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viernes, agosto 10, 2007

Jesús Garrido: Sobre "Muerte sin fin"



Apuntes provisionales para una eternidad derramada.
Muerte sin fin: José Gorostiza y el vaso irrompible.


Mucho se ha escrito acerca de Muerte sin fin, el poema emblemático, no sólo de su autor, José Gorostiza, sino de la vanguardias y la poesía nacional del siglo XX.
Muerte sin fin y Piedra de sol, de Octavio Paz, son quizás los dos poemas fundacionales de la poesía actual mexicana, obras que descubren y marcan camino para generaciones posteriores de poetas.
Intelectualmente autónomo y decidido a no intimidarse por la geografía poética de la época, envuelta en vociferantes alardes nacionalistas, Gorostiza afirma su personal arte poética en la universalidad, en el aliento compartido por grandes visionarios, Blake, Góngora, las vanguardias europeas; pasando por López Velarde, su maestro, a quien, paradójicamente, las instituciones educativas suelen recordar por su discurso provinciano y aparentemente conservador, antes que por la feroz renovación en las imágenes y en la modernización iniciada como reacción ante el sopor y el hedor a muerto emanante, ¡ay, ironía!, del modernismo.
Las palabras reunidas en este trabajo, con esa carga de azar dirigido que tanto nos gusta a los indolentes, no pueden considerarse ensayo ni artículo sino simples apuntes; bosquejos para ser retomados después, con más tiempo y muerte acumuladas, en un estudio que, sin duda, tampoco hará que el agua huya de la sed y se detenga, como suele detenerse –dicen los que sí saben porqué lo dicen, juro que yo no- en el instante en que la muerte apura y por lo tanto obliga al alto, a la desaceleración de los cauces.
El agua y la luz, la muerte fría y la calidez del trópico, la conciencia dividida y reunificada: pretextos, motivos, combinaciones.
¿Quién puede afirmar que la muerte es fría y la luz un impulso vital?
La luz no sabe ser conciencia ni testigo. La luz no se contiene, traspasa. Alejada de sí, siempre es la misma.
El agua es, cuando suele leerse correctamente, incolora y deshabitada. Quizás el microscopio nos desmienta, pero en Muerte sin fin hablamos de una fuerza hacedora y destructiva, idioma febril de la corriente; dogma lírico y escéptico contenido en vaso de cristal irrompible.
Las astillas diseminadas no pueden –si bien es cierto que no lo intentan- desmentirlo.

Significación dialéctica: imagen múltiple.

El aspecto temático de Muerte sin fin nos sitúa, rápidamente y de manera obvia en una de los grandes problemas o misterios de la humanidad, la muerte. Pero dentro de esta aparente lógica introductiva y a partir de la imagen primera y principal del poema, (el vaso de agua, la piel y el alma, forma y fondo) se aborda también una discusión estética acerca de la eclosión de la poesía mexicana.
La muerte es así, no el final de algo. Tampoco es estrictamente el principio. Es una rueda de la cual nadie conoce el origen, y que en sus giros arremete contra el polvo de los caminos sumisos. El eterno retorno en el que el título mismo se sugiere, se levanta como un antagonista de la historia lineal, de la vida biológicamente cronometrada. No es la razón la que habla desde la estructura construida para ella desde la lógica mecanicista, es la poesía; filosófica, mejor aún, inocentemente sublevada por el espíritu de la negación.
La poesía retoma su signo de sublevación adámico, cuando no caínmica.
Dialéctica de la inocencia y la soberbia, de la sumisión y la libertad, hay en Muerte sin fin, la presencia de Blake, matizada más hacia la libertad creadora pero sin abandonar el tono místico y revelador.
Blake afirma en los matrimonios del cielo y el infierno:
Sin contrarios no hay progreso. Atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio son necesarios a la existencia humana.
Brota de esos contrarios lo que las religiones llaman el Bien y el Mal. El Bien es el elemento pasivo sumiso a la razón. El Mal es el activo que brota de la energía.
Bien es Cielo, Mal es Infierno.(1)
Gorostiza parece reflejarse o quizás nadar antes que ahogarse en un vaso con agua cuyo cristal, sin embargo, parece contenerse por suerte del azar divino:

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis

por un dios inasible que me ahoga,

mentido acaso

por su radiante atmósfera de luces

que oculta mi conciencia derramada,

mis alas rotas en esquirlas de aire,

mi torpe andar a tientas por el lodo;

lleno de mí —ahíto— me descubro

en la imagen atónita del agua,

que tan sólo es un tumbo inmarcesible,

un desplome de ángeles caídos

a la delicia intacta de su peso...

Este ahondar en los opuestos; bien y mal, libertad y limitantes, se refleja también en la estética del poema: temporalidad de la creación contra permanencia del poema. El poema, es así, no la encarnación de un proceso creativo: inspiración, desarrollo, conclusión, sino tiempo líquido que se contiene y se rebasa. Es decir no el espacio sino el tiempo. Las palabras no son luz sino el eco cíclico que la luz sugiere.

Es el tiempo de Dios que aflora un día,

que cae, nada más, madura, ocurre,

para tornar mañana por sorpresa

en un estéril repetirse inédito,

como el de esas eléctricas palabras

—nunca aprehendidas,

siempre nuestras—

que aluden el amor de la memoria...

