El poema de Moraes, enmarcado y colgado en alguna pared, nos hizo concebir, a los aquí atrevidos, a parafrasear al gran poeta brasileño y, respetando forma y tamaño de sus versos, crear nuestra propia versión de esta RECETA, tanto de Mujer como de Hombre...Que Vinicius, doquiera que se encuentre, perdone esta osadía...He aquí el resultado de nuestro desliz.
RECETA DE MUJER
Vinicius de Moraes
Las muy feas que me perdonen. Pero la belleza es fundamental.
Es preciso que haya algo de flor en todo esto.
Algo de danza, algo de haute couture en todo esto
(o entonces que la mujer se socialice en elegante azul, como en la República Popular de China).
No hay término medio posible. Es preciso que todo sea bello.
Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza apenas posada
y que un rostro adquiera de vez en cuando ese color
que se halla en el tercer minuto de la aurora.
Es preciso que todo sea sin ser, más que se refleje y florezca en el mirar de los hombres.
Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Paul Eluard
y se acaricie en unos brazos más allá de la carne:
que se les toque como al ámbar de una tarde.
Ah, déjenme decirles, que es preciso que la mujer que está allí,
como la corola ante un ave sea bella o tenga cuando menos un rostro que recuerde un templo
y sea leve como el resto de una nube: pero que sea una nube con ojos y nalgas.
Las nalgas son importantísimas.
Ni qué decir de los ojos: que miren con cierta maldad inocente.
Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema pertinencia.
Es preciso, que las extremidades sean delgadas; que los huesos despunten,
sobre todo la rótula al cruzar las piernas; y las puntas pélvicas en el enlazar de una cintura
Gravísimo es, sin embargo, el problema de los huecos claviculares:
una mujer sin ellos es como un río sin puentes.
Indispensable que tenga una hipótesis de barriguita,
y enseguida la mujer se alce en cáliz,
y que sus senos sean una expresión greco-romana,
más que gótica o barroca y puedan iluminar en los oscuro
con una capacidad mínima de cinco focos.
Sobre todo es pertinaz que calavera y columna vertebral se muestren levemente;
¡y que exista un gran latifundio dorsal! Los miembros que terminen como tallos,
Y más bien haya un cierto volumen en los muslos y que sean tersos,
tersos como un pétalo y cubiertos de suavísima pelusa
sensibles a la caricia en sentido contrario.
Es aconsejable en la axila una gramilla con aroma propio apenas sensible
(¡un mínimo de productos farmacéuticos!).
Preferibles, sin duda, los cuellos largos de modo que la cabeza
dé a veces la impresión de no tener nada que ver con el cuerpo,
y la mujer no recuerde flores sin misterio.
Pies y manos deben tener elementos góticos. Discretos.
La piel debe ser fresca en las manos, los brazos, el dorso y la cara,
pero que las concavidades y los huecos tengan una temperatura nunca inferior a los 37o
centígrados, pudiendo eventualmente provocar quemaduras de 1er. grado.
Los ojos, que sean de preferencia grandes y su rotación tan lenta como la tierra;
que se coloquen siempre más allá de un invisible muro de pasión que es preciso traspasar.
Que la mujer sea en principio alta o,
si es baja, que tenga la actitud mental de dos altas cumbres.
pero si es baja y no lo toca, por lo menos actúe como si lo hiciera
Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que,
Si cierra los ojos al abrirlos, ella ya no estaría presente con su sonrisa y sus tramas.
Que ella surja, no que venga; parta, no vaya.
Y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente
y nos haga beber la hiel de la duda.
Y sobre todo, que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo,
no importa en que circunstancia, su infinita volubilidad de pájaro;
y que acariciada en el fondo de sí misma,
se transforme en fiera sin perder su gracia de ave;
y que exhale siempre el imposible perfume;
y destile siempre la embriagante miel;
y cante siempre el inaudible canto de su combustión;
y no deje de ser nunca la eterna danzarina de lo efímero;
y en su incalculable imperfección, constituya la cosa más bella y más perfecta de toda la
creación innumerable.
Las muy feas que me perdonen. Pero la belleza es fundamental.
Es preciso que haya algo de flor en todo esto.
Algo de danza, algo de haute couture en todo esto
(o entonces que la mujer se socialice en elegante azul, como en la República Popular de China).
