Los días siguientes a nuestra salida de la casa de Epifanio Díaz marcan para mí, personalmente, la etapa más penosa de la guerra. Estas notas tratan de dar una idea de lo que fue para el total de los combatientes la primera parte de nuestra lucha revolucionaria; si en este pasaje de los recuerdos tengo que referirme, más que en el resto, a mi participación personal, es porque tiene conexión con los siguientes episodios y no era posible desligarlos sin que se perdiera unidad en el relato.
Después de la salida de la casa de Epifanio, nuestro grupo revolucionario se componía de 17 hombres del ejército primigenio y tres nuevos compañeros incorporados: Gil, Sotolongo y Raúl Díaz. Estos tres compañeros llegaron en el Granma; habían estado escondidos durante cierto tiempo en las cercanías de Manzanillo y, al conocer de nuestra existencia, decidieron incorporarse al grupo. Su historia era la misma de todos nosotros; habían podido evadir la persecución de los guardias, refugiarse en la casa de un campesino, después en la de otro, llegar a Manzanillo y ocultarse. Ahora unían su suerte a la de toda la columna. En esta época, como se ve, era muy difícil incrementar nuestro ejército; venían algunos hombres nuevos, pero se iban otros; las condiciones físicas de la lucha eran muy duras, pero las condiciones morales lo eran mucho más todavía y se vivía bajo la impresión del continuo asedio.
En aquellos momentos caminábamos sin rumbo fijo y a marcha lenta, escondidos en pequeños cayos de monte, en una zona donde ya la ganadería ha avanzado sobre la vegetación y apenas quedan restos pequeños de monte. Una de esas noches, en la pequeña radio de Fidel escuchábamos la noticia de la captura de uno de los compañeros del Granma, que se había retirado con Crescencio Pérez. Nosotros teníamos ya noticias de que había sido apresado, por confesión de Eutimio, pero no se había dado la información oficial; al conocerla pudimos percatarnos de que vivía. No siempre se podía salir con vida del interrogatorio del ejército de Batista. A cada rato se oían, en distintas regiones, disparos de ametralladoras hechos por los guardias contra los cayos de monte donde, por lo general, si bien tiraba abundante parque, no penetraba la tropa enemiga.
En mi diario de campaña anotaba, el día 22 de febrero, que tenía los primeros síntomas de lo que podía ser un fuerte ataque de asma, porque me faltaba mi líquido antiasmático. La fecha del nuevo contacto era el día 5 de marzo, de modo que teníamos que esperar unos días.
En esta época caminábamos muy lentamente, no teníamos un rumbo fijo y estabámos, simplemente, haciendo tiempo para que llegara la nueva fecha del 5 de marzo, día en que Frank País nos debía enviar el grupo de hombres armados. Se había resuelto ya que primero debía fortificarse nuestro pequeño frente, antes de aumentarlo en número y, por lo tanto, todas las armas disponibles en Santiago debían subir a la Sierra Maestra.
Una noche nos tomó el amanecer sobre la margen de un pequeño riachuelo donde casi no había vegetación; pasamos un precario día en aquel lugar, en un valle cercano a Las Mercedes, que creo se llamaba La Majagua (los nombres son ahora un poco imprecisos en mi memoria) y llegamos por la noche a la casa del viejo Emiliano, otro de los tantos campesinos que en aquella época recibían un enorme susto al vernos en cada oportunidad, pero se jugaban la vida por nosotros, valientemente, y contribuían con su trabajo al desarrollo de nuestra Revolución. Era época de lluvia en la Sierra y todas las noches nos empapábamos por lo que llegábamos a las casas campesinas, a pesar del peligro, pues la zona estaba infectada de guardias.
El asma era tan fuerte que no me dejaba avanzar bien y tuvimos que dormir en un pequeño cayo de café, cercano a una casa campesina donde restablecimos fuerzas. Ese día que estoy narrando, 27 ó 28 de febrero, se había levantado la censura en el país y la radio daba continuamente noticias de todo lo ocurrido durante los meses transcurridos. Se hablaba de los actos terroristas y de la entrevista de Matthews con Fidel: en aquel momento el Ministro de Defensa hizo su famosa afirmación de que la entrevista de Matthews era una patraña y el reto a que se publicara la foto.
