Para quien por imposible, hace posible estas líneas
En este blog, más de una vez hemos recibido (razones de unos y de los otros) detalles sobre escándalos sucedidos a raíz de los Premios Literarios llevados a cabo en México, llámese narrativa, poesía, cuento. Esto, naturalmente, no es nuevo. Allá por los finales de los 70’s un amigo nuestro participó en un concurso sobre ensayo que promovió la Universidad Veracruzana, que en esos días comandaba Roberto Bravo Garzón. El amigo participó con un escrito sobre los paralelos en la escritura entre Emilio Prados (Circuncisión del sueño) y de José Gorostiza (Muerte sin fin). Tan excelente era el ensayo, que Carlos Torres fue elegido como el ganador del evento literario; se le avisó vía telegrama y luego él confirmó de manera telefónica: había sido el ganador…Bueno, victorioso en tanto “la mano que mece la cuna” no impuso a uno de sus ahijados como el “verdadero” vencedor e hizo que todo se echara en reversa: “dice mi papá (literalmente) que siempre no”.
Por más enojos, denuncias públicas e insultos que lanzó a las autoridades universitarias y a ese remedo de jurado que ofició la tamaleada, mi amigo se quedó con un: Disculpa, nos equivocamos de nombre”…En los pasillos literarios del Puerto se recuerda bien el día en que Carlos le arrojó una copa de vino en la cara al señor rector.
Pasada la tormenta, el amigo se dio cuenta de su verdadero error, y se preguntó: “¿Se escribe –el escritor imagina, crea, se inspira y usa ese don especial-- para hacerle honor a la escritura misma, o para ansiosamente terminar pensando sólo y únicamente que su (a veces marmotreto) vaya a parar a un concurso literario de los cientos que existen…sólo para ver si es chicle y pega?”
Creo que no se equivocaba. Si bien respeto ampliamente a quienes terminada su obra inmediatamente ya están pensando en ponerlo a concursar, me gustaría conocer el punto de vista del porqué forzosamente tiene el escritor que encandilarse a esa compulsión en la que, si el libro no concursa, parece no haber valido la pena escribirlo. O mejor ¿se escribe para medirnos con otros y si no se sale triunfador el veredicto se interpreta ¿como qué? ¿Falta de calidad, sobrantes en el verso, hubo “tamal”, se requiere de más oficio?
Para estar seguro, he preguntado a una amiga que concursará apenas termine su obra. Su respuesta ha sido clara y simple: es la única oportunidad que veo de publicar, dice. Y enfatiza: “Si bien, en estos momentos no me atareo teniendo como objetivo premio alguno sino el puro vaciado de mi intimidad existencial en el cuaderno”. Ya luego, borrosamente, aparecerá la figura del concurso como medio único de verse editada.
Y sí. Aquí no nos referimos a quienes habiendo ya dejado lo último de su ser en la libreta de apuntes, decide de pronto que tal vez valga la pena poner el escrito en manos de un jurado “X”; si se gana bien, si no, nada podrá quitar al escriba la satisfacción de haber urdido en el fondo de su alma, esa obra. Me remito, más bien a esa nueva modalidad (sobre todo en muchos jóvenes poetas) de escribir para enfática y objetivamente participar en algún certámen: la concursitis en su apogeo.
Para esto, se toma como pretexto que los concursos están hechos para “estimular y alentar” a quienes escriben…Y los mal-entendidos sustituyen estas dos palabras: las invierten y creen que ese estímulo y aliento financiero puede ceder su lugar al Numen, a la Musa, a los dioses –quien sea que viene e invade al poeta y le hace parir versos salidos del más oscuro de sus rincones. Se sustituye la visión creativa, súbita, que emerge de lo inédito, por 30 monedas de plata.
En este blog, más de una vez hemos recibido (razones de unos y de los otros) detalles sobre escándalos sucedidos a raíz de los Premios Literarios llevados a cabo en México, llámese narrativa, poesía, cuento. Esto, naturalmente, no es nuevo. Allá por los finales de los 70’s un amigo nuestro participó en un concurso sobre ensayo que promovió la Universidad Veracruzana, que en esos días comandaba Roberto Bravo Garzón. El amigo participó con un escrito sobre los paralelos en la escritura entre Emilio Prados (Circuncisión del sueño) y de José Gorostiza (Muerte sin fin). Tan excelente era el ensayo, que Carlos Torres fue elegido como el ganador del evento literario; se le avisó vía telegrama y luego él confirmó de manera telefónica: había sido el ganador…Bueno, victorioso en tanto “la mano que mece la cuna” no impuso a uno de sus ahijados como el “verdadero” vencedor e hizo que todo se echara en reversa: “dice mi papá (literalmente) que siempre no”.
Por más enojos, denuncias públicas e insultos que lanzó a las autoridades universitarias y a ese remedo de jurado que ofició la tamaleada, mi amigo se quedó con un: Disculpa, nos equivocamos de nombre”…En los pasillos literarios del Puerto se recuerda bien el día en que Carlos le arrojó una copa de vino en la cara al señor rector.
Pasada la tormenta, el amigo se dio cuenta de su verdadero error, y se preguntó: “¿Se escribe –el escritor imagina, crea, se inspira y usa ese don especial-- para hacerle honor a la escritura misma, o para ansiosamente terminar pensando sólo y únicamente que su (a veces marmotreto) vaya a parar a un concurso literario de los cientos que existen…sólo para ver si es chicle y pega?”
Creo que no se equivocaba. Si bien respeto ampliamente a quienes terminada su obra inmediatamente ya están pensando en ponerlo a concursar, me gustaría conocer el punto de vista del porqué forzosamente tiene el escritor que encandilarse a esa compulsión en la que, si el libro no concursa, parece no haber valido la pena escribirlo. O mejor ¿se escribe para medirnos con otros y si no se sale triunfador el veredicto se interpreta ¿como qué? ¿Falta de calidad, sobrantes en el verso, hubo “tamal”, se requiere de más oficio?