No hay término medio posible. Es preciso que todo sea bello.
Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza apenas posada
y que un rostro adquiera de vez en cuando ese color
que se halla en el tercer minuto de la aurora.
Es preciso que todo sea sin ser, más que se refleje y florezca en el mirar de los hombres.
Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Paul Eluard
y se acaricie en unos brazos más allá de la carne:
que se les toque como al ámbar de una tarde.
Ah, déjenme decirles, que es preciso que la mujer que está allí,
como la corola ante un ave sea bella o tenga cuando menos un rostro que recuerde un templo
y sea leve como el resto de una nube: pero que sea una nube con ojos y nalgas.
Las nalgas son importantísimas.
Ni qué decir de los ojos: que miren con cierta maldad inocente.
Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema pertinencia.
Es preciso, que las extremidades sean delgadas; que los huesos despunten,
sobre todo la rótula al cruzar las piernas; y las puntas pélvicas en el enlazar de una cintura
Gravísimo es, sin embargo, el problema de los huecos claviculares:
una mujer sin ellos es como un río sin puentes.
Indispensable que tenga una hipótesis de barriguita,
y enseguida la mujer se alce en cáliz,
y que sus senos sean una expresión greco-romana,
más que gótica o barroca y puedan iluminar en los oscuro
con una capacidad mínima de cinco focos.
Sobre todo es pertinaz que calavera y columna vertebral se muestren levemente;
¡y que exista un gran latifundio dorsal! Los miembros que terminen como tallos,
Y más bien haya un cierto volumen en los muslos y que sean tersos,
tersos como un pétalo y cubiertos de suavísima pelusa
sensibles a la caricia en sentido contrario.
Es aconsejable en la axila una gramilla con aroma propio apenas sensible
(¡un mínimo de productos farmacéuticos!).
Preferibles, sin duda, los cuellos largos de modo que la cabeza
dé a veces la impresión de no tener nada que ver con el cuerpo,
y la mujer no recuerde flores sin misterio.
Pies y manos deben tener elementos góticos. Discretos.
La piel debe ser fresca en las manos, los brazos, el dorso y la cara,
pero que las concavidades y los huecos tengan una temperatura nunca inferior a los 37o
centígrados, pudiendo eventualmente provocar quemaduras de 1er. grado.
Los ojos, que sean de preferencia grandes y su rotación tan lenta como la tierra;
que se coloquen siempre más allá de un invisible muro de pasión que es preciso traspasar.
Que la mujer sea en principio alta o,
si es baja, que tenga la actitud mental de dos altas cumbres.
pero si es baja y no lo toca, por lo menos actúe como si lo hiciera
Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que,
Si cierra los ojos al abrirlos, ella ya no estaría presente con su sonrisa y sus tramas.
Que ella surja, no que venga; parta, no vaya.
Y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente
y nos haga beber la hiel de la duda.
Y sobre todo, que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo,
no importa en que circunstancia, su infinita volubilidad de pájaro;
y que acariciada en el fondo de sí misma,
se transforme en fiera sin perder su gracia de ave;
y que exhale siempre el imposible perfume;
y destile siempre la embriagante miel;
y cante siempre el inaudible canto de su combustión;
y no deje de ser nunca la eterna danzarina de lo efímero;
y en su incalculable imperfección, constituya la cosa más bella y más perfecta de toda la
creación innumerable.