Hermes era un guajiro hijo del viejo Emiliano y fue el compañero que en aquellos momentos nos ayudaba con comidas y nos indicaba, por lo menos, la ruta que debíamos seguir. Pero por la mañana del día 28 no efectúo su habitual recorrido y Fidel ordenó inmediatamente evacuar el lugar y posesionarnos en otro punto donde dominábamos los caminos de la zona, pues no se sabía lo que pasaría. Como a las 4 de la tarde, Luis Crespo y Universo Sánchez estaban mirando los caminos y este último, por el lugar del camino que viene de Las Vegas vio una numerosa tropa de soldados que venían caminando precisamente para ocupar el firme. Había que correr rápidamente para llegar al borde de la loma y cruzar al otro lado antes de que las tropas nos cortaran el paso; no era una tarea difícil, dado que los habíamos visto con tiempo. Ya empezaban los morteros y las ametralladoras a sonar en dirección a donde estábamos, lo que probaba que había conocimiento por parte del ejército batistiano de nuestra presencia allí. Todos pudieron fácilmente llegar a la cumbre y sobrepasarla; pero para mí fue una tarea tremenda. Pude llegar, pero con un ataque tal de asma que, prácticamente, dar un paso para mí era difícil. En aquellos momentos, recuerdo los trabajos que pasaba para ayudarme a caminar el guajiro Crespo; cuando yo no podía más y pedía que me dejaran, el guajiro, con el léxico especial de nuestras tropas, me decía: «Argentino de... vas a caminar o te llevo a culatazos.» Además de decir esto cargaba con todo su peso, con el de mi propio cuerpo y el de mi mochila para ir caminando en las difíciles condiciones de la loma, con un diluvio sobre nuestras espaldas.
Llegamos así a un pequeño bohío, enterándonos de que estábamos en el lugar llamado Purgatorio. Allí Fidel pasó como el comandante González, del ejército de Batista, que estaba buscando a los alzados. El dueño de la casa, fríamente cortés, nos la ofreció y nos atendió; pero había otro habitante, un amigo de un bohío cercano que era de una guataquería extraordinaria. Mi estado físico me impidió gozar el sabrosísimo diálogo de Fidel, en su papel de comandante González, del ejército de Batista, y el guajiro que le daba consejos y hablaba de por qué ese muchacho, Fidel Castro, estaba en la loma tirando tiros.
Había que tomar alguna decisión, pues me era imposible seguir. Cuando se fue el indiscreto vecino, Fidel le dijo al dueño de la casa quién era. El hombre lo abrazó inmediatamente, diciéndole que era ortodoxo, que seguía siempre a Chibás y que podía ordenar. En aquel momento había que enviar al campesino a Manzanillo y establecer contacto; por lo menos, comprar las medicinas; y había que dejarme cerca de la casa sin que supiera ni siquiera la mujer de él, que yo estaba allí.
El último compañero incorporado a la tropa, un hombre de dudosa moralidad pero muy fuerte, me fue asignado como compañero. Fidel, en un gesto de desprendimiento, me dio un fusil Johnson de repetición, una de las joyas de nuestra guerrilla, para defendernos. Hicimos el amago de salir todos juntos en una dirección y a los pocos pasos este compañero (al que llamábamos El maestro) y yo nos internamos en el monte, en el lugar convenido, esperando los acontecimientos. Las noticias de aquel día fueron que Matthews había hablado por teléfono y había anunciado que se publicarían las famosas fotos. Díaz Tamayo había anunciado que no podía ser, que nadie podía cruzar el cerco de tropas. Armando Hart estaba preso, acusado de ser el segundo jefe del Movimiento. Era el 28 de Febrero.
El campesino cumplió el encargo y me proveyó de adrenalina suficiente. De ahí en adelante pasaron diez de los días más amargos de la lucha en la Sierra. Caminando apoyándome de árbol en árbol y en la culata del fusil, acompañado de un soldado amedrentado que temblaba cada vez que se iniciaba un tiroteo y sufría un ataque de nervios cada vez que mi asma me obligaba a toser en algún punto peligroso; fuimos haciendo lo que constituía poco más de una jornada de camino para llegar en diez largos días a casa de Epifanio nuevamente. La fecha convenida para el encuentro era el 5 de marzo, pero fue imposible estar. El cerco de los soldados en la zona y la imposibilidad de los movimientos rápidos, hicieron que solamente el día 11 de marzo apareciéramos en la hospitalaria casa de Epifanio Díaz.
Habían pasado algunos acontecimientos conocidos ya por los habitantes de la casa. El grupo de 18 hombres de Fidel se había separado por un error al pensar que iban a ser atacados nuevamente por los guardias, en el lugar llamado Altos de Meriño; doce hombres habían seguido con Fidel y seis con Ciro Frías. Después, Ciro Frías había caído en una emboscada, aunque salieron ilesos todos ellos y se encontraban bien en las inmediaciones. Solamente uno, Yayo, que volvía sin su fusil, había pasado por la casa de Epifanio Díaz rumbo a Manzanillo; por él nos enteramos de todo. Además, ya estaba lista la tropa que debía mandar Frank, aunque éste se encontraba preso en Santiago. Tuvimos una entrevista con el jefe de la tropa; se llamaba Jorge Sotús y traía el grado de capitán. No pudo llegar el día 5, pues se había infiltrado la noticia y los caminos estaban completamente custodiados. Establecimos todas las medidas para que se produjera rápidamente la llegada de los hombres cuyo número era alrededor de cincuenta.
