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martes, mayo 06, 2008

Patricia Espinosa: ¿Quién le teme a Alejandra Pizarnik?






La obra de Alejandra Pizarnik ha logrado sobrevivir tanto al escepticismo de los editores como a la extraña leyenda negra que empezó a tejerse tras su lamentable desaparición, en octubre del 72. Su universo poético, tan deslumbrante como desgarrador, asoma con igual intensidad en gran parte de su epistolario. Es por eso que su gran amiga Ivonne Bordelois se empeñó en editar Correspondencia Pizarnik, un libro que prueba lo indisolublemente unidas que estaban la vida y la obra de esta poeta excepcional.

Ivonne Bordelois le llevó varios años lograr que una editorial aceptara publicar las cartas de Alejandra Pizarnik. Y hoy, cuando su libro Correspondencia Pizarnik (con prólogo y notas de la mis-ma Bordelois) va ya por su segunda edición, la investigadora se enfurece recordando la indo-lencia de otras tantas editoriales que optaron por despedirla con un "¿Quién es Alejandra Pizarnik?”.

Bordelois la define como "el Rimbaud de la poesía hispano-americana" y está convencida de que semejante reconocimiento sigue siendo la tarea pendiente de toda una generación. Ella, por su parte, dice haber asistido durante doce años "a la aventura de un pensamiento poético que apostaba cada vez más alto, cada vez más hondo, sin detenerse nunca en su exigencia de absoluto". Y fue precisamente este "privilegio" el que por muchos años la inhibió de publicar su propia obra poética, Recién en 1995 editó El alegre Apocalipsis, cuando ya su carrera académica había alcanzado un más que satisfactorio desempeño. Por muchos años Ivonne Bordelois dividió su pasión entre la poesía y la lingüística (se doctoró en el Massachusetts Institute of Techno-logy -MIT- con Noam Chomsky). También publicó numerosas críticas bibliográficas y es autora de una biografía de Ricardo Güiraldes, editada por Eudeba en 1967. Luego de aportar su testimonio para la biografía que Cristina Piña publicó hace unos años, Ivonne Bordelois descubrió que tenía mucho más para decir sobre aquella amiga entrañable. Fue entonces cuando se decidió a dar rienda suelta a la presencia viva, inasible y todavía polémica de su “querida Alejandrusca”.

La niña monstruo

E1 objetivo de su libro es justamente "purificar o desmitificar la imagen exclusiva de Alejandra Pizarnik como niña-monstruo -la mala, sucia, fea en la cual parece detenerse a veces, con ánimo desafíante, la crítica contemporánea". apunta Bordelois. Si bien reconoce que "Alejandra no era ninguna santa" -su incapacidad para llevar adelante una vida adulta independiente, su excesiva demanda de atención o de favores varios la convertían muchas veces en un personaje marginal y conflictivo -; también advierte que ese costado oscuro de la poetisa "la ha vuelto rechazante para los mediocres, fatigante y abrumadora para muchos y se vuelve asimismo, a veces, una suerte de deslumbramiento enfermizo o una tentación trágica para los más vulnerables".

Ivonne Bordelois intenta revertir esta leyenda, ampliando el prisma de su enfoque. Con una lucidez no exenta de ternura va completando la figura de una amiga atenta y generosa, tantas veces acusada de narcisista y hasta de manipuladora. Esa Alejandra conflictiva -la misma que debió sufrir una in-ternación en el Pirovano- es poseedora también de rasgos luminosos e inesperados: su humor desopilante, su enorme talento para los juegos verbales, su generoso interés por la obra de sus colegas, etcétera. Y ade-más, en todas sus cartas se percibe "esa continuidad milagrosa entre vida y poesía a la que aspira no sólo la gran poesía romántica o surrealista sino toda verdadera poesía y toda auténtica vida humana", como bien señala Bordelois en su libro.