RECETA DE MUJER
Versión de Ignacio García
Que me perdonen las de sin hermosura: en poesía la belleza es precisa
Es fundamental el tulipán y el narciso en todo esto
Un poco de jazz & blues, un ápice de Je t’ aime alrededor
O bien, que esa mujer sea una insurgente iraquí, una bonzo tibetana
Aquí no cabe la media tinta: es necesario exprimirle toda su belleza
Es necesario, de súbito, que uno crea mirar una albatros detenida
que su mirada herede, en algún momento, el tono de ese ardor
fácil de encontrar apenas el amanecer muta sus alas en gris
Es urgente no hallar eso llamado ser: basta que surja y resuma en la pupila del hombre
Es mandatario que, a párpado cerrado, la memoria se envuelva en un verso de Eluard:
porque ya era tiempo que unos ojos iluminaran mi mundo, por ejemplo
Y que éste, se resbale por la piel más allá de la piel:
que se le sienta sin mirar, como un crepúsculo que arde
Permítanme decirles, que es necesario que esa hermosura parada allí
como el pétalo ante el gorrión, sea hermosa o, al menos, el cuadro de su rostro posea una pagoda
ligera como una oración: pero tan real como una mirada y un trasero ideal
Los glúteos abaten cualquier prioridad
Ni qué discutir de esa mirada: que observen con un dejo de ingenua maldad
Unos labios brillantes (no muy hidratados) es asimismo en extremo pertinente
Es necesario que las piernas trasluzcan el despunte del hueso
ante todo, la rótula, cuando se sienta, y un muslo oprime al otro,
y la pelvis se enlaza al vaivén de su cintura con las puntas
Complejo es, sin embargo, la ecuación de las clavículas en ella
Una mujer a quien le falten, es como un mar sin espuma
Es prioritaria una teoría sobre su vientre
que de pronto la levante a ella con su copa amarga
y que sus pezones hagan recordar estatuas griegas y templos romanos
que sea como las sombras: más antigua que la luz
y un voltaje de más de una docena de neones
Ante todo, urge que su esqueleto se exhiba con tibieza y suavidad
¡y que el dorso sea un arrozal Ming! Que manos y pies sean las varas
Y lo grueso del atado sea suave y no lastime las manos
suaves como el aliento y cubiertos de un vello aéreo
excitables al calor de los dedos, sean éstos los derechos o los izquierdos
Es deseable en la axila un fino aroma de lavanda y muérdago
(¡el untar apenas olfateable de hashish y belladona!)
De preferencia y sin dudarlo, un cuello de tal modo que su rostro
parezca ser cuerpo en otro cuerpo
y su olvido haga renacer dalias y nubes de misterio
Las manos y los pies deben ser como gárgolas sin catedral: Apenas visibles
Su carne, de agua y esencia en las yemas, en el doblez del tarso, el pecho y los labios
no obstante, lo cóncavo y extasiable debe poner el termómetro al máximo
y, de ser posible, el mercurio explotar y hacer arder cuerpo y medio del que toca
Prefiero que las pupilas miren lo invisible: con un giro lento como el del aspa terrestre
que se alineen fuera del límite de pasiones infranqueables
Que esa mujer, casi alcance el infinito de lo alta que es o,
si es baja y no lo toca, por lo menos actúe como si lo hiciera
Ah, que esa mujer semeje un poema
Si se cierra, que apenas comience: un escrito que viva de pasiones y ternuras
Que sea así ella: que nadie la defina: que se la halle sin buscarla
Y tenga uno el asombro para callar de súbito cuando la encuentra
y nos haga sufrir con su vacilante presencia
Y ante todo, que jamás extravíe, no interesa en qué línea,
no importa bajo qué tinta, su eterna sensibilidad de corneja
y que pasados los dedos en lo profundo de ella misma
se convierta en fiera sin olvidar el arte de las palomas
y que respire, hasta saciarse, este inencontrable aroma
y fermente su cuerpo el vino que embriaga
y silbe y recite el fuego que nadie escucha
y no se olvide jamás de ser quien abate con sus pasos lo efímero
y que su finita perfección se vuelva el ser más deseado: el arquetipo del poeta
cuya línea azul (ésta que escribe) no conoce de término alguno.
RECETA DE HOMBRE
Versión de Carolina Cruz
Los muy gordos que me perdonen,
pero la delgadez es fundamental,
que su cuerpo sea delgada espiga
que se mueva al ulular de nuestro aliento
que haya algo de danza en todo eso.
No hay término medio posible.
Es preciso que no haya fronteras
ni nada prohibido
que ni siquiera una flor cierre el camino.
Que me perdonen doblemente si además de gordos
son feos: la belleza es fundamental, señoras, no seáis hipócritas.
Que todo sea bello. E inesperado.
Que de pronto se tenga la impresión
que un ángel pasó iluminándonos
y apenas posado incendió nuestros cuerpos.
Es propicia un tanto de malicia en su mirada
un dejo de lujuria disfrazada
(pero también es importantísimo que en su mirar
florezca y refleje la clase de amanecer que nos espera).
Es preciso que sus párpados al abrirse arrojen cánticos marinos
que una adivine al mundo
y no haya nada de misterio en todo eso.
