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jueves, abril 03, 2008

Jean Nouvel: Premio Priztker, 2008



Al arquitecto francés Jean Nouvel siempre lo ha rodeado la polémica. Desde que inició su labor profesional trabajó intensamente en crear su propio lenguaje. Incluso participó activamente en las revueltas estudiantiles de 1968 y aun en la actualidad sigue manteniendo un perfil contestatario.

Y este domingo cosechó un galardón más: se hizo acreedor al Premio Pritzker 2008, considerado el “Nobel de Arquitectura” y dotado de unos cien mil dólares.

Se trata de un reconocimiento adjudicado anualmente por la fundación estadunidense Hyatt, entidad impulsada por la familia afincada en Chicago y propietaria de la cadena de hoteles que lleva su nombre.

El premio instituido en 1979 por Jay A. Pritzker se entrega intermitentemente a un arquitecto en vida de cualquier país, profesional que haya mostrado, a través de sus proyectos y obras, las diferentes facetas de su talento y contribuido con ellas al enriquecimiento de la humanidad.

Cabe destacar que el primer arquitecto de descendencia latina en obtenerlo fue el jalisciense Luis Barragán, en 1980.Nacido en agosto de 1945 en la localidad francesa de Fumel, Nouvel es autor, entre otras obras, de la Torre Agbar de Barcelona, así como del proyecto de ampliación del Museo Reina Sofía.

La ceremonia de entrega del reconocimiento se celebrará el próximo 2 de junio en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, edificio situado en Washington y diseñado por Thomas Jefferson.Thomas J. Pritzker, presidente de la Fundación Hyatt, ha destacado de Nouvel su “búsqueda valerosa de nuevas ideas y su desafío a las normas aceptadas para ampliar los límites del campo”.

En octubre del 2006, Proceso entrevistó a Nouvel con motivo de la inauguración del Museo Quai de Branly en París. A continuación se reproduce esa charla.

Anne Marie Mergier:

El Museo del Quai de Branly es un enigma: integrado por cuatro amplios edificios de arquitectura distinta, pero todos concebidos por Jean Nouvel, pegados los unos a los otros o comunicados entre sí por pasarelas, el conjunto debería ser imponente. No lo es. Más extraño aún, parece transparente. Está allí, sin estar.“El Quai de Branly oscila entre presencia y ausencia, expresa una desmaterialización selectiva”, explica misterioso su autor a la reportera el día de la inauguración para la prensa.

Recalca Nouvel:

“Concebí ese lugar exclusivamente en función de los 300 mil objetos que alberga. Son testimonios de civilizaciones y mundos olvidados, menospreciados, censurados por Occidente durante demasiado tiempo. Son formas de expresión totalmente distintas, impregnadas de espiritualidad y sabiduría. Tanta fuerza merecía ser acogida en un sitio especial que no se pareciera a ningún otro. En realidad no pensé en un museo, concebí un territorio. Quise que ese territorio fuera único, peculiar y muy respetuoso para 'acoger' con dignidad --y no 'exhibir'-- objetos creados por pueblos tan admirables como lejanos…”El arquitecto logró su cometido: tanto por fuera como por dentro, el Quai de Branly desafía la imaginación y las reglas museográficas occidentales.Su fachada principal da al Sena, sobre el muelle (Quai) de Branly. Emerge en medio de un jardín bordado por una valla de vidrio de 200 metros de largo y 12 de altura, ligeramente curvo en paralelismo al movimiento del río en ese lugar. Además de ser decorativa, esa valla protege el jardín del ruido de la ciudad.A lo largo del edificio principal, también en curva para armonizarse con el Sena, sobresalen inmensos cubos multicolores en medio de gigantescos paneles de vidrio pintados con motivos vegetales. Estos cubos corresponden a espacios de exposición dentro del museo.El edificio que cobija la parte administrativa también da al muelle. Tiene cinco pisos y su fachada está totalmente cubierta por un jardín vertical de 800 metros cuadrados en el cual crecen 15 mil plantas distintas.Es un invento de Patrick Blanc, botanista del Centro Nacional de Investigación Científica y se ha convertido en un nuevo centro de atracción.

El jardín ocupa las dos terceras partes del sitio, está aún en gestación, pero desde ahora se nota que rompe totalmente con la tradición francesa dominada por el orden y la simetría. En ese vasto terreno el paisajista Gilles Clément jugó con desniveles, matas pequeñas, largas yerbas amarillentas y ondulantes que recuerdan sabanas africanas, bejucos, robles, arces, viñas que se entremezclan en un alegre desorden.

Confiesa Clément que su ambición fue “recrear los paisajes enmarañados del universo animista en el que cada ser de la naturaleza, desde la hierba hasta el árbol, desde el insecto hasta el pájaro, cualquiera que sea su posición en el espacio, se presenta ante el hombre en forma igualitaria y respetable…

”El desconcierto crece aún más cuando uno penetra en el museo y busca su camino hacia las exposiciones.

“No pierda paciencia --aconsejó Jean Nouvel al guiarnos en su laberinto mágico--. Es preciso recorrer un camino iniciático para acceder a las obras…”Ese camino empieza por una rampa sinusoidal de 180 metros de largo que uno va subiendo despacio. Predominan el beige y el blanco en esa área de transición. De vez en cuando aparecen rostros indígenas de distintos horizontes, paisajes lejanos o palabras extrañas en grandes pantallas ubicadas de cada lado de la rampa.