Los dorados 60

correspondencia Pizarnik C reconstruye la Buenos Aires literaria de los años 60. Según explica Bordelois en su prólogo, era una época "en donde la polémica, la conversación, los debates y encuentros culturales, y sobre todo la trayectoria de múltiples revistas de distintas procedencias ideológicas y estéticas, daban cuenta de una movilidad y energía socioliteraria y crítica muy peculiar". Pero, según dice, esa creatividad parece estar hoy amenazada "por el consumismo de los best-séllers, la competitividad creciente y las promesas de la electrónica global, con sus muchas veces vanos paraísos co-municantes". Durante la entrevista la autora vuelve a opinar sobre el tema: "En esos años el juego era más abierto, podías ser amiga de Victoria Ocampo, pero también lo eras de gente que recién estaba empezando. No es como ahora, que hay que ser amigo de Beatriz Sarlo. En ese entonces no era uno solo el que tenía la pelota; eras tan amiga de los marginales como de los consagrados. Recuerdo esas peleas maravillosas en Contorno y en Sur, aquel debate tremendo que tuve con Victoria Ocampo. Hoy la gente se trata bien, pero por atrás se clavan el puñal”.

-Además de valorizar el papel de la poesía, su libro también reivindica la costumbre, casi olvidada, de escribir cartas...

-Me gusta que los chicos de hoy puedan ver cómo una amistad entre mujeres puede desa-rrollarse con un verso de Garcilaso, un poema de Rilke, un "qué te pareció París", "¿Cómo está Boston?”, "¿Qué pasa con New York?”, “¿Quién publicó en Buenos Aires?”. Es decir, aparecen las ciudades como grandes personajes que también nos estaban atisbando. Ahora se ha perdido esa forma de comunicación tan importante. No, no creo que se pierda, de alguna manera se trasvasa; pero la gente ya no sabe que la palabra es un objeto de intercambio que, como una moneda, se gasta. Hoy ha perdido su sentido sagrado y se piensa que es lo mismo que un jingle, un noticioso de radio o un mensaje electrónico. La cultura que no cree en el lenguaje como algo mucho más profundo se desfigura y se prostituye totalmente.

-¿Cómo se explica la devoción que Pizarnik sentía por las palabras?

-Alejandra encontró ese lugar en el que los lenguajes tiemblan, y muy poca gente puede lograr esa maravilla. Ella veía las palabras como objetos y ha-cía de sus cartas objetos plásticos. Decía que las palabras mentían y los colores no, por eso, cuando se atrancaba con un poema y no sabía cómo seguir o dudaba, lo ponía en la pared para verlo como un cuadro. En una entrevista con Martha Moia dice que la poesía es un lugar donde todo es posible, y que el poeta es un gran terapeuta, porque todos estamos heridos y es el poeta quien sabe dónde está el lugar de la herida. Herida que es solamente curable por la palabra y por el silencio. Más tarde, en ese combate con las pala-bras, ella empezó a decir "yo no quiero decir, quiero entrar, yo no tengo nada, quiero vivir" o "Si digo agua ¿beberé?/Si digo pan ¿comeré?”, como advirtiendo que las palabras están en el lugar de las cosas, y que si se entregaba a las palabras perdía la vida. Ella tiene un precioso poema que se llama Destrucciones que dice: "del combate con las palabras ocúltame y apa-ga el furor de mi cuerpo elemental", ese es un llamado al amante para que la arranque de ese juego de la poesía y la lleve al amor, a la vida, al estar abrazado. Siempre es algo muy tenso: por un lado la palabra elemental y por otro la trampa.

-Una trampa que le costó la vida.

-Ella, en realidad, se enfrentó con su propia obra al español, a un límite que ya no se podía traspasar. Y una vez que hiciste eso, quedás solo. Después de haber explotado el lenguaje hasta esos límites, quedás en una especie de estepa y ya no podés ir más lejos. Ella llevó las cosas hacia un no va más, después de allí ya no le quedaba más nada. Alejandra había ganado todos los premios: la beca Guggenheim, la Fulbrigth, el premio Municipal... tenía todo lo que quería y con eso no podía armarse una vida porque era inca-paz de resolver las cosas prácticas más ínfimas.

