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martes, mayo 27, 2008

Genaro Aguirre Aguilar: Un día de Cólera (reseña)




En la mirada del jinete francés se refleja más que el dolor, una expresión de sorpresa, de terror, mientras el filo del acero va abriendo paso por el tejido de su uniforme, la piel debajo de su axila y a un costado del corazón. Montado sobre un hermoso corcel “negro que de bruces poza” su trompa contra un suelo adoquinado, con su mano derecha trata de empujar a un enfurecido sujeto que ya no le importa la mujer que yace tirada a un lado de la banqueta, pues lo que quiere en sumar bajas a un ejército que ocupa la ciudad madrileña, que aquella mañana del 2 de mayo de 1808, viviera una de las jornadas más cruentas de su historia. En un segundo plano, jinetes envueltos por una atmósfera polvorienta, van a tropel en busca del enemigo y de una dignidad en vilo por la forma en que la gente común se ha levantado en armas. Sobre un cielo apenas visible, el título que da nombre a la última novela del escritor Arturo Pérez-Reverte: Un día de cólera. Sobre el ángulo inferior derecho, grabado en un block de concreto, un nombre y una fecha que ha dejado para la memoria pictórica una copia fiel de lo vivido en aquellas 24 horas del Madrid de finales del siglo XIX. Por lo menos en la perspectiva de una reconstrucción novelada de aquella jornada que marcaría un antes y un después en la historia de España.
Fiel a un estilo que se destaca por la facilidad para construir imágenes, Pérez-Reverte vuelve a un siglo que conoce bastante bien, pero ahora para tratar de recrear un acontecimiento sobre el que existe no sólo evidencia documental archivada, sino un trabajo histórico hecho por investigadores que han tenido ocasión de contar su propia versión de aquel día. En el caso del autor de La reina del Sur, como bien asegura en la solapa de esta primera edición en pasta dura, lo que el lector tiene en sus manos no es ficción ni un libro de historia, sino más bien un ejercicio histórico novelado que trata de dar rostro y voz, a esos hombres y mujeres, que participaron de los sucesos conmemorados apenas este 2008.
Y es que efectivamente, si algo tiene Un día de cólera, es la recreación de veinticuatro horas en la vida de quienes sin imaginar la cruenta realidad que estarían próximos a vivir, aquella mañana del 2 de mayo, dieron rienda suelta a lo que este autor considera fue una suerte de despertar colérico para tomar por asalto las calles de una ciudad que vivía bajo la administración de quien entonces se consideraba el ejército más poderoso del mundo. Nombres, acontecimientos, escaramuzas, muertos, heridos salen de los informes militares para revivir parte de una gesta temprana que a la larga sería un referente en la liberación española. Las 394 páginas que componen esta obra, representan la ocasión para acercarse a héroes y villanos; víctimas y victimarios, personas y lugares de una tragedia que si algo aportó a la historia fue lo cruento de los enfrentamientos aquí descritos, desde la dureza de un dato duro que se complementa con la pesquisa hecha de quien suele documentar cada una de sus obras; pero sobre todo, de quien entiende los límites de un trabajo histórico que no renuncia a las licencias propias de la literatura, pero sólo en aquellos caso donde los pormenores son cubierto por la imaginación del novelista.
Nacido en Cartagena en 1951, Arturo Pérez-Reverte durante más de veinte años fue corresponsal de guerra, lo que ha permitido que en obras como la que ahora comentados, el relato, las situaciones y el trato a los personajes, sean cobijados por un toque de humanidad, propio de quien tuvo cerca a la muerte y al encarnizado odio de quienes por una vuelta de tuercas, el destino los convirtió en enemigos en un instante. Así, la crudeza del instante que se tiñó de rojo; lo burdo con que actuó la plebe frente a la frialdad del comportamiento militar francés; lo lacerante con que el tiempo de espera –poco a poco- va cancelando las expectativas de uno de los bandos, son contados desde la mirada y el oficio de quien además muestra los dominios para tipificar y caracterizar las armas y tácticas empleadas por quienes tenían grados militares, tanto como las formas y los lenguajes, los comportamientos y actitudes de quienes tuvieron que dejar sus oficios y la mundanidad de sus vidas, para inscribir su nombre en la historia militar.
A propósito de lo táctico, de la misma reconstrucción histórica, el autor de lo que algunos ya consideran una obra maestra: Pintor de batallas, para esta edición da la oportunidad al lector de recorrer las calles y lugares donde se dan los enfrentamientos, pues en la segunda de forros viene un plano del Madrid de aquel 1808. De tal suerte, como lectores podemos ubicar la Puerta de Atocha, de Alcalá, el Hospital General, la Plaza Mayor, en fin cada uno de esos sitios donde los gritos, los deseos, el odio, la cólera fueron cegados a golpe de espada, de navajazo, de bayonetazos; pero también con el retumbe de los cañones, de los perdigones que al rechazar sobre las paredes encaladas, salpicaban los cuerpos o se incrustaban en los ojos, las sienes o cualquier parte de una geografía carnal que tuvo que aprender del dolor a fuego cruzado y sin miramiento en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Efectivamente como se dice en una suerte de prólogo, esta novela histórica, da rostro y cuerpo a un colectivo madrileño que pervive en el imaginario nacional, pero en pocas ocasiones ha tenido la oportunidad de dimensionar en lo cotidiano desde el oficio de un escritor que golpea las entrañas y emociones por la forma en que articula una “argamasa narrativa que une piezas”. Sí, al final de la lectura, decenas de personajes anónimos han dejado de ser parte de una historia oficial, de los mismos lienzos del arte contemporáneo como el descrito al principio de esta reseña, para estar más cerca por lo entrañable por la manera en que son envestidos; aún en la distancia del tiempo, como en lo distante de una ciudad capital que por aquellos días, desoyó el clamor de quienes eran parte del vulgo; pese a la forma en cómo la sangre corría por sus calles.

Un día de cólera, Arturo Pérez-Reverte, Editorial Alfaguara, Primera Edición
México, 2008

1 comentario:

cristina caballero dijo...

tu artículo me hizo ir a buscar información sobre el suceso, nada menos que la Independencia, de España en este caso. Y fui a dar a You Tube donde hacen un viaje por los cuadros que Goya pintó acerca de este hecho. Parece que durante la guerra civil del 36, se rasgó uno de esos cuadros de Goya, al tratar de salvarlo del peligro de ser destruido durante los enfrentamientos. En fin, muestran esa parte del lienzo donde sólo pusieron una gran mancha roja para que permaneciera el recuerdo de la "sin razón de la guerra"...somos pueblos sin memoria, según parece ya que como dijo alguien cuyo nombre - irónicamente-, he olvidado: "un pueblo sin memoria está destinado a repetir su historia", a forjar nuevos días de cólera; como platicaba hace rato con unos amigos, al comentar un panfleto donde se narra el número aproximado de muertos, que parece fueron millones, cuando la tan llevada y traida "conquista de México" por españoles, precisamente, que vinieron a "cristianizar" a los indígenas, a quiénes calificaron de salvajes, caníbales, bárbaros, etc. Y a quienes diezmaron a base de pólvora, viruela y hierro. Qué ciegos somos, qué poco nos conocemos. Tal vez, un día, seamos otro tipo de héroes, busquemos otras hazañas, no afuera, contra los otros, sino viéndonos tal cual con todo lo oscuro, y con todo lo luminoso, nos enfrentemos a nosotros mismos sin más engaños. Tal vez, sí, un día, aceptaremos que somos lobos, si esa es nuestra naturaleza, pero ya no seamos más lobos con nuestros hermanos. Saludos