Para estar seguro, he preguntado a una amiga que concursará apenas termine su obra. Su respuesta ha sido clara y simple: es la única oportunidad que veo de publicar, dice. Y enfatiza: “Si bien, en estos momentos no me atareo teniendo como objetivo premio alguno sino el puro vaciado de mi intimidad existencial en el cuaderno”. Ya luego, borrosamente, aparecerá la figura del concurso como medio único de verse editada.
Y sí. Aquí no nos referimos a quienes habiendo ya dejado lo último de su ser en la libreta de apuntes, decide de pronto que tal vez valga la pena poner el escrito en manos de un jurado “X”; si se gana bien, si no, nada podrá quitar al escriba la satisfacción de haber urdido en el fondo de su alma, esa obra. Me remito, más bien a esa nueva modalidad (sobre todo en muchos jóvenes poetas) de escribir para enfática y objetivamente participar en algún certámen: la concursitis en su apogeo.
Para esto, se toma como pretexto que los concursos están hechos para “estimular y alentar” a quienes escriben…Y los mal-entendidos sustituyen estas dos palabras: las invierten y creen que ese estímulo y aliento financiero puede ceder su lugar al Numen, a la Musa, a los dioses –quien sea que viene e invade al poeta y le hace parir versos salidos del más oscuro de sus rincones. Se sustituye la visión creativa, súbita, que emerge de lo inédito, por 30 monedas de plata.
Emile Cioran dice que “los poetas de hoy leen sólo a otros poetas; de ahí que haya en la actualidad tan malos poetas”. A esto hay que agregar el síndrome de la concursitis y preguntarnos si no por ello mismo es que el Premio Aguascalientes de Poesía 2008 se declaró ¡desierto!; y también porqué otros concursos de menor jerarquía, pero al fin “retadoras de poesía” andan metidos en escándalos de vecindario. Si a estas dos situaciones agregamos que los concursos de poesía estàn diseñados para recibir sòlo poemas "inéditos", ya se ve que el encauzamiento y destino de la escritura del poeta va ceñida a la visión de "a ver de a cómo es el asunto".
***
Nadie mejor que Rainer María Rilke, supo ver la radiografía del alma en el perpetrador de versos (y que cae como dogal al cuello a escritores de otros géneros). En su Cartas a un joven poeta, Rilke apunta:
“Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?". Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso”.
Existe en este breve párrafo de Rilke, toda la respuesta a ¿para qué se escribe? ¿De verdad es el destino de un libro la, no pocas veces, farsante convocatoria de un concurso en el que de antemano ya se sabe quién será el ganador? ¿Se necesita tanto el dinero que se es capaz de poner a la literatura por encima de ella? (si bien no siempre es el caso y existen honrosas excepciones) O ¿se trata de que el escriba, como el boxeador o el maratonista o el deportista extremo, se empareje a ellos para medir fuerzas con otros escritores para ver, no por qué le mata el escribir sino por qué se mata escribiendo?
Tal vez estoy equivocado y ya la escritura es ahora un acto en el cual se toma la pluma pensando si lo escrito va o no a gustar al jurado-falsificador, en vez de sentir –como bien apunta Rilke—que si no escribo, siento que me muero…sin importar a dónde van ir luego a parar mis papeles. O quizá, ya soy obsoleto y la nueva tendencia en literatura no es ya colocar a la poesía en el vaso que más le agrada, pues los hombres la han despreciado (otra vez, Rilke dixit), sino el ser absorbido por la mecánica consumista, de competencia ( a veces desleal) y el deseo ferviente de poseer un papel que engorde mi currículo, para que el día que se lea ante nutrido auditorio, no pase desapercibido que gané el Concurso Literario de la Feria de las Flores de Cocotitlán, Edo de México.
No sé. Tal vez hablo así porque, si bien me he visto en penurias económicas de esas que deprimen, no me he atrevido a colocar como punta de lanza a la solución monetaria, a uno sólo de mis versos… Y, obvio, se me puede acusar de insensible por no comprender a quienes concursan porque su depresión es peor que la mía, y el dinero les urge. Si así es, mi solidaridad para todos ellos.
Como sea, no dejaré de leer, una, dos, tres veces al año, esa Carta en donde Rilke me arranca de la tentación de quebrar el vaso donde –transparente el agua—conservo el cuerpo de la poesía; a la vez que me dejo recitar por las noches estas últimas palabras del gran poeta alemán:
“Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá como su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas [y concursos] se interesen por sus trabajos. Pues verá usted en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida”.
Nadie mejor que Rainer María Rilke, supo ver la radiografía del alma en el perpetrador de versos (y que cae como dogal al cuello a escritores de otros géneros). En su Cartas a un joven poeta, Rilke apunta:
“Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?". Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso”.
Existe en este breve párrafo de Rilke, toda la respuesta a ¿para qué se escribe? ¿De verdad es el destino de un libro la, no pocas veces, farsante convocatoria de un concurso en el que de antemano ya se sabe quién será el ganador? ¿Se necesita tanto el dinero que se es capaz de poner a la literatura por encima de ella? (si bien no siempre es el caso y existen honrosas excepciones) O ¿se trata de que el escriba, como el boxeador o el maratonista o el deportista extremo, se empareje a ellos para medir fuerzas con otros escritores para ver, no por qué le mata el escribir sino por qué se mata escribiendo?
