Encuentra a tus autores aquí

martes, mayo 06, 2008

Ignacio García: Mujer Única




A ti, a quien es necesario acercarse a paso de lobo…

En uno de los grandes tomos de la obra de Robert Graves, ya no sé si en el III o el IV, por ahí debe estar, se lee (cito de memoria): “Si yo fuera una mujer, estaría desesperada, porque la existencia de mujeres hermosas y buenas excede con mucho a los hombres que se las merecen”. Y el gran poeta francés Paul Eluard, dirá –en medio de una nostalgia que lo consume: “Una mujer será siempre más bella que el mundo en el que vivo”.

Las frase me parece adecuada y llena de contenido, pero ¿son aplicables a todos los hombres y a todas las mujeres?. Tal vez no. Lo que si parece ser cierto es que hay hombres para quienes existe la mujer única; ésta puede ser la madre (Edipo), la hermana (Rimabaud), la transeúnte volátil (la Nadja de Breton), la niña deseabgle (Nabokov), o de plano la ninguna pero exclusiva (Cesare Pavese). Esto, naturalmente, se magnifica cuando se sabe que la más linda de las guerras, la de Troya, se debió a una mujer y que, para uno de los participantes y guerreros de esa contienda, para un hombre llamado Ulises, existía una sola mujer en su vida; una mujer llamada Penélope: por ella regresó a Ilión después de veinte años de ausencia.


Las tragedias son ciertas, y, no pocas de ellas, son causadas por esas mujeres únicas. La tragedia irrumpe en la vida de muchos poetas, desde Ovidio hasta aquel cuya mujer le es prohibida por una u otra razón. Novalis, Nerval, Manuel Acuña, son algunos ejemplos del hombre que idealiza a la mujer, le otorga símbolo, la hace suya antes de tiempo; pero lo que en realidad sueña es el verdadero absurdo: la mujer que elige habita un Paraíso prohibido.

A uno, por ejemplo (y para dejar de citar de memoria lo que rápido se olvida) le pasa como a Salman Rushdie quien ---de forma desparpajada pero certera apunta y dice: “Crecí leyendo libros y buscando el pan. . . Desde que conocí a una mujer mis obsesiones por el pan y mi pasión por los libros perdieron interés”. Esto vino a ser algo así como la mujer única en la vida de un hombre que, como yo, apenas bosteza, ya la está soñando.


Decía: a uno le sucede que, a la aparición fulgurante de una mujer única, deja de comer y leer y escribir y respirar. Se ha idealizado a esa mujer tanto, que, cuando la halla, el corazón le dicta al poeta que ésa, la que le hace dudar del día y de la noche, es su sueño buscado, la mujer entre todas las mujeres…Y la tragedia inicia: resulta que ese ideal (como Mary de Shelley) es inalcanzable e imposible, y su nombre ---ya para estos momentos--- resulta impronunciable.

Y esto sucede así, tal vez por lo que dice Jules Michelet: “En las horas graves, las mujeres inspiran por la sensibilidad, por la pasión y por la iniciativa, cualidades siempre superiores a las de los hombres”.

¿Vale la pena insistir ante lo imposible, el absurdo, lo inasible? La mujer es como la noche: te rodea, te envuelve, te ahoga, sin ofenderte, sin ni siquiera tocarte. Cuando el poeta se da cuenta de la red en la que ha caído, lo nutre el insomnio, una impotencia que hiere… Obvio, quiere olvidar para no sufrir. Pero en el olvidar existe también una paradoja: ¿Cómo olvidar si para hacerlo uno tiene que recordar a quien tiene que expulsar de su memoria; y la mía, mi memoria a veces eidética, no sólo recuerda sino ama, y lo hace con desmesura?. No, no es fácil olvidar. Mi amor por Alesi, por ejemplo, está siempre mezclado con una admiración involuntaria, que no se detiene sino, contradictoriamente, crece entre más trato de alejar eso que en la vida me es único.

Alguien ha dicho, no sin cierta razón, que la mujer en aquel paraíso perdido, mordió el fruto del árbol de la ciencia, diez minutos antes que el hombre; y ha mantenido desde entonces estos diez minutos de ventaja sobre nuestro corazón. Lejos de hacer estallar al poeta, esa sagacidad, ese sexto sentido en ella, lo lleva a uno a desearla mucho más y, como Ulises, tensar el arco, poner la flecha y deshacerse de los adversarios: el miedo, el temor, la incertidumbre: no la pasión, pues es ella misma quien inflama al mismo poeta y lo hace escribir y escribir para luego romper el papel. En síntesis: en todo momento de su vida, esa mujer lo lleva a uno de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mucho mejor que los hombres; de alguna manera, esa mujer única que conozco e idealizo, sabe orientarse mejor que yo con menos luces.