Se proyectan también estas imágenes en el piso; una luz azul intensa escribe las palabras en varios idiomas: “Escuchar con el oído del otro”, “Saber gracias al no saber”, “El dedo que señala la luna no es la luna”… Se oyen sonidos tenues e insólitos, susurros, vientos…La rampa da vuelta alrededor de una altísima torre redonda de vidrio que alberga y expone los 9 mil 500 instrumentos de música que integran la colección. Casi la mitad (4 mil 250) son oriundos de África, 2 mil 100 vienen de las Américas, de los cuales 750 remontan a la época prehispánica.

De pronto el visitante se encuentra inmerso en un corto túnel oscuro atravesado por largos y estrechos rectángulos luminosos, luego le toca recorrer una nueva rampa bordada por barandillas de forma redondeada cubiertas con cuero.

Más tarde uno se da cuenta de que esas barandillas serpentean a lo largo de los 200 metros de la plataforma donde están esparcidas las 3 mil 500 obras de la exposición permanente. En realidad delimitan y unen las áreas dedicadas a Oceanía, África, Asia y América.Pero, mientras tanto, se avanza, perplejo, entre las barandillas hasta toparse con una estatua de madera extraordinaria: mide dos metros de altura, es oriunda de Mali y de estilo djennenké. Fue creada entre el siglo X y XI de nuestra era y representa a un ser andrógino dotado de un rostro masculino con barba, muy severo, y exhibe largos senos desnudos. Le falta el brazo derecho, pero el izquierdo se yergue rígido, inmenso.“Parece enseñarnos el mundo divino”, murmura Jean Nouvel.

Empieza entonces un recorrido vertiginoso en un laberinto sobrepoblado de máscaras, esculturas, joyas, textiles, objetos minúsculos, otros gigantescos, obras de madera, hueso, piedra, oro, cobre, plata, hierro, latón, plumas, conchas, piel, terracota…Múltiples opciones


El espacio de la exposición está organizado en tal forma que cada cual se siente libre de empezar por la región que más le atrae, pero una vez que se navega por África, fácilmente puede deslizarse hacia Melanesia o América para luego darse una vuelta por el Himalaya y desembocar en Polinesia o volver a África.

Las múltiples culturas “no occidentales” presentes en el museo no están separadas por salas, en forma racional y organizada, como suele ocurrir en la mayoría de los museos. Conviven en un mismo espacio que parece sin límite y están repartidas por zonas que comunican entre sí.Predominan los colores ocres y rojos. Todo está hundido en una penumbra que acentúa el misterio y la poesía de los objetos al tiempo que protege sus materiales frágiles.

La mayoría de las obras de gran tamaño se hallan al alcance de la mano, al desnudo, sin vitrina. Las demás están dispuestas en mostradores ingeniosos, de formas novedosas y variadas. Pero ya en “libertad” o encerradas en elegantes estuches de vidrio, todas vibran en forma sobrecogedora.

“Aquí todo fue pensado para permitir la eclosión de la emoción que impregna estos objetos. Ese lugar está 'cargado', 'habitado'. Quienes se muestran atentos pueden oír el diálogo de los espíritus ancestrales de los hombres que inventaron dioses y creencias para explicar la condición humana que iban descubriendo”, confiesa Nouvel.

Encandila y agobia tanta profusión, tantas formas y coloridos, tanta creatividad y tantos tesoros. Los catálogos del museo no logran mencionarlos a todos.Por muy arbitrario que eso resulte, es preciso limitarse a citar sólo unos pocos: una impactante colección de cortezas de eucalipto pintadas por aborígenes australianos, piraguas funerarias de Oceanía, esculturas funerarias de madera de Vietnam, decenas y decenas de máscaras de Papuasia, pieles de bisontes pintadas en el siglo XVIII y XIX por artistas de comunidades indígenas de Estados Unidos, pilares funerarios de madera adornados por cráneos de ganado de Madagascar, estatuas mágicas de madera atravesadas por clavos, flechas y láminas metálicas oxidadas de África…Las Américas disponen de un amplio recinto en el que cohabitan las obras del Ártico con las de Amazonía, los Andes prehispánicos, América Central y del Norte. Las civilizaciones mesoamericanas de México son omnipresentes y monopolizan doce grandes mostradores:Destacan 90 estatuillas aztecas de piedra volcánica, jade y pirita que se remontan a los siglos XIV y XV. El Quai de Branly presenta esa colección como una de las más importantes de Europa. De hecho el catálogo dedicado a ellas --escrito por dos especialistas, una francesa: Marie-France Fauvert-Berthelot y un mexicano: Leonardo López Luján--, es el primer libro publicado por el flamante museo.
Hay diversas maneras de visitar el Quai de Branly:


Uno puede pasearse de un continente a otro dejándose seducir por la belleza fulgurante de las obras, embrujado por su poesía misteriosa y su extraño poder.


O descubrir su historia y la del mundo en el que nacieron. Eso requiere tiempo y dedicación, pero el museo se enorgullece de poner la tecnología más avanzada al servicio de quienes buscan ir más allá de la emoción estética.


En todas partes, empotrados en las barandillas, hay monitores que difunden materiales didácticos. Los visitantes más curiosos o eruditos pueden consultar archivos, pedir libros especializados, ver documentales, escuchar músicas y documentos sonoros en salas de lectura, de investigación y en la mediateca.


También se les propone conferencias, coloquios e inclusive una Universidad Popular. Entre los primeros temas de reflexión destaca la historia mundial de la colonización. Los debates animados por especialistas europeos se iniciaron apenas en septiembre y acabarán en abril del año próximo.


Desde ahora se sabe que no faltarán polémicas…




(Derechos Revista Proceso)


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