Tal vez estoy equivocado y ya la escritura es ahora un acto en el cual se toma la pluma pensando si lo escrito va o no a gustar al jurado-falsificador, en vez de sentir –como bien apunta Rilke—que si no escribo, siento que me muero…sin importar a dónde van ir luego a parar mis papeles. O quizá, ya soy obsoleto y la nueva tendencia en literatura no es ya colocar a la poesía en el vaso que más le agrada, pues los hombres la han despreciado (otra vez, Rilke dixit), sino el ser absorbido por la mecánica consumista, de competencia ( a veces desleal) y el deseo ferviente de poseer un papel que engorde mi currículo, para que el día que se lea ante nutrido auditorio, no pase desapercibido que gané el Concurso Literario de la Feria de las Flores de Cocotitlán, Edo de México.
No sé. Tal vez hablo así porque, si bien me he visto en penurias económicas de esas que deprimen, no me he atrevido a colocar como punta de lanza a la solución monetaria, a uno sólo de mis versos… Y, obvio, se me puede acusar de insensible por no comprender a quienes concursan porque su depresión es peor que la mía, y el dinero les urge. Si así es, mi solidaridad para todos ellos.
Como sea, no dejaré de leer, una, dos, tres veces al año, esa Carta en donde Rilke me arranca de la tentación de quebrar el vaso donde –transparente el agua—conservo el cuerpo de la poesía; a la vez que me dejo recitar por las noches estas últimas palabras del gran poeta alemán:
“Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá como su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas [y concursos] se interesen por sus trabajos. Pues verá usted en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida”.
19 comentarios:
Señor García, van algunas precisiones en torno al premio ganado por Carlos Torres:
Si mal no recuerdo, en 1974 La Palabra y el Hombres (dirigida, también si mal no recuerdo, por Juan Vicente Melo) convocó a su primer premio de cuento, fue ganador un por entonces joven escritor llamado Guillermo Samperio, con el cuento “Desnuda”, incluido en el libro Miedo ambiente, con el que obtendría unos meses después el Casa de las Américas y que sería reeditado por Grijalbo mediando los ochenta con el título de Lenin en el fútbol (el nombre se derivó del cuento del mismo nombre acerca de la formación del Sindicato de Futbolistas impulsado por Antonio “El Piolín” Mota, Carlos Albert y Javier “El Cabo” Valdivía, entre otros). Y la revista Texto Crítico (cuyo director era, creo, Renato Prada Oropeza), editada por el centro de Investigaciones Lingüistico Literarias de la UV (que dirigía Jorge Rufinelli), convocó al primer premio de ensayo, el cual obtuvo Carlos Torres (creo que se presentaron su trabajo y otro). Ambos premios, el de cuento y el de ensayo, eran de unos diez o quince mil pesos de ahora.
Enterado Carlos Torres del fallo le propuso a la UV que cambiaba el premio por tres plazas de investigador del CILL: una para él, otra para Julio Luis Fernández, (a) “Yuyo”, y la tercera para la esposa de “Yuyo”, de nombre Martha Sandra y que estudiaba medicina. La UV, obvio, se negó a la transacción y Carlos Torres no cobró el premio por decisión de él. Posteriormente, en 1979, intentó entrar a trabajar a la UV al área de Radio Universidad, donde, por cierto, trabajaba un grupo de buena y talentosa gente del puerto como Eduardo Sansores y el propio “Yuyo”, entre los que recuerdo.
Esta es la historia real y no la versión mítica que a usted le contaría años después Carlos Torres; el asunto de la copa arrojada a Roberto Bravo Garzón tampoco es cierto, es otra versión tergiversada del propio Torres.
Un saludo.
Lucía
Lucía, gracias por precisar el affair Carlos Torres - UV. Es raro que hasta ahora surja esa aclaración y que en su tiempo nadie haya abierto la boca para desmentir lo dicho por mí, a un artículo que el propio Carlos (quien llamaba "Rufianelli" al ya citado por usted)publicó en El Dictamen tal y como yo lo narro...Dicho escrito, por cierto, no fue posible darlo a la luz en la sección editorial de ese diario pues se tenía "prohibido" (o se tiene, no sé) hablar "mal" de la UV y de cualquier otra institución que tuviera "acuerdos" con dicho diario... Tuvo que llegar Jorge Malpica a la dirección de ese medio para dar oportunidad a un semanario cultural llamado ESQUIFE, y en el que participé con Carlos, para que ahí, en abierto, dijera punto a punto las cosas tal y como yo las cito; como ya dije, nadie entonces negó algo de lo ahí plasmado por Torres; raro ¿no?
Por otro lado, si el asunto de la copa se hizo leyenda, fue un fenómeno muy temprano a los hechos, pues el mismo Yuyo, Manuel Bertrand, José Rafael Btavo Meza y otros anadarines de cuanto festejo cultural había en el Puerto, daban fe del hecho de que Carlos había vaciado la copa en cara del rector. Si hay prensa, si hay testimonios, si existen corroboraciones, incluso de xalapeños, a tan temprana hora de los hechos; y no existe negación histórica de que sucedió como se constata en mi escrito, estará usted de acuerdo en lo tardío de su aclaración...Válida, por supuesto, y muy posible que sea sólo una leyenda...pero leyenda que, en parte, hoy día se sigue repitiendo cuando los medios de comunicación continúan con su política de no publicar nada que "afecta" la "buena" marcha de nuestra máxima casa de estudios...A las pruebas me remito.
Atte
Ignacio
Ignacio, como verá esperaba su respuesta, y ¡líbreme George Clooney!, o ya de perdida (que es una) Brad Pitt, de defender a ese monumento al antiperiodismo que es El Dictamen (y lo ha sido en todas sus épocas, incluida la de Jorge Malpica, que conste), como lo son, estará usted de acuerdo conmigo, todos los diarios veracruzanos; líbreme también de hacer una defensa en abstracto e integral de la UV y su tecnocracia, de su corrupto sindicato de profesores que si algo ha hecho es agredir el proceso de enseñanza-aprendizaje y de la complicidad de sus estudiantes con todo lo anterior.
