las ofensas cometidas hacia uno de los mejores poetas franceses alabando su obra y reconociendo el innegable talento demostrado. Charles Baudelaire apenas pudo publicar nada en vida, siendo su obra póstuma fundamental para entender cómo sintió uno de los escritores cumbre de la literatura universal.

La Viuda Negra de Baudelaire



Cuadro "La Viuda Negra" de Manet

“Venus negra”, así apodaba Baudelaire a la mujer con quien mantuvo una larga, accidentada y sobre todo intensa unión sentimental. La actriz Jeanne Duval fue la musa para el cuerpo poético más importante del peculiar y arquetípico poeta de las “flores venenosas”, de quien el psicoanálisis “ha dicho” prácticamente de todo.
Manet, parece que de forma intencionada, no deja apreciar en su retrato ningún atisbo de la gran belleza que nos consta detentó esta mujer, nada de su exotismo mestizo o su voluptuosidad. Nos muestra únicamente su aspecto más triste, el de su penosa enfermedad. Baudelaire contrajo la sífilis (le diabolique accident) cuando tenía 20 años y posteriormente se contagió también Jeanne. El gesto de la mujer es tosco y su postura aparentemente forzada y extraña, en la que destaca visualmente la presentación de la pierna izquierda inmóvil, reflejando la hemiplejía que padecía. A imitación de los últimos poemas del ciclo Duval de “Las Flores del Mal”, Manet parece que únicamente desea mostrar la decadencia física, obviando cualquier vestigio de seducción. Constituye una demoledora contraposición estética a la sensualidad de la mujer reclinada que Baudelaire años antes describió en el censurado Les Bijoux.
El corpiño y la amplísima falda, dotados de sensación de transparencia a pesar de su aparatosidad, probablemente están tejidos en fina y vaporosa tarlatana de algodón, en gasa o en seda rayada. A nuestros ojos, los volúmenes son desmesurados, pero corresponden a la tendencia imperante del vestido femenino. Tras el breve respiro que en la indumentaria femenina supuso el estilo Imperio, en la década de 1820 se reintrodujo el uso del corsé angosto; con ello y con el aumento en los volúmenes de la falda y de las mangas-globo se pretendía potenciar la imagen de cintura diminuta. En esa época la ociosidad completa de la mujer era símbolo de la opulencia social de la familia y, desde luego, la incapacidad funcional que semejantes vestimentas imponían contribuían a ello notablemente, ya que incluso hacían difíciles acciones tan habituales como traspasar una puerta o incluso caminar. En este caso, la falda de tipo crisolina o miriñaque de Duval, por sus dimensiones, incluso se asemeja a los enormes guardainfantes de las infantas velazqueñas y aporta muy eficazmente una sensación de restricción añadida a su impuesta inmovilidad. El ademán de la mano derecha, que parece algo desproporcionada en tamaño, contribuye a la analogía figurativa que parece existir entre el retrato y los que Velázquez realizó de las infantas españolas. La otra mano, la inválida, queda oculta a nuestra visión; reposa sobre la falda, dejando en ella una impronta que sugiere hábilmente la falta de tono del brazo.
Destaca, por la minuciosidad de su ejecución y su belleza, el delicado y transparente visillo de encaje, único artificio ornamental de la habitación, que enmarca por completo el tercio superior de la tela. La tónica dominante en el uso del color es la sobriedad, que conforman la disposición en dos grandes masas claras, integradas por el visillo y el vestido, y otra gran masa oscura y opaca, de tonalidades negras y verdosas, correspondiente al diván (a tono con el abanico). Simplicidad sólo en apariencia, para una composición muy meditada y plena de significado emocional.

martes, septiembre 18, 2007

Paul Verlaine: Un esbozo







Una de las pocas fotografías de Paul Verlaine que se conservan nos los muestra, ya en sus últimos años, en el café Voltaire de París. En dicha imagen, al buen observador no le es difícil distinguir una cosa: el maestro parece estar borracho, narcotizado tal vez... Ebrio de una u otra manera, en cualquier caso. De ello podemos concluir que la disipación acabó finalmente por vencer a la rectitud. Entre una y otra osciló constantemente la existencia del antiguo parnasiano.



Sin embargo, si no fuera por que el París decimonónico –el gran París– acogió a plumas como la de Baudelaire, Lautréamont y Rimbaud, entre otras muchos igualmente geniales, bien podríamos afirmar, con algunas de las notas biográficas a él referidas, que Verlaine, junto con Víctor Hugo, es el mayor poeta lírico francés del siglo XIX. No hay nada en sus primeros años que anuncie su futura inclinación por la autodestrucción. Nacido en Metz, el 30 de marzo de 1844, su padre es un militar perteneciente a una antigua familia belga y su madre –de soltera Elisa Dehée– es hija de unos acaudalados terratenientes. Todos ellos observantes de las buenas costumbres, no hay en los familiares del pequeño Paul ninguno que se haya dado a los excesos.


De ahí que sus biógrafos más reaccionarios atribuyan su repentina e insospechada inclinación por el malditismo a una incipiente fealdad. «Como predestinado por los demonios de la lujuria, fue adquiriendo una fealdad singular, que, acentuada en el curso de los años y a través de las intemperancias, le dio, finalmente, una fisonomía de fauno huraño e insensato» (Amelia Bruzzi dixit).


