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lunes, abril 21, 2008

Ignacio García: Diez Minutos después




Un día le preguntaron a Borges (ya que tanto aludía de ello en sus cuentos y poemas) “¿Qué es el tiempo?”. Ágilmente –y echando mano de un argumento de San Agustín—el autor de Ficciones contesto: “Si me preguntan, no sé; si no me lo preguntan, sí sé”.
Con el mismo ritmo (si bien menos filosófico) Renato Leduc responde al reto de escribir un poema en rima, cuya palabra central era “tiempo”, con esa joya de poema que comienza diciendo: “Sabia virtud / reconocer el tiempo / A tiempo amar / y desatarse a tiempo…” .


Más complejo resulta comprender la teoría de la Relatividad de Einstein o los recientes descubrimientos de Hawkins y otros en el sentido de que en un agujero negro el tiempo desaparece por completo; y menos enredado (si bien nada fácil de practicar) el consejo que en Eclesiastés propaga el rey Salomón en el sentido de que para todo hay tiempo: “Tiempo de vivir, tiempo para morir, matar, amar, destruir, lamentar, tener compasión, etc.”
Lo que desde mis tiempos de estudiante (y a la fecha) no he podido deglutir, es la teoría evolucionista del origen del universo y el hombre, cuya fórmula NADA + TIEMPO + AZAR dieron como resultado todo el esplendor inteligente que nuestros ojos miran a diario. Y no lo trago porque el sombrero del tiempo de los evolucionistas es insaciable: lo mismo le pueden meter 100 millones de años que tres billones de millones de éstos: ¿qué importa la cifra si nunca hubo testigos que verificarán lo sucedido ahí?

…Pero
¿Qué hago aquí hablando de estas cosas? ¿Será porque en una de repasada he leído Nueva refutación del tiempo, de Borges el inefable, o la curiosidad que me causa The Mind of the Universe (Bently & Levy & Castelli)?. Pues no. Nada de eso.... Sí, sí sé porque ahora mi pluma se afana en el quehacer del tiempo. Tengo que contarlo.

Cuando era niño siempre desee tener un reloj. En aquellos tiempos tener uno, era un lujo para familias de barriada como la mía. En casa, sólo papá poseía un reloj que lo despertaba para ir al trabajo. Los chinos estaban muy entretenidos en su Revolución Cultural Maoísta, y no imaginaban que podían copiar tecnologías extrañas y vender relojes de pulso a 10 pesos con todo y pila. Así es que me tuve que conformar con no tener un marca-horas. Si uno quería saber la hora, sintonizaba el radio en una estación en la que 24 horas al día (entre comercial y comercial) se daba la hora “en punto”; o bajar tres pisos del edificio donde vivíamos (allí se encontraba la instalación de unos baños públicos) para ver en un reloj inmenso, la hora semi-exacta.


Pero esto no duro reloj longinesresiempre. Cuando salí de la preparatoria, mi familia me tenía una sorpresa increíble: un reloj Longines, correa de piel, extra-plano, dorado y bello. Entre mi padre y hermanas (que ya daban golpe en unas oficinas del SCOP) se lo habían comprado al dueño de los baños (de regadera y vapor turco) pues éste, al fin gallego, creía que usarlo era una “mariconada” y, de tenerlo allí encajonado, a sacarle un buen parné, mejor lo segundo…¡Ah!, y en abonos.
Antes y ansioso por calzarme el Longines, papá dice: “Espérame, deja que le dé cuerda y te lo ponga a la hora”. Y sí, le da cuerda y lo pone a “su hora”, es decir, con diez minutos de adelanto según su propio reloj, que siempre se conservaba así por costumbres de su levantar diario. Así lo dejé.
Dos días después llegó el ansiado día de presumir mi Longines. Era la despedida de nuestra generación en la prepa e iban a tocar bandas del tamaño de Dug-dugs, Bandido, La Sociedad Anónima y Black Jaguars entre muchos otros.
Para llegar a la prepa 7, en Calzada de la Viga, tomaba yo entonces una línea de camiones llamada Santiago-Algarín. El autobús atravesaba varias colonias cercanas, entre ellas la Viaducto Piedad. Esa tarde, ya cerca de llegar a la avenida Coruña, el tráfico era intenso; del otro lado del Viaducto se había volteado una pipa de gas butano y un mundo de gente (entre ella niños que acababan de salir de la escuela) se arremolinaban para ver detalles del accidente, sin percatarse del peligro que corrían. El caso es que poco a poco fuimos avanzando, hasta que, en una hábil maniobra, el chófer del Algarín dio un volantazo y libró el escollo.., De frente a nosotros venían llegando los bomberos.
Faltaban unas 3 calles para que yo me apeara en la calle Lorenzo Boturini y caminar hacia la prepa, cuando se sintió un estallido brutal: el gas de la pipa volteada había encontrado la mecha encendida que la hizo volar llevándose por delante a cerca de de 60 personas, entre ellos muchos niños. Vi mi reloj. Diez minutos exactos desde que mi autobús había podido librar el tráfico intenso y bloqueado…Diez minutos de anticipación con los que salí de casa hacia la prepa, sin recordar que la hora “exacta” de mi Longines.

Se pueden decir muchas cosas acerca de esto; el caso es que mi hermoso reloj estaba adelantado y en su adelanto me concedió muchos años más de vida. Pudo haber sido el momento de un Jardín de senderos que se bifurcan, y lo que vivo ahora es una de las muchas historias que le suceden al hombre con toda posibilidad de su propia historia. Tal vez vivo un sueño y ya no existo para los otros y lo que escribo sólo tiene razón de ser para el cuaderno y la pluma misma.


Aún conservo mi Longines. Cuando lo saco para darle cuerda y limpiarlo con una franela especial, no puedo dejar de pensar en que el reloj encierra mi existencia en diez minutos que tiene adelantados. Pero también que, cuando uno muera, el Longines menttirá acerca de la hora, y, sobre todo, dará oportunidad a que yo haga un repaso de las cosas que he vivio y dejado de vivir: pudiera yo contar toda mi existencia anterior: los libros que he leído, el Aleph de Borges que me ha sido dado contemplar, los poemas que he escrito, la música escuchada, las sirenas de las que me he enamorado, los fracasos tenidos, todas los vodkas rusos pasados por mi garganta, las derrotas que he infligido al grano destilado, los aforismos de Cioran, las muertes precipitadas, la filosofía de Bergson y la sinfonías de Beethoven, mi lecturas de la Biblia, mi asombro ante de En busca del tiempo perdido de Proust el asmático…


Sí, así, un largo aliento asmático en francés que hay que leer tomando una gran bocanada de aliento si se quiere llegar al punto final sin ahogarse. Y por fin, cuando sólo queden tres segundos, el Longines sin duda detendrá su segundero, sólo para recordarme cuál es el nombre que deben pronunciar mis labios antes de cerrar los ojos para siempre…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora sé qué es el tiempo para Borges. Para el poeta Ignacio García: ¿Qué es el tiempo?
Ojalá me lo pudiera contestar aquí mismo.
Si así lo desea, puede tardarse diez minutos en contestar.

Anónimo dijo...

¡Qué difícil la pone Usted! Debería yo, como Borges, hacerme el que sí sé sin saberlo. Mire, más que saber en esencia qué es el Tiempo, tendré que aceptar que medio conozco para qué sirve: el tiempo es el instrumento que Dios utiliza para demostrar si valió la pena diseñar a una criatura como yo.

Ignacio