Cierto, Rufiannelli era eso; el apodo se lo debemos al querido Juan Vicente Melo, por cierto, a quien Carlos Torres acudió en 1979 para que lo ayudara a entrar a Radio Universidad, cuestión a la que Juan Vicente se negó.
Me dice usted que “Si hay prensa, si hay testimonios, si existen corroboraciones, incluso de xalapeños, a tan temprana hora de los hechos; y no existe negación histórica de que sucedió como se constata en mi escrito, estará usted de acuerdo en lo tardío de su aclaración”); le digo yo: ¿en qué prensa de la época, 1974, está contenida la historia contada por Carlos Torres a usted? (y no se vale meter en este renglón lo dicho/escrito por Torres, porque sería como otorgarle carácter de verdad a las memorias de López Portillo, a los discursos de Fidel Herrera, a los libros de Rubén Aguilar/Jorge Castañeda y a los de Carlos Salinas de Gortari, ¿o no lo cree así porque se trata de Torres?), ¿el “incluso de xalapeños” es porque ellos tienen mayor autoridad que los porteños y por tal motivo los convoca como testigos de calidad?, ¿a qué se refiere con “negación histórica”?
Y no, no estoy de acuerdo en lo tardío de mi aclaración (usted mismo afirma que el primer intento de Torres por dar a conocer su opinión fue censurado en El Dictamen y que después sólo se publicó una vez en un suplemento que ustedes hacían), y no lo estoy porque hasta ahora conozco la leyenda creada por Carlos Torres para autoerigirse como enfant terrible cuando, como decía de él Julio Luis Fernández, no llega ni a clochard. Tampoco estoy de acuerdo en que sea raro que nadie haya desmentido a Torres cuando dio a conoce su versión de los hechos; por lo menos yo no lo hice porque nunca me enteré (estará usted también de acuerdo conmigo en que los suplementos culturales son para la tribu y, en muchos casos, terminan siendo clubes de amigos o clubes de elogios mutuos).
El trabajo historiográfico y periodístico de "a deveras" se sustenta en pruebas, en documentos y en testimonios cruzados de varios protagonistas de la historia a contar; con tales basamentos se construye la erudición, el saber. Válido es también burlarse de la historia, de lo realmente acontecido, y utilizarla para bien de esa otra forma de saber que es la ficción (la obra de Borges sería ejemplo magno de ello), pero leyéndola como eso, como ficción o leyenda. No hacerlo así conduce a la superstición y una, o sea yo, no le entra por ese lado, porque empieza una de niña a cerrar los ojos para no ver a los fantasmas en la noche y termina una de adulta creyendo en supercherías como la existencia de dios y del diablo.
Saludos de nuevo y gracias por su atención.
Lucía
Lucía. Gracias, en primer lugar por desligarse de, primero ese pasquín lisonjero de gobernantes en turno, y luego por aclarar y decir verdades tan claras y simples de la burocracia y profesorado de la UV.
Me pregunta a qué llamo "negación histórica" del hecho. Llamo así a su alución de que todo fue una "leyenda" creada por Carlos; lo que quise dar a entender es que, hasta donde yo sé, las leyendas se tejen a lo largo del tiempo y no a edad tan temprana de los hechos y versiones que yo recogí apenas unos meses después de este asunto que tratamos. ¿Soy culpable de recoger testimonios de primera mano y de variadas voces que corroboraban el acontecimiento? Lamentablemente mo usè grabadora para decir "Aquí le presento la versión de Yuyo, y de Bertrand o Bravo Meza? O ¿me va a decir que ese tipo de fuente oral no es válida en la rutina peridística? Ahora que, ya teniendo otra voz como la suya, tal vez mucho màs fiel por su cercanía con Juan Vicente y otros testigos no vulnerados por el poder de hechizo coloectivo del clochard Torres, me parece muy aceptable y me siento sumamente agradecido con usted de (después de tanto tiempo) poner las cosas en un lugar distinto, que no por ello válido sólo porque usted lo dice; alusión suya, no mía, en todo este enredo.
Usted demanda documentación de lo escrito por Carlos ¿podría yo asimismo solicitar de usted un expediente bien documentado de su versión? ¿La tendrá acaso entre sus archivos o debemos también creer la precisión de sus aclaraciones así, por fe y de oídas? Yo por mi lado, me daré a la tarea de buscar ese artículo ¿Buscará usted asimisma material que corrobore sus declaraciones? De esta forma, creo, estaremos yendo hacia el punto que usted desea: el trabajo de investigación y periodístico "sustentado en pruebas". Hagamos, por el bien de los lectores esto: usted presenta sus pruebas materiales de lo que declara, yo le muestro el artículo en donde Carlos escribe sobre el asunto; que no por ello, como usted dice, debe ser tomado como verdad absoluta: yo solamente he dicho que ahí está el texto. ¿De acuerdo?. Aunque, si lo escrito por Carlos no vale citarlo porque sería como creer a las memorias de López Portillo, pregunto, con què argumentos cuenta usted para sì creerle y no equiparar su testimonio con el de, digamos, Carmen Romano?
Ahora, cuando digo que "hasta xalapeños" no es porque la palabra de ellos valga más que las locales, sino que estando ellos más cerca del asunto dentro de las entrañas de la UV corroboraron lo dicho por Carlos...Esto, en investigación se llama material de primera mano; si bien, ya he dicho, no gabé la voz de ellos, y tal vez también fueron manupulados por el enfant terrible.
