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lunes, mayo 12, 2008

Juan Carlos Gómez: El orgasmo de los protoseres




A Gombrowicz no le faltaba razón cuando nos dice que los medios literarios de todas las partes del mundo están integrados por seres enfermizos. Recordemos sin ir más lejos el lío que se armó cuando la Sarlo lo trató de rústico a un connotado hombre de letras argentino apodado el Manco. El Manco reacciona inmediatamente y la acusa de que se emociona con el Guernica de Picasso y no tiene memoria para los bombardeos del ’55; que tiene sensibilidad para los hambrientos del primer mundo y no para los de acá a la vuelta; que esta jerarquía de preocupaciones es la misma que la de Victoria Ocampo; que no se le puede creer a una columnista dominical que se olvida de los derechos humanos y sólo se ocupa de los sentimientos benéficos; que los alumnos de Filosofía y Letras se emplean en editoriales cuando egresan, hacen informes sobre originales y son obedientes a esos gustos canónicos institucionales que la Sarlo ayudaba a formar desde su actividad académica; que sólo la lee para saber en qué anda la derecha argentina ilustrada.



Ni qué hablar de cómo trata a algunos gombrowiczidas distinguidos el Hombre Unidimensional. Mete dentro de lo que el llama la runfla cultural, a nuestro entrañable Gnomo Pimentón y a nuestro mefistofélico Guitarrón, mientras que al Perverso lo trata de cerdo. Y golpea más bajo aún cuando acusa al Buey Corneta de cobarde delator en el caso bastante vidrioso del Vate Marxista.
Pero no sólo los hombres de letras son enfermizos, los editores no le van en zaga. En uno de los gombrowiczidas le abrí las puertas a ciertas tendencias tanáticas que a veces se apoderan de mí y declaré que ya que no podía doblegar a los editores entonces iba a tratar de destruirlos. Ya sabemos que esos Protoseres se mueven en un rango que va de los rufianes melancólicos a los asesinos seriales, siendo los casos del Pretexto y del Perverso, en ese orden, los más conspicuos.

Es imposible estudiar los estados intermedios de este tipo de criminalidad porque sería un cuento de nunca acabar. Otros extremos entre los que se mueven los Protoseres son la dulzura y la aspereza, siendo los casos de la Hormiguita Viajera y de la Bestia Catalana, en ese orden, los más connotados.
Los Protoseres disponen de una especie de pulgones llamados lectores, que protegen como las madres protegen a sus hijos y a los que le sacan el jugo todo lo que pueden como hacen las hormigas con los pulgones.
El orgasmo de los Protoseres se produce cuando los libros se venden, sin importar en absoluto si son buenos o son malos, ésa es una cuestión que dejó de interesarles hace mucho tiempo.
A veces me siento como un corsario enarbolando las banderas del enemigo, metido en las entrañas oscuras y misteriosas de los Protoseres, preguntándome por dónde estará la salida. Se me ocurre que soy también un Caballo de Troya esperando que se descuiden para destruirlos. Estos pensamientos turbios giran por mi cabeza pues no puedo aceptar que no exista algo así como un tercero excluido en este mundo de Gutenberg.
En medio de la penumbra y de una horrible tensión que me zumbaba en los oídos, y sin saber si tenía que dirigirme hacia arriba o hacia abajo para salir de las entrañas de los Protoseres, una tarde caí en uno de esos estados hipomaniacales en los que de vez en cuando caen los genios, y en cierto momento, el destello de una luz intensísima que me venía desde la inteligencia me hizo ver con claridad meridiana.
"Me cuentas la penitencia y el fracaso de no poder publicar. Tal vez te hayas equivocado de giro editorial. Tu libro estaría mejor en una editorial pequeña, valiente, que no publica libros para enriquecerse sino porque el goce de la literatura les produce la mayor dicha. Tal vez Beatriz Viterbo (…)"

Cuando recordé estas palabras del Niño Ruso puse inmediatamente en las manos de la consigliere de la mafia rosarina, es decir, de Adriana Astutti, es decir, de la Pitolina, a "Gombrowicz, y todo lo demás", esperando que esa pequeña valiente gozara en medio de la mayor dicha.
Pasados no más de los días que tienen una semana, se me vino a la cabeza el refrán de lo que abunda no daña, entonces le mandé a la Pitolina un conjunto de gombrowiczidas en los que el Pato Criollo tenía un papel estelar.
Este acto puramente maquinal se convirtió en una terrible equivocación, como supe después, cuando me enteré de que la Pitolina era una devota adoratriz de este hombre de letras tan prolífico.

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