Genaro Aguirre, en estas mismas páginas, ha hecho tres, cuatro recuentos de aquella música que, en su tiempo, tradujo para nosotros instantes que hoy son inolvidables. La melodía como la letra se ligan a algo dentro del espíritu del hombre: su trabajo, su amor imposible, la lluvia, los camiones urbanos que a diario aborda, la hora de comer, dormir o hacer el amor. Allí han quedado esos trozos de poesía rítmica y sonora para volver a vivir lo ya ido.
Pero ¿qué se hace cuando a uno le obsequian un disco y el regalo lleva el sello: “para que siempre de acuerdes de mí”? Lo demás, trabajo, dormir y la lluvia, pasan a un segundo plano; se desdibujan y hasta dejan de existir cuando uno escucha una de las melodías de este compacto. ¿Qué misterio hace que la memoria se desdiga de todo lo demás para sólo imponer todo el peso de su recuerdo en una sola e infinita imagen? Más aún, que no se trata sólo de música instrumental. No es Parker ni Miles quienes tocan, ni tampoco Kempft o Arvo Pärt ni Paul Horn o Kitaro quienes dejan salir esos sonidos, a veces míticos, de sus instrumentos; sino que se trata también de letras hechas con la misma razón y medida de la poesía, y cuyo mensaje es mayor a medida que uno la escucha para “no olvidar nunca” a quien nos obsequió con esa materia azul hecha nostalgia.
Pero ¿qué se hace cuando a uno le obsequian un disco y el regalo lleva el sello: “para que siempre de acuerdes de mí”? Lo demás, trabajo, dormir y la lluvia, pasan a un segundo plano; se desdibujan y hasta dejan de existir cuando uno escucha una de las melodías de este compacto. ¿Qué misterio hace que la memoria se desdiga de todo lo demás para sólo imponer todo el peso de su recuerdo en una sola e infinita imagen? Más aún, que no se trata sólo de música instrumental. No es Parker ni Miles quienes tocan, ni tampoco Kempft o Arvo Pärt ni Paul Horn o Kitaro quienes dejan salir esos sonidos, a veces míticos, de sus instrumentos; sino que se trata también de letras hechas con la misma razón y medida de la poesía, y cuyo mensaje es mayor a medida que uno la escucha para “no olvidar nunca” a quien nos obsequió con esa materia azul hecha nostalgia.
Pero ¿qué parte de todo el volumen quiere ella que se quede dentro de uno? ¿La voz del cantante? ¿O sólo el ritmo acompasado que en el ajetreo de voces y divagaciones laborales apenas puede seguirse con el ritmo de la pierna? O, sospecho, ¿quiere ella que sea la letra, hecha a pausas y a veces zurcida a punzada y hechura anestésica que solventa el dolor que causa ese mensaje? Lo inevitable entre ese “para que recuerdes” y el puñetazo de la letra, es lo que de verdad le va a dar sentido a la memoria perpetua. Y digo: No te voy a olvidar porque en la entrega del acetato me estás diciendo: “Y mi alma que estaba muerta / le pusiste alas blancas / voló y se paró en tu boca/ con tu beso la atrapaste”.
Pero, uno se pregunta, ¿es lo mismo no olvidar que recordarte siempre? Los filósofos y escritores no han estado siempre de acuerdo en esto. Para Salvador Elizondo “el olvido es más tenaz que la memoria” y para Marco Tulio le era imposible perder de su memoria lo no querido: “Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero”. Es esa contradicción hermosa entre olvidar y recordar (o viceversa) la que vuelve dicotómico el arte de escuchar un acetato como éste que ahora atruena en mis oídos. Por más que uno quiere obviar, y con él olvidar al sujeto amoroso, sucede lo contrario; como alguien dijo: “Mi casa se puebla de arlequines, cuando hay ruido de besos en el aire”.
Pero, uno se pregunta, ¿es lo mismo no olvidar que recordarte siempre? Los filósofos y escritores no han estado siempre de acuerdo en esto. Para Salvador Elizondo “el olvido es más tenaz que la memoria” y para Marco Tulio le era imposible perder de su memoria lo no querido: “Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero”. Es esa contradicción hermosa entre olvidar y recordar (o viceversa) la que vuelve dicotómico el arte de escuchar un acetato como éste que ahora atruena en mis oídos. Por más que uno quiere obviar, y con él olvidar al sujeto amoroso, sucede lo contrario; como alguien dijo: “Mi casa se puebla de arlequines, cuando hay ruido de besos en el aire”.
Llega (debe llegar el momento) en que olvidar y recordar ya no se reconocen a ellos mismos y el uno no se sabe sin el otro. Entonces, también, cada canción, cada letra del acetato pierde su sentido; parafraseando a Twain, se puede (puedo) también decir: “Dejar de recordarte es fácil. Yo ya te olvidé como 100 veces.” Pero no se crea que es fácil. Ese des-encuentro es uno hecho de piel, de arte, de encuentros fugaces y acaso el cruce de algunas cuantas palabras, ya no surgidas del acetato, sino, primero de un animal terreno que escribe y escribe poesía sin parar para ver si la otra persona tampoco lo olvida; y luego porque ella no es sino la Única fuente que el poeta de marras posee para insistir, y que el olvido no lo venza; entonces le dirá --no sin aprehensión constante, pues, es tan corto el amor y tan largo el olvido--: “De la geografía que hay en ti / me viene el aliento de escribir”.
En fin, gracias por ese CD que a diario escucho por las mañanas, sólo para no perder de vista que algún día el Alzheimer pueda alcanzarme. No prometo dejar de olvidarte; pero siempre habré de recordarte. Sea bajo el influjo de la voz de este cantante; sea bajo la sentencia, nada despreciable, de que algún día, esa enfermedad que conduce a la demencia, lleve en mí las letras de tu nombre.
1 comentario:
BIEN LO DICE HERNALDO: "HALLARTE FUE UN GOZO, MI MAPA CAMBIO".
GRACIAS POR RESPONDER MI DUDA A TRAVES DE ESTAS LINEAS.
FIRMA: UNA BUENA MEMORIA.
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