Finalmente, que los suplementos culturales de elogios mutuos sólo sean leìdos por la tribu, y usted se desligue de ellos, no es pretexto, creo yo, para a esta hora decir "si en ese tiempo hubiera yo leìdo...". Si bien, acepto: su aclaración no es tardía.
Como sea, repito, no descreo para nada que usted, Lucía, tenga un testimonio màs certero que el que hasta ahora yo tengo...Se lo digo sinceramente; sus citas de nombres (conocidos también por mì) me hacen creer que, en el fondo, su colaboración a aclarar este asunto enriquecerá la visión del lector, el cual habrá de tomar su propia decisión al respecto.
Una vez más, agradezco que la historia cultural de nuestro Puerto tenga voces tan atentas como la suya.
Atte.
Ignacio
Ignacio:
Leo con fruición esta pequeña polémica y me pregunto si no estamos frente a un caso más de percepciones que, con el tiempo, terminan explicándose a sí mismas, de la forma en que las leyendas negras de nuestra historia patria se autoalimentan.
No tengo la memoria privilegiada de Arturo García Niño (ojalá él lea esto y aclare lo que le parezca pertinente aclarar) pero creo recordar que en el café de La Merced, en una mesa donde estábamos AGN y yo, Carlos Torres nos comentó lo que Lucía afirma: que él solicitó lo que le parecía merecer, que no lo aceptaron y que finalmente tampoco recibió el premio.
Con el tiempo los intelectuales rehacen sus propias historias. "Viste" más, creo yo, pasar como víctima de las mafias universitarias y como el outsider que se atreve a echarle una copa de vino a la cara del rector, que como un iluso que, a cierta edad, parece convencido de que una obra bien calificada (en un concurso poco atendido, por cierto) será suficiente mérito para exigir trato de... Juan Rulfo o similares.
Es costumbre de Carlos Torres revisar su historia y recrearla. Como ficción o como creación, no tengo problema con eso. Como historiografía, como biografía o como testimonio, sí.
Hace años nos llegó al puerto el eco de una crítica feroz, publicada por Carlos en un diario quintanarroense. Me aludía por no sé qué razones. Igual a AGN. Nunca pude leer el texto ni aclarar el motivo de la virulenta crítica (según quien nos la reportó).
Con lo bien que me caen los "asicomistas" (cuando los conocí, particularmente a Carlos, le noté una muletilla sofocante: todas sus descripciones y calificaciones las iniciaba con la frase "así como". Decía, por ejemplo, "esto es así como muy padre, así como muy buena onda").
Como sea, me divierte y me produce nostalgia esta polémica.
Me da la oportunidad de mandarte un gran saludo y mi afecto de siempre.
José Luis Cerdán
Estimado José Luis, gracias.
En primer lugar, no me gustaría que tanto tù como la apreciable Lucía, creyeran que hago una apología de Carlos Torres en mis respuestas. Le llamo “amigo” porque para mí lo seguirá siendo (no soy de los que olvidan lo que se me da, y en este caso lo ofrecido por Carlos a mi persona, supera con mucho a lo sucedido después). Y es que un día, de manera más que inopinada, se convirtió en un enemigo recalcitrante y obtuso para mí. ¿El motivo? Que precisamente García Niño y yo exigimos cuentas económicas a la entonces tesorera del grupo CLAVE, persona que resultó ser la pretendida en amores por Carlos. Desde ese día me convertí en el centro de sus insultos, denuesto de mis escritos y todo lo demás que ya sabemos, él acostumbraba.
Incluso, a la formación de SOLO PARA INTELECTUALES, èl (recordarás, José Luis) se hizo a un lado y jamás envió aportación alguna pues hizo de mis amigos sus enemigos gratuitos. Por cierto (y tú eres más que testigo) para quienes piensan que los suplementos culturales son sólo espacios para los elogios mutuos, nada mal estaría echarle un ojo a ese semanario en el que nos dimos (generaciones distintas) hasta con la cubeta… Si hubo elogio alguno fue el de nuestra persistencia en soportar las ácidas críticas con las que unos y otros nos tratamos.
En fin. Vayamos al asunto de mi escrito. Quiero ceñirme a lo hallí comentado porque considero que Lucía (y tú que avalas lo dicho por ella según plática con Carlos) se salen de las líneas puestas por mí, y exigen cosas que yo jamás menciono. En mi comentario apunto:
1) Que Carlos concursó en un evento literario sobre ensayo: cierto.
2) Que el jurado le hizo de chivo los tamales y no le entregòa el dinero ganado: cierto.
3) Que el famoso dinero jamás volvió aparecer (aun meses después de dicho concurso: cierto.
4) Que por más llamadas que Carlos hizo, siempre le salieron con que “nos equivocamos”; cierto.
5) Que escribió el artículo narrando lo que yo a mi vez comento: cierto. Ojalá y AGN (miembro del consejo editorial junto conmigo y Carlos, lo recuerde)
6) De que le tiró la copa de vino al rector, podemos elegir entre aquellos que SI vieron el espectáculo y los que también estuvieron cuando Carlos NO hizo su tropelía.
