Recuerdo haber leído uno de los primeros cuentos de Jaime Turrent hace mucho tiempo ya, en el Recuento de Cuentos Veracruzanos de Mario Muñoz, que bien merece y justifica una reedición por parte de nuestras autoridades estatales. Se trataba de “La burbuja azul”, donde era claro el ambiente surrealista, las situaciones aparentemente imaginarias y, sobre todo, una profunda atención en el manejo del lenguaje, de la narración, de la precisión para con las palabras, las imágenes, el sentido de la historia. El problema con Turrent, luego de que leí el cuento, fue que su bibliografía estaba integrada hasta entonces por dos libros, siendo accesible solamente para entonces La eterna noche del desconsuelo, publicada por la Universidad Veracruzana en 1987. Mario Muñoz hablaba de referencias a su obra, principalmente su inclusión en Onda y escritura en México… de Margo Glantz. Y no había más, a pesar de haber consultado otras antologías literarias, los diccionarios en la materia o auscultar a los otros críticos sobre sus libros. Algunos daban pistas de él, otros hablan de él con respeto profundo, pero con distancia.
Pasó tiempo para saber más de sus otros libros, Los encantados y La consagración del deseo, reunidos en 2000 por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz bajo el título de Trilogía del desamparo. Cierto que el Instituto Veracruzano de Cultura le ha publicado dos plaquettes (una de poesía y otra de aforismos) pero siempre me quedaré con su obra narrativa por la variedad de interpretaciones y registros. Sin embargo, muchas de mis dudas se han disipado tras conocer la primera edición de su novela, Una sombra que pasa (2002-2006)[1].
La primera edición de esta novela –impresa por segunda ocasión gracias a la labor del Dr. Félix Baez-Jorge, regente de la Editora de Gobierno– pasó casi desapercibida para la crítica, a pesar de haberse agotado en poco menos de un año, siendo uno de los lanzamientos editoriales de Debate en su incursión en el mercado mexicano. De esa primera promoción sólo Turrent y Guillermo Fadanelli, con su novela Lodo, agotaron sus respectivos tirajes. Había dos posibilidades para explicar este hecho: o bien Turrent había adquirido todos los ejemplares de la novela y los tiene todavía guardados por ahí, o sencillamente la crítica decidió ignorar esta obra sencillamente porque es excelente. Creo que en definitiva sucedió lo segundo.
Así, Una sombra que pasa (título posiblemente tomado del Salmo 144, “Oración de un rey pidiendo la victoria”, donde se completa “El hombre es igual que un soplo; / sus días, una sombra que pasa”) está construida a partir de un tópico frecuente en la Literatura Mexicana: la muerte de un personaje, que en este caso que decide darse un tiro frente a todos los comensales de un café muy concurrido en Xalapa, casi identificado como La Parroquia, muy distinta de la de Veracruz, cabe aclarar. Sin embargo, a diferencia de autores como Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Enrique Serna o Fernando del Paso, la novela Turrent no repara en el proceso que lleva al personaje a quitarse la vida. Una sombra que pasa aspira a registrar y comprender la vida que esa muerte deja en todos los que fueron testigos del suicidio. Así, la novela es el punto de reunión de voces y registros variados unidos solamente por la muerte del desconocido, sobre la cual todos especulan, agregando verdades, mintiendo sobre el hecho fundamental: su muerte.
El tema, refería, me hace recordar a dos autores más en particular: Sergio Galindo y Margo Glantz. Con ambos Turrent comparte obsesiones literarias, acercamientos a la escritura, formas de concebir el trabajo del escritor… y encuentro una proximidad de Una sombra que pasa con La comparsa y El rastro. Con la primera, hay algo más en común que el sitio donde sucede la historia: sí, es la misma Xalapa, ambas movidas a partir de la muerte trágica y misteriosa de uno de sus habitantes. Sin embargo, Galindo entrega en su novela las oscuras verdades de sus personajes, manifiestas solamente una vez al año, so pretexto de las fiestas de la carne. Para el caso de la novela de Glantz, las similitudes aparecen a partir del lenguaje: cuidado, preciso, revelador, fuerte, contundente. Podría también citar a Juan José Arreola, quien en La Feria explora un modelo similar, pero las raíces del escritor jalisciense están en la literatura popular y las de Jaime en la ciudad, como bien ha apuntado en algún lugar Emmanuel Carballo.
En ese sentido, la novela resulta no sólo un muestrario de clases sociales, de individuos y personajes habituales de una ciudad como Xalapa (pretendidamente culta con sus escritores de café y sus “combativos” intelectuales orgánicos; irremediablemente estudiantil y burocrática, que aspira a ser un punto de desarrollo comercial o turístico del estado; y extrañamente fascinante para todos los que la conocen, llevándola para siempre en la memoria). Ante todo, esta novela es un muestrario de formas de habla y de pensar, donde lo mismo aparecen los habituales parroquianos del café, los novios de temporada enamorados, los estudiantes dedicados que se reúnen para hacer las tareas o el artista que busca completar su “obra maestra”. A todos los une el afán por resolver un dilema particular en sus vidas, con la muerte simbólica como límite de todas las situaciones (como en las novelas de Galindo y Glantz): el fin del amor, la pérdida del prestigio social, el derrumbe de la posición económica, el fin de una amistad. Los personajes se debaten por enfrentar un rompimiento amoroso, resolver variables matemáticas, construir una nueva vida a partir de las promesas de los entusiasmos juveniles, explicar de manera coherente teorías conspirativas y asesinatos múltiples, retener a la mujer amada a costa de ahogarse en la corrupción generada por las drogas y el gobierno. Una sombra que pasa, así, no posee un narrador preciso ni único ni autoritario o dictador: todos los personajes cuentan lo que necesitan decir, se convierten en narradores, porque cada uno de ellos posee su verdad, misma que da sentido a su existencia.
Jaime Turrent, así, demuestra que Una sombra que pasa es hasta hoy su mejor obra publicada. No se sirve de la simple anécdota para entregar al lector un ejercicio narrativo más. Turrent busca sacar la verdad a todos sus personajes, que confiesen sus culpas, sus miedos y sus alegrías, así ello signifique advertir la violencia del mundo que nos acecha hasta casi aplastarnos. Construida fragmentariamente, a partir de la reunión de las voces, Una sombra que pasa ofrece discursos simplemente apabullantes (recuerdo, por ejemplo, una teoría de la conspiración sobre los magnicidios de las últimas décadas y el discurso amoroso de una lesbiana, entre varios más). Otros parecen complementarios, pero todos son actuales porque son evidencia del mundo y del país que nos rodea: ahí están los personajes hablando de la situación que vive nuestro país desde hace décadas o bien de la corrupción de nuestros políticos. Una sombra que pasa pareciera ser una novela que retrata el hombre del café, con sus mentiras y contradicciones, con sus verdades y virtudes, incluida en ellas el amor. Jaime cree en su camino no hay ni fin ni principio. Todo hay que continuarlo. Estoy seguro que su siguiente novela será todo un acontecimiento. Queda ahora leer Una sombra que pasa, para así comprobar por uno mismo lo que los diccionarios y las academias querrán “descubrir” en algunos años.
[1] Turrent, Jaime, Una sombra que pasa, 2006, 2a. ed., Xalapa, Editora del Gobierno del Estado de Veracruz, Col. Piedra Lunar, 212 pp.
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