¿Cómo, entonces, puede uno librarse de su belleza e inteligencia a pesar de lo absurdo e imposible y de su presencia abstracta e ininteligible? La opinión sintética es que, con mujeres como ella, hay que jugarse el todo por el todo; y esto es así, porque el corazón le dicta al poeta (en su idealización también absurda y desbordada) que ha elegido a una mujer de la cual puede decir: hubiera podido escogerla mucho más bella, pero no mejor.

Eso provoca que esa mujer única pero inalcanzable, lo someta a uno a la terquedad. De alguna manera se vive de la ilusión aquella expresada por Stendhal: Una mujer es capaz de amar, y, en un año entero, no decir más que diez o doce palabras al hombre a quien prefiere. Esta esperanza le niega a uno el derecho a renunciar. Los hombres de letras siempre sufren y no por ello dejan de vivir; ésta, es una premisa irrebatible si bien con honrosas excepciones. Al poeta no le queda sino la creación como alternativa responsable de su amor imposible; depende de su paciencia que esa tarea se cubra un día de alegría, otro de dolor, uno más de añoranza si no es que de pasión triunfante.

Existen, por supuesto los paliativos: una tarde, por ejemplo, espero en una banca de madera; aguardo por aquel sueño inasible. Hay aquí un paisaje luminoso, áspero, bello. Se siente un ser distinto, desapegado, alado y libre. El poeta sabe que su mujer única está por venir, por estallar y eclipsarlo todo con su sola presencia. No importa que sea un momento breve, sólo el cruce de algunas palabras; no interesa si después que ella se marcha viene el frío mortal: una llama seguida de por el vacío y el aplastamiento. No importa. Uno ya tuvo su oportunidad frente a la mujer única; el poeta saborea entonces esas zonas ambiguas del porvenir en donde el silencio da paso a la euforia.
Es el hombre, a través de su escritura, quien vincula aquello que estaba disperso, discontinuo e incomprensible: teje juntos todos los instantes al lado de Ella, y de esta forma anuda el amor que le es prohibido. Todo en él se revela y se rebela, cuando ha estado unos minutos con esa mujer única. Algo se le revela, pues no ha sucedido nada extraño (ella no puede ser suya para siempre); y se rebela, porque es incapaz de olvidar este instante en el que, esta niña inteligente y hermosa, pasó como un relámpago frente a sus ojos.
Sólo así, al costo de haber estado en una relación primitiva con su amor, podrá el poeta sellar, con esa mujer única entre todas, un sentimiento que viva y los rebase a ambos: el encantamiento inmóvil de dos seres que siempre han tenido miedo de hacer trizas el absurdo que los envuelve. Se hace necesario, pues, que esa ojiva de amor pase del hoyo al corazón y de ahí al inextinguible calor de una flama. Esto es lo que da razón a toda espera: el equivalente a ingerir esa sustancia mágica que le impide morir a uno.

3 comentarios:

cristina caballero dijo...

gracias Maestro por su artículo, quién mejor que usted sabe de lo que habla. Y que oportuno que mencione a Graves cuando acabo de recibir ese correo de otro poeta donde me remite al prólogo de Graves (La diosa blanca), y al inicio de su libro: "todos los santos la vilipendian y todos los hombres graves que se rigen por el justo medio del dios Apolo, despreciando a los cuales navegué en su busca a lejanas regiones, donde era más probable encontrar a la que deseaba conocer más que todas las cosas, la hermana del espejismo y del eco. Era virtud no detenerse, seguir mi obstinado y heroico camino, buscando en el cráter del volcán, entre los témpanos de hielo, o donde se borraba la huella, más allá de la caverna de los siete durmientes, a aquella cuya frente ancha y alta era blanca como la del leproso, y sus ojos azules, y sus labios como bayas de fresno, y su cabello rizado del color de la miel hasta las blancas caderas. La verde savia de la primavera que en el árbol joven se agita celebrará a la Madre de la Montaña, y todos los pájaros canoros la aclamarán un día, pero yo estoy dotado, inclusive en noviembre, la más desapacible de las estaciones, con una sensación tan grande de su claramente raída magnificencia que olvido la crueldad y la traición pasadas, indiferente a donde puede caer el próximo rayo...". Muchos saludos

Anónimo dijo...

Siempre he sentido que vas en busca del absoluto. El sueño inasible que se aguarda. Ingerir esas sustancia mágica que le impide morir a uno.
Manuel.

Anónimo dijo...

POETA:
Como siempre, muy bien escrito, con ese estilo que tanto lo caracteriza: su amor a la mujer única, la prohibida, el ideal inalcanzable.
Jamás podría compararme con Helena de Troya. Se dice que su belleza era insuperable. Si bien desató la más linda de las guerras, pregunto:
¿podría el estratega iniciar batalla por su mujer única?.
Creo que sí. La batalla ya la ha iniciado, ha tensado el arco, ha puesto la flecha, sigue y sigue peleando en el sentido de querer olvidarla para no sufrir.
No sufra estratega, no hable de ingerir sustancias mágicas, simplemente: viva como ya ha decidido vivir.

Con fiel admiaración:
Una lectora troyana.