En este punto me parece que una lógica se impone, apoyada incluso por la definición aquella que Lucía hace del Enfant Terrible
a) El carácter furibundo de Carlos, mezclado por una buena dosis de cannabis, alcohol, y otros elementos tropicales a los que Baudelaire llamó el Infinito turbulento, hacen presumir que (bajo ese estado) Carlos era capaz de todo. Y lo demostró… Tanto que hizo lo mismo con su amigo del alma, Eduardo Sansores, en mi propia casa, delante de todo mundo, y en un festejo en que se le hacía un homenaje póstumo a John Lennon recientemente baleado por Chapman. Sansores aún está entre nosotros y se le puede fácilmente consultar acerca de ese proflile Carlesiano de agredir con un modus operando consistente en arrojar la copa en la cara del otro. Triste espectáculo, pero así fue
b) ¿Qué prensa iba a divulgar esta canallada de Carlos? ¿Què autoridad iba a aceptar que eso le pasó a Bravo Garzón? Todo quedó en las regiones subterráneas de la tribu…Y como algunos reniegan de ella, quieren también que sus testimonios sean anulados porque ningún burgués conocido avala el hecho.
c) No creo que la publicación de la nota de Carlos no haya llegado a la prensa universitaria…Sólo que ahí, ya pasados los meses, retirado el dinero, y conocida la personalidad de Carlos como un desaforado…ni siquiera le hicieron caso (ese es también un modus opendandi actual…mejor no contestar ni dar valor a declaraciones comprometedoras.
d) Y otra vez, lo ùnico recogido por mí es el testimonio oral de la tribu a los que, en todo caso, Carlos aplicó una psicosis colectiva para que dijera que el hecho era cierto
Hasta aquí lo dicho por mí. ¿Por què entonces desear que aclare, sepa o testifique yo de lo que no digo? Es decir, la versión de Lucía de que “las cosas no fueron así…sino asá”; sin más pruebas que la palabra misma de ella: o sea, aquí se trata de la psicosis de Carlos contra el testimonio (sin fuente alguna) de Lucía. E insisto: lo que pasó después; si Carlos pidió o no plazas, si hizo lo uno o lo otro, sale sobrando…Yo no digo en mi nota nada al respecto que deba aclarar.
Pero, si de insistir se trata el el asunto, busqué una fuente cuya memoria es tan o más prodigiosa que la de AGN; la de Eduardo Sansores quien revela que él acompañó a Carlos a Xalapa a renunciar…Una renuncia “ilusa” le llama Eduardo, pues con ello (meses después) Carlos creyó que los medios harían un esándalo y el rector se vería oblgado a dar el dinero que Carlos (lo sabemos) urgentemente necesitaba. si bien, ya algunos malandrines lo habìan desaparecido La pregunta es: ¿qué de malo tiene que Carlos haya pedido la oportunidad de una plaza para solventar lo que le habìan robado a despoblado?. Lucía cita con cierta ironía que Carlos fue a pedir trabajo a Juan Vicente y éste se lo negó… ¿Porquè esa referencia? ¿Es acaso delito pedir trabajo? Lo peor es ese presumir que Juan Vicente “se lo negò”, como si al hacerlo se quisiera decir que el sacro-santo escritor se deshizo de un pagano infernal llamado Carlos.Lamentable de verdad ese tipo de comentarios para quien, tal vez, jamás ha sentido hambre.
El asunto aquí, repito, no era ensalzar la figura del clochard Torres (quien por cierto tomó el apelativo con orgullo pues Yuyo lo quiso comparar con la vida desastrosa de Henry Millar), sino de abrir un espacio para que el lector se enterara de cómo se manejan las cosas a nivel de una institución como la UV; el dinero jamás apareció, el premio no se otorgó. Incluso, a quien Rufianelli y sus secuaces dejaron muy mal parados, fue al jurado calificador entre quienes se hallaba Juan García Ponce ---confimador de primera mano de que Carlos efectivamente se había hecho del premio y tenía derecho a demandar esos 15,000 pesos, pues le correspondìan por derecho. Otra vez, si Carlos en su desesperación pidó otra cosa, yo no lo hago constar en mi escrito…¿Por qué entonces decir: “las cosas sucedieron como Lucía lo dice…", sin darse cuenta, José Luis de que yo ni siquiera lo anoto en mi comentario?
Lo más lamentable de todo es que, si Carlos no era una leyenda, parece que va camino de serlo con esas descripciones que hacemos de él; quienes sentimos que el Enfant Terrible, algo nos debe o nos hizo algo, o escribió mal sobre nosotros. Repito y finalizo: mi enfoque no era elevar la estatura de un hombre que se las debe a muchos, sino (si se sigue leyendo lo demás de mi artículo) puntualizar lo que concursos de literatura como éste y otros, han provocado en los jóvenes que hoy piensan que escribir significa concursar, y han invertido el término inspiración por el de “motivacón”… Los premios desiertos cada vez son más frecuentes… Aquel de Carlos, fue tan desértico que ni siquiera el dinero apareció … Y no apareció porque ya estaba en los bolsillos de otro.
Aprovecho para decir a José Luis y Lucía que estoy acostumbrado a este tipo de (me parece) buenos debates; que no me considero poseedor de la verdad absoluta, y que, finalmente, entiendo que la historia pondrá a todos en su justo lugar.
Un abrazo a los dos.
Ignacio
Querido Nacho:
Releo mi comentario y no encuentro motivo para una discusión más allá de un hecho simple: frente a dos versiones, lo más probable es que ninguna sea del todo cierta o del todo falsa.
En mi caso es proverbial mi mala memoria, así que tampoco estoy dispuesto a sostener como absolutamente cierto el diálogo que creo recordar y que te refiero. Es la impresión que me quedó. Solamente eso. Y que se activó cuando leí el texto de Lucía.
Por lo demás, tampoco me ocuparía de Carlos con saña o ganas de una venganza inútil. Si referí el texto quintanarroense fue sólo para dar un punto de referencia, un apoyo argumentativo a la idea de que él suele, con el tiempo, enmendarse la plana a él mismo y pelear con fantasmas jarochos, lejanos y absolutamente desprevenidos.
Me anima la posibilidad de discutir contigo y recordar -ojalá sistemáticamente- la historia de los suplementos culturales en el puerto.
Efectivamente, en su mejor momento, hicimos de algunos de ellos una arena movediza para las certezas intelectuales.