Después de la salida de la casa de Epifanio, nuestro grupo revolucionario se componía de 17 hombres del ejército primigenio y tres nuevos compañeros incorporados: Gil, Sotolongo y Raúl Díaz. Estos tres compañeros llegaron en el Granma; habían estado escondidos durante cierto tiempo en las cercanías de Manzanillo y, al conocer de nuestra existencia, decidieron incorporarse al grupo. Su historia era la misma de todos nosotros; habían podido evadir la persecución de los guardias, refugiarse en la casa de un campesino, después en la de otro, llegar a Manzanillo y ocultarse. Ahora unían su suerte a la de toda la columna. En esta época, como se ve, era muy difícil incrementar nuestro ejército; venían algunos hombres nuevos, pero se iban otros; las condiciones físicas de la lucha eran muy duras, pero las condiciones morales lo eran mucho más todavía y se vivía bajo la impresión del continuo asedio.
En aquellos momentos caminábamos sin rumbo fijo y a marcha lenta, escondidos en pequeños cayos de monte, en una zona donde ya la ganadería ha avanzado sobre la vegetación y apenas quedan restos pequeños de monte. Una de esas noches, en la pequeña radio de Fidel escuchábamos la noticia de la captura de uno de los compañeros del Granma, que se había retirado con Crescencio Pérez. Nosotros teníamos ya noticias de que había sido apresado, por confesión de Eutimio, pero no se había dado la información oficial; al conocerla pudimos percatarnos de que vivía. No siempre se podía salir con vida del interrogatorio del ejército de Batista. A cada rato se oían, en distintas regiones, disparos de ametralladoras hechos por los guardias contra los cayos de monte donde, por lo general, si bien tiraba abundante parque, no penetraba la tropa enemiga.
En mi diario de campaña anotaba, el día 22 de febrero, que tenía los primeros síntomas de lo que podía ser un fuerte ataque de asma, porque me faltaba mi líquido antiasmático. La fecha del nuevo contacto era el día 5 de marzo, de modo que teníamos que esperar unos días.
En esta época caminábamos muy lentamente, no teníamos un rumbo fijo y estabámos, simplemente, haciendo tiempo para que llegara la nueva fecha del 5 de marzo, día en que Frank País nos debía enviar el grupo de hombres armados. Se había resuelto ya que primero debía fortificarse nuestro pequeño frente, antes de aumentarlo en número y, por lo tanto, todas las armas disponibles en Santiago debían subir a la Sierra Maestra.
Una noche nos tomó el amanecer sobre la margen de un pequeño riachuelo donde casi no había vegetación; pasamos un precario día en aquel lugar, en un valle cercano a Las Mercedes, que creo se llamaba La Majagua (los nombres son ahora un poco imprecisos en mi memoria) y llegamos por la noche a la casa del viejo Emiliano, otro de los tantos campesinos que en aquella época recibían un enorme susto al vernos en cada oportunidad, pero se jugaban la vida por nosotros, valientemente, y contribuían con su trabajo al desarrollo de nuestra Revolución. Era época de lluvia en la Sierra y todas las noches nos empapábamos por lo que llegábamos a las casas campesinas, a pesar del peligro, pues la zona estaba infectada de guardias.
El asma era tan fuerte que no me dejaba avanzar bien y tuvimos que dormir en un pequeño cayo de café, cercano a una casa campesina donde restablecimos fuerzas. Ese día que estoy narrando, 27 ó 28 de febrero, se había levantado la censura en el país y la radio daba continuamente noticias de todo lo ocurrido durante los meses transcurridos. Se hablaba de los actos terroristas y de la entrevista de Matthews con Fidel: en aquel momento el Ministro de Defensa hizo su famosa afirmación de que la entrevista de Matthews era una patraña y el reto a que se publicara la foto.
