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miércoles, abril 09, 2008

Alicia Dorantes: Soledad



Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala
es el silencio de la gente buena.
Mahatma Gandhi


Ingrid Betancourt Pulecio, nació en Bogotá, Colombia, el 25 de diciembre 1961. Hija de Gabriel Betancourt, Ministro de Educación durante el régimen militar del General Rojas Pinilla y de Yolanda Pulecio, una mujer guapa que obtuvo el título de reina de la belleza colombiana, y por su participación en la política del país, fungió como Representante a la Cámara por Bogotá.
Betancourt cursó sus estudios de secundaria en el Liceo Francés de Bogotá y más tarde estudió ciencias políticas en París, especializándose en Comercio Exterior y Relaciones Internacionales. Vivió algún tiempo en “la ciudad luz” donde su padre se desempeñaba como embajador ante la UNESCO. Conoció al diplomático francés Fabrice Delloye y se casaron en 1981 procreando dos hijos: Melanie y Lorenzo. Roto el matrimonio, casa después con Juan Carlos Lecompte.
El 23 de febrero del 2002 fue secuestrada por las FARC mientras hacía campaña como candidata a la presidencia del país, para las elecciones de ese mismo año. Hasta el día de hoy permanece en cautiverio, allá, en el corazón verde de la selva colombiana. Sus condiciones de salud son cada vez más y más precarias.
A Betancourt se le conoció por su insistente lucha contra la corrupción política de su país, y por la defensa de una salida negociada al conflicto armado colombiano. Ayer, en la televisión internacional, su hijo Lorenzo, hizo un llamado desesperado no sólo a las FARC, sino que lo dirigió al mundo entero: “Mi madre –dijo-, padece leismaniasis y anemia severa. Su salud empeora cada día, por favor, permitan que llegue hasta ella la asistencia humanitaria”. Hay algo más que complica la ya grave situación de la cautiva: desde hace varios días está en huelga de hambre… Hoy, a través de la Internet, recibí un artículo publicado en “El Colombiano de Medellín”, que muestra junto con el sufrimiento de Ingrid Betancourt, el de las más de setecientas personas secuestradas en Colombia. En él, el escritor Juan Pablo Orjuela razona:

Soledad

¿Has visto la soledad?
¿Has sentido en tu corazón la soledad...?
...la soledad va más allá de lo que tú y yo hemos vivido...
¿Quieres ver la soledad? Mírala en esta foto.
La soledad se viste del color del atardecer,
un color gris, como está el cielo antes de llover,
la soledad tiene la delgadez de un día de invierno,
la soledad tiene la piel como la tez de un árbol.
A la soledad no le puedes ver a los ojos,
pues si los tuyos los vieran, no lo soportarías,
y caerían de ellos lágrimas de amargura y tristeza...
La soledad está atada a su madre... a la madre tierra,
sus brazos están marchitos de tanto soportar esas cadenas,
no lo soportan más...
Su cabello es largo... como sus penas y sus nostalgias.
La soledad vive allí, donde nadie la puede ver,
allí donde el sol sale, la luna se esconde, los árboles crecen...
Sus recuerdos son cafés, como cada corteza de la selva...
ya los recuerdos son golondrinas pasajeras,
golondrinas que buscan un mejor nido.
¡No te jactes de decir que conoces la soledad!
¡No la conoces! (ni la conozco).
Con un grito desesperado desde lo más
profundo de mi alma te digo: ¡Soledad!...
tu corazón marchito me hace un nudo en la garganta,
y me inunda los ojos de lágrimas,
¡no puedo verte más, no puedo tocarte más!,
me tortura tu imagen, ¡me tortura!,
tienes mi nostalgia a flor de piel,
suelta mi cuerpo y mi espíritu, me siento sin aliento...
¡Me matas! soledad... Mira esa foto...
Si mis pies estuviesen atrapados en esas botas...
...creo que mi alma ya estaría junto al Señor,
no podría haber soportado estar sin mi hijo un día,
no podría soportar despertar y no sentir la vida,
porque eso no es vida, ¡es vivir, sin vivir!
Cautivos, Dios está junto a ustedes y no los abandonará nunca...
Dios los bendiga

Quizá este texto sea conocido por casi todos los lectores del blog, aún así, me he permitido traerlo ante ustedes porque como solía decir John Donne “Ningún hombre es una isla, completa en sí misma; todo hombre es un fragmento del continente”. Así Ingrid, los colombianos con ella cautivos, los tibetanos vejados, las mujeres ultrajadas y los 40,000 niños que mueren al día en diversas partes del mundo, víctimas del hambre y sus complicaciones, son parte del “continente” al que todos pertenecemos.

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