Su esqueleto debe tener la firmeza de un gran compromiso
como paredes de cal y canto que revelan su juramento con el destino.
El calcio de sus huesos debe ser la esencia
que nos deposita en el infinito
su aliento debe sumar los fluidos de su cuerpo:
al otro día debemos oler a árboles de incienso.
Que ese hombre a nuestro costado
sea señoras, un lirio, una gema,
un inagotable zafiro:
es estrictamente riguroso que sus extremidades
nos sitúen entre el mar y las nubes del infinito.
Ah, déjenme decirles que es preciso que siempre agradezca,
que su cuerpo penetre esa zona geográfica de nuestro cuerpo que es nuestro templo.
Es aconsejable, que aún cuando sepa que su pecho es terso como un pétalo y cubierto de suavísima pelusa
hemos dormido en otros también,
por lo tanto es preciso que sepa siempre,
que puede ser prescindible y que es muy fácil soñar con otros.
Su boca, debe ser húmeda, eficaz remedio contra su propia mordedura.
En nosotras existe el ámbar del medio día eficaz contra toda clase de venenos y felonías.
Por eso guardamos nuestra sangre desde niñas.
Es indispensable que detrás de él exista una teoría
un hombre sin pasado es un río sin puentes
un pizarrón sin letras.
Un hombre debe tener algo además de las nalgas,
pero su carne no debe ser sólo carne
sino alimento, nube, vértigo, piel y poesía
su pecho, música bendita.
Es preciso que el hombre ese que está allí
nos haga morir para nacer
perder la vida para encontrarla.
Y que cuando nos tome
seamos conscientes que estamos paradas
en un pedacito de tierra del universo.
Las axilas de ese hombre deben ser cavernas profundas donde encontrarnos
y las nevadas montañas del mundo deben tenerle terror al calor de su entrepierna
(menos de 38 grados centígrados no valen la pena).
Es también de extrema pertinencia
que luzca un dejo de barba
que haga esculpir los suelos de la mañana.
Es preciso señoras, que sepáis
que no queremos jugar ajedrez
sino que sea un hombre de una sola pieza:
Un noble hidalgo
un braveo caballero
un gentleman.
Aunque sepa jugar, es de suma relevancia
que sus manos revienten nuestros pechos
y que en su boca haya una crueldad incipiente
que se decante conforme posee el universo.
Su rostro debe recordar todo lo ajeno y todo lo nuestro.
Y de principio debe sudar con nosotras
cuando menos toda una noche.
Ya dije que las extremidades deben ser delgadas
es preciso que sean bellas y que sus rodillas
despunten como dispuestas a saltar,
sus brazos deben tener una fuerza discreta
sin perder la capacidad del abrigo y
el calor de cuando menos un foco de 1000 wats.
Sus huesos, todos, una emboscada
y sus besos nos deben calar hasta dentro.
Preferibles sin duda son los cuellos largos
el cabello, corto o largo, da igual,
gravísimo es sin embargo que tenga
la altitud mental de un enano
o que su cerebro se haya cambiado a la cremallera.
Que me perdonen triplemente: los gordos, los feos y los estúpidos.
Es preciso que sea un hombre civilizado
que ame lentamente como la rotación de la tierra,
es mejor que una tenga la sensación al abrir los ojos
de que todo gira vertiginosamente y él está ahí,
que es causa y efecto.
Que el muro de pasión no sea invisible
y los ojos sirvan para ver su sonrisa y sus trampas
y las manos sirvan para asirse de sus caderas
como quien se columpia en el mundo.
Y sobre todo, que él no pierda nunca,
no importa en qué mundo ni en qué circunstancia
la capacidad de vivir al revés,
de ser fiera primero y frágil ave después.
Versión de Carolina Cruz
Los muy gordos que me perdonen,
pero la delgadez es fundamental,
que su cuerpo sea delgada espiga
que se mueva al ulular de nuestro aliento
que haya algo de danza en todo eso.
No hay término medio posible.
Es preciso que no haya fronteras
ni nada prohibido
que ni siquiera una flor cierre el camino.
Que me perdonen doblemente si además de gordos
son feos: la belleza es fundamental, señoras, no seáis hipócritas.
Que todo sea bello. E inesperado.
Que de pronto se tenga la impresión
que un ángel pasó iluminándonos
y apenas posado incendió nuestros cuerpos.