Hermes era un guajiro hijo del viejo Emiliano y fue el compañero que en aquellos momentos nos ayudaba con comidas y nos indicaba, por lo menos, la ruta que debíamos seguir. Pero por la mañana del día 28 no efectúo su habitual recorrido y Fidel ordenó inmediatamente evacuar el lugar y posesionarnos en otro punto donde dominábamos los caminos de la zona, pues no se sabía lo que pasaría. Como a las 4 de la tarde, Luis Crespo y Universo Sánchez estaban mirando los caminos y este último, por el lugar del camino que viene de Las Vegas vio una numerosa tropa de soldados que venían caminando precisamente para ocupar el firme. Había que correr rápidamente para llegar al borde de la loma y cruzar al otro lado antes de que las tropas nos cortaran el paso; no era una tarea difícil, dado que los habíamos visto con tiempo. Ya empezaban los morteros y las ametralladoras a sonar en dirección a donde estábamos, lo que probaba que había conocimiento por parte del ejército batistiano de nuestra presencia allí. Todos pudieron fácilmente llegar a la cumbre y sobrepasarla; pero para mí fue una tarea tremenda. Pude llegar, pero con un ataque tal de asma que, prácticamente, dar un paso para mí era difícil. En aquellos momentos, recuerdo los trabajos que pasaba para ayudarme a caminar el guajiro Crespo; cuando yo no podía más y pedía que me dejaran, el guajiro, con el léxico especial de nuestras tropas, me decía: «Argentino de... vas a caminar o te llevo a culatazos.» Además de decir esto cargaba con todo su peso, con el de mi propio cuerpo y el de mi mochila para ir caminando en las difíciles condiciones de la loma, con un diluvio sobre nuestras espaldas.
Llegamos así a un pequeño bohío, enterándonos de que estábamos en el lugar llamado Purgatorio. Allí Fidel pasó como el comandante González, del ejército de Batista, que estaba buscando a los alzados. El dueño de la casa, fríamente cortés, nos la ofreció y nos atendió; pero había otro habitante, un amigo de un bohío cercano que era de una guataquería extraordinaria. Mi estado físico me impidió gozar el sabrosísimo diálogo de Fidel, en su papel de comandante González, del ejército de Batista, y el guajiro que le daba consejos y hablaba de por qué ese muchacho, Fidel Castro, estaba en la loma tirando tiros.
Había que tomar alguna decisión, pues me era imposible seguir. Cuando se fue el indiscreto vecino, Fidel le dijo al dueño de la casa quién era. El hombre lo abrazó inmediatamente, diciéndole que era ortodoxo, que seguía siempre a Chibás y que podía ordenar. En aquel momento había que enviar al campesino a Manzanillo y establecer contacto; por lo menos, comprar las medicinas; y había que dejarme cerca de la casa sin que supiera ni siquiera la mujer de él, que yo estaba allí.
El último compañero incorporado a la tropa, un hombre de dudosa moralidad pero muy fuerte, me fue asignado como compañero. Fidel, en un gesto de desprendimiento, me dio un fusil Johnson de repetición, una de las joyas de nuestra guerrilla, para defendernos. Hicimos el amago de salir todos juntos en una dirección y a los pocos pasos este compañero (al que llamábamos El maestro) y yo nos internamos en el monte, en el lugar convenido, esperando los acontecimientos. Las noticias de aquel día fueron que Matthews había hablado por teléfono y había anunciado que se publicarían las famosas fotos. Díaz Tamayo había anunciado que no podía ser, que nadie podía cruzar el cerco de tropas. Armando Hart estaba preso, acusado de ser el segundo jefe del Movimiento. Era el 28 de Febrero.
El campesino cumplió el encargo y me proveyó de adrenalina suficiente. De ahí en adelante pasaron diez de los días más amargos de la lucha en la Sierra. Caminando apoyándome de árbol en árbol y en la culata del fusil, acompañado de un soldado amedrentado que temblaba cada vez que se iniciaba un tiroteo y sufría un ataque de nervios cada vez que mi asma me obligaba a toser en algún punto peligroso; fuimos haciendo lo que constituía poco más de una jornada de camino para llegar en diez largos días a casa de Epifanio nuevamente. La fecha convenida para el encuentro era el 5 de marzo, pero fue imposible estar. El cerco de los soldados en la zona y la imposibilidad de los movimientos rápidos, hicieron que solamente el día 11 de marzo apareciéramos en la hospitalaria casa de Epifanio Díaz.
Habían pasado algunos acontecimientos conocidos ya por los habitantes de la casa. El grupo de 18 hombres de Fidel se había separado por un error al pensar que iban a ser atacados nuevamente por los guardias, en el lugar llamado Altos de Meriño; doce hombres habían seguido con Fidel y seis con Ciro Frías. Después, Ciro Frías había caído en una emboscada, aunque salieron ilesos todos ellos y se encontraban bien en las inmediaciones. Solamente uno, Yayo, que volvía sin su fusil, había pasado por la casa de Epifanio Díaz rumbo a Manzanillo; por él nos enteramos de todo. Además, ya estaba lista la tropa que debía mandar Frank, aunque éste se encontraba preso en Santiago. Tuvimos una entrevista con el jefe de la tropa; se llamaba Jorge Sotús y traía el grado de capitán. No pudo llegar el día 5, pues se había infiltrado la noticia y los caminos estaban completamente custodiados. Establecimos todas las medidas para que se produjera rápidamente la llegada de los hombres cuyo número era alrededor de cincuenta.
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