Te reitero mi admiración, mi respeto y mi cariño invariables.
José Luis Cerdán
Ignacio, ¿cree usted que vale perder el tiempo dicutiendo en torno a la persona objeto de nuestro intercambio epistolar público? Yo no. Sin embargo, vale hacer algunas precisiones en torno a sus intentos por descalificarme desde el tribunal obrerista que echa por delante ese puño que sí se ve:
-No soy parte de "quienes piensan que los suplementos culturales son sólo espacios para los elogios mutuos"; yo dije, como el lector vio y leyó,"que los suplementos culturales son para la tribu y, en muchos casos, terminan siendo clubes de amigos o clubes de elogios mutuos)".
-Se refiere usted a mí como una renegada de la tribu; cítolo "Cmo algunos reniegan de ella, quieren también que sus testimonios sean anulados porque ningún burgués conocido avala el hecho." Vamos, no me conoce, y en tanto no lo haga no especule,lo burgués no quita lo inteligente ni lo "proletario" lo otorga, así como tampoco ocurre a la inversa.
-Lamentable en verdad su comentario descalificador de que es "Lamentable de verdad ese tipo de comentarios para quien, tal vez, jamás ha sentido hambre", porque tener hambre no implica en automatico actuar éticamente ni salva a nadie de nada.
-Acepte que lo único que agregué a lo dicho por usted es que Torres quiso cambiar el premio por tres plazas; nada más, pero nada menos. Incluso esto el señor Cerdán cuasi lo avala y hace referencia a Arturo García Niño (usted también). Espero que éste, a quien por cierto vi hace tres semanas en Puebla (enel Segundo Congreso Internacional de Filosofía, Arte y Cultura, en diálogo con Bolívar Echeverría sobre proyectos emancipadores y vanguardias artísticas),lea esto y manifieste las opiniones que usted y el señor Cerdán le piden. Yo por mi parte le agradezco su atención y sólo le reclamo las aseveraciones que intentan descalificarme por, tal vez,no haber pasado hambre, lo que me impedirá, obviamente,entrar al reino de los cielos y ver cómo el camello sube y sube después de haber pasado por el ojo de una ahuja. Dios no existe, Ignacio, aunque existan los supersticiosos que crean lo contrario,crean también que la verdad es tal nomás porque es la suya y la demuestren con un piolet, una pira o un cepo.
Saludos.
Lucía
Tal vez no valga la pena, pero es divertido leerlos, incluso para quien no conoce (como yo) a Carlos Torres. Tal vez todos tenga la razón desde diferentes perspectivas, nada es absoluto ni verdaderamente cierto.
Nancy Ortiz
Bien, Lucía: dejemos que el tiempo siga "cuasi-avalando" lo que (yo por delante) usted y otros han escrito en estos comentarios.
Ignacio
De acuerdo, Ignacio, creo que es lo mejor. Gracias por su atención y por el diálogo generado desde ella. Seguiré leyéndolo porque, como decía JVM, "lo que usted escribe me importa". Le envío un abrazo y un beso.
Lucía
Ignacio/Lucía:
Recuerdo vivamente a Juan Vicente Melo usando la frase que refiere Lucía: "lo que tú escribes me importa".
Me la dijo a mi, después de leer (¿recuerdas Nacho?) los cuentos de "El Matecoco y los ojos de membrillo", en el bar La Bella Época.
No sabía que JVM la hubiera usado para otros.
No sabía, porque no estaba ahí, que Lucía la hubiera presenciado.
No se la dijo, por ejemplo, tampoco a Arturo García Niño (en cuyas lecturas también estuvo JVM).
Poco después, Melo me incluyó en una reseña que publicó en La Palabra y el Hombre, de la U.V., sobre los nuevos narradores veracruzanos.
Y si de recuerdos hablamos, me asalta la duda sobre el asunto de la copa derramada sobre el rector, porque haciendo memoria creo recordar que nuestro recordado Eduardo Mendo del Ángel, ya fallecido, me contó la anécdota dándola por cierta. Mendo, para entonces, no tenía buena relación con Carlos Torres.
Otro testimonio de la época podría aportarlo Magdalena Mulia, que también conoció y convivió estrechamente con Carlos.
Veo con algo de desaliento que Lucía y tú han pactado una tregua en la polémica. Lo lamento, porque si Arturo García Niño pasó por Veracruz para ir a Puebla, quizá regrese por estos lugares y pueda contarnos directamente su versión y de esa manera verificar sus datos con los nuestros.
Yuyo no está con nosotros, no sé nada sobre El Capitán Karpa, El Pata de Oso, Viades...
Son personajes en la memoria entrañables. Traerlos a cuento sería genial.
Reciban ambos un saludo afectuoso.
José Luis Cerdán
Señor Cerdan,
He leído estos cortos puntos biográficos que erigen mi leyenda. No gusto de moldes nuevos ni viejos. Tampoco recibir flores de los sagitarios. Sí, me he declarado, en más de una ocasión y con placer íntimo, el ser menos pedagógico de la tierra, peor aún, tengo una inatención por la muchedumbre siempre ignorante, siempre injusta con su mal gusto. Por lo que a mí toca, si hay quien me dice, con aire radical y con lenguaje un poco parnasiano: Mi verdad es la verdad, le contesto: Buen provecho. Déjeme usted con la mía, que así me place, en una deliciosa duda. En esta ocasión me apena saber que mis frases memorables sirven de cobijo a su corazón poco letrado a ojos vista. Desmiento lo que usted afirma y otra cosa: Por favor, no use mi nombre ante mi público porque lo va a desgastar. Cállese y no se meta en lo que no le importa.
JVM
JVM/Lucía/Destinatario:
¿Tan flaca memoria se guarda en esos lares?
¿Qué objeta?
