No saben nada. La luz no les ve, ni se detienen a pensar en la derrota del color. Ellos caminan dejando tras de sí un rastro de grafito y un olor a pintura. Ellos existen diluidos, sin forma. Al principio son líneas inertes, luego son deformaciones del dibujo. Configuraciones calcinadas, cayéndose de espaldas. Arte en el fin de la tierra, sobre vientos antiguos, sobre superficies puras y vivas y rupestres o caracolas polinesias o una combinación de ambas. Algunos de ellos, los más provocativos, aletean y se las arreglan para escapar del laberinto de grecas y espirales. Esos fugitivos son rastreados por mar y por cielo, pero el prestigio con tres brochazos los esconde en la extendida superficie de la imaginación a menos que sean descubiertos por casualidad. Aquellos que escaparon primero, encontraron canales sobre el helor del ártico que han dado muerte a las perspectivas menos una, herida, mutilada, deshecha en el blanco. En el frío, se les paralizó el pulso. Los siguientes trataron de regresar a su territorio y se concentran en el lienzo tropical de Pancho Galí. El público respira hondo. Un largo viaje, audacia de la ejecución. La mano crea un mapa para aprender a mirar en esas mismas nubes en que soñaron verse viajando los primeros soñadores. Curiosamente, ninguno ha conocido tantas capas de barniz social para decirle buenos días, aunque son llamados bárbaros, rudos. Los Galícronos. El cuerpo mal herido por una mirada torva. La cara con pintas de guerra y de amor. Ceniza roja en la frente. En la boca, el colorete de la muchacha que te sonríe en la guagua. Por principio de cuentas, ellos pensaron que la monotonía y lo cotidiano los busca para establecer contacto, pero inmediatamente advirtieron que la física no llena su definición del tiempo. Los Galícronos respetan la idea que el tiempo es igualmente espacial y por ende un momento vivido se convierte en un momento muerto que es posible visitar, aunque completamente ajeno a la experiencia, por lo tanto el futuro es un mundo accidental y acontecido. Esto significa que los recuerdos son tan refutables como las predicciones al otro lado del espectro. Londres está lleno de un sinnúmero de escaleras estrechas a propósito. Uno le pregunta al otro: ¿Una hora de placer vale el precio de una vida de dolor? El interrogado acepta el empleo mediante otra pregunta: ¿Cómo logras que dure una hora? La puerta de los cien pesares los aparta. En el presente, vestimos como ellos, paseamos entre ellos y nos confundimos con ellos. Ellos enseñan a sus hijos lo mucho que saben. Y quizás en el día menos pensado ellos teñirán su piel de discreto tono gris....en cuatro o cinco diferentes colores para estar a moda. Fin.
miércoles, agosto 29, 2007
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