Desdoblamientos Fuera como fuese


Desde que su familia se traslada a París (1851), el pequeño Paul es un lector asiduo de poesía romántica –sintiendo una predilección especial por Víctor Hugo– placer que compagina con su actividad académica. Sus primeros versos datan de 1858, sólo cuenta 14 años. Paralelamente a sus lecturas, su personalidad va mostrando ciertos desdoblamientos que le llevan de las efusiones sentimentales, que le son más frecuentes, a la irascibilidad y el delirio, no menos habituales. De esos inquietantes cambios de carácter saben bien los poetas parnasianos, a quienes Verlaine comienza a frecuentar a partir de 1860. En aquel tiempo, ya se ha confesado un rendido admirador de Baudelaire. Sus primeras publicaciones en revistas parnasianas no le proporcionan el dinero suficiente para el sustento, con lo que se ve obligado a emplearse como escribiente en el ayuntamiento de París. Eso sí, el municipio no le hace olvidar sus verdaderas inquietudes. "Poemas saturninos" (1866), su primer libro, trata sobre la fatalidad a la que, según el poeta, están condenados sin redención posible cuantos nacen, como él, bajo el signo de Saturno. Cuatro años después, la homosexualidad y las noches de bohemia del escritor, hacen que su madre le case con Mathilde Mauté de Fleurville, a la que dedicará "La buena canción" (1870), su obra menos lograda. Anteriormente, ha publicado "Fiestas galantes" (1869), versos que, en opinión de Carlos Pujol, vienen a evocar la pintura de Watteau. Un tiro a Rimbaud No obstante su matrimonio, el gran amor de Paul Verlaine será otro poeta: el joven Jean Arthur Rimbaud, quien llega a París en los días de la Comuna dispuesto a «morir con el pueblo». Las ordinarieces y la mala comida de los pobres, que en palabras del mismo Rimbaud le agredieran tanto, no han irritado todavía al autor de "Una temporada en el infierno" (1873). Abandonando a su esposa, Verlaine marchará tras Rimbaud a Bélgica e Inglaterra. Cuando Arthur quiere romper la relación que les une, Verlaine le descerraja un tiro que le lleva a la cárcel. Cumplida su condena, Paul Verlaine, como consecuencia de la crisis existencial que ha sufrido en prisión –la que también le ha inspirado sus "Romanzas sin palabras" (1874)–, durante algún tiempo, da clases de literatura en distintos países. Tras romper con un nuevo amante –L. Létinois– vuelve a darse a la bebida y demás excesos. Apenas regresado a París publica "Cordura" (1881), pero es "Romanzas sin palabras" el texto que le ha procurado la fama. Convertido en abanderado del decadentismo y en algo así como el patriarca –junto a Rimbaud– del simbolismo, declara respecto a este último: «¿El simbolismo? No sé qué será... Tal vez una palabra alemana (...) Lo que sí que sé bien es que cuando sufro, cuando gozo o cuando lloro no se trata de símbolos». En otra ocasión escribe: «¡Ay de mí! Disipé mi vida (...) Si debiera emitir un juicio sobre mí mismo, me llamaría el don Quijote del Parnaso». "Los poetas malditos", conjunto de artículos y ensayos sobre la poesía de la disipación y el exceso, aparece en 1881. El mismo se incluye entre los autores estudiados bajo el seudónimo de Pauvre Lelian. También da noticia de Rimbaud, a quien, por supuesto, no ha olvidado. Tras publicar con regularidad durante los siguientes años, en los que va del hospital al Barrio Latino, Paul Verlaine muere en París en 1896. Goza de cierta holgura económica y su fama va en aumento.

ARTE POÉTICA

La música ante todo preferimos,
por eso mismo el verso imparisílabo
que es más vago y soluble y que no tiene
ningún peso ni pose que lo tiente.

Y no olvides tampoco el elegir
palabras que se presten al equívoco:
quedémonos con una canción gris,
que junta lo más claro a lo indeciso.

[...] ¡Lo que buscamos siempre es el matiz,
solo el matiz y nada de color!
Sólo el matiz hermana sin herir
sueño con sueño, flauta y bronco son.

[...] ¡Retuércele el pescuezo a la elocuencia!
Y no estará de más, con mano dura,
poner coto a la rima: si la sueltas
nadie sabe hasta donde nos empuja.

[...] ¡La música ante todo, siempre música!
sea tu verso ese algo volandero
que sentimos huir de un alma en busca
de distintos amores y otros cielos.

Sea tu verso anuncio de ventura
en el crispado viento matutino
perfumado de menta y tomillo...
Y lo demás es ya literatura.

Id, pues, vagabundos, sin tregua

Id, pues, vagabundos, sin tregua,
errad, funestos y malditosa lo largo de los abismos y las playas
bajo el ojo cerrado de los paraísos. (...)
Y nosotros que la derrota nos ha hecho, ay, sobrevivir,
los pies magullados, los ojos turbios, la cabeza pesada,
sangrantes, flojos, deshonrados, cansados,
vamos, penosamente ahogando un lamento sordo.