Y entonces es ciertamente la memoria la que mira. No los ojos, no el espejo, no el mecanismo óptico que nos presenta la imagen y deja al alma la significación de las sombras. Todo presente es pasado, porque en su aprehensión, asimilación y puesta a punto tiene que cruzar caminos previos a la conciencia. El futuro no es otra cosa que la vuelta a la memoria. Muerte sin fin es un poema en permanente construcción, a pesar de sus múltiples imágenes, no por la mirada:

Es un vaso de tiempo que nos iza

en sus azules botareles de aire

y nos pone su máscara grandiosa ay,

tan perfecta,

que no difiere un rasgo de nosotros.

Pero en las zonas ínfimas del ojo,

en su nimio saber,

no ocurre nada, no, sólo esta luz,

esta febril diafanidad tirante,

hecha toda de pura exaltación,

que a través de su nítida substancia

nos permite mirar,

sin verlo a Él, a Dios...

Tradición, imaginación y popularismo

Otro punto a considerar es el hecho que pese a ser un poema de rebeldía, un poema instalado en la vanguardia, Muerte sin fin, recoge toda una basta tradición española, proveniente del siglo de Oro. La influencia de Góngora es palpable en el tratamiento de los temas, ya sea directamente, ya sea a través de los filtros del Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz o Las Soledades de Antonio Machado.
Es dentro de esta tradición donde se propone mantener viva la relación entre individuo y cultura. El tono existencial de los dos poemas referidos, la barroca interrelación del yo con la muerte, encuentran en Gorostiza no su réplica sino una continuidad desprovista de sus intricasiones formales y afirmada, por otro lado, en una evolución indagatoria de la simplicidad del habla.
Gorostiza ahonda además en una humanización del arte, a partir de la sencillez, aparente, de las voces populares. Y desde allí le es más fácil incorporar su intuición poética en el gran tema de la muerte. Incorporar la imaginación propia y la popular como fenómeno motor del acto creativo es colocar a la intuición por encima de la técnica, pero sin dejar de servirse de esta última. Gorostiza pondera el papel de imaginación cuando nos revela:
Una gota de agua cae ahora, pausada, en mis oídos. Una, dos, tres, cuatro. La pienso. Mis ojos
salen a oscuras de la alcoba, pasan por el corredor seguros de que todo está en su sitio(...)
Ahí se construyó pues la imagen. La gota de agua era aquella que se había agigantado en la
noche, que había opacado momentáneamente los demás ruidos o sumándolos a ella, y se
mantenía ahí a una distancia de sí misma que era imposible que ella y su ruido permanecieran
ligados. (2)
Divina trinidad: la tradición poética, la imaginación y la incorporación de las voces populares confluyen en un momento en el que algunos poetas vuelven sus ojos de un futurismo artificial, hacia la riqueza del alma: Alberti y García Lorca en España, Gorostiza en México. Los tres poetas mencionados, sin embargo, en la búsqueda de una independencia artística, alejada de los panfletos nacionalistas.
Una gran carga de sabiduría popular convive pues en Muerte sin fin con el concepto de la unidad poética, la palabra encarnada en realidad personal o paralela.

El tesón de la sangre

anda de rojo;

anda de añil el sueño;

la dicha, de oro.
Tiene el amor feroces

galgos morados;

pero también sus mieses,

también sus pájaros.
Ay, pero el agua,

ay si no luce a nada.

Un impermeable imprescindible antes de que nos manden al diablo.

La importancia de Gorostiza y en general del grupo llamado Los contemporáneos va más allá de una renovación formal de la poesía mexicana. Implica el entierro definitivo de una ramplonería sentimentaloide y el imperio de la sensibilidad auténtica, aquella que emana de la intuición y en general de la inteligencia. No más el chantaje y la lágrima fácil.
La inteligencia, esa desgarbada mujer, múltiple y aérea, es también llama líquida que reconforta antes que sentencia:

¡oh inteligencia, soledad en llamas!

que lo consume todo hasta el silencio,

sí, como una semilla enamorada

que pudiera soñarse germinando,

probar en el rencor de la molécula

el salto de las ramas que aprisiona

y el gusto de su fruta prohibida,

ay, sin hollar, semilla casta,

sus propios impasibles tegumentos.

Muerte sin fin es entonces también un vaso lleno de llamas. Lleno de esas feroces soledades que no saben estar en silencio. Voces que se rebelan en su lucha interior contra sí mismas. Llamas líquidas de un nosotros iluminista, conjuro semántico que en la construcción de muerte encuentra su trascendencia. Llamas que cantan, vaso a prueba de silencios. Refractario le dicen.
La inteligencia, segura de sí, no sabe molestarse si, nomás por indolente y por citar el baile final que Gorostiza nos regala, la llamo muerte o de alguna otra manera impensada. Al fin y al cabo sabe que la poesía es un baile de máscaras.

Desde mis ojos insomnes

mi muerte me está acechando,

me acecha, sí, me enamora

con su ojo lánguido.


¡Anda, putilla del rubor helado,

anda, vámonos al diablo!


Notas:

BLAKE, William. El matrimonio del cielo y del infierno. Editorial Coyoacán. México, 2004.
GOROSTIZA, José. Esquema para desarrollar un poema.

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