¿La frase que sí me dijo?
¿Las otras frases no dichas?
Hay testigos múltiples. Hay documentos.
Le hará buen provecho, es cierto, pero seguirá siendo verdad.
Tan verdad como el resto de la plática, donde Emilio Carballido salió a relucir muchas veces, salpicado de sorna.
Y una pregunta: ¿por qué la queja si fue Lucía la que sacó a relucir la frase?
¿Ella no la desgasta?
Termínese el sandwich (usted sabe de lo que hablo) y sonría.
Con el cariño de siempre
José Luis Cerdán
Creo que quien se hace pasar por JVM debía de tener el valor de decir su nombre, como lo hicieron quienes participan en la discusión. A mí también me gustaría saber la opinión de las otras personas que mencionan, a quienes conozco aunque a algunos de ellos no los veo hace muchos años.
Maricarmen
Pues ya no sé (en este esquizofrénico escenario) qué decir. Es cierto, con Lucía he terminado, creo en buenos términos, esta discusión. Lo que me impele ahora a regresar, es la intromisión de quien con sólo siglas, trata de defender lo indenfendible por mañoso y marrullero, pues lo dicho por Cerdán me consta, es verdad. Y eso de que no se use JVM ante "su público" porque se desgasta, me parece una verdadera fanfarronería digna de los Comediantes. Asimimso, eso de que "no se meta en lo que no le importa" me parece toda una contradicción, pues ¿quién lo invitó a usted JVM a meterse en esto?.
Debo decir una cosa. Con Lucía (así sin apellido pero al fin buena combatiente en el debate) terminé la discusión porque muchas de sus citas aludían a Juan Vicente Melo, a quien guardo admiración y respeto. Pero las iniciales del aludido son JVM exactamente; me pregunto ¿el hombre leyenda ha regresado de su tumba a ponerse furioso por lo que no le incumbe? O, alguien sí está haciendo mal uso del nombre del insigne escritor para entrometerse aquí en lo que es pura verdad pues a muchos, repito, nos consta que el verdadero Juan Vicente dijo lo que dijo delante de Cerdán...Que ahora JVM quiera defenderse muerto o al occiso, es verdaderamente lamentable.
Por otro lado, y para finalizar esta "intromisión" mía; debo decir que he seguid buscando testigos de aquel suceso de la copa vaciada por Carlos al "reptor"... Enrique Patricio ha estado hace dos días conmigo y confirma ser testigo ocular de los hechos...Lamentablemente a Enrique no se le da mucho la PC, pero en cuanto pueda dará su versión personal de aquel hecho, es más que cierto...tanto, que al otro día ya la voz de lo acontecido andaba por cantinas y cafés, y no como se dice, fue sólo una "leyenda" tejida por el propio Carlos Torres.
Posdata: Y sí, ojalá y el tal JVM tenga el cascarón, las yemas y las claras para poner su nombre completo y no andar sub-utilizando las siglas del autor de "La obediencia nocturna", para escudarse
Ignacio García
De acuerdo con usted, Ignacio; también yo pensé lo mismo, pero un alumno mío entró al blog y me dijo que no, que alguien que no se atreve a decir su nombre escudábase tras las siglas JVM para emitir una opinión, la cual leí para de ahí derivar tanto risa como tristeza y sorpresa: la primera por la ¿ingenuidad?, la segunda por la falta de imaginación y la tercera por su impertinencia.
Cuando alguien le mencionaba a Juan Vicente Melo un autor o autora y él respondía "me importa, me importa" era por eso: porque le importaban, ya sea por reconocer la calidad y el cariño hacia el(la) mencionado(a) o por reconocer la calidad y el cariño de y hacia él o ella. Ese "me importa" se lo escuché muchas veces respecto a mucha gente.
Creo también que el(la) tal JVM debe atreverse a decir su nombre.
Un abrazo y un beso.
Lucía Zannier
PD: No conozco a prácticamente nadie de las personas mencionadas por usted y el señor Cerdán, pero le escribí, porque usted y el señor Cerdán lo mencionaron, a Arturo García Niño, contándole nuestra discusión y pidiéndole su opinión; ojalá uno de estos meses consulte su cuenta de correo electrónico y responda.
Una disculpa, ya que cometí un error al picar las teclas (me indigesté)y ello cambió el sentido del segundo párrafo en mi mensaje de hace unos minutos. Debe ser como sigue:
"Cuando alguien le mencionaba a Juan Vicente Melo un autor o autora y él respondía "me importa, me importa" era por eso: porque le importaban, ya sea por reconocer la calidad del(la) o el cariño hacia el(la) mencionado(a), o por reconocer la calidad y el cariño de y hacia él o ella. Ese "me importa" se lo escuché muchas veces respecto a mucha gente."
Lucía Zannier
Lucía Zannier:
Resulta por lo menos extraño que Ud. diga desconocer a las personas que mencionamos Ignacio y yo.
¿Quiere decir que estuvo al corriente de lo que ocurría con Carlos Torres, Juan Vicente Melo, el Yuyo, Arturo García Niño, etc. y no conoció u oyó mencionar a Eduardo Mendo, Enrique Patricio o Magadalena Mulia?
Que extraños caminos tiene la vida. Junta y separa personas al mismo tiempo.
No dudaría que, en la refriega cultural, alguien pueda pasar con un ojo abierto y el otro cerrado. Una oreja destapada y la otra retacada de... algo. Y que por eso deje de advertir presencias recurrentes, personas ligadas a un amigo.
En fin. Ojalá AGN, como Ud. dice, consulte un día de estos su correo (o este blog) y decida darnos su versión.
Lo invocamos ya varias veces. El conjuro debía haber dado resultado ya.
José Luis Cerdán
Publicar un comentario