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miércoles, abril 23, 2008

Juan Carlos Gómez: La dosis del tiempo





Ilustración: Un bosquejo excelso de Mario Betelú, alias Flor de Quilombo, con las cabezas de Grombowicz y Juan Carlos Gómez rematado con las palabras de una esquela: "al gran Goma".


Desde muy joven Gombrowicz se dedicó sistemáticamente a hacerle un lugar a la inmadurez y a tocarle la cola al diablo, siendo la característica común de estas dos inclinaciones la de ser movimientos descendentes. Profundizó estos intentos escribiendo narraciones, teatro, una novela mala, folletines y los diarios. La cuestión de escribir adrede una novela buena para las masas, es decir, mala no parecía más fácil que escribir una novela buena.
Escribir una novela buena para las masas no significaba en absoluto escribir una novela accesible, interesante, noble e impregnada de cultura como las de Sienkiewicz, sino escribir una novela con lo que las masas experimentan en realidad penetrando sus instintos más bajos. El que emprendiera esta tarea debería liberar su imaginación más sucia, turbia y mediocre, quitarle las cadenas a la conciencia oscura y baja.



Este pobre concepto de las masas tenía más que ver con el miedo que con el desprecio. La intelectualidad polaca estaba amenazada por el primitivismo de la masa mucho más ignorante y terrible en Polonia que en otros países de cultura superior. En aquellos años al dirigirse a los de abajo el escritor escribía desde arriba en la medida que su cultura y su buena educación literaria se lo permitía.
Pero el proyecto de ese Gombrowicz veintiañero era otro: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior, una idea que más tarde le sirvió para enunciar un postulado según el cual en la cultura no sólo el inferior debe ser creado por el superior, sino también a la inversa.
El proyecto no terminó bien, era una tarea gigantesca y peligrosa, diez años después se dio cuenta que había estado jugando con fuego, algo enfermizo que llegó a sus manos le hizo tomar conciencia. Un joven llegó a su casa con un manuscrito bajo el brazo pidiéndole que lo leyera, que la obra tenía un gran impulso erótico para excitar a los lectores. De verdad resultó un libro erótico y sucio que se complacía en la porquería, era malo y barato. Leyendo ese manuscrito Gombrowicz recordó su propia novela olvidada hacía tiempo, escrita en 1926, el mismo año en el que había escrito "El bailarín del abogado Kraykowski" y "El diario de Stefan Czarniecki"

Unos días después de que el autor del manuscrito llegara a la casa de Gombrowicz se pegó un tiro en la sien. Gombrowicz no creía que la causa del suicidio hubiera sido la novela, pero esa obra era la expresión de un estado de ánimo que condujo al joven a la catástrofe.
Diez años atrás, a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado, no había estado lejos él mismo de tomar una decisión parecida, debía estar muy desesperado. La obra maestra a la que Gombrowicz le había puesto el punto final resultó ser una mezcla asquerosa del vivir plenamente la vida en la sensualidad y la brutalidad, una historia no menos sórdida y excitante que la del joven malogrado. Una señora amiga la leyó y le sugirió que la quemara; Gombrowicz le hizo caso, arrojó el original y las copias en la nieve y les prendió fuego.
A los últimos folletines que escribió en Polonia le puso el nombre de "Los hechizados", los escribió con un seudónimo en el mismo año que se vino a la Argentina.
En vida, nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. Kot Jelenski refiriéndose a "Los hechizados" se lamentaba de que Gombrowicz no hubiese releído esos folletines, él creía que en ese caso hubiera autorizado la publicación del libro con su nombre. "Los hechizados", a juicio de Jelenski, terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela. Decía Kot que una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y que los lectores que saben discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt. Sin embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a "Los hechizados" se debieron a que carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para su contrabando subversivo.

Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, se le parecían a una pequeña embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte. Hasta le llegó a pedir consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar.
En fin, el autor no consideraba a "Los hechizados" como miembro de su familia artística, el Príncipe Bastardo, como buen bastardo que era, consideraba que sí lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía protestar.
"Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas ‘máquinas infernales’ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores"
¿Hay que reconocer o no hay que reconocer a "Los hechizados" como una obra de Gombrowicz? Vamos a ver qué piensa Milan Kundera de todo esto.
"Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero, sinceramente, no entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –‘Los hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué ‘Los hechizados’? ‘Los hechizados’ no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el título de Testamento, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre ‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer "Ferdydurke"! ¡O "Pornografía"!, le digo. Me mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor"

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