Es propicia un tanto de malicia en su mirada
un dejo de lujuria disfrazada
(pero también es importantísimo que en su mirar
florezca y refleje la clase de amanecer que nos espera).
Es preciso que sus párpados al abrirse arrojen cánticos marinos
que una adivine al mundo
y no haya nada de misterio en todo eso.
Su esqueleto debe tener la firmeza de un gran compromiso
como paredes de cal y canto que revelan su juramento con el destino.
El calcio de sus huesos debe ser la esencia
que nos deposita en el infinito
su aliento debe sumar los fluidos de su cuerpo:
al otro día debemos oler a árboles de incienso.
Que ese hombre a nuestro costado
sea señoras, un lirio, una gema,
un inagotable zafiro:
es estrictamente riguroso que sus extremidades
nos sitúen entre el mar y las nubes del infinito.
Ah, déjenme decirles que es preciso que siempre agradezca,
que su cuerpo penetre esa zona geográfica de nuestro cuerpo que es nuestro templo.
Es aconsejable, que aún cuando sepa que su pecho es terso como un pétalo y cubierto de suavísima pelusa
hemos dormido en otros también,
por lo tanto es preciso que sepa siempre,
que puede ser prescindible y que es muy fácil soñar con otros.
Su boca, debe ser húmeda, eficaz remedio contra su propia mordedura.
En nosotras existe el ámbar del medio día eficaz contra toda clase de venenos y felonías.
Por eso guardamos nuestra sangre desde niñas.
Es indispensable que detrás de él exista una teoría
un hombre sin pasado es un río sin puentes
un pizarrón sin letras.
Un hombre debe tener algo además de las nalgas,
pero su carne no debe ser sólo carne
sino alimento, nube, vértigo, piel y poesía
su pecho, música bendita.
Es preciso que el hombre ese que está allí
nos haga morir para nacer
perder la vida para encontrarla.
Y que cuando nos tome
seamos conscientes que estamos paradas
en un pedacito de tierra del universo.
Las axilas de ese hombre deben ser cavernas profundas donde encontrarnos
y las nevadas montañas del mundo deben tenerle terror al calor de su entrepierna
(menos de 38 grados centígrados no valen la pena).
Es también de extrema pertinencia
que luzca un dejo de barba
que haga esculpir los suelos de la mañana.
Es preciso señoras, que sepáis
que no queremos jugar ajedrez
sino que sea un hombre de una sola pieza:
Un noble hidalgo
un braveo caballero
un gentleman.
Aunque sepa jugar, es de suma relevancia
que sus manos revienten nuestros pechos
y que en su boca haya una crueldad incipiente
que se decante conforme posee el universo.
Su rostro debe recordar todo lo ajeno y todo lo nuestro.
Y de principio debe sudar con nosotras
cuando menos toda una noche.
Ya dije que las extremidades deben ser delgadas
es preciso que sean bellas y que sus rodillas
despunten como dispuestas a saltar,
sus brazos deben tener una fuerza discreta
sin perder la capacidad del abrigo y
el calor de cuando menos un foco de 1000 wats.
Sus huesos, todos, una emboscada
y sus besos nos deben calar hasta dentro.
Preferibles sin duda son los cuellos largos
el cabello, corto o largo, da igual,
gravísimo es sin embargo que tenga
la altitud mental de un enano
o que su cerebro se haya cambiado a la cremallera.
Que me perdonen triplemente: los gordos, los feos y los estúpidos.
Es preciso que sea un hombre civilizado
que ame lentamente como la rotación de la tierra,
es mejor que una tenga la sensación al abrir los ojos
de que todo gira vertiginosamente y él está ahí,
que es causa y efecto.
Que el muro de pasión no sea invisible
y los ojos sirvan para ver su sonrisa y sus trampas
y las manos sirvan para asirse de sus caderas
como quien se columpia en el mundo.
Y sobre todo, que él no pierda nunca,
no importa en qué mundo ni en qué circunstancia
la capacidad de vivir al revés,
de ser fiera primero y frágil ave después.
3 comentarios:
Excelentes versiones y maravillosa la innovación de la RECETA DE HOMBRE!!!!
Que atropello a la poesia
en qué año escribió Vinicuis su "Receta de mujer"? gracias
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