Ivonne Bordelois admite con cierta desilusión que ya no queda gente "dostoievskiana” como Alejandra: "Esa gente que camina por la cornisa y que te hace preguntar "¡ Caramba! ¿qué he hecho de mi vida?, ¡qué frívola me he puesto!-". También la compara con Kafka: "Una persona que escribe con los huesos y que no envejece nunca, porque más allá del sufrimiento está escribiendo desde lo esencial con lo esencial. Creo que ella va a ser un gran clásico de la literatura del siglo XX", concluye Bordelois. Pero también señala que hay bastante gente que la considera un bluff: "Les cuesta muchísimo aceptar a esa mujer de clase media, judía, que se drogaba, que era bisexual... es como demasiado. Para muchos se pasó de la raya, pero yo me pregunto qué tiene que ver lo que hacés con tu vida cuando escribís semejante cosa. Alejandra siempre fue muy profesional. Es cierto que hay desniveles en su poesía, de golpe es como si la composición se le cayera. Hay grietas y hoyos en su escritura, pero creo yo que son los hoyos del infierno que asoman desde su experiencia. Y es por eso que la gente más clásica y estructurada -pero de buena fe- los toma como torpezas o directamente no los comprende".

Las cartas

Conversar por escrito con alguien que está ausente favorece la fantasía, y en definitiva, termina por instalar un mecanismo de ficción aceptado por ambas puntas del circuito. Pero, cuando tenemos la posibilidad de leer una carta de la que no hemos sido el destinatario, la experiencia se toma perturbadora. ¿Se trata de la vida ajena o de una expresión literaria? Diríamos que de ambas cosas, sobre todo si se trata de la correspondencia de Alejandra Pizarnik: su palabra brillante como un juguete a compartir, sus miedos buscando la salida en un poema, su embravecida prosa final rompiendo todas las cuerdas. Y en el medio una multitud de voces atareadas y atentas. Conmueve el trato que se dispensan Pizarnik y Bordelois; sorprende la encendida pasión que proyecta Alejandra sobre la etérea Silvina Ocampo. Su admiración por Antonio Porchia y por Amelia Biagioni habla de su entusiasmo generoso frente a otros poetas. Los testimonios de quienes la conocieron se filtran entre carta y carta devolviendo la misma afectuosidad. Están las palabras del psicoanalista León Ostrov, quien confesó en una nota del 83, publicada por La Nación: "No estoy seguro de haberla psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí”.

La ensayista y crítica María Elena Arias López la define como "un ser radicalmente cierto, sincero, auténtico y por supuesto difícil de ser admitido en esos ambientes más bien convencionales del buen vestir, del bien hablar, del buen parecer tan típicos de la pequeña sociedad porteña".

Elizabeth Azcona Cranwell recuerda "su sentido del humor original y cáustico, capaz de reinventar el mundo, descubrir el yo secreto de los otros, enunciar una realidad absurda -al modo patafísico- con sus propias leyes tan misteriosas como verdaderas". A Enrique Pezzoni pertenece este elocuente retrato: "Podía ser la persona que más podía impacientar -como no tenía ni noción de la hora ni de las convenciones mínimas para manejarse en el mundo- de pronto te daban accesos de impaciencia terrible. Podía ser terriblemente irritante ( ... ) Pero al mismo tiempo era una seducción absoluta y una necesidad continuada de seducir, al infinito".

Tal como anuncia Ivonne Bordelois en su prólogo, estas cartas no pretenden alimentar "una leyenda rosa -que sería injuriosa para Pizarnik y para nosotros mismos-, pero sí una imagen más total y más cierta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿En qué editorial se publicaron estas cartas? Lumen ha editado recientemente su poesía completa, su prosa completa y sus Diarios. Ceo que es un éxito comercial. En you tube se puede escuchar su voz y hay algunos videos más en ralación a su obra poética. Gracias por este comentario sobre su correspondencia, Juan Joaquín Pereztejada

Anónimo dijo...

Se publicó en "El Clarín" el 03/06/1998, y ha sido rescatado como parte de esa literatura de culto de la que ya